martes, 4 de abril de 2017

Santoral Franciscano: Octubre

Octubre 1: Beato Nicolás de Forca Palena. Sacerdote, ermitaño de la Tercera Orden Regular (1349‑1449). Aprobó su culto Clemente XIV el 28 de agosto de 1774.
Nicolás vivió de la mitad del siglo XIV a la mitad del siglo XV; exponente del imponente movimiento de la Tercera Orden Franciscana que abarca desde los palacios reales hasta las casitas de los tejedores, asumiendo formas muy diversas de vida religiosa; la magnífica flexibilidad de la regla la hace apta para santificar todos los estados y todas las almas. Así tenemos a santa Brígida de Suecia, esposa modelo, madre de 8 hijos, que, después de haber peregrinado a los grandes santuarios, permanece en Roma, donde inicia una vida pobre, premiada con visiones, fundadora de una escuela de perfección. Santa Isabel, reina de Portugal, San Elzeario de Sabran y la Beata Delfina de Glandèves, quienes desde el trono irradian fulgores de santidad, San Conrado Confalonieri, que cuando la mujer se hace clarisa, parte como peregrino por Italia, y concluye su vida en el eremitorio de Noto en Sicilia en la oración y en la penitencia. San Roque de Montpellier, quien de rico, se hace pobre e itinerante por los caminos de Francia e Italia, dejando un heroico mensaje evangélico en momentos de luchas y pestes.
En Forca Palena dei Peligni, pequeña región de la provincia de Chieti (Abruzos), nace Nicolás en 1349. Después de una sana educación entró en el seminario y fue ordenado sacerdote, ejerció por un tiempo el ministerio de párroco en la diócesis de Sulmona. Después de la elección al Sumo Pontificado del sulmonés Inocencio VII, deseoso de una vida de mayor santidad, viajó a Roma, donde fue acogido por un grupo de ermitaños, que vivían la vida de la Tercera Orden Franciscana Regular, bajo la dirección de Fray Rinaldo del Piamonte. Su eremitorio estaba situado entre las termas de Nerón, en una torre, con casitas y huertecillo en la región de San Eustaquio, cerca de la iglesia de San Salvador.
Su personalidad, sus eminentes dotes intelectuales y morales le atrajeron la estimación de todos los ermitaños, quienes a la muerte de Fray Rinaldo lo nombraron su sucesor, su maestro y padre. Entretanto habían crecido en número y fervor y de todas partes de Italia llegaban peticiones de nuevas fundaciones.
Con algunos compañeros Nicolás se fue a Nápoles y entre la vieja iglesia de San Agnello y el actual hospital de los incurables, fundó un eremitorio, que se haría célebre por los numerosos ermitaños y por su santidad, y la bella iglesia de Santa María Mayor en Caponapoli.
En 1434 fue llamado a Florencia por el papa Eugenio IV, con el encargo de reformar algunos monasterios, entre ellos los de Ricorboli y de San Agustín en el Apenino, y fundar eremitorios de su congregación.
Cumplido el mandato pontificio, regresó a Roma, y en el Monte Esquilino fundó el eremitorio y la iglesia de San Onofre, que luego sería célebre por haber hospedado al poeta Torcuato Tasso. Allí fijó su última residencia. Allí se encontró varias veces con el Beato Pedro Gambacorta de Pisa, quien venía a Roma para impetrar la aprobación de su Congregación de San Jerónimo cuyos ermitaños eran llamados Girolomini. Los dos santos se estimaban y se amaban con afecto fraternal. El 1 de octubre de 1449, a los 100 años de edad, Nicolás llegó a la patria celestial.
= Octubre 1: Ven. Luis Amigó y Ferrer, Obispo de la Primera Orden, Fundador de los Terciarios Capuchinos de la Virgen de los Dolores y de las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sda. Familia. (1854‑1934).
Nació en Masamagrell, Valencia, España, hijo de Gaspar Amigó y Genoveva Ferrer, personas de gran fe, que educaron cristianamente a sus hijos con su propio ejemplo. Es la época de la supresión de las comunidades religiosas y la confiscación de sus bienes. Su infancia transcurre relativamente apacible y alegre. Estudia en la Academia Católica, luego en el Seminario Conciliar, como externo, cursa humanidades. Colabora activamente en su autoformación, para lo cual se inscribe sucesivamente en la congregación de San Felipe Neri, luego en la escuela de Cristo y finalmente en la Tercera Orden Franciscana Seglar. En un primer momento desea ingresar en la Cartuja, pero por consejo de su director espiritual se hace Capuchino, en Bayona, Francia, donde profesa el 12 de abril de 1875. Vuelve a España, y es ordenado sacerdote el 29 de marzo de 1879, en Montehano.
Se dedica a la predicación popular y a organizar la Tercera Orden Seglar. Trabaja igualmente con los encarcelados y en la educación cristiana de la juventud. En su Orden fue Vicemaestro de novicios, Superior local, definidor y Ministro provincial. En contacto con la espiritualidad terciaria se convierte en un místico de la reparación divina a través de una acción misericordiosa que pone en la base de sus dos Congregaciones de Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia y Terciarios Capuchinos de N. Señora de los Dolores.
Nombrado obispo es consagrado en Madrid el 9 de junio de 1907 y ejerce el episcopado en Solsona y Segorbe, donde pone en práctica su lema episcopal: ”Entrego mi vida por mis ovejas”.
Muere el 1 de octubre de 1934, a los 80 años de edad, en Godella, en la casa madre de los Terciarios capuchinos y es sepultado en su pueblo natal, en la iglesia de las Terciarias Capuchinas. En proceso de beatificación.
Octubre 2: Beatos Miguel y Lorenzo Yamada. Mártires japoneses de la Tercera Orden. Beatificados por Pío IX el 7 de julio de 1867.
El Japón, tranquilo y casi benévolo al principio del siglo XVII, parecía aplacado con los mártires de 1597, pero despertó cruelmente en 1614. Por intrigas de algunos mercaderes holandeses, celosos del poderío comercial de los portugueses y españoles, el emperador emanó un decreto de expulsión contra todos los misioneros. Luego, por más de veinte años, de 1614 a 1635, la persecución contra los cristianos se desata feroz. Durante este período heroico de la Iglesia, en el Japón cada año se cuentan mártires, cerca de quinientos en total, de los cuales doscientos cinco fueron beatificados y canonizados por Pío IX y entre éstos, cuarenta y cinco franciscanos. Son frailes de la Primera Orden, españoles en gran parte, apresados a menudo a traición en el ejercicio del apostolado, que aceptan la prisión y la muerte, como el premio ambicionado de sus trabajos; son simples cristianos, terciarios franciscanos, hombres con toda su familia, abuelas con sus nietos, padres que animan a sus hijos, niños y jóvenes, que van a la hoguera o, si son japoneses, a la decapitación, como a un triunfo, cantando el “Magnificat” y el “Te Deum”.
A esta gloriosa tropa de cristianos que sufrieron el martirio pertenecen también Miguel Yamada y su hijo Lorenzo. También eran catequistas y miembros de la Tercera Orden Franciscana. Habían prestado importantes servicios a la misión, instruyendo neófitos, bautizando, difundiendo la cultura religiosa. Tenían una gran barca que ponían a disposición de los misioneros cuando debían desplazarse de un lugar a otro en su ministerio apostólico.
A causa de estas actividades suyas Miguel y Lorenzo fueron arrestados y encarcelados. Permanecieron inconmovibles ante las amenazas de castigos y de muerte. El primero en padecer el martirio fue Lorenzo, quien bajo la mirada de su padre fue herido gravemente y luego decapitado. Miguel, como mayor responsable de su actividad religiosa, fue condenado a morir a fuego lento y finalmente también él fue decapitado. Padre e hijo se encontraron de nuevo juntos en la gloria del paraíso.
Las palabras que Miguel dirigió a su hijo antes de la decapitación parecen tomadas de la “pasión” de los primeros mártires de la Iglesia: “Lorenzo, mi querido hijo, ánimo, valor, sé fuerte. Tu madre y tus hermanos ya están en el cielo y con Jesús, María y todos los santos, te esperan en el Paraíso. Mira al cielo, que pronto será nuestro. Después de un gran dolor, tendremos una gran alegría. Tú me precedes y yo te seguiré pronto, para así trasplantar toda nuestra familia a aquella patria feliz donde seremos bienaventurados para siempre!”.
Octubre 3: Tránsito de San Francisco de Asís. Asís, octubre 3 de 1226.
Francisco, hijo de Pedro Bernardone y de doña Pica, nació en Asís en 1181 o 1182. Después de una juventud descuidada, a la edad de 24 años, en la iglesita de San Damián, oyó la invitación de Cristo que lo llamaba a seguirlo y a reparar su casa. Renunció entonces a todas las cosas terrenas para adherirse solamente a Dios y desde entonces no tuvo otra preocupación que “vivir según la norma del Santo Evangelio, en obediencia, pobreza y castidad”, imitando en todo a Cristo pobre y humilde.
Unido a algunos compañeros, dio comienzo a una nueva Orden religiosa en 1209, que por humildad llamó “Orden de los Hermanos Menores”, y se estableció primero en Rivotorto y luego en Santa María de los Angeles. Para sus Hermanos escribió una Regla que fue después aprobada por el papa Honorio III en 1223.
Francisco y sus hermanos fueron por todas partes a predicar el evangelio en los países cristianos y en los de infieles con palabras simples, pero eficaces y sobre todo con el ejemplo de su vida santa. Fundó también una segunda Orden, llamada de las “Damas Pobres” o de las “Clarisas” y una Tercera Orden para aquellos que viven en el mundo. Dos años antes de su muerte, en el monte Alvernia recibió de Cristo el sumo privilegio de los estigmas, que lo hizo conforme al Crucificado también en su cuerpo.
Murió en Santa María de los Angeles, acostado sobre la desnuda tierra, la tarde del 3 de octubre de 1226. La enfermedad, que se había manifestado algún tiempo antes, iba agravándose. Fue llamado meser Bongiovanni, valiente médico de Arezzo, a quien preguntó: “¿Qué te parece esta mi enfermedad?” El médico, con expresión sibilina, le respondió: “Animo, vamos, hermano bendito, curarás por la gracia del Señor!”. Pero San Francisco no se dejaba ilusionar con mentiras piadosas: “Dime la verdad. No soy tan pusilánime como para temer la muerte, que la deseo ardientemente!”. Entonces el médico le dijo: “Padre Francisco, según la ciencia tu enfermedad es incurable y creo que hacia fines de septiembre o hacia el 4 de octubre morirás!”. Entonces Francisco exclamó: “Bienvenida, mi hermana muerte!”.
De Asís, donde había obtenido la reconciliación del obispo con el podestá se hizo llevar a Santa María de los Angeles. En mitad de camino se hizo colocar de cara a Asís y bendijo a la ciudad, luego el cortejo continuó hasta la Porciúncula, donde se hizo tender desnudo sobre la desnuda tierra y se hizo cantar por los caballeros de la mesa redonda el cántico de las criaturas, al cual añadió la alabanza de “nuestra hermana la muerte corporal”. El sábado 3 de octubre de 1226 las condiciones de salud empeoraron, y hacia el atardecer, sintiéndose morir entonó el salmo que comienza: “A voz en grito clamo al Señor”, y lo prosiguió cantando hasta el fin. A las palabras: “Sácame de la prisión...”, la hermana muerte le apagó la voz.
Octubre 4: San Francisco de Asís. Diácono, fundador de las tres Ordenes, Patrono de Italia (1182‑1226). Canonizado por Gregorio IX el 16 de julio de 1228.
Francisco de Asís es uno de los personajes más célebres de toda la hagiografía cristiana, conocido y admirado en todo el mundo, inclusive en ambientes alejados de la Iglesia católica. En él se han inspirado literatos, artistas, historiadores, políticos y hasta revolucionarios. Se le ha llamado Francisco de Pedro Bernardone, Poverello de Asís, amante y amado de la Dama Pobreza, Santo de la renuncia y cantor de la perfecta alegría. Su adhesión constante a las enseñanzas del Evangelio, a las palabras y a la figura misma de Cristo, hermano entre los hermanos, sufrido entre los sufridos, criatura entre las criaturas que lo aman y lo alaban, o mejor todas las cosas creadas; desde el agua a las plantas, de las estrellas hasta el fuego; de los animales a la tierra y a la misma muerte. Luego la constante fidelidad de Francisco de Asís a la Iglesia, mística esposa de Cristo. Una fidelidad atestiguada por innumerables episodios. Repetidamente el Poverello pidió al Papa la aprobación de su regla, su confirmación y reconfirmación.
Antes de hacer el primer pesebre en la historia cristiana, un pesebre viviente en Greccio, en la Navidad de 1223, pidió y obtuvo la aprobación del Papa para aquella novedad. Por lo demás, al comienzo de su conversión, el Crucifijo de San Damián, que todavía se conserva en Asís, pidió a Francisco restaurar su Iglesia, restaurarla, no criticarla ni combatirla, ni siquiera reformarla. Fue constante en él el sentido de la alegría cristiana. Introducido por primera vez con los compañeros a la presencia de Inocencio III, comenzó a bailar de alegría. En San León, durante una fiesta, predicó diciendo: “Tanto es el bien que espero, que toda pena es amable para mí”. A Fray León le explicó en qué consistía la perfecta alegría: en la tribulación, en la persecución aceptada por amor, y finalmente, en el huerto de San Damián en Asís, enfermo, casi ciego, llagado con los Estigmas, después de una tormentosa noche de insomnio, entonó el cántico de las criaturas, uno de los más elevados himnos de agradecimiento y alabanza.
Desde cuando ante el obispo Guido de Asís devolvió todo a su padre Pedro Bernardone, y elevó la oración “Padre nuestro que estás en el cielo”, se convirtió en el heraldo del gran Rey, y se sentía tal. Decidió vivir evangélicamente en obediencia, sin nada propio y en castidad. Los primeros doce discípulos, en el célebre Capítulo de las Esteras, se convirtieron en 5.000 frailes que envió a misionar por todo el mundo; también él fue como misionero a Tierra Santa. Con el Beato Luquesio dio comienzo a la Tercera Orden de los hermanos y hermanas de la Penitencia. En 1224, en el monte Alvernia, “recibió de Cristo el último sello, que sus miembros llevaron por dos años”: los Estigmas. La tarde del 3 de octubre de 1226, cantando, su alma abandonó la tierra para ir al cielo. Gregorio IX dos años después lo inscribió en el catálogo de los Santos.
Octubre 5: Beatos Luis y Juan Maki. Mártires japoneses de la Tercera Orden († 1627). Beatificados por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Luis Maki y su hijo Juan, mártires japoneses, son recordados especialmente por su espíritu cordial y fraterna hospitalidad. En el período de la persecución, su casa estaba abierta a los cristianos perseguidos, se preocupaban por buscar cómo ocultarlos o facilitar su fuga para que se pusieran a salvo.
El 22 de julio de 1626 el padre Tomás Tzugi fue sorprendido en Nagasaki en la casa de los Maki después de la celebración de la Santa Misa. No solamente el sacerdote jesuita fue aprisionado, sino también los que le habían dado valerosa hospitalidad. Las leyes de la persecución vigentes desde años atrás, prohibían acoger en la propia casa o ayudar de cualquier modo a los sacerdotes cristianos.
Por esto el gobernador Feizò, cristiano apóstata, hizo arrestar a Luis Maki y a su hijo adoptivo Juan, de 27 años. Los envió a la cárcel de Omura, donde permanecieron más de 13 meses. Llevados de nuevo a la ciudad fueron juzgados y condenados a muerte. Entonces se vieron en toda la extensión del imperio, los cristianos, detrás del ejemplo de sus maestros de fe, enfrentar la muerte con un valor como no se había visto nunca sino en los primitivos tiempos de la Iglesia.
El número de los mártires sacrificados en la persecución japonesa es incalculable. Los hay de todas las condiciones: príncipes de sangre real, mujeres ricas y pobres, jóvenes vírgenes, ancianos cargados de años, adolescentes y hasta niños de cuatro y hasta dos años.
Algunos fueron atados a postes y consumidos a fuego lento, otros fueron decapitados y después horriblemente descuartizados y hechos pedazos. Otros fueron suspendidos sobre el cráter de un volcán con una muerte lenta, después de haber sido largamente torturados en aguas sulfurosas en ebullición. Otros, en el más frío invierno, fueron sumergidos en estanques helados y padecieron una de las muertes más crueles. Otros fueron crucificados con la cabeza hacia abajo. Otros, consumidos por el hambre y la miseria, encontraron la muerte en las prisiones. Todos se mostraron fuertes en el combate y dignos discípulos de Cristo crucificado.
Luis Maki y su hijo adoptivo Juan fueron llevados a Nagasaki en la Santa Colina, donde ya muchos cristianos habían sufrido el suplicio, atados a postes, murieron quemados vivos el 7 de septiembre de 1627. Su compañero de martirio, el Padre Tomás, los confortó hasta los últimos instantes para que soportaran la prueba con valor y fe.
Octubre 6: Santa María Francisca de las 5 Llagas de Nuestro Señor Jesucristo. Virgen de la Tercera Orden (1715‑1791). Canonizada el 29 de junio de 1867 por Pío IX.
Ana María Gallo nació en Nápoles el 25 de marzo de 1715, hija de Francisco Gallo y Bárbara Basini, comerciantes. Algunos meses antes de su nacimiento predijeron su santidad San Francisco de Jerónimo y San Juan José de la Cruz. Siendo niña todavía, manifestó vivísimo el deseo de acercarse a la Eucaristía, que recibió a la edad de 7 años.
Mostró pronto tanta piedad y práctica de virtudes, que fue llamada la “Santita”. Decidida a consagrarse a Dios, a pesar de la oposición de su padre, quien le proponía un ventajoso matrimonio, se hizo terciaria franciscana bajo la regla y la dirección de los Hermanos Menores, los cuales en San Juan José de la Cruz en el convento de Santa Lucía al Monte tenían un ejemplo y un padre.
Con apenas 16 años, delicada y pálida por las penitencias voluntarias, tomó el hábito franciscano el 8 de septiembre de 1731; emitió los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, y tomó el nombre de María Francisca de las 5 Llagas de N.S.J.C. Aunque permanecía en el mundo, vivió en la más perfecta observancia de la severa regla franciscana, sometiendo su cuerpo, ya probado por el continuo trabajo, a ayunos, vigilias, flagelaciones y cilicios. Tampoco le faltaron las pruebas y contradicciones de toda clase, tentaciones de parte del demonio, persecuciones y calumnias por parte de los hombres.
El cardenal arzobispo José Spinelli, para poner a prueba su virtud, la encomendó por siete años a la dirección espiritual del párroco Mostillo, quien parecía ser de tendencias jansenistas. Santa María Francisca fue devotísima de la Pasión del Señor y de la Bienaventurada Virgen bajo el título de “Divina Pastora”, cuyo conocimiento y culto difundió. Favorecida con varios carismas sobrenaturales, como la profecía y las visiones, fue vista a menudo arrobada en éxtasis. Gozó de la familiaridad de almas santas contemporáneas suyas: Sor Magdalena Sterlicco y el barnabita San Francisco Javier María Bianchi, a quien predijo el honor de los altares.
Extasis, arrobamientos, profecía le eran familiares. Vivía ya de las cosas sobrenaturales, incomprendida, perseguida, tratada como visionaria fue sometida a exámenes de parte de las autoridades eclesiásticas. En 7 años de duro martirio soportó todo con inalterada mansedumbre.
Asistida por muchos religiosos fieles, fortalecida con la Eucaristía recibida como viático, expiró serenamente en su celdita el 6 de octubre de 1791, a la edad de 76 años. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de Santa Lucía al Monte, donde es venerada al lado del sepulcro de san Juan José de la Cruz.
Octubre 7: Nuestra Señora del Rosario.
EL ROSARIO.
El Rosario se remonta a tiempos remotos. Es la devoción mariana por excelencia, la más popular y la más querida al corazón de María. Ella misma la recomendó a Santo Domingo de Guzmán, presentándola como medio eficaz para conservar y acrecentar la fe, para disipar los errores, para una vida más evangélica. En recientes apariciones en Fátima, Lourdes, La Salette y en otros lugares, la Virgen se mostró con la corona en la mano, recomendó su recitación frecuente y afirmó que esta devoción le es muy agradable.
En 1917 en Fátima se apareció 6 veces a Lucía, Jacinta y Francisco, prometió muchas gracias si recitaban todos los días el Rosario. En la última aparición del 13 de octubre exclamó: “Yo soy la Virgen del Rosario”.
En el Rosario se reúnen los méritos de la oración vocal y mental, la meditación de los hechos evangélicos más sobresalientes de la vida de Jesús y María, por medio de los cuales se cumplió nuestra redención. Son las verdades principales de nuestra fe, las profesadas en el Credo, son las promesas más gloriosas que nos esperan. Los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos despiertan la fe, son escuela de virtudes, motivo de esperanza y alimento de caridad. Recordamos el gran amor de Jesús y María por la humanidad pecadora y su ardiente deseo de que todos los hombres se salven. En boca de los devotos, las tres series de misterios del Rosario se llaman “Salterio”, lo cual nos puede dar una idea sobre su relación con la oración oficial de la Iglesia, la Liturgia de las Horas. Puede considerarse como la Liturgia de las Horas de los pobres.

LA CORONA FRANCISCANA
Otra bella devoción mariana que se ha desarrollado en el seno de la Orden Seráfica es la corona Franciscana de las siete alegrías de la Santísima Virgen.
En 1442, en tiempos de San Bernardino de Siena, se difundió la noticia de una aparición de la Virgen a un novicio franciscano. Este desde niño, tenía la costumbre de ofrecer a la bienaventurada Virgen una corona de rosas. Cuando ingresó entre los Hermanos Menores, su mayor dolor fue el no poder seguir ofreciendo a la Santísima Virgen esta ofrenda de flores. Su angustia llegó a tal punto, que decidió abandonar la Orden Seráfica. La Virgen se le apareció para consolarlo y le indicó otra ofrenda diaria que le sería muy agradable. Le sugirió recitar cada día siete décadas de Ave Marías intercaladas con la meditación de siete misterios gozosos que ella vivió en su existencia. De esta manera tuvo origen la corona Franciscana, Rosario de las siete alegrías.
San Bernardino de Siena fue uno de los primeros en practicar y difundir esta devoción, que para él era fuente de grandes favores. Un día mientras recitaba esta corona se le apareció la Santísima Virgen y con inefable dulzura le dijo: “Esta devoción me es muy agradable. Para recompensarte te he obtenido de mi Hijo Jesús el predicar con fruto la palabra de Dios y te doy milagros para convertir a los pecadores. Si perseveras en esta santa práctica, te prometo hacerte partícipe de mi felicidad en el paraíso”. La corona franciscana medita los siete gozos de María: la anunciación, la visita a santa Isabel, el nacimiento de Jesús en Belén, la adoración de los Magos, la presentación de Jesús en el templo y la manifestación de su divinidad entre los doctores del templo, la resurrección de Jesús y su aparición a la Virgen, la venida del Espíritu Santo, la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo, y la coronación de María como reina del cielo y de la tierra, medianera de gracias, madre de la Iglesia y soberana del Universo.
Octubre 8: Beato Martín Gómez. Mártir en el Japón, de la Tercera Orden († 1627). Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Martín Gómez, japonés de nacionalidad, estaba inscrito en la Tercera Orden de San Francisco. Su padre era portugués, su madre japonesa.
Había dado hospedaje a los misioneros cristianos, por lo cual fue arrestado y condenado a muerte, pues las disposiciones del gobierno prohibían absolutamente esta actividad; invitado a renegar de su propia fe rehusó enérgicamente, afirmando que ni la muerte lo podría apartar de aquella fe tan profundamente arraigada en su corazón.
Después de la persecución de 1597 que dio al Japón el selecto grupo de 23 mártires guiados por San Pedro Bautista, la Iglesia pudo disfrutar de un período de gran fervor bajo el emperador Cubosama y pudo difundirse ampliamente.
La obra de los Franciscanos y de los Jesuitas se amplió con la apertura de esta misión también a otras Ordenes Religiosas entre ellas los Agustinos y los Dominicanos. La rabia de los bonzos logró todavía influir con amenazas y engañosos motivos políticos y económicos en el corazón del emperador, que en 1614 publicó un edicto con el cual proscribía la religión católica, expulsaba a todos los misioneros y ordenaba derribar las iglesias y condenaba a muerte a cuantos persistieran en su fe.
Fue un inmenso incendio de fuego y sangre que se abatió sobre la floreciente Iglesia, que contaba entonces con más de dos millones de fieles. Se ensayaron suplicios de toda clase en un lapso de unos 18 años, sin respetar ninguna edad ni clase social.
Entre estos innumerables héroes de la fe se pudieron recoger las actas de unos 205 mártires que fueron beatificados por Pío IX en 1867, pertenecientes a las Ordenes de Santo Domingo, San Agustín y Jesuitas.
A la Orden de San Francisco pertenecen 45, de los cuales 18 a la Primera Orden, 15 a la Tercera y los demás, familiares y amigos de ellos.
El 17 de agosto de 1627 Martín Gómez fue llevado de la cárcel a la santa colina, donde junto con otros compañeros fue todavía invitado a renegar de su fe, pero todos permanecieron inconmovibles en la profesión de su religión. Fue decapitado y su alma coronada por la aureola del martirio voló a la gloria del cielo. Fue beatificado entre los otros 205 mártires del Japón el 7 de julio de 1867 por Pío IX.
Octubre 9: Beatos Gaspar Vaz, María Vaz y Juan Romano. Mártires japoneses de la Tercera Orden († 1627‑1628). Beatificados por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Los esposos Gaspar y María Vaz habían dedicado su vida a la mayor gloria de Dios y a la evangelización de los fieles. Su casa se había convertido como la casa de Betania, donde los tres hermanos, Lázaro, Marta y María acogieron muchas veces a Jesús y a los apóstoles, con gran cordialidad. También la casa de Gaspar y María acogía a menudo a los misioneros y a los cristianos para alojamiento, comida, reuniones de fieles, etc. Así como en Roma las catacumbas acogieron a los primeros cristianos perseguidos, así durante la persecución del Japón los fieles se recogían en la casa de esta familia. Pero un día un traidor los denunció ante las autoridades. Fueron arrestados junto con sacerdotes y fieles, encerrados en una dura prisión y luego condenados a muerte. También ellos subieron a la Santa Colina, Calvario de su inmolación. Por Cristo y su fe sufrieron el martirio: Gaspar fue quemado vivo, María fue decapitada. Así juntos los dos heroicos esposos de la Betania de esta tierra, alcanzaron la Betania del cielo, ejemplo sobre todo para los esposos en un plan de vida dedicado a la caridad y a la hospitalidad.
Juan Romano, también japonés perteneciente a la Orden Franciscana Seglar, era fervoroso colaborador de los misioneros franciscanos. Los acompañaba en sus desplazamientos como catequista, asistente en las obras de caridad que florecían al lado de la misión. Los hospedaba en su casa y ponía a su disposición su propia barca para trasladarlos a las diversas islas. Junto con otros fieles, fue arrestado, maniatado y llevado a la cárcel de Omura, donde permaneció varios meses. La mañana del 8 de septiembre de 1628 fue sacado de la prisión, conducido a Nagasaki, donde en el Calvario japonés, la Santa Colina, nuevamente fue invitado a apostatar: “Estoy dispuesto a morir mil veces antes que traicionar mi fe y a Cristo a quien amo intensamente. Jamás me separaré de él”. Junto con otros compañeros de martirio fue decapitado. De la tierra llegó al cielo, donde vive en la gloria de Dios.

Octubre 10: Santos Daniel, León, Angel, Nicolás, Samuel, Hugolino y Donnino, Mártires de Ceuta, en Marruecos, de la Primera Orden († 1227). Aprobó su culto como Santos, León X el 22 de enero de 1516.
El entusiasmo desatado en la Orden Franciscana por la noticia del martirio de los cinco gloriosos misioneros muertos en Marruecos en 1219, movió a otro grupo de siete hermanos a pedir a Fray Elías, entonces ministro general de la Orden de los Hermanos Menores, la obediencia para ir a Marruecos, a anunciar la fe cristiana a los mahometanos. Abrigaban la esperanza de poder también ellos atestiguar con su sangre su amor a Cristo. Seis eran sacerdotes, Daniel, Jefe del grupo, Angel, Samuel, León, Nicolás de Sassoferrato, Hugolino y un religioso hermano, Dónnulo o Donnino de Montalcino. Corría el año 1227. Llegados a Aragón, Daniel con tres de ellos se embarca en una nave que se dirige a Ceuta; allí esperan la llegada de los otros tres compañeros, y el viernes 1 de octubre, durante la noche preparan el plan de su predicación. Confesados y nutridos con la Eucaristía, a la mañana siguiente se presentaron en la plaza y comenzaron a anunciar la fe en Cristo y la necesidad de ella para salvarse.
La turba irritada los lleva ante el gobernador, son encarcelados, sometidos a halagos y azotes para intentar doblegar su fe. Al hallarlos inconmovibles, son condenados a muerte. Arrojados a la cárcel, la noche precedente a la ejecución prorrumpen en alabanzas y cantos al Señor, dirigiendo una carta a los cristianos de Ceuta. Daniel los bendice invitándolos a gozarse en el Señor, con quien pronto se encontrarían en el cielo. El 10 de octubre son decapitados; luego sus cuerpos son entregados como presa a la turba desenfrenada. Pero los cristianos logran recoger y transportar luego a varias iglesias de España y Portugal aquellas santas reliquias que Dios honra con clamorosos milagros.
Daniel escribió a los cristianos de Ceuta esta carta: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en toda tribulación. El preparó la víctima para el holocausto del patriarca Abraham. Este por mandato del Señor había salido de su tierra sin saber a dónde iba. Tal cosa le fue atribuida a justicia por lo cual fue llamado amigo de Dios. Así el que es sabio hágase tonto para ser sabio, porque la sabiduría de este mundo es tontería ante Dios.
Tened presentes las palabras de Jesús, id y predicad el evangelio a todas las criaturas, y, no es el siervo más grande que su amo; como también: si me han perseguido a mí, también os perseguirán a vosotros. El ha dirigido nuestros pasos por sus caminos para la alabanza, para la salvación de los creyentes, para el honor de los cristianos y para la condena de los infieles, como dice el apóstol: somos el buen olor de Cristo, para algunos olor de vida, para otros olor de muerte para la muerte”.
Octubre 11: Beatos Francisco, Cayo, Tomás, León, Luis y Luisa (Lucía). Mártires Japoneses de la Tercera Orden († 1622‑1628). Beatificados por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Entre los héroes de la fe muertos durante la persecución religiosa del siglo XVII se reunieron 205 nombres de mártires beatificados solemnemente el 7 de julio de 1867 por Pío IX. Pertenecen a esta gloriosa falange y son miembros de la Orden franciscana seglar los Beatos Francisco, Cayo, Tomás, León, Luis y Luisa. Nos quedan escasas noticias históricas de ellos. Pero su heroísmo fue grande. León sufrió el martirio en la Santa Colina de Nagasaki el 19 de agosto de 1622, mientras el 18 de agosto de 1627 inmolaron su vida por Cristo los mártires Francisco, Cayo, Tomás y Luis, siempre en el mismo Calvario japonés.
Luisa, o Lucía, nació en Nagasaki en 1542, de noble familia y se casó con Felipe Fleites, rico portugués, quien murió pocos años después. Fervorosa cristiana, consagró su viudez a la oración, al apostolado y a las obras de caridad y de asistencia. Era conocida como madre de los misioneros, consuelo de los afligidos, providencia para los pobres y desvalidos. Como ferviente terciaria franciscana, tomó el secreto de su santidad del ideal franciscano.
Su casa “nueva Betania”, se había vuelto asilo de cristianos y misioneros, perseguidos por las leyes contrarias del gobierno. Entre otros hospedó al Beato Domingo Castellet. Por delación de cristianos renegados, un día su casa se vio rodeada de guardias gubernamentales. Luisa, el Padre Domingo Castellet junto con otros cristianos fueron arrestados, maniatados y llevados a la cárcel. Arrestaron también Fray Ricardo de Santa Ana y a otros cristianos que estaban ocultos.
El 10 de septiembre de 1622 fueron sacados de las cárceles de Nagasaki y de Omura los confesores de la fe. Millares de paganos y de cristianos hicieron calle a su paso para encomendarse a sus oraciones, para ser bendecidos por ellos. La Beata Lucía Fleites, vestida con el hábito franciscano y con el crucifijo en la mano, tuvo un papel destacado en este importante evento. Con celo predicaba a Cristo y animaba a sus compañeros al martirio: “Encomendémonos a Dios con confianza, que él se encargará de asistirnos y darnos fuerza para sufrir todos los padecimientos por él. Las santas vírgenes Inés, Cecilia, Agueda, eran frágiles criaturas, y sin embargo supieron ser fuertes en el martirio. Dios tampoco nos abandonará a nosotros que nos disponemos a morir por él. Mujeres, valor!, mostrémonos fuertes y lograremos confundir a nuestros perseguidores. Jesús, esposo de nuestras almas, nos tiene preparada una corona de deslumbrante gloria. Hoy estaremos con él en el Paraíso!”.
Los guardias irritados le intimaron silencio, le despedazaron la túnica, y le volvieron pedazos el Crucifijo. Entonces en alta voz entonó el “Magnificat”. Cuando en la Santa Colina fue atada al poste, con valor exclamó: “Contad al mundo las maravillas del Señor, vosotros los presentes en este grandioso espectáculo, jamás visto. Decídselo a todos: es verdadera la religión por la cual nosotros morimos con tanto valor y alegría. Sólo el cristianismo puede obrar estos prodigios y sabe transformar tiernos niños y ancianos casi centenarios en auténticos héroes. Gente de mi patria, abrid los ojos a la luz del Evangelio. Conmovéos ante la sangre de tantos mártires derramada en este día y haced renacer en vosotros la gracia. No lloréis, antes bien, envidiad nuestra muerte y hacéos también cristianos. Sólo así seréis verdaderamente felices”. Al perseguidor que con promesas y amenazas quería persuadirla de renegar de su fe, Luisa le respondió con firmeza viril: “Soy cristiana, seguidora de Cristo, Jesús es mi esposo divino, quiero seguirlo hasta el final. Quédate con tus riquezas, Cristo es mi suerte en la tierra de los vivientes. Mi patria ya es el cielo. Si quieres salvarte, sigue también tú mi fe, y encontrarás la verdadera alegría”. Y al pueblo presente a su martirio le dijo: “Amad a Cristo y su religión, no os dejéis intimidar por las persecuciones. Vivid y difundid la fe en Cristo. Yo voy al Paraíso y oraré por vosotros y por mi querida patria, el Japón!. Hasta el cielo!”.
Fueron estas sus últimas palabras, mientras las llamas ardían a su alrededor y ella consumaba su martirio. Tenía 80 años.
Octubre 12: San Serafín de Montegranaro. Religioso de la Primera Orden (1540‑1604). Canonizado por Clemente XIII el 16 de julio de 1767.
Serafín nació en 1540 en Montegranaro, en las Marcas, hijo de Jerónimo Rapagnano y Teodora Giovannuzzi, de humilde condición pero fervorosos cristianos. A causa de la pobreza familiar trabajó cierto tiempo en calidad de mozo en casa de un campesino para cuidar el rebaño como los cohermanos contemporáneos San Pascual Bailón y San Félix de Cantalicio, en la soledad de los campos supo aprender a leer, siendo analfabeta, en el gran libro de la naturaleza y elevar su alma a Dios.
A los 18 años tocó a la puerta del convento de Tolentino. Después de algunas dificultades, fue aceptado como religioso no clérigo en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, hizo el noviciado en Jesi. Peregrinó, puede decirse que por todos los conventos de las Marcas, porque, a pesar de su buena voluntad y su máxima diligencia que ponía en el cumplimiento de los oficios que le encomendaban, no lograba satisfacer ni a superiores ni a cohermanos, que no le ahorraban reproches y castigos, pero él siempre mostró gran bondad, pobreza, humildad, pureza y mortificación. En los oficios que ejercitó de portero y limosnero, en contacto con las más variadas personas, sabía encontrar palabras oportunas y una exquisita delicadeza de sentimientos para conducir las almas a Dios.
A ejemplo del Seráfico Padre, amó la naturaleza, que le hablaba al corazón y lo elevaba a Dios. En muchos episodios de su vida parece que se reviven algunas de las más características páginas de las “Florecillas”. Desde 1590 Serafín permaneció en Ascoli Piceno. La ciudad se aficionó de tal manera a él, que en 1602, al difundirse la noticia de un traslado suyo, las autoridades escribieron a los superiores para evitarlo. Verdadero mensajero de paz y de bien, ejercía un influjo grandísimo entre todos los estratos sociales y su palabra lograba componer situaciones alarmantes, apagar odios inveterados, enfervorizar para las virtudes, mitigar las costumbres, logrando una eficaz reforma en el espíritu del concilio de Trento.
Oración, humildad, penitencia, trabajo y paciencia, mucha paciencia porque los reproches siempre eran abundantes para él. Y Dios se encargó de ayudarlo supliendo sus capacidades, en la cocina, en la portería, en el huerto, en la limosna, con milagros, intuición de corazones, el don de saber consolar a todos en forma inimitable. Por su parte siempre permaneció contento de amar a Dios, conociendo y estudiando sólo dos libros: el crucifijo y la corona del rosario.
Tenía 64 años y ya la fama de su santidad se difundía por Ascoli, cuando él mismo pidió con insistencia el viático, pero nadie creía en su próximo fin. La muerte le sobrevino el 12 de octubre de 1604. Después que expiró, simple también en la muerte, la voz del pueblo que lo llamaba santo, llegó hasta los oídos del Papa Pablo V, el cual autorizó que se encendiera una lámpara sobre su tumba.
Octubre 13: Beatos Juan, Domingo, Miguel, Tomás y Pablo Tomaki. Mártires japoneses de la Tercera Orden († 1628). Beatificados por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Juan Tomaki y sus hijos Domingo, Miguel, Tomás, Pablo, mártires japoneses, son un raro ejemplo de toda una familia verdaderamente cristiana que supo dar valientemente su propia vida por amor a Cristo.
Se había convertido a la fe cristiana por medio de San Martín de la Ascensión, uno de los primeros mártires del Japón, fue el hospedero habitual y guía de los religiosos y uno de los catequistas más activos. Su piadosa mujer a punto de morir, le dejó cuatro hijos recomendándole educarlos en la fe cristiana. Domingo de 16 años, Miguel de 13, Tomás de 10 y Pablo de 7 años. Todos los miembros de la familia eran fervorosos terciarios franciscanos, inclusive los más pequeños, que eran cordígeros de San Francisco.
A pesar de los riesgos que implicaba la colaboración que daba a los misioneros, Juan Tomaki junto con su amigo Juan Imamura ayudaba a los misioneros franciscanos y dominicanos en su apostolado. Fue descubierto por esta actividad, y con sus hijos fue llevado a las prisiones de Omura, donde se encontró con el Beato Domingo Castellet. El encuentro con este gran amigo fue para él de gran consuelo.
El 8 de septiembre de 1628 por orden del gobernador Cowachindono fueron escogidos 22 prisioneros cristianos para ser ejecutados en Nagasaki. Entre estos Juan Tomachi y sus cuatro hijos. El juez, no habiendo podido vencer la constancia del padre, intentó todo con amenazas y promesas para hacer apostatar a los cuatro hijos, pero éstos se mostraron dignos de su padre. Entonces el juez se dirigió a Pablo, de 7 años, el más pequeño, e intentó hacerlo desistir de su fe. El niño respondió con firmeza: “Mi papá y mis hermanos me han dicho que tú me sometes a la muerte, y yo estoy contento, porque iré al Paraíso, donde me espera mi madre, a la que yo tanto quiero, me espera con una bella corona. Además, en el Paraíso encontraré a Jesús, que ama tanto a los niños y les dará un reino más grande que el del Japón; allá quiero ir también yo!”. El valor de los hijos fue un consuelo para el corazón del heroico padre. Dura debió de ser la lucha interior: Juan es atado al poste para ser ajusticiado allí. Delante de él están sus cuatro hijos arrodillados y con la cabeza inclinada. El verdugo alza la espada, pero antes de golpear aquellas inocentes criaturas pregunta al padre si por lo menos en aquel momento consiente en que los hijos apostaten para salvar la vida de él mismo y la de sus hijos. Respondió: “Esta es la hora de ser fuertes. Queridos hijos, el cielo está abierto sobre nuestras cabezas. Un poco más y entraréis gloriosos a él!”. Los hijos respondieron: “Somos cristianos. Viva Jesús!”. La espada hirió a las cuatro víctimas y estos ángeles volaron de la tierra al cielo. Juan consolado por el martirio de sus hijos dio gracias al Señor y a su turno consumó el sacrificio. Padre e hijos fueron beatificados por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Octubre 14: Beato Miguel Carcano, sacerdote de la Primera Orden (1427-1484). Aprobó su culto S. Pío X el 9 de octubre de 1909.

Nació en Milán. Muy joven ingresó en la Orden de los Hermanos Menores en el convento del Santo Angel y pronto se afilió al movimiento de la Observancia, movimientoque, animado por San Bernardino de Siena, atrajo muchas vocaciones a la Orden. No se sabe la fecha de su ordenación sacerdotal. Pero consta que, de sólo 22 años participó en el Capítulo General de la Orden de 1449 en el convento de Bosco en  Mugello, Toscana. Tampoco se sabe dónde hizo los estudios y adquirió la formación humanística, filosófica y teológica que le permitió afrontar continuamente en sus predicaciones un público exigente y culto. En efecto, fue un insigne predicador de la Palabra de Dios en la difusión del Evangelio, la defensa de los pobres y en contra de la usura y toda forma de injusticia.
La primera cuaresma la predicó en Milán, de apenas 24 años, su principal campo de predicación fue la Italia del norte y del centro. De 1460 a 1462 estuvo en Tierra Santa. A su regreso continuó con el apostolado de la predicación. El Duque Galeazzo Sforza en 1471 lo expulsó de la ciudad a causa de una controversia por el dinero recolectado para la cruzada contra los turcos. En 1476 fue nuevamente expulsado porque al parecer el Duque se sintió aludido por él en sus prédicas contra la relajación de costumbres.
Con su actividad evangelizadora contribuyó a la fundación de los Montes de piedad en Milán, Padua, Bolonia y Perusa, y a la promoción de una organización sanitaria en los hospitales en pro de un trato humano y cristiano a los enfermos. Hombre de profunda piedad era muy solicitado por muchos como director espiritual, entre ellos prelados, hombres y mujeres de la alta sociedad.  Fundó hospitales para los pobres en   Como, Piacenza y Venecia. Elegido Vicario Provincial, promovió y difundió el movimiento de la Observancia invitando a la disciplina, fundando nuevos conventos, protegiendo los monasterios de las Clarisas y la Tercera Orden. Mientras predicaba en Lodi la cuaresma, enfermó gravemente y pocos días después murió, el 20 de marzo de 1484. Sus restos se conservan en la Basílica de San Antonio, en Milán.
      Octubre 14: Beatos Luis, Francisco y Domingo Mihaki. Mártires japoneses de la Tercera Orden († 1628). Beatificados por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Luis Mihaki, contraviniendo las leyes de persecución, ayudaba y daba fraterna y cordial hospitalidad en su casa a diversos misioneros. Fue descubierto y apresado junto con sus hijos Francisco, de 5 años, y Domingo de 2, y enviado a la cárcel de Omura, donde se encontró con muchos misioneros y cristianos a quienes había dado refugio.
Después de un mes de dura prisión, por orden del gobernador Cowakindono, fue conducido a Nagasaki donde, junto con sus hijos fue decapitado el 8 de septiembre de 1628 en la Colina Santa, frente a muchos paganos y cristianos que admiraron el valor y la firmeza en la fe de este heroico padre de familia que, como Abraham, inmolaba sobre el altar del Señor a sus dos inocentes hijitos.
Antes de partir para Nagasaki el Padre Luis Sotelo se había dirigido a Luis Mihaki y lo había alentado con estas palabras: “Querido hijo, tú eres querido por Dios y por él has sido escogido, junto con tus dos hijitos para el martirio. ¿Por qué me pides la bendición antes de partir? Yo espero ser bendecido del Señor misericordioso por vuestras oraciones. Yo soy gran pecador, tú en cambio y tus hijos sois inocentes palomas y nunca habéis ofendido al Señor. Para satisfaceros os doy mi bendición. El Señor os bendiga y os dé fuerza para conquistar la corona de la gloria que os espera”.
Así bendecidos y consolados, padre e hijos avanzaron hacia el suplicio de la decapitación. Sus almas purificadas por el sufrimiento volaron junto con las de los otros mártires al reino de la luz, del descanso y de la paz. Luis y sus hijos Francisco y Domingo sufrieron el martirio el 8 de septiembre de 1628.
Octubre 15: Beato Francisco de San Buenaventura. Clérigo y mártir japonés, de la Primera Orden († 1622). Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Francisco de San Buenaventura fue un discípulo predilecto del Beato Apolinar Franco, jefe del grupo de mártires japoneses y ministro provincial de los franciscanos del Japón. Catequista diligente y activo, se había dedicado a la obra de la evangelización, a la enseñanza de la doctrina cristiana a los niños y a los adultos, a la asistencia de los enfermos en las casas privadas y en los hospitales preparando a los enfermos para los últimos sacramentos y a bien morir. En todas las necesidades del apostolado fue siempre pronto y sujeto a las directivas de su Padre Superior.
Era natural de Yedo y japonés de nacionalidad, desde joven fue recibido en el seminario de los franciscanos con la intención de llegar a ser también él franciscano y sacerdote, para lo cual se dedicó con pasión a los estudios.
Cuando el Padre Apolinar Franco fue arrestado por los guardias y conducido a la cárcel a causa de la fe, Francisco estaba ausente de la casa. Lo supo solamente a su regreso. Con ánimo turbado fue al gobernador de Omura, le reprochó sus crueles delitos y su apostasía abominable (era un cristiano renegado) y le dijo que también él era cristiano y que quería compartir los sufrimientos de la cárcel y la gloria del martirio.
El gobernador, irritado con estas palabras, lo hizo arrestar y encarcelar. Así Francisco pudo nuevamente abrazar a su querido Padre y le pidió la gracia que desde años atrás deseaba: ser admitido a la vestición del hábito en la Orden de los Hermanos Menores.
En la penumbra de la cárcel se cumplió un rito conmovedor. Francisco pudo comenzar su noviciado vistiendo el hábito franciscano, pudo ser recibido entre los Hermanos Menores en calidad de clérigo con el nombre de Fray Francisco de San Buenaventura.
Para nuestro heroico religioso se inició aquel día el más singular año de noviciado, rico en fervor seráfico y de grandes sacrificios. La cárcel se había transformado en comunidad religiosa con sus horarios, con la oración en común, con la recitación del breviario y del rosario. Este tiempo de preparación no terminaría con el sacerdocio sino con el martirio. El 12 de septiembre de 1622 Francisco de San Buenaventu­ra fue condenado a ser quemado vivo y ajusticiado en Omura.
Octubre 16: Beato Tomás Tzugi. Sacerdote y mártir de la Tercera Orden (1570‑1627). Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Tomás Tzugi nació hacia 1570 de una familia noble de Sonongai, en la provincia japonesa de Omura. Recibió educación y formación cristiana en el seminario de los Jesuitas y en 1589 se hizo terciario franciscano. Consagrado sacerdote, se distinguió como predicador excelente en la ciudad de Nagasaki, empleando a menudo un lenguaje duro al denunciar escándalos y vicios.
Por esto fue forzado a emigrar a Ficata en el Chicuyen, donde continuó con ferviente celo su apostolado. En 1614 estalló en el Japón una violenta persecución contra el cristianismo y gran parte de los misioneros y sacerdotes fueron expulsados. Tomás se trasladó entonces a Macao, donde permaneció cuatro años.
Hacia 1618 regresó al Japón fingiendo ejercer el oficio de mercader. De inmediato prosiguió el ministerio sacerdotal disfrazándose frecuentemente y ejerciendo otras ocupaciones, especialmente la de fakir. La extenuante persecución, los continuos y dolorosos contrastes, el peligro de los espías provocaron en Tomás una crisis de desconfianza y desesperación, pero luego tuvo una saludable reflexión y superó felizmente la crisis y con hechos demostró haber logrado un sereno equilibrio interior.
En este período se expuso valientemente a continuos peligros con tal de ser de ayuda para los cristianos y ejerció nuevamente su apostolado en Nagasaki, mientras la persecución se hacía cada vez más cruel.
Pero un día fue sorprendido por los guardias del gobernador Feizo en la casa de un cristiano, Luis Maki, después de la celebración de la Misa. Llevado ante el gobernador apóstata, confesó la fe cristiana valientemente. Fue luego trasladado a la prisión de Omura, donde permaneció 13 meses. Las presiones insistentes de los familiares para apartarlo de la fe fueron vanas, por lo cual el gobernador lo hizo trasladar a Nagasaki para ser quemado vivo. Durante el suplicio demostró extremada serenidad confortando a los dos compañeros de martirio, Luis y Juan Maki. Murió recitando el salmo “Laudate Dominum omnes gentes” (Alabad al Señor todas las naciones), el 7 de septiembre de 1627.
Octubre 17: Beato Baltasar de Chiavari. Sacerdote de la Primera Orden (1420‑1492). Pío XI confirmó su culto el 8 de enero de 1930.
Baltasar Ravaschieri, nació en la familia de los condes de Lavagna en Chiavari, rivera de Levante en 1420. Hijo de una devota familia, creció en la inocencia, en la bondad y en la piedad. Ingresó joven entre los Hermanos Menores, estudió, se laureó en teología, fue ordenado sacerdote y se dedicó a la predicación. Era gran amigo del Beato Bernardino de Feltre.
Virtuoso y activo, fue primero elegido guardián, luego Ministro provincial en Génova. Fácil habría sido predecir para él una carrera más brillante aún en la Orden o en la Iglesia si la gota no lo hubiera atacado en forma agudísima paralizando casi del todo sus movimientos.
Del mal que lo tenía postrado hizo un constante ejercicio de gimnasia espiritual quemando las etapas de su carrera hacia la santidad. En el convento de Binasco cerca de Milán era llevado en brazos a la iglesia, allí permanecía largas horas solitario, orando y meditando. O se hacía llevar a un bosque donde confesaba a los fieles, los aconsejaba, los consolaba. En aquel bosque, lo sorprendió un día una fuerte nevada sin que nadie se acordara de él. El primero que lo encontró tuvo la sorpresa de observar que la nieve no había caído sobre su cuerpo, aquel cuerpo dolorido y paralizado que se había convertido en palestra de perfección para el espíritu.
Todos los días era llevado en brazos por los hermanos para asistir a la Santa Misa, tomar parte en la recitación del oficio divino y sobre todo escuchar por larguísimas horas, a veces casi todo el día, las confesiones de los fieles, atraídos por la fama de su santidad.
Baltasar en su inmovilidad intensificó su vida de íntima unión con Dios y ofreció sus sufrimientos físicos y morales al amor misericordioso de Jesús por la conversión de los pecadores, que en gran número supo acercar a Dios. Desde la llanura de Pavía acudían a él los devotos que le llevaban sus enfermos para que obtuviera de Dios su curación, las madres le llevaban sus niños para que los bendijera.
Seis años sufrió con perfecta serenidad de los santos el extenuante martirio de la gota. Pero ya la hermana muerte estaba por llegar para invitarlo al eterno descanso. Consumido por el mal que le había martirizado sus miembros, serenamente expiró el 17 de octubre de 1492, a la edad de 72 años. Fue sepultado en una urna de mármol.
Octubre 18: Beato Bartolomé Laurel. Religioso y mártir en el Japón, de la Primera Orden († 1627). Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Bartolomé Laurel era nativo de México. Siendo joven vistió el hábito religioso en la Orden de los Hermanos Menores y profesó la regla de San Francisco en calidad de religioso no clérigo. Se hizo compañero y amigo inseparable del Beato Francisco de Santa María, con quien en 1609 llegó a Manila en Filipinas y de allí en 1622 arribó a las costas del Japón, donde trabajó intensamente como catequista.
Atendió a la asistencia de los enfermos en los hospitales, trabajó también como médico; preparaba a los fieles a recibir los últimos sacramentos y a los paganos a abrazar la fe cristiana. Dio continuos ejemplos de humildad, mortificación, modestia y celo apostólico.
Un día en Nagasaki era huésped de la familia de Gaspar Vaz junto con el Beato Francisco de Santa María y otros terciarios. La policía irrumpió en la casa y arrestó a los dos religiosos, seis terciarios, Gaspar Vaz y su mujer María; encadenados fueron conducidos a la prisión.
Bartolomé Laurel, después de indecibles sufrimientos iluminados por la fe y el amor a Cristo, fue quemado vivo el 16 de agosto de 1627 en Nagasaki, en la Santa Colina. 
Octubre 19: San Pedro de Alcántara. Sacerdote de la Primera Orden (1499‑1562). Canonizado por Clemente IX el 28 de abril de 1669.
Pedro, promotor de una reforma en la Orden Franciscana, nació en Alcántara, Extremadura, España, en 1499. Estudió en la universidad de Salamanca de 1513 a 1515. Luego ingresó en la Orden de los Hermanos Menores en Los Majaretes. Poco después, en 1519, aun antes de ser ordenado sacerdote, fue enviado como superior a fundar el convento de Badajoz. En 1524 fue ordenado sacerdote y pasó como superior a Robledillo, de allí a Placencia y nuevamente a Badajoz, hasta que en 1532 obtuvo permiso para recogerse a una vida más retirada en el convento de San Onofre de La Lapa. En 1538 fue elegido Ministro provincial de la Provincia de San Gabriel.
Durante el período en que fue ministro provincial redactó para sus religiosos estatutos muy severos aprobados en el capítulo de Placencia en 1540. Pero el comienzo de su reforma tuvo lugar en 1544 cuando, con el consentimiento de Julio III, se retiró a la pequeña iglesia de Santa Cruz de Cebollas, cerca de Coira. En 1555 construyó el célebre convento de Pedroso, seguido de otros. Desde este momento la reforma prosperó ampliamente, el 8 de mayo de 1559 obtuvo la aprobación de Pablo IV, que le permitió su difusión también en el exterior.
Pedro de Alcántara con su reforma quería volver la Orden Franciscana a la genuina observancia de la Regla. Mediante la suma pobreza, la rígida penitencia y un sublime espíritu de oración alcanzó las más altas cumbres de la contemplación y pudo atraer a numerosos Franciscanos por aquel camino de reforma que se proponía hacer revivir en su siglo el franciscanismo de los primeros tiempos. Siguiendo sólo a Cristo pisoteó todas las demás cosas humanas, feliz de estar crucificado con El.
Fue confesor y director espiritual de Santa Teresa de Avila y le ayudó en la reforma de la Orden Carmelitana. De él escribió la misma Santa: “Modelo de virtudes era Fray Pedro de Alcántara! El mundo de hoy ya no es capaz de una tal perfección. Este hombre santo es de nuestro tiempo, pero su fervor es robusto como el de otros tiempos. Tenía el mundo bajo sus pies. Qué valor dio el Señor a este santo para hacer durante 47 años tan áspera penitencia!”.
Rico en virtudes y méritos, murió dulcemente el 18 de octubre de 1562, a los 63 años. Apareciéndosele después de su muerte a Santa Teresa de Avila, le mostró el gozo que poseía en el cielo y le dijo: “Oh feliz penitencia que me ha merecido tanta gloria en el Paraíso!”. Santa Teresa de Avila fue llamada “honra de España”, pero ella compartió este honor con su contemporáneo y coterráneo, San Pedro de Alcántara.
Octubre 20: Beato Contardo Ferrini. Profesor de la Tercera Orden (1859‑1902). Beatificado por Pío XII el 13 de abril de 1947.
Contardo Ferrini, llamado “astro de santidad y de ciencia”, nació en Milán el 5 de abril de 1859 hijo de Rinaldo y Luisa Buccellati. Educado cristianamente sobre todo por su padre, de quien recibió el influjo, sintió crecer en sí el deseo de amar sólo al Señor, en virginal consagración, y le correspondió con una vida interior alimentada de meditación, oración, comunión frecuente. Consagrado a los estudios hizo grandes progresos consiguiendo la licencia liceal en 1876 y mostrándose maduro como estudiante y coherente como cristiano, se inscribió en la facultad de jurisprudencia en la célebre universidad de Pavía. También en el nuevo ambiente mantuvo su intensa vida de piedad. El apelativo que comúnmente le daban era de “San Luis”, para indicar su temple. Delicado y cortés, amaba la poesía en la contemplación del gran libro de la naturaleza, escalando las alturas como valiente alpinista.
Su mayor ascensión fue sin embargo en el campo espiritual, presentándose como modelo de laico católico en la profunda preparación y competencia profesional. En 1880, a los veintiún años, se laureó en derecho penal. El jurado calificador descubrió en él una vocación científica, el estudio del derecho antiguo y bizantino. Obtenida una beca de estudio, fue a perfeccionarse en la universidad de Berlín, donde cultivó firmes amistades con estudiantes católicos alemanes. En 1883 tomó la libre docencia en derecho romano y comenzaba la enseñanza en la universidad de Pavía. En la cátedra tenía toda la seriedad del estudioso unida a la pasión del docente: se impuso a la admiración de sus colegas y discípulos por la lucidez y claridad de sus exposiciones, su elocución noble y fluida, su simplicidad sonriente y garbosa.
Profesor en la universidad de Mesina en 1887 y en la universidad de Modena en 1890, regresó a Pavía en 1894 y enseñó allí hasta su muerte, residiendo con sus padres en Milán. Consagrado en celibato cristiano, se inscribió en la Tercera Orden de San Francisco y en el franciscanismo aprendió y perfeccionó su seráfica espiritualidad. Al compromiso de la cátedra Contardo unió una intensa producción científica: sus escritos ascienden a más de 200. Se conservan de él elevadas páginas ascéticas. Además tomó parte en las actividades caritativas de las conferencias de San Vicente. Durante un período de verano en Suna sobre el Lago Mayor, fue atacado por un violento tifus y el 17 de octubre de 1902 entregó serenamente su alma a Dios. Tenía 43 años. Fue beatificado por Pío XII el 13 de abril de 1947. La universidad católica del Sagrado Corazón de Milán, que él había mirado y auspiciado con predilección, lo acogió como su modelo y guía, y conserva y venera sus restos.
Octubre 21: Beata María Angela Truskowska (Sofía Camila) (1825‑1899) de la Tercera Orden Franciscana Regular. Beatificada por Juan Pablo II el 18 de abril de 1993.
Nacida el 16 de mayo de 1825, en Kalisz, Polonia, de padres nobles y acomodados, piadosos cristianos y patriotas. Nacida prematuramente, era de salud frágil. Su familia se trasladó a Varsovia en 1837, y allí ella continuó sus estudios en la Academia de Madame Guérin, donde bajo la influencia del poeta Estanislao Jachowicz creció su preocupación por los pobres. A los dieciséis años sufrió de tuberculosis y debió ir a Suiza para curarse. Allí se despertó más profundamente su amor a Dios y aprendió a orar, según ella misma reconoció. Aprovechando la biblioteca de su padre estudió detenidamente los problemas sociales de la época, sus causas y efectos, aprendizaje que completaba con las informaciones que le daba su padre, juez del tribunal juvenil.
Muy dada a las prácticas de piedad, pensó en ingresar a la Orden de la Visitación, pero su confesor le recomendó seguir asistiendo a su padre enfermo. Viajando por Alemania con su padre, en Colonia sintió una iluminación del Señor que le hizo entender que su destino estaba entre los pobres. Ingresó a la Sociedad de san Vicente de Paúl y repartía su tiempo entre el servicio a los pobres, y la oración para confiarse a la voluntad de Dios. Finalmente, a los 29 años de edad tuvo una visión clara de su misión y comenzó a buscar y ayudar a los niños abandonados de los barrios pobres de Varsovia y a los ancianos sin casa. Con la ayuda financiera de su padre y el apoyo de su prima Clotilde se hizo cargo permanentemente de 6 niños, y este centro comenzó a conocerse como el Instituto de la Señorita Truskowska. La habilidad de Sofía y su dedicación atrajeron muchas voluntarias y devotos amigos influyentes, de modo que la obra del Instituto floreció.
En respuesta al consejo del P. Honorato Kozminski, su confesor y director espiritual, se hizo Terciaria Franciscana y tomó el nombre de Angela; el 21 de noviembre de 1855 ante la imagen de María, ella y su prima se consagraron a hacer la voluntad de Dios. Así comenzó la comunidad de las Hermanas Felicianas.
La Madre Angela fue una mujer de una gran visión de futuro, que supo responder a las necesidades nacientes de su tiempo y tuvo un gran sentido social unido a una profunda oración; es la primera Comunidad activa‑contemplativa en la Iglesia. Al ser suprimidas las comunidades religiosas en Polonia, ella logró mantener en secreto su comunidad; al quedar Polonia bajo el control de Austria, pudo reunir a sus religiosas y enviarlas de nuevo por el mundo. Acarició y logró realizar el proyecto del envío a América, donde se difundieron ampliamente, a partir de 1874, cuando envió y bendijo personalmente a las primeras 5 hermanas. A los 44 años, siendo Superiora General por tercera vez, entregó el gobierno de la Congregación, a causa de la sordera y la enfermedad. Pero no se desentendió de ellas, sino que siguió alentándolas con sus escritos y encuentros.
Literalmente devorada por el cáncer, murió el 10 de octubre de 1899. Pero los últimos treinta años de su vida, que podrían haber hecho que fuera olvidada, realmente fueron vida oculta que fecundó su obra en forma admirable. (Su fiesta se celebra el 10 de octubre).
Octubre 22: Beato Jacobo de Strepa. Obispo de la Primera Orden (1340‑1409). Aprobó su culto Pío VI el 11 de septiembre de 1790.
Jacobo de Strepa, de noble familia polaca, nació hacia 1340. Muy joven ingresó en la Orden de los Hermanos Menores. Por muchos años ejerció el ministerio en Rusia, fue vicario general de aquella misión y trabajó activamente por la unidad de los cristianos. Elegido obispo de Halicz, cuya sede metropolitana fue luego trasladada a Leópoli.
Como obispo y pastor de almas, Jacobo de Strepa se consagró por entero a las necesidades de la diócesis y se mostró modelo perfecto del pastor de almas. En muchos distritos el número de las iglesias era insuficiente para las necesidades de la población, para remediarlo, hizo construir nuevas iglesias, erigió nuevas parroquias y colocó allí sacerdotes de probado celo. Fundó también casas religiosas para multiplicar los medios de santificación, edificó hospitales, proveyó a los pobres con largueza y generosidad. Las rentas de su obispado eran enteramente destinadas al mantenimiento de los lugares de culto y a la caridad y beneficencia para con los pobres y necesitados.
El celoso pastor se esforzó por infundir la fe en los fieles con prácticas de devoción que produjeron frutos abundantes de santidad. Amó con tierno y filial afecto a la Santísima Virgen. En su escudo episcopal colocó la imagen de la Madre de Dios que también había hecho esculpir en su anillo pastoral. Difundió ampliamente el culto a la Santísima Virgen. Todas las tardes el pueblo se reunía en las iglesias para rezar el Rosario y otras oraciones a la Virgen. La Eucaristía fue el centro irradiador de toda su vida. En Leópoli instituyó la adoración perpetua. Tuvo la alegría de ver reflorecer en su diócesis la piedad y la moral.
Recorrió su extensa diócesis a pie, vestido con el hábito franciscano, sembrando en su camino la palabra de Dios, uniendo a su apostolado activo una vida de austeridad y de penitencia. Nombrado senador en el consejo de su patria, dio sabios consejos e hizo tomar importantes y útiles decisiones. Por su interés se frenaron en el territorio polaco las incursiones de los bárbaros, los enemigos fueron rechazados. Después de 19 años de dinámico episcopado el Beato Jaime fue a recibir el premio de sus trabajos. Murió el 20 de octubre de 1409. Por sus excepcionales méritos civiles fue proclamado defensor y custodio de su patria. Fue sepultado en la iglesia de los franciscanos de Leópoli, vestido con el hábito religioso y con las insignias pontificales. En su tumba se produjeron milagros. Su culto se difundió en Polonia, Lituania y Rusia, de donde en un tiempo venían numerosos peregrinos para invocar su protección. En su exhumación realizada en 1419, su cuerpo fue encontrado incorrupto.
Octubre 23: San Juan de Capistrano. Sacerdote de la Primera Orden (1386‑1456). Canonizado por Alejandro VIII el 16 de octubre de 1690.
Juan nació el 24 de junio de 1386 en Capistrano, provincia del Aquila, Abruzo, hijo de un barón alemán y madre abruzesa. Estudiante en Perusa se laureó y llegó a ser óptimo jurista, tanto que Ladislao de Durazzo lo hizo gobernador de aquella ciudad. Caído prisionero de los Malatesta, sufrió una crisis religiosa y en 1416 ingresó entre los Hermanos Menores. En la cárcel había meditado sobre la vanidad el mundo, como ya lo había hecho el joven Francisco. Ya no quiso volver a la vida mundana y al salir de la cárcel ingresó en la Orden Franciscana, donde San Bernardino de Siena propugnaba, en el nombre de Jesús, la reforma para el retorno a la primitiva observancia de la Regla.
Llegó a ser íntimo amigo del santo reformador, es más, lo defendió abierta y vigorosamente cuando, a causa de la devoción al nombre de Jesús, el Santo sienés fue acusado de herejía. También él tomó como emblema el monograma del nombre de Jesús, como San Bernardino, y lo llevó en sus duras batallas contra los herejes y los infieles. El Papa lo nombró inquisidor de los fratricelos; lo envió como legado suyo a Austria, Baviera, y Polonia, donde se extendía cada vez más la herejía de los husitas. En Tierra Santa promovió la unión de los armenios con Roma. Varias veces fue Vicario general de la observancia; en 1430 propuso las constituciones martinianas, llamadas así por el nombre del papa Martín V, que son una vía intermedia entre el laxismo y el rigorismo, esperando de este modo conservar la unidad de la familia franciscana, pero inútilmente.
Dondequiera que había que animar, guiar y combatir, San Juan de Capistrano alzaba su bandera con el radiante estandarte del nombre de Jesús, o una pesada cruz de madera, y se lanzaba a la refriega con teutónica firmeza e itálico ardor. Su actividad principal consistió en la predicación y en el apostolado en defensa de la cristiandad amenazada por los turcos y los herejes. Viajó incansablemente por toda Europa, tuvo contactos con varias personalidades tanto en Italia como en el exterior. En 1451 en Palestina visitó los lugares santificados por la vida de Jesús, de los Apóstoles y de María.
Tenía 70 años cuando en 1456 se encontró en la batalla de Belgrado invadida por los turcos. Entrando entre las tropas combatientes, donde era más incierta la suerte de las armas, incitaba a los cristianos a tener fe en el nombre de Jesús. Gritaba: “Sea avanzando como retrocediendo, golpeando o siendo golpeados, invoquen el nombre de Jesús. Sólo en él está la salvación y la victoria”. Durante 11 días con sus noches estuvo sin abandonar el campo. Disciplinaba militarmente sus tropas de terciarios y cruzados. Esta había de ser su última batalla y su última fulgurante victoria. Tres meses después, el 23 de octubre de 1456 moría en Vilak, cerca de la moderna Stremoka Mitrovica (Yugoslavia), la famosa Siormia romana, que en el siglo IV fue sede de diversos concilios. Entregó a sus fieles la cruz y el emblema del nombre de Jesús que le había servido hasta el extremo de sus fuerzas.
Octubre 24: Beata Josefina Leroux. Virgen y mártir de la Segunda Orden (1747‑1794). Beatificada por Benedicto XV el 13 de junio de 1920.
Josefina Leroux nació en Cambrai, Francia, el 23 de enero de 1747, fue santamente educada por padres buenos y religiosos. El 10 de mayo de 1779, a los veintidós años abandonó la casa paterna y fue recibida entre las hijas de Santa Clara en el monasterio de las clarisas de Valencennes. Al año siguiente emitió los votos. Su hermana María Escolástica, en cambio, entró a las religiosas ursulinas de la misma ciudad.
En la paz silenciosa del claustro Josefina se ocupó en servir al Señor con creciente amor, fidelidad y perfecta alegría franciscana. Pero bien pronto en la pobre tierra de Francia debía desencadenarse furibundo el huracán de la revolución. Millares de víctimas fueron puestas en prisión y sacrificadas. Los tribunales revolucionarios solamente interrogaban a los acusados, quitándoles toda posibilidad de defenderse. Sin interpelar testigos los condenaban a muerte con fútiles pretextos.
El torrente devastador pasó con violencia también a Valencennes segando inocentes víctimas: diez hermanas ursulinas y la clarisa Beata Josefina Leroux. En 1791 fueron expulsadas de su monasterio las monjas clarisas, Josefina fue hospedada por sus parientes en Cambrai. Las hermanas uruslinas con el deseo ardiente de continuar su vida religiosa, pasaron la frontera y se unieron a sus hermanas de Mous. Este exilio duró del 17 de septiembre de 1792 al 1 de noviembre de 1793, cuando las hermanas ursulinas pudieron regresar a su convento. Josefina, viendo que no le era posible regresar a su convento, deseosa de volver a la vida de comunidad, pidió ser acogida entre las hermanas ursulinas junto a su hermana sor Escolástica. El gozo de la recuperación de la vida conventual fue breve. Valencennes recayó en manos de los franceses y el huracán asoló todo.
La noche entre el 2 y el 3 de septiembre los emisarios revolucionarios, recorriendo la ciudad arrestaron a Josefina que se distinguió por una gran tranquilidad de ánimo que jamás abandonó. Al comisario le dijo que no había necesidad de tanta gente para apoderarse de una pobre mujer. Esa misma noche junto con su hermana María Escolástica fue recluida en la prisión, allí esperaron el momento solemne. El 23 de octubre de 1794 subieron al patíbulo recitando el “Te Deum” y las Letanías de la Virgen. En el cadalso tuvieron palabras de agradecimiento para los mismos verdugos a los cuales inclusive les besaron las manos. La Beata Josefina Leroux y diez hermanas ursulinas fueron asesinadas por odio a la fe, a la Iglesia y a la religión de Cristo. Cuando fue guillotinada tenía 47 años.
Octubre 25: Beato Antonio de Santa Ana Galvao, Sacerdote de la Primera Orden, primer beato brasileño. (1739‑1822). Beatificado por Juan Pablo II el 25 de octubre de 1998.
Nació en 1739, en Guaratinguetá, Estado de Sao Paulo (Brasil), en una familia profundamente cristiana. Su padre era un comerciante que pertenecía a la Tercera Orden Franciscana y del Carmen. Antonio vivió con sus diez hermanos en una casa cómoda y lujosa. Su padre, para darle una formación humana y cultural adecuada a sus posibilidades, lo envió a los trece años a Belém (Bahía), a estudiar en el seminario de los padres jesuitas, donde ya se hallaba su hermano José. Allí estuvo de 1752 a 1756, haciendo notables progresos en el estudio y en la práctica de la virtud. Quiso quedarse y ser jesuita, pero su padre lo disuadió, prefiriendo que ingresara en el cercano convento de los franciscanos descalzos reformados de San Pedro de Alcántara.
A los 21 años, el 15 de abril de 1760, ingresó en el noviciado. Durante ese período se destacó por su piedad y su celo. El 16 de abril de 1761 emitió la profesión solemne. Se comprometió también a defender el título de «Inmaculada» de la Virgen María, doctrina entonces controvertida, pero sostenida por los franciscanos.
Apenas un año después, el 11 de julio de 1762, recibió la ordenación sacerdotal. Su devoción mariana encontró expresión en la «Consagración a María» como su «hijo y esclavo perpetuo», firmada con su propia sangre el 9 de noviembre de 1766.
Terminados sus estudios, en 1768, fue nombrado predicador, confesor de los seglares y portero del convento: esta última tarea se consideraba muy importante porque, al poner en contacto con la gente, permitía hacer apostolado, escuchar y aconsejar. Fue confesor apreciado y buscado; a menudo, cuando era llamado, iba a pie incluso a localidades lejanas.
En 1769 fue enviado a São Paulo como confesor de un «Recolhimento»: casa de retiro donde se reunían mujeres piadosas para vivir como religiosas, pero sin emitir votos (en ese tiempo las autoridades no permitían fundar conventos); allí conoció a sor Elena María del Espíritu Santo, religiosa de profunda oración y dura penitencia, que afirmaba tener visiones en las que Jesús le pedía que fundara un nuevo convento. Fray Galvao, su confesor, escuchó y estudió esos mensajes, y pidió consejo a personas sabias, que los juzgaron válidos y de índole sobrenatural.
El 2 de febrero de 1774 tuvo lugar la fundación del «Recolhimento da Luz». Escribió el Estatuto, organizando la vida interior y la disciplina religiosa. Más tarde, el obispo de Sao Paulo añadió la posibilidad de emitir los votos; en 1929 el «Recolhimento da Luz» fue incorporado a la Orden de la Inmaculada Concepción.
Fue también, sucesivamente, maestro de novicios y guardián del convento de San Francisco en São Paulo. Murió el 23 de diciembre de 1822, confortado por los sacramentos. Su tumba ha sido siempre meta de constantes peregrinaciones de fieles. Es el primer beato brasileño.
Octubre 26: Beato Buenaventura de Potenza. Sacerdote de la Primera Orden (1651‑1711). Beatificado por Pío VI el 26 de noviembre de 1775.
Buenaventura nació en Potenza, Basilicata el 4 de enero de 1651 hijo de Lelio Lavagna y Catalina Pica. Pasó los primeros 15 años de su vida en gran pureza de costumbres y fervor religioso: reflejaba la pureza en el rostro y en sus ojos. El 4 de octubre de 1666 tomó el hábito religioso entre los Hermanos Menores Conventuales en Nocera dei Pagani. Después del noviciado hizo los estudios humanísticos y teológicos en Aversa, Madaloni, Benevento y Amalfi, donde fue ordenado sacerdote. Por 8 años tuvo como maestro de espíritu al venerable Domingo Giurardelli de Muro Lucano.
A pesar de su resistencia a ocupar puestos de responsabilidad, Buenaventura en octubre de 1703 fue nombrado maestro de novicios y trasladado a Nocera dei Pagani, donde se ocupó por cuatro años en la formación espiritual de los jóvenes. En junio de 1707, mientras estaba en el convento de Santo Spirito de Nápoles por razones de salud, se prodigó en la asistencia a los enfermos de cólera, epidemia que se desató en Vomero. El 4 de enero de 1710 fue destinado al convento de Ravello, donde asumió la dirección espiritual de los monasterios de Santa Clara y de San Cataldo.
Fiel imitador del Seráfico Patriarca, Buenaventura guardaba con celoso cuidado el precioso tesoro de la pobreza que brillaba en su hábito, lleno de remiendos, en su celda y en toda su vida. Por naturaleza tenía un temperamento fogoso, fácil a la ira, pero con la fuerza de su carácter y con la ayuda de Dios supo adquirir una paciencia y una dulzura inalterables. Frente a los reproches, a las injusticias y a las injurias, aunque sentía bullir su sangre en las venas y palpitar violentamente el corazón, sin embargo lograba conservar un absoluto dominio de sí mismo.
Su austeridad era inaudita. Los viernes se flagelaba hasta derramar sangre, en recuerdo de la Pasión de Cristo. Para con los pobres, los enfermos y los afligidos era compasivo y les prestaba asistencia. Como auténtico sacerdote de Cristo su magisterio era evangélico. Con una sola predicación ordinariamente llegaba a convertir a los pecadores, y a veces, como el buen pastor, iba a sus casas para buscarlos como la oveja perdida. Su confesionario se mantenía asediado de penitentes. A veces pasaba en él días enteros. Fue fervoroso y celoso devoto de la Virgen. En las predicaciones invitaba a los fieles a la confianza y al amor hacia la divina Madre. No emprendía ninguna iniciativa sin colocarla bajo su protección. La Inmaculada Concepción de María, aunque no era dogma definido, para él era una verdad de la cual no se podía dudar. Su vida estuvo marcada por carismas singulares y prodigios. Después de ocho días de enfermedad, a los 60 años, el 26 de octubre de 1711, con el nombre de María en sus labios, expiró serenamente en Ravello.
Octubre 27: Beato Luis Baba. Mártir en el Japón, de la Tercera Orden († 1624). Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Luis Baba, mártir en el Japón, nació de una familia japonesa de antigua tradición católica y fue el catequista predilecto de Fray Luis Sotelo, franciscano. Por su celo y sus capacidades catequísticas fue escogido por él como compañero de misión en los muchos y largos viajes, una experiencia que lo confirmó siempre más en su propósito de prodigarse para el servicio de la fe. De regreso de España visitó a México y luego llegó a las islas Filipinas.
La última parte del viaje de Manila a Nagasaki se realizó en un junco de japoneses, los cuales, temiendo comprometerse por haber transportado al país misioneros (era el tiempo de la dura persecución), los entregaron sin más a las autoridades, que los arrestaron y en 1622 los enviaron a Omura, donde el catequista Luis vio realizarse su antiguo deseo de ser admitido a la Tercera Orden de San Francisco y vestir su hábito.
La mañana del 25 de agosto de 1624 el gobernador de Omura notificó a Luis Baba y a otros cuatro prisioneros la sentencia que los condenaba al suplicio del fuego. Ante esta noticia el ánimo de ellos se sintió pleno de gozo y juntos dieron gracias a Dios. Antes de ser conducidos al suplicio, el gobernador los sometió a un interrogatorio preguntándoles sus nombres y su especialidad. Por todos respondió el Beato Luis Sotelo: “estos dos padres pertenecen uno a la Orden de Santo Domingo y el otro a la compañía de Jesús y se llaman Pedro Vásquez y Miguel Carvalho. De estos dos japoneses, uno es sacerdote y religioso de mi Orden, el otro, Luis Baba, antes era catequista, y yo en la prisión lo recibí en la Orden de la Penitencia de San Francisco. Todos nosotros predicamos la fe en Jesucristo y estamos prontos a morir en testimonio de esta fe”.
El gobernador tomó nota de esta declaración y los santos confesores de la fe fueron conducidos al lugar de la ejecución cerca de Omura donde habían muerto mártires también el Beato Apolinar Franco y sus compañeros. A lo largo del viaje no cesaron de predicar a Jesucristo. Al llegar al lugar establecido fueron atados a los postes y se encendieron las hogueras. El mártir Luis Baba, sintiendo aflojarse los lazos que lo mantenían atado pasó entre las llamas y se arrodilló delante del Beato Luis Sotelo para recibir su última bendición, luego regresó tranquilamente a su poste y esperó allí la muerte sonriente.
Octubre 28: Beato Rainiero de Sansepolcro. Religioso de la Primera Orden († 1304). Aprobó su culto Pío VII el 18 de diciembre de 1802.
Rainiero Sinigardi nació en Arezzo, Toscana. Todavía joven abandonó los bienes de la tierra y se consagró a Dios para asegurarse los bienes del cielo. Se hizo hermano Menor decidido a vivir la vida oculta con Cristo en Dios, siguiendo las huellas de san Francisco. Fue recibido en el noviciado de Arezzo y escogió para sí el estado de religioso no clérigo.
De inmediato se propuso la imitación de Jesucristo en la medida en que es permitido a la naturaleza humana, propósito que renovó durante toda su vida, llegando a ser modelo de humildad, de pobreza, de obediencia y de paciencia.
Cuanto más se esforzaba por ocultarse a los ojos de los hombres, tanto más glorificaba Dios su humildad con el esplendor de los milagros.
Rainiero Sinigardi parece haber sido compañero de viaje de San Francisco al Oriente. También fue amigo de Fray Maseo, uno de los discípulos predilectos de San Francisco, de quien recibió noticias detalladas respecto a la célebre indulgencia del “Perdón de Asís” o “de la Porciúncula”, recolectó diligentemente los testimonios y los transmitió por escrito para la historia.
Vivió la última parte de su vida en Sansepolcro, en la ciudad que surgió alrededor de las reliquias del Santo Sepulcro de Jerusalén. Sobre la Pasión de Jesús moldeó su propia vida, subiendo místicamente a la cruz y permaneciendo en ella hasta la muerte, en una especie de largo y afectuoso abrazo. Franciscano simple, religioso no clérigo, carente de estudios, como San Francisco, vivió en obediencia, en pobreza y castidad y sobresalió entre sus cohermanos por la humildad, la piedad y el absoluto desprendimiento de las cosas del mundo.
No esperó la muerte para ser de provecho para los necesitados y el pueblo de Sansepolcro fue el primero en aprobar los méritos de este hermano que procuraba dar todo al prójimo. La devoción popular no espera los decretos oficiales de la Iglesia. El 1 de noviembre de 1304, en el convento de Sansepolcro su alma se reunió con los Santos en el Paraíso. Desde allí voló la fama de sus milagros a otras regiones.
Octubre 29: Beato Tomás de Florencia. Religioso de la Primera Orden (1370‑1447). Aprobó su culto Clemente XIV el 24 de agosto de 1771.
Tomás nació en Florencia en 1370 de padres inmigrantes de Val d’Elsa. Pasó una juventud descarriada por su amistad con gente de la peor condición.
Pero después, edificado por la vida de piedad y de mortificación de Angel Paz y de los cohermanos de una pía unión, decidió convertirse. Después de una buena confesión, abandonó sus malas compañías y los lugares de vicio y decidió abandonar el mundo para entrar en el vecino convento de Fiesole. Se dirigió al célebre predicador Juan de Stroncone rogando ser aceptado. Por su vida escandalosa hubo un poco de duda, pero luego cuando notaron signos evidentes de conversión sincera, en 1400 fue aceptado entre los Hermanos Menores. Tenía entonces 30 años.
Muy pronto se distinguió por las virtudes de la penitencia y mortificación. Después del noviciado, fue nombrado maestro de novicios. Los muchos discípulos formados en su escuela atestiguaron el celo, la disciplina y la competencia con que atendió a este delicado oficio. En 1420, al volver de Calabria, a donde había ido junto con Juan de Strocone, fue autorizado por Martín V a dirigir la lucha contra los fratricelos de la república de Siena y del territorio de Piombino. Dos años después, San Bernardino de Siena, a la muerte de Juan de Stroncone acaecida en 1418, nombró a Tomás comisario provincial de los conventos por él fundados en Scarlino, Radicondoli y otros lugares.
En Scarlino Tomás estableció su residencia y allí permaneció hasta 1439. Instituyó allí el noviciado designando maestro de novicios al Beato Antonio de Stroncone, sobrino de Juan. En 1439, el Beato Alberto de Sarteano, nombrado por Eugenio IV legado ante los Jacobitas de Siria, Egipto y Etiopía, junto con otros cohermanos escogió como colaborador también a Tomás. Acogidos favorablemente por el Sultán de Egipto, los enviados del Papa desarrollaron su misión. El Beato Alberto enfermó y se vio forzado a regresar a Italia en 1441, por lo cual delegó al Beato Tomás para hacer sus veces, en seguida, con tres compañeros viajó a Etiopía. Dos veces fueron apresados por los musulmanes. Sometidos a los tormentos del hambre y de la flagelación, estaban a punto de ser asesinados. Fueron liberados por mercaderes florentinos, por gestión del Beato Alberto, quien logró hacer llegar a tiempo la suma necesaria para el rescate. En 1445 regresó a Italia. Cerca de Rieti se enfermó, llevado al convento de San Francisco, murió el 31 de octubre de 1447.
Octubre 30: Beato Angel de Acri. Sacerdote de la Primera Orden (1669‑ 1739). Beatificado por León XII en 1825.
Angel nació en Acri, Calabria, el 19 de octubre de 1669, hijo de Francisco Falcone y Diana Enrico. Ingresó al noviciado entre los Hermanos Menores Capuchinos de Acri (Cosenza) y después de un período de perplejidad debido al temor de no poder realizar en sí los ideales de la Orden, en 1691 emitió los votos. Terminados los estudios y ordenado sacerdote, se consagró a la predicación: una predicación simple y ardiente, despojada de retórica y acompañada de milagros, que tuvo un grande y benéfico influjo especialmente entre el pueblo del campo de la Italia meridional. En recuerdo de sus misiones dadas continuamente, solía erigir un Calvario formado por tres cruces. Pero los comienzos de su apostolado fueron desalentadores. Por eso después de un primer fracaso, rogó al Señor que le diera el don de la palabra y el Señor lo bendijo.
Fue elegido ministro provincial y varias veces superior de conventos. Cuando estaba en el púlpito las ideas le venían sugeridas en abundancia como por inspiración divina. Las primeras diócesis por él evangelizadas fueron: Cosenza, Rossano, Bisignano, San Marco, Nicastro y Oppodo Lucano. Mientras predicaba en esta última ciudad apareció sobre su cabeza una estrella luminosa que fue admirada por todos los presentes. Las conversiones fueron muchas. El demonio, envidioso de estos éxitos, varias veces intentó hacerlo interrumpir las tandas de predicación.
En 1711 el Cardenal Pignatelli invitó a Angel a predicar la cuaresma en Nápoles, en la catedral. Desde el día de ceniza la iglesia estaba abarrotada. El hombre de Dios predicó con simplicidad. Los oyentes primero sonreían, pero luego, ante la santidad de su vida, la profundidad de sus palabras, los milagros que durante la cuaresma se repitieron y las numerosas conversiones, el auditorio comprendió que las predicaciones eran de un santo.
Tema de sus predicaciones eran los “novísimos” y las demás verdades de la fe. Frecuentes en su vida fueron los éxtasis; muchas veces fue visto elevado de la tierra. Mientras predicaba algunas veces aparecía rodeado de luz celestial, otras veces se vio una blanca paloma posarse sobre su cabeza. En 1739 fue asignado al convento de Acri, su región natal. Ya estaba anciano y consumido por las fatigas apostólicas y sus conciudadanos temían que muriera lejos de su país. Pero él deseaba morir en el campo de trabajo.
Seis meses antes de su muerte fue atacado de ceguera. El 30 de octubre de 1739, a la edad de 70 años con los Nombres Santísimos de Jesús y de María en sus labios, expiró serenamente. Su sepulcro fue glorioso por sus milagros.
Octubre 31: Beato Cristóbal de Romaña. Sacerdote compañero de San Francisco, de la Primera Orden (1172‑1272). Aprobó su culto san Pío X el 12 de abril de 1905.
Cristóbal de Romaña nació en 1172 probablemente en Cesenatico. Lo que sabemos sobre su origen está en la “Vida” que de él escribió Bernardo de Bessa, su compañero en el convento de Cahors en 1304, a solos 32 años de su muerte. Se lee allí: “Cristóbal era nativo de las regiones de Romania. Ya era sacerdote y pastor en una parroquia cuando, superando dificultades y renunciando a la riqueza, decidió seguir al Bienaventurado Francisco entonces viviente, tomando su hábito y la forma de vida en la Orden de los Hermanos Menores. Recibida de San Francisco una especial bendición, se fue a la región de Aquitania, donde se consagró al servicio de Cristo buscando la perfección”.
Su juventud fue brillante por su piedad cristiana que lo preparó para la vocación al estado sacerdotal y luego a la vida franciscana. Terminados los estudios fue ordenado sacerdote. En el momento de su ingreso en la Orden de los Menores era párroco de la iglesia de Santa María de Valverde, en Cesenatico; su ingreso fue en los primeros meses de 1216 cuando tenía 45 años. En el Capítulo general reunido en Santa María de los Angeles de Asís en Pentecostés de 1216 fue destinado con otros 30 cohermanos a Francia. Fue entonces cuando se encontró con San Francisco, de quien vino a ser afectuoso discípulo. Los religiosos en Francia debían predicar el Evangelio y difundir la Orden Franciscana. Después de muchos días, llegaron al nuevo destino. La acogida no fue demasiado lisonjera; por muchos días debieron soportar frío y hambre. Pero al fin la población reconoció en aquellos hijos de San Francisco siervos de Dios, cuyo plan de vida eran la oración, el desprecio de las cosas terrenas, la generosa caridad en los hospitales. La primitiva desconfianza se cambió pronto en profunda veneración; surgieron conventos, con numerosas vocaciones.

En 1219 Cristóbal regresó a Asís al capítulo general. En aquella ocasión Aquitania fue erigida en provincia y como primer Ministro provincial fue nombrado Cristóbal. De regreso a Francia junto con otros nuevos cohermanos se dedicó a la predicación, especialmente contra los herejes albigenses que infestaban aquellas regiones. En varios lugares fundó nuevos conventos. En Cahors fundó un monasterio de clarisas, del cual fue director espiritual por muchos años. En 1224 celebró en Arles el Capítulo provincial en el cual estuvo presente San Antonio de Padua, quien había ido a Francia para predicar contra los albigenses. El encuentro de los dos santos fue para ambos de gran consuelo. Mientras San Antonio predicaba a los religiosos, apareció en medio de ellos el Seráfico Padre San Francisco con los brazos extendidos en forma de cruz. Todos lo vieron. Lo contemplaron y gozaron de verse preferidos por el Padre Seráfico. Fray Cristóbal estuvo presente en Asís el 3 de octubre de 1226, a la muerte de San Francisco. Murió la tarde del 31 de octubre de 1272, de cien años de edad y 56 de vida religiosa. 

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