Marzo 1: San Francisco
Fahelante, Mártir japonés de la Tercera Orden († 1597). Canonizado
por Pío IX el 6 de junio de 1862.
Nacido de una familia pagana. Después de un
largo catecumenado recibió el bautismo. Vivió con entusiasmo su fe, ingresó a
la Tercera Orden Franciscana y tomó el nombre de Francisco por devoción a
San Francisco de Asís. Ayudó a los misioneros en la predicación del
evangelio, como catequista en la preparación para el bautismo de los neófitos,
en la asistencia y cuidado de los enfermos en los hospitales que habían erigido
junto a los conventos de Meaco, Osaka y Nagasaki; en las escuelas, donde se
acogían numerosos niños cristianos y paganos a los cuales se impartía una
sólida instrucción. La dirección de estas obras estaba confiada a los
terciarios.
Vino luego la persecución que, como huracán, todo lo subvirtió y
destruyó. Fue grande el dolor de los cristianos cuando vieron a los padres y a
los terciarios atados como malhechores y encarcelados entre la brutalidad de la
soldadesca y los insultos de los bonzos. San Pedro Bautista al abandonar
su querida iglesia de Santa María de los Angeles, testigo de tanto fervor de
oraciones, exclamó: “Salve, María, sublime virgen, exaltada sobre los ángeles”.
Cuando el cortejo llegó ante los hospitales de San José y de Santa Ana, la
conmoción llegó al colmo. Cuando los enfermos curados asistidos por la caridad
de los padres, los vieron conducidos a la muerte, prorrumpieron en llanto: “Y
ahora ¿qué será de nosotros? ¿Quién nos ayudará y cuidará de nosotros? ¿Quién
nos confortará en nuestros sufrimientos? Ellos eran para nosotros padres,
bienhechores y ángeles tutelares!”... San Pedro Bautista los consoló:
“Animo, hijitos, recuerden que en el cielo hay un Dios que es Padre,
especialmente de los pobres y humildes. Los confío a María madre suya y
nuestra. Adiós, hijitos, adiós. Hasta el cielo!”. Entre Osaka y Nagasaki se
acrecentó el grupo con dos nuevos compañeros, Francisco y Pedro, que en un
primer momento no estaban en el número de los mártires, pero se propusieron
acompañarlos y ayudarles durante el viaje. Tuvieron que sufrir los insultos de
los soldados pero no quisieron alejarse, y finalmente también ellos fueron
encadenados, y su constancia fue premiada con el martirio, el 5 de febrero de
1597.
Marzo 2: Santa Inés
de Praga (o de Bohemia). Virgen clarisa de la Segunda Orden
(1205‑1282). Canonizada por Juan Pablo II el 12 de noviembre de 1989.
Inés vivió y murió en Praga, pero la fama
de sus virtudes se difundió aún durante su vida, por toda Europa. Desde siglos
atrás viene siendo invocada por los praguenses y checos como patrona ante Dios,
exaltada como una de las figuras más nobles de Checoslovaquia. La vida de Inés
fue extraordinaria, como lo fue también su personalidad. Hija del rey de
Bohemia Premysl Otokar I y Constanza de Hungría, nació hacia 1205, emparentada
con las principales familias reales de Europa central y de Dinamarca. Por parte
de su padre descendía del célebre matrimonio de los santos bohemios Ludmila y
Wenceslao, Santa Edwiges de Silesia era tía suya, Santa Isabel de (Turingia)
Hungría era prima suya, y Santa Margarita de Hungría su sobrina. Por algunos
años vivió entre las monjas cistercienses de Trebnica, donde Santa Edwiges le
enseñó las verdades fundamentales de la fe, las primeras oraciones, y la formó
en la vida cristiana. Luego fue enviada a la corte de Viena, donde habría de
recibir una educación digna de una futura emperatriz. Pero Inés no se sintió a
gusto. Hacía muchas limosnas, se mortificaba con ayunos y se consagró a la
Santísima Virgen con voto de conservar intacta su virginidad. Rehusó
comprometerse con el emperador Federico II y con Enrique rey de Sicilia y
Alemania, decidida a vivir solamente el ideal del Evangelio.
Habiendo escuchado noticias sobre san
Francisco y la nueva Orden de Santa Clara, también ella quiso seguir en total
pobreza a Cristo pobre. Se deshizo de todas sus riquezas y distribuyó el dinero
entre los pobres. Construyó un hospital, que confió al cuidado de los
crucíferos de la Estrella roja, fundados por ella. Luego hizo construir en
Praga un convento para los Hermanos Menores franciscanos y un monasterio para
las clarisas y con otras cinco jóvenes, hijas de las principales familias de
Praga, dio comienzo a la Segunda Orden Franciscana en su patria. Se le unieron
cinco clarisas provenientes de Trento, enviadas por Santa Clara y San
Francisco.
Gracias al ejemplo de Inés, el monasterio
de las clarisas de Praga se convirtió en un foco que dio origen a otros
monasterios de la misma Orden en Bohemia, en Polonia y en otros países. Asistía
a las hermanas enfermas, curaba leprosos y afligidos por enfermedades
contagiosas, lavaba y remendaba sus vestidos, de modo que vino a ser la madre
de los indigentes.
Santa Clara le escribió cuatro bellísimas cartas, le envió una cruz de
madera, un velo de lino y una vasija de terracota. El Señor favoreció a Inés
con carismas: éxtasis, profecía, intuición de los corazones y varios milagros.
Siguiendo el estilo de vida austera de San Francisco y de Santa Clara,
vivió en el monasterio 40 años. Rodeada de una luz celestial, a la edad de casi
80 años, el 6 de marzo de 1282 expiró serenamente en el Señor. A sus funerales
solemnísimos asistió el Ministro General de los Hermanos Menores, Padre
Bonagrazia. Sus restos, objeto de veneración de los fieles, fueron sepultados
en la iglesia del monasterio.
Marzo 3: Beato
Inocencio de Berzo, Sacerdote de la Primera Orden (1844‑1890).
Beatificado por Juan XXIII el 12 de noviembre de 1961.
Inocencio, hijo de Pedro Scalvinoni y
Francisca Poli, nació el 19 de marzo de 1844 en Niardo en Valcamonica
(Brescia), en el bautismo se le llamó Juan. Perdió pronto a su padre. Entró al
Seminario y se ordenó sacerdote el 2 de junio de 1867. Coadjutor parroquial, se
distinguió por su desprendimiento de las cosas, por la asiduidad en el
confesionario y su caridad para con los pobres, la asistencia a los enfermos y
la predicación humilde.
Nombrado por su obispo Vicerrector del
Seminario, un año después fue nuevamente destinado al trabajo pastoral
parroquial en Berzo, donde desarrolló una intensa actividad apostólica, a base
de oración, buen ejemplo y una predicación sencilla y paternal, acompañamiento
individual a las personas para conducirlas a Dios. Pero el Señor lo llamaba a
una vida más austera. Después de una mayor preparación espiritual, superadas no
pocas dificultades, pidió ser admitido entre los Hermanos Menores Capuchinos,
donde ingresó en 1874, con el nombre de Fray Inocencio.
Fue a Albino, luego al convento de la
Santísima Anunciata, como vice‑maestro de novicios; en 1880 fue asignado a la
redacción de los Anales franciscanos en Milán. Después fue a Crema, llevando a todas
partes la irradiación de su santidad. Nuevamente destinado al convento de la
Santísima Anunciata, donde encontró lo que su espíritu anhelaba: ser santo a
toda costa. En el solitario convento tenía modo de sumergirse en aquella unión
con Dios que era acorde con su temperamento, secundar su intensa ansia de
sacrificio, de penitencia y de ocultamiento. Su ideal era anularse y hacerse
olvidar, el ejercicio de prolongadas horas de oración y de contemplación, el
desempeño de los humildes oficios del ministerio sacerdotal y de aquellos
todavía más humildes de la vida conventual, como la petición de limosna de casa
en casa, con la predicación del buen ejemplo y de una buena palabra. La belleza
de su alma se transparentaba a través de estas manifestaciones.
Predicó cursos de ejercicios espirituales a
sus cohermanos, en los cuales derramó la abundancia de su espíritu seráfico. En
este ministerio de la predicación de ejercicios espirituales debió imponerse
violencia, pues no se consideraba capaz de nada.
Murió a los cuarenta y seis años el 3 de
marzo de 1890, en la enfermería del convento de Bérgamo. El Señor llamó a sí al
siervo bueno y fiel, que había vivido en la humildad y en la pobreza. Sus
paisanos de Berzo reivindicaron el cuerpo de este auténtico hijo de San Francisco.
Los documentos más preciosos de su vida son sus escritos, especialmente
los “Diarios”, colección de dichos de santos de los cuales mayormente se
alimentaba su espíritu.
Marzo 4: Beato
Cristóbal de Milán, Sacerdote de la Primera Orden (hacia 1400‑1485).
Aprobó su culto León XIII el 26 de julio de 1890.
Cristóbal Macassoli nació en Milán a
comienzos del siglo XV. Transcurrió su infancia en la inocencia y la bondad,
bajo los cuidados solícitos de sus padres. Hacia los 20 años se hizo
franciscano, cuando San Bernardino de Siena (1389‑1444) recorría las
ciudades de Italia predicando incansablemente el evangelio, y suscitando un
profundo cambio en las almas, con grandiosas conversiones, y trabajaba
intensamente para volver a la Orden Franciscana a la primitiva observancia de
la regla como la había dictado y practicado San Francisco de Asís.
Cristóbal, ardiendo en amor a Dios y a los
hermanos, recorriendo el camino de la virtud, con pureza de corazón, con una
viva confianza en Dios, en la austera observancia de la pobreza, se colocó en
el camino luminoso de San Bernardino, místico sol del siglo XV. Ordenado
sacerdote, fue insigne por su predicación y santidad, y por su entrega generosa
y sin medida al ministerio apostólico. Su fama fue creciendo, ya por las
numerosas conversiones que obró, ya por los poderes taumatúrgicos que se le
atribuyeron. Con el ejemplo y con la palabra edificó la Iglesia de Cristo.
Con el Beato Pacífico Ramati de Cerano
fundó el convento de Santa María de las Gracias en Vigevano, cuya admirable
iglesia fue construida por Galeazzo Sforza y consagrada en 1476. Allí fijó su
residencia después de una vida de gran actividad apostólica. Pronto la fama de
su santidad se extendió tan ampliamente, que aun de partes lejanas llegaban a
él numerosos fieles para pedir su oración y escuchar su palabra siempre llena
de caridad y comprensión, para que bendijera a los enfermos y a los niños. Dios
a menudo glorificó la santidad de su siervo fiel con prodigios.
Murió el 5 de marzo de 1485, a los 85 años de edad. Su cuerpo, rodeado
de la veneración de sus devotos, fue sepultado en la iglesia de Santa María de
las Gracias, en la capilla de San Bernardino. En 1810 sus reliquias fueron
trasladadas a la catedral de Vigevano. Un antiguo testimonio del culto que le
fue rendido es el cuadro del altar de Santa María de las Gracias de 1653, en el
cual el Beato es representado junto con San Bernardino al lado de la
Virgen. León XIII aprobó su culto el 25 de julio de 1890. No es raro que del
Beato Cristóbal de Milán haya tomado Manzoni el nombre y la figura del Padre
Cristóbal de Pescarenico, en su novela “Los Novios”.
Marzo 5: San Juan
José de la Cruz. Sacerdote de la Primera Orden (1654-1734). Canonizado
por Gregorio XVI el 26 de mayo de 1839
Bautizado con elnombre de Carlo Gaetano,
Juan José de la Cruz nació en Ischia el 15 de agosto de 1654, hijo de José
Calosinto y Laura Gargiulo. Con los Agustinos de la isla recibió la primera
formación, y se distinguió entre sus coetáneos por una profunda piedad.
Devotísimo de la Pasión de Jesús, se flagelaba hasta derramar sangre. A los
quince años de edad, sintiéndose atraído por la vida religiosa, por inspiración
divina escogió la Orden de los Hermanos Menores Alcantarinos en el convento de
Santa Lucía al Monte. Tomó el hábito de novicio en 1670.
Bajo la guía del padre Robles pronto
alcanzó el heroísmo en la práctica de las virtudes. Profesó en enero de 1671,
fue el más joven de los 12 frailes que el 15 de julio de 1674 tomaron posesión
del Santuario de Santa María Occorrevole en Piedimonte d’Alife, donde por
iniciativa del Santo fue construido un convento.
El 18 de septiembre de 1677 fue ordenado
Sacerdote, a pesar de su resistencia por humildad. Emulo de San Francisco
y de San Pedro de Alcántara, construyó un conventico más apartado en el
fondo del bosque, llamado «La Soledad». Más de nueve años fue maestro de
novicios en Nápoles y guardián del convento de Santa María Occorrevole.
Elegido Ministro de la nueva Provincia
Alcantarina de italianos en el Capítulo de Grumo de 1703, abrió algunas casas
en Nápoles; atrajo para la observancia a unos 200 religiosos, que al fundarse
la Provincia se habían alejado un tanto de la observancia, y reorganizó los
estudios. Terminado su mandato, el arzobispo Francisco Pignatelli lo llamó a dirigir
setenta y tres monasterios y retiros en Nápoles. Análogo encargo le hizo el
cardenal Innico Caracciolo para la diócesis de Aversa.
Al enfermarse, se retiró a la soledad para entregarse libremente a la
oración y a la dirección espiritual. Al Santo, experto director de conciencias,
desde sus primeros años de sacerdocio, recurrían célebres eclesiásticos en
busca de su consejo, como Mons. Julio Tormo, Mons. Emilio Cavalieri, el
canónigo napolitano Mazzocchi y nobles e ilustres como la poetisa Aurora Sanseverino.
También recurrían a él San Francisco de Jerónimo y San Alfonso María
de Ligorio. Popularísimo por su apostolado, realizó muchas conversiones. Fue
agraciado por Dios con especiales carismas, profecía, intuición de los
corazones, e inclusive la resurrección del marquesito Genaro Spada. Con él se
reinicia la era de los grandes reformadores. Impresionante por sus penitencias,
sus milagros y su austeridad de vida. Murió el 5 de marzo de 1734, a los 80
años de edad.
Marzo 6: Beato
Jeremías de Valaquia, Religioso de la Primera Orden (1556‑1625).
Beatificado por Juan Pablo II el 30 de octubre de 1983.
Jeremías (Juan Kostist) nació el 29 de
junio de 1556 en Tzazo, región de Valaquia, en Rumania, en el seno de una
familia que se distinguía por su fe católica en una región infestada por la
herejía. Después de una infancia y una juventud vividas santamente, a los
diecinueve años sintió la vocación religiosa, pero quiso realizar su ideal en
Italia. Su madre lo animó diciéndole que Italia era tierra de buenos cristianos
y de santos religiosos. En su viaje demoró dos años al servicio del príncipe
Esteban Bathery. Luego se puso al servicio de un médico italiano para
acompañarlo a Bari. En este revuelto puerto se encontró lo contrario de lo que
le había dicho su madre: blasfemos, borrachos, ladrones, salteadores... Cuando
pensaba volverse a su tierra natal, alguien le aconsejó dirigirse a Nápoles, a
donde llegó en un tiempo propicio para su piedad: era la cuaresma de 1578,
tiempo penitencial: iglesias llenas, procesiones devotas, gente a la escucha de
la Palabra de Dios: «Si aquí están los buenos cristianos, también estarán los
santos monjes de que me habló mi madre». Entró a la iglesia de los capuchinos,
asistió devotamente a la liturgia celebrada por los frailes, quedó muy
conmovido, y se dijo: «Seré uno de ellos».
Se presentó al provincial, quien, después de probar la vocación del
joven, lo aceptó al noviciado. Cambió el nombre de Juan por el de Jeremías, e
hizo su profesión religiosa en 1579, a los 23 años de edad. Se dedicó a
alcanzar la santidad siguiendo las huellas de San Francisco. Ejerció los
oficios de cocinero, hortelano, sacristán, limosnero. Después fue destinado a
Nápoles para atender a los enfermos de la gran enfermería provincial. Allí, en
el oficio de buen samaritano, se entrega totalmente al servicio del prójimo por
amor a Cristo. Se reservaba el cuidado de los más necesitados, los más
llagados, los más difíciles y desagradables o locos. Ninguna madre habría
cuidado a su propio hijo con tanta ternura como fray Jeremías curaba a sus
pobres cohermanos. La fama de su santidad se extendió por todas partes y mucha
gente acudía a él. Realizó milagros, se distinguió por su caridad para con los
pobres, enseñó catecismo a los niños que se sentían especialmente atraídos
hacia él. Muy devoto de la Santísima Virgen. Permaneció en su oficio hasta su
muerte, en la noche del 5 de marzo de 1625 a los 69 años de edad. Juan Pablo II
lo inscribió entre los beatos el 30 de octubre de 1983, con ocasión del Santo
Jubileo de la Redención.
Marzo 7: San Pedro
Sukeyiro, Mártir japonés, de la Tercera Orden († 1597). Canonizado
por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Pedro Sukejiro se había hecho cristiano y
franciscano seglar en Meaco, con los misioneros franciscanos, a los cuales
había prestado toda su colaboración en calidad de catequista para la
instrucción y formación de los neófitos, en la asistencia a los enfermos en los
hospitales de la misión, y en la educación de los niños de las diversas
escuelas.
Cuando en 1596 se desató la persecución de
Hideyoshi, que, como un huracán, se abatió sobre hombres e instituciones
destruyéndolo todo, los misioneros y los terciarios japoneses de Meaco y de
Osaka fueron apresados para ser llevados a Nagasaki y ser crucificados. Durante
el viaje Pedro Sukejiro y Francisco Fahelante, dos cristianos originarios de
Meaco a quienes los misioneros tenían como colaboradores inscritos en la
Tercera Orden de San Francisco, decidieron acompañar a los prisioneros
para servirles de apoyo y ayuda en las dificultades del camino.
Ocupados en este servicio voluntario, lo
hicieron tan perfectamente, que impresionaron a uno de los guardianes, que
exclamó: «Los cristianos son realmente valientes, unidos entre sí con lazos de
verdadera caridad y fraternidad». En vista de su persistencia en este servicio,
también a ellos se les decretó la orden de captura. Y de esta manera fueron
asociados a los otros prisioneros y martirizados con ellos.
La mañana del 5 de febrero de 1597 los
santos mártires llegaron a Nagasaki. Se escogió como lugar del suplicio una
parte plana de una colina que se parece mucho al Calvario, tanto en la forma
como en los senderos tortuosos por donde se llega, cerca del mar, de donde se
domina la ciudad. El gobernador había hecho levantar veintiséis cruces: las
seis del medio para los franciscanos, las demás, a los lados, para los
japoneses. En adelante aquel lugar comenzó a ser llamado “Monte de los
Mártires”, o “Santa Colina”, por la sangre de cristianos derramada a lo largo
de casi medio siglo.
En las primeras horas de la noche Fazamburo
había publicado un edicto por el cual se anunciaba la ejecución de los mártires
y se prohibía a todos bajo pena de muerte salir de la ciudad para acompañar a
los condenados. En las puertas de la ciudad se colocaron soldados con la orden
de no dejar pasar a nadie. Precauciones inútiles! En cuanto se supo que los
condenados llegaban, todos, cristianos y paganos, se precipitaron hacia las
puertas de la ciudad y como un torrente envolvieron a los guardias y se
precipitaron hacia los mártires para acompañarlos al lugar del suplicio.
Pedro Sukejiro y los demás compañeros en la mañana del 5 de febrero de
1597 como invictos héroes sufrieron el martirio de la crucifixión cantando.
Marzo 8: San Miguel
Kosaki de Isco, Mártir japonés, de la Tercera Orden († 1597).
Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Miguel Kosaki, originario de Isco, Japón,
era fervoroso cristiano y terciario franciscano, activo catequista al servicio
de los misioneros franciscanos de Meaco. Su hijo Tomás, de quince años, vivía
con los franciscanos, al servicio del altar. También él era catequista.
Cuando estalló la persecución religiosa,
Miguel con su hijo Tomás, los franciscanos y otros terciarios fueron arrestados
y condenados a la crucifixión. Mientras subían a la santa Colina, los
cristianos se postraban ante los confesores de la fe para pedirles que no los
olvidaran cuando llegaran ante Dios. Otros llevaban pañuelos para humedecerlos
en su sangre; otros se declaraban cristianos e insistían en que los llevaran
con los condenados a muerte, aunque inútilmente. San Pedro Bautista, al
ver la Santa Colina, dirigiéndose a sus compañeros, exclamó: “Hijitos, alabemos
a Dios, Señor del cielo y de la tierra. He aquí que por fin hemos llegado a la
meta. Con gozo podemos repetir con el apóstol de los gentiles: Hemos combatido
el buen combate, hemos llegado al término de la carrera, ahora nos espera la
corona de justicia que pronto será colocada sobre nuestras frentes por el Justo
Juez divino, por amor del cual vamos hacia la muerte. Valor, hijitos, todavía
un poco de sufrimiento y luego todos seremos felices en la compañía de los
elegidos!”. Los compañeros respondieron: “Amén!”, y cantaron himnos de acción
de gracias al Señor.
Fazamburo, sorprendido por esta alegría, se
dirigió a San Pedro Bautista: “¿Por qué están ustedes tan contentos
estando condenados a la muerte en cruz?”. Y él le respondió: “Para comprender
esto se necesitaría que también tú fueras cristiano. Cristo dijo:
Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia, porque de
ellos es el reino de los cielos. Los paganos no podrán nunca comprender los
tesoros de la religión de Cristo!”. Mientras tanto los mártires subían a su
calvario, mansos como corderos llevados al matadero, con el rostro sereno, con
el ánimo absorto en Dios.
Cuando el gobernador quiso tentarlos a
abandonar la fe, Tomás Kosaki le respondió: “No me apartaré nunca de mi papá.
Él me dio esta vida de lágrimas y es justo que yo vaya con él para alcanzar la
vida feliz y eterna”. Y aferrándose a Miguel, su padre, siguió impertérrito su
camino.
Miguel con sus compañeros y su hijo Tomás, al llegar a la Santa Colina,
se colocó junto a su cruz, fue atado de pies, manos y costado con lazos a la
cruz y el cuello con un aro de hierro. Luego fue levantado y clavada en tierra
la cruz, y así permaneció en espera de que se cumpliera el mismo ritual con
todos. Entonces mientras las víctimas entonaban el “Te Deum”, el obispo, desde
la casa de los Jesuitas, los bendijo uno por uno. Los soldados con dos lanzazos
en los costados, les traspasaron el corazón y les abrieron la gloria del cielo.
Marzo 9: San Luis
Ibaraki, Mártir japonés, Terciario Franciscano (1586‑1597). Canonizado
por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Luis Ibaraki, de Nagasaki, niño de apenas
once años, es como la obra maestra pedagógica de la escuela de San Pedro
Bautista y de sus cohermanos. Huérfano de padre y madre, había vivido con sus
tíos, que lo habían acogido en casa como hijo. Luego fue encomendado a los
santos León Karasuma y Pablo Ibaraki, que fueron sus preceptores. Deseando
hacerse franciscano y sacerdote, fue recibido en el seminario. Fueron sus
grandes amigos y colegas de martirio San Antonio de Nagasaki, de trece
años, y Santo Tomás Kosaki, de quince. Sereno, cordial, afable, pasó como un
meteoro de luz. Vivió como un ángel. Siempre el primero en la oración, era
acólito y cantor, servía con fervor en la santa Misa. Enseñaba catecismo a los
niños menores que él. San Pedro Bautista se dio cuenta rápidamente de la
óptima índole del muchacho y lo mantenía siempre consigo en las celebraciones
litúrgicas y en las obras de asistencia y de evangelización. Su fervor
suscitaba admiración en los mismos paganos. A un noble que quiso apartarlo de
su fe, le respondió: “Nunca me apartarás de mi fe, que está muy arraigada en
mí; más bien, ¿por qué no te haces cristiano tú? Encontrarías el secreto de la
felicidad!”.
El 3 de enero de 1597 comenzó el difícil
viaje hacia Nagasaki. En varias ciudades fue expuesto con los demás a la burla
del pueblo: pero mucha gente mostraba simpatía por los mártires, en especial
por el muchacho. En Corazu, por el camino hacia Nagasaki, el gobernador
Fazamburo trató de convencer a Luis a abandonar la fe y le ofreció riquezas y
honores a cambio de su fe, él le respondió que estaba feliz de poder renunciar
a su vida y morir por Jesús. En los últimos días lo asistieron los padres
Francisco Pasio y Juan Rodríguez.
Rechazó un nuevo asalto del gobernador que
lo provocaba a renegar de Cristo a cambio de la vida y de las riquezas. Le
respondió: “Yo de ninguna manera abandono a este Cristo que me está abriendo
las puertas del cielo y me envía sus ángeles para ponerme en la cabeza una
corona de fúlgida gloria. Quédate con tus riquezas que no quiero, yo me
contento sólo con las del cielo”.
Llegados a la Santa Colina de Nagasaki, besó la cruz en que había de ser
atado y martirizado. Recitó con Antonio y Tomás el salmo: “Alabad niños al
Señor – Laudate pueri Dominum...”. Antes de ser atravesado por las lanzas de
los soldados, gritó: “Paraíso! Paraíso!”.
Marzo 10: Beatos
Liberato de Weiss (1675‑1716), Samuel Marzorati (1670‑1716)
y Miguel Pío Da Zerbo (1676‑1716), Sacerdotes misioneros en
Etiopía, mártires de la Primera Orden. Juan Pablo II los proclamó Beatos en la
Basílica Vaticana, el 20 de noviembre de 1998, solemnidad de Cristo Rey.
Liberato Lorenzo Weis, nació en Konnersreuth, en Baviera, el 4 de enero de 1675; a los 18
años se hizo franciscano. Ordenado sacerdote, fue enviado como misionero a
Etiopía.
Samuel Antonio Francisco
Marzorati, Nacido en Biuno Superior, cerca de
Varese, el 10 de septiembre de 1670. Se hizo franciscano a los 22 años el 5 de
marzo de 1792, en Lugano, Suiza. Ordenado sacerdote, después de un período de
apostolado en su patria, fue enviado a Etiopía como misionero, donde fue
martirizado.
Miguel Pío Fasoli, nació en Zerbo, cerca de Pavía, el 3 de mayo de 1676. Hecho
franciscano y sacerdote, ejerció su apostolado en su patria por algún tiempo y
luego partió como misionero a Etiopía. Sufrió el martirio con los otros dos
compañeros.
Estos tres hermanos desarrollaron juntos un
largo apostolado en Etiopía, en medio de contradicciones y persecuciones. Con
la connivencia del emperador fueron lapidados bárbaramente por una turba. Antes
del martirio hicieron la profesión de fe y cantando el Magnificat salieron al
encuentro de la muerte, después de haber predicado el Evangelio en Etiopía con
la palabra y el servicio a los humildes necesitados.
En 1716 se desató la persecución contra los católicos. Nuestros
misioneros fueron apresados y apremiados a apostatar de la fe católica; ante su
negativa, fueron asesinados en Aba, el 3 de marzo de 1716.
Marzo 11: Beato
Juan Bautista de Fabriano, Sacerdote de la Primera Orden (c.1469‑1539).
Su culto fue aprobado por León XIII el 7 de septiembre de 1903.
Las Marcas, fertilísimo vivero de Santos y
Beatos más que todas las regiones fértiles de Italia, recuerdan a un personaje
ejemplar, nacido en Fabriano hacia 1469, de la familia Righi, el Beato Juan
Bautista.
De Juan Bautista Righi podría decirse que
fue un personaje de una época histórica y sobre todo espiritualmente diversa de
aquella en la cual vivió realmente; un personaje todavía medieval, por cuanto
se puede atribuir a este término de apasionado, sincero e inflexible, sobre
todo en sentido místico.
Ilustre por su linaje, dio muestras de
nobles sentimientos por la forma de aprender y llevar a la práctica las
enseñanzas religiosas recibidas en la familia. A lo cual añadió un carácter
incisivo enteramente suyo, el ardor en la oración, el celo en la caridad,
espiritual y material, típicos de una época en la cual los motivos religiosos
se vivían con el entusiasmo de una aventura caballeresca.
Deseoso de una vida más perfecta, leyó la
vida de San Francisco, y de inmediato reconoció en el paladín de la Dama
Pobreza su propio ideal, que ni los años ni las circunstancias podrían borrar o
alejar. Fue así como se hizo hermano franciscano menor, vivió largos años en un
convento retirado, en Forano, ocultando el fuego de su alma bajo el sayal de la
humildad y la obediencia. Para subir un grado más en la perfección se hizo
solitario en Massati, “La Romita” (la ermita), dedicándose sobre todo a la
contemplación de la Pasión del Señor. Fue un fraile sencillo, pero no
ignorante, que supo sacar provecho franciscanamente de la cultura adquirida en
su juventud y continuada en la vida de convento. Habiendo hallado su ideal de
perfección leyendo la vida de San Francisco, ahora encontraba el alimento
espiritual en la lectura de las obras de los Padres de la Iglesia. Aunque
sabio, no era soberbio, y su sabiduría no servía para alejarlo del prójimo. Más
bien le ayudaba a hacer el bien y a hacer que lo hicieran los que estaban a su
alrededor. Gastó sobre todo al servicio de los demás los talentos que el Señor
le dio y que su vocación había multiplicado.
Su vida transcurrió entre el altar y el ministerio sacerdotal, los
trabajos humildes del convento, la oración intensa y ásperas penitencias junto
con mortificaciones austeras; pasaba semanas enteras a pan y agua. A menudo
después del oficio de media noche no regresaba a su celda para permanecer en
adoración ante el sagrario. En la comunidad era modelo de obediencia,
paciencia, humildad profunda y bondad para con todos. La penitencia y el
trabajo lo fueron agotando, hasta morir a los 70 años en 1539. Su cuerpo reposa
en la iglesia de Santiago en Cupramontana. De inmediato se le rindió culto
público.
Marzo 12: Beato
Luis Orione, Sacerdote de la Tercera Orden Franciscana (1872‑1940). Fundador de la Piccola Opera
della Provvidenza. Beatificado por Juan Pablo II el 26 de octubre de 1980.
Es uno de los más grandes y conocidos
apóstoles de la caridad, surgidos en nuestro tiempo para dar un luminoso
testimonio de amor a Cristo y a los hermanos, mediante una increíble fidelidad
y devoción a la santa Iglesia de Roma y al Papa, “dulce Cristo en la tierra”.
Nacido de una familia pobrísima, sin
ninguna propiedad, sin casa, sin más riqueza que una fe viva, una gran
honestidad y un asiduo trabajo, en Pontecurone, el 23 de junio de 1872.
Muy pronto sintió la vocación sacerdotal y
religiosa, a cuya realización sólo se oponía la gran pobreza de la familia.
Pasó seis meses con los frailes franciscanos en Voghera, pero el Señor no lo
tenía para fraile franciscano. Amaba a San Francisco y su ideal de pobreza
evangélica. En toda su vida procuró vivir sus ejemplos y la espiritualidad
franciscana. Ingresó a la Tercera Orden Franciscana. Durante tres años fue
alumno entusiasta de San Juan Bosco y estuvo a su lado en su preciosa
muerte. Pero el Señor no lo quería salesiano. Entró en el Seminario diocesano
de Tortona para prepararse al sacerdocio.
A los veinte años de edad un encuentro
fortuito con un muchacho expulsado de las clases de catecismo por
indisciplinado, lo hizo convertirse en fundador. De aquel encuentro nació su
congregación: la Pequeña obra de la Divina Providencia, a la cual más tarde
añadirá la rama femenina de las Pequeñas misioneras de la Caridad. Comenzó la
gran epopeya de su caridad con un oratorio festivo urbano en Tortona, continuó
con la fundación de un pequeño colegio para vocaciones pobres, luego con las
escuelas y varias obras asistenciales.
En 1895, ya sacerdote, se dedicó con gran
celo al apostolado de la predicación y de la confesión, de la dirección
espiritual, de las misiones populares, con la ayuda fervorosa de los miembros
de su naciente congregación. Con ocasión de algunos desastres naturales que
arrasaron algunas zonas de Italia: terremoto de Mesina, de Regio, Calabria y de
Marsica, el Beato Luis Orione se convirtió en el padre de los pobres y de los
desechados de la sociedad. Su programa era: “hacer el bien siempre, el bien a
todos, nunca hacer el mal a nadie”, con gran fidelidad a la Iglesia y al Papa.
Se hizo todo para todos para llevarlos a todos a Cristo. Viajó dos veces a
Suramérica, donde aún hoy hay más de 250 instituciones en que trabajan sus
hijos e hijas.
Murió a la edad de 68 años el 12 de marzo de 1940 en San Remo. Sus
funerales fueron la apoteosis de la santidad de este humilde sacerdote. Juan
Pablo II lo beatificó en la Plaza de San Pedro el 26 de octubre de 1980.
Marzo 13: Beato
Agnelo de Pisa, Sacerdote de la Primera Orden (1194‑1236). León XIII el
4 de septiembre de 1892 aprobó su culto.
Agnelo de Pisa es gloria no sólo de Pisa,
su ciudad natal, sino de Oxford, donde murió en 1236. Recorrer, tras sus pies
descalzos su itinerario entre el Arno y el Támesis, es seguir una de las etapas
más importantes de la difusión del franciscanismo en Europa. El joven Agnelo
conoció a San Francisco en Venecia, y había sido uno de los muchos
atraídos por su palabra y por su ejemplo. A los 17 años de edad fue recibido en
la Orden por el mismo San Francisco. Siguiéndolo descalzo por amor de la Dama
Pobreza, pronto mostró sus dotes de óptimo organizador y realizador, a pesar de
su modestia de verdadero franciscano, que conservó durante toda su vida. Por
esto, muy joven, tenía apenas 23 años, fue enviado a Francia por el mismo
San Francisco, con un grupo de hermanos destinados a fundar los primeros
conventos franciscanos en París. Fray Agnelo fue el primer custodio, o superior
de las casas allí fundadas por él, dando pruebas de gran celo y de ejemplar
sabiduría. Por esto en el capítulo general de 1223, San Francisco le
encomendó una tarea todavía más exigente: la conquista espiritual de todo un
país, Inglaterra, fundando allí una Provincia Franciscana. Fray Agnelo
desembarcó en Dover con ocho compañeros, el 10 de septiembre de 1224.
Para finales de aquel año, ya había fundado dos conventos: uno en
Cornhill, cerca de Londres, y el otro en Oxford. En los años siguientes las
casas franciscanas se multiplicaron en Inglaterra por sobre toda previsión.
Fray Agnelo comprendió la importancia de los estudios y de la enseñanza para el
provenir de la Orden y de su Provincia. Oxford, donde él fundó el segundo
convento, era – y es todavía hoy – el máximo centro universitario del país. Los
Dominicos ya habían abierto allí una casa de estudios; lo mismo hicieron pocos
años después los franciscanos con fray Agnelo, que invitó a enseñar teología
allí al mismo canciller de la Universidad, Roberto Grossatesta. La escuela
franciscana de Oxford pronto adquirió grandísima importancia, y tal siguió
siendo en los siglos siguientes. Toda la provincia franciscana de Inglaterra se
hizo admirable por su virtud y su doctrina. Estos éxitos sin embargo no
disminuyeron la humildad de fray Agnelo, que no se ensoberbeció ni siquiera
cuando fue escogido como consejero del rey Enrique III, ni cuando fue sabio
mediador en las controversias políticas y diplomáticas. Por obediencia aceptó
la ordenación sacerdotal; como ministro provincial fue a Asís para el capítulo
de 1230; luego volvió a Inglaterra, por petición de los obispos del país. Se
estableció en el convento de Oxford, por él mismo fundado. Poco después murió,
a la edad de 42 años, en Oxford, en 1236. La fama de santidad bien pronto rodeó
a este inglés de Pisa, símbolo viviente de la unidad espiritual de los dos
países. Su sepulcro en la iglesia franciscana de Oxford fue destruido
durante la persecución de Enrique VIII.
Marzo 14: Beata
Josefina Gabriela Bonino, TOR (1843‑1906) Fundadora de las Hermanas de
la Sagrada Familia de Savigliano
Nació en Savigliano, provincia de Cuneo,
diócesis de Turín, el 5 de septiembre de 1843, hija de Domingo Bonino y Josefa
Ricci. Educada religiosamente en el hogar, aprende, de las palabras y el
ejemplo de sus padres, amor, respeto y generosidad para con los pobres y
necesitados.
Al trasladarse la familia a Turín, recibe
la educación con las Hermanas de San José, progresando en su vida
espiritual con la oración y los sacramentos. Vueltos a Savigliano, cuida a su
padre enfermo hasta su muerte y continúa sus práctics de vida a cristiana.
A los 18 años había hecho voto temporal de
castidad; ahora, con el deseo de desprenderse más de las comodidades
familiares, ingresa a la Tercera Orden Carmelitana y luego a la Tercera Orden
Franciscana. Se dedicó a la colaboración en las obras parroquiales. Enferma de
una neoplasia en la columna vertebral, se sometió a una dolorosa cirugía sin que
le obrara la anestesia aplicada. Su curación se considera milagrosa, y va a
Lourdes en acción de gracias a la Sma. Virgen. Muerta su madre, se consagra a
la obra “Colombo” a favor de las niñas huérfanas de Savignano, labor que es
criticada por la “gente bien” de su pueblo natal.
Finalmente se decide a fundar un instituto religioso para la educación
de las huérfanas, y su formación escolar y religiosa, y para el servicio de los
enfermos pobres. Así, a la edad de 38 años viene a ser la Superiora de su
Instituto, cargo que desempeñará con prudencia y sabiduría hasta su muerte. El
8 de septiembre de 1887 recibe aprobación diocesana su Instituto, y el 6 de
octubre toma el hábito religioso y emite los votos con 11 compañeras, y toma el
nombre de Josefina Gabriela de Jesús. Después de procurar el crecimiento de su
Congregación, muere de pulmonía en Savona, conforme a su predicción, a la edad
de 62 años, el 8 de febrero de 1906. Sus últimas palabras “¿Ha llegado el
momento? Dios mío, que se cumpla en mí tu voluntad”. Luego, dice a las
hermanas: “Rogad por mí!”. Beatificada por Juan Pablo II el 7 de mayo de 1995.
Sus restos reposan en una capillita de la iglesia de la Casa madre de la
Congregación, en Savigliano.
Abril 15: San Benito
José Labre. Peregrino, cordígero de la Tercera Orden (1748‑1783)
Canonizado el 8 de diciembre de 1881 por León XIII.
Nació en Amettes, Francia el 26 de marzo de
1748. Su familia vivía del producto de una finca, pero vivían precariamente,
pues eran 15 hijos.
Benito José era el mayor, hizo los primeros
estudios en su pueblo natal, mostrando una seriedad superior a su edad. A los
12 años de edad, su tío materno, el sacerdote Francisco José, le enseñó los
primeros elementos de latín. A los 16 años manifestó el deseo de hacerse
trapense, a lo cual se opuso su familia; cuando la madre lo reprendía por
algunos sacrificios demasiado duros para su edad, él le respondía cariñosamente
que no se preocupara, pues él debía prepararse para realizar su vocación de
Trapense. Se hizo peregrino, no por el gusto de vagar, sino para ir a pie a las
diversas trapas francesas, cuyas puertas siempre tocó en vano. Primero, era
demasiado joven, luego demasiado débil. A lo largo de los caminos pudo saciar
su sed de oración en los santuarios de Francia, España e Italia.
En Italia descubrió su verdadera vocación.
El Señor lo llamaba a una soledad mayor aun que la de los claustros: lo puso en
los caminos y en los caminos habría de permanecer, llegando a ser el «vagabundo
de Dios». Se desprendía de todo, abandonaba su cuerpo a la intemperie, vestido
de andrajos, entre insectos, las llagas corroían sus carnes, pero se elevaba
siempre más en una oración de la cual nadie podía distraerlo. Iba ceñido con
una cuerda, la de los cordígeros de San Francisco de la Tercera Orden que
le habían dado en la Basílica de San Francisco en Asís. De sus espaldas
pendía un saco que contenía todas sus riquezas: «La Imitación de Cristo», el
nuevo Testamento y el breviario que recitaba diariamente. Tenía sobre el pecho
un crucifijo, al cuello una corona, en las manos un rosario. Un bocado de pan y
alguna hierba le bastaban para su alimento diario. Lo que recibía por caridad y
juzgaba superfluo, lo distribuía a otros pobres. Casi siempre dormía al aire
libre, al pie de un árbol, al lado de una cerca. Visitó varias veces a Loreto,
Asís, Nápoles, Bari, Fabriano, Einsiedeln, Compostela, Paray‑le‑Monial.
Los últimos años de su vida los pasó en Roma, dormía habitualmente en un
rincón de las ruinas del Coliseo. Una mañana de abril de 1783 fue encontrado
desmayado en la calle que conduce a Santa María ai Monti, y murió el 16 del
mismo mes en la trastienda de un carnicero que lo había recogido. Tenía 35
años. En cuanto expiró, corrió la voz por toda Roma: «Ha muerto el Santo!».
Marzo 16: Siervo de Dios Cándido
Barbieri. Sacerdote de la Primera Orden (1819‑1907). En proceso de
beatificación.
El P. Cándido Barbieri nació en Nonantola,
provincia de Modena, el 11 de agosto de 1819. En el bautismo fue llamado José.
Realizó sus primeros estudios en la abadía benedictina local y los continuó en
el Colegio de los Jesuitas de Modena. A los 21 años, atraído por el ideal
franciscano, entró en el convento de S. Cataldo el 24 de septiembre de 1840.
Sacerdote el 23 de septiembre de 1843, se dedicó con fervor juvenil a la predicación
con gran provecho de los fieles. En 1852 fue nombrado superior del convento de
S. Francisco de Mirándola, donde se prodigó en la asistencia a los enfermos de
la peste asiática. Deseoso de salvar almas pidió partir como misionero a
América Latina. Estuvo un año en Roma en el convento de san Pedro de Montorio
para aprender español y las costumbres de los pueblos que habría de
evangelizar. El 18 de abril de 1856 se embarcó con Fr. Leonardo da Fanano,
para iniciar la misión franciscana de Montevideo. Una terrible epidemia poco
después lo privó de todos sus cohermanos, que, uno a uno murieron en sus
brazos. Sin desalentarse regresó a Italia y gestionó ante su Provincial y el
Ministro general el envío de nuevos misioneros; logró reclutar 10 sacerdotes y
algunos hermanos, que tras un difícil viaje, en que estuvieron a punto de
naufragar, llegaron a Montevideo; acogidos con vivísima alegría por aquellos a
quienes él había ayudado. Después de dos años de intenso trabajo y dinámica
reorganización, se suscitó en su contra una guerra de calumnias, hasta verse
obligado a refugiarse en Potosí, paternalmente acogido y defendido por el
obispo, vicario apostólico del Uruguay. En 1860 fue nombrado párroco de La
Cruz, en Corrientes. Allí erigió la nueva iglesia y durante 15 años trabajó en
medio de los salvajes. La revolución capitaneada por Francisco Solano López,
que agitó a Uruguay, Argentina y Brasil, causó muchas privaciones y
sufrimientos también al P. Cándido, quien a duras penas logró salvar su vida y
la de sus fieles. Los revolucionarios lo tuvieron atado tres días y tres noches
a un árbol, y uno de ellos le hizo en la cara una herida cuya cicatriz llevó
toda su vida.
Pasó luego al Brasil, bajo la dependencia del obispo de Rio Grande do
Sul, que le encomendó el cuidado pastoral de S. Luis de Missoes en 1875, en
1876 de S. Francisco de Borja, y en 1877 de San Patricio. Una grave caída
de un caballo afectó su salud hasta el punto de decidir regresar a Italia.
Antes de esto, el emperador del Brasil Pedro II lo condecoró por sus méritos y
le dio la ciudadanía brasileña. Después de 22 años de apostolado misionero
volvió en noviembre de 1878 a Mirándola, donde volvió a sus predicaciones por
pueblos y ciudades. En 1885 fue nombrado párroco y superior en S. Cataldo de Modena,
servicio que prestó durante 22 años. Murió a los 88 años de edad el 9 de enero
de 1907.
Marzo 17: Beatos
Connor O’Devany († 1612), Obispo, y John
Kearney, (1619‑1653), Sacerdote, de la Primera Orden, Mártires
irlandeses.
Beato Connor O’Devany, Obispo, de la Primera Orden, nacido en Rapphoe, condado de Donegal,
siendo joven se hizo franciscano en 1550. En 1582 el Papa Gregorio XIII lo
consagró obispo de Down y Connor, en la iglesia de Santa Maria dell’Anima, en
Roma, el 13 de mayo. En 1588 fue arrestado y pasó algunos años en prisión.
Liberado, continuó su ministerio sin hacer caso a las crecientes dificultades.
Arrestado junto con el P. Patrik O’Loughran, fueron procesados juntos. Fueron
ahorcados el 1 de febrero de 1612. Beatificado por Juan Pablo II en un grupo de
17 mártires irlandeses.
Beato John Kearney, sacerdote, de la Primera
Orden, nacido en Cashel en 1619, hijo de John y Elizabeth Nee Creagh. Se hizo
franciscano en Killkenny, estudió seis años en Lovaina, ordenado en Bruselas en
1642. En 1644, mientras regresaba a Irlanda, fue arrestado, torturado y
condenado a muerte. Logró huir, y regresó a Irlanda pasando por Calais. Se
dedicó a la enseñanza y a la predicación. Arrestado en la primavera de 1653, en
el proceso en Clonmel, la acusación fue el haber ejercido el ministerio
sacerdotal contra la ley. Ahorcado el 21 de marzo de 1653. Beatificado por Juan
Pablo II en un grupo de 17 mártires irlandeses.
Marzo 18: San Salvador
de Horta, Religioso de la Primera Orden (1520‑1567). Canonizado por Pío
XI el 17 de abril de 1938.
Este santo es en verdad una figura
singular, un santo pobrísimo, humildísimo, casi analfabeta, despreciado e
inclusive perseguido antes de ser reconocido como el «gran taumaturgo del siglo
XVI».
Nacido en España, en Santa Colomba de Farnés,
cerca de Gerona, en diciembre de 1520, de familia pobre, siguió pobre por toda
su vida. Quedó huérfano siendo adolescente, dejó su país natal para buscar
trabajo en Barcelona, donde aprendió zapatería para sostenerse él y sostener a
su hermana menor, Blasia. Una vez casada ésta, Salvador pudo finalmente seguir
su vocación religiosa. De Barcelona se fue a la abadía de Montserrat, donde fue
bien acogido por los benedictinos, que esperaban tenerlo como uno de sus
conversos, pero la vocación de Salvador era para la extrema pobreza y humildad,
por lo cual no tomó el hábito benedictino, sino que regresó a Barcelona y tomó
el hábito franciscano.
El 3 de mayo de 1551 fue recibido en el
convento de Barcelona, donde rápidamente llamó la atención de los religiosos
por su gran piedad. Se le encomendaban los trabajos más bajos y fatigosos.
Alrededor del hermano más humilde del convento, comenzaron a producirse
milagros cada vez más numerosos y ruidosos. Muy pronto se encontró con la
incomprensión de sus cohermanos y la hostilidad de los superiores. Pensaron que
el hermano campesino estaba endemoniado. Fue aislado y exorcizado para
liberarlo del demonio. Pero los milagros continuaron y el caso desconcertante
fue llevado a la Inquisición, la cual no supo pronunciarse. En cambio el pueblo
fue más lúcido para reconocer el soplo de la santidad. Alrededor del hermano
sospechoso y despreciado se acercó pronto una multitud de necesitados,
enfermos, atribulados, entre los cuales se multiplicaron los episodios
prodigiosos. Para sustraerlo a la curiosidad popular, Salvador fue trasladado
de convento en convento. Siempre se mantuvo sereno en su larga y humillante
peregrinación, contento con su trabajo y su ferviente oración.
De Tortosa fue enviado a Bellpuig, de aquí por doce años a Horta, de
aquí, con otro nombre, fue destinado a Reus, donde lo esperaban nuevas
persecuciones, un ulterior traslado a Barcelona, sede de la Inquisición. Cuando
ya no fue suficiente España para esconder sus milagros, aprovechando la
necesidad de hermanos en Cerdeña, que entonces dependía de la corona española,
fue enviado a la isla, al convento de Santa María de Jesús, última estación de
su doloroso Calvario, donde por fin encontró un verdadero asilo de paz, los
últimos dieciocho meses de su vida. Murió a los 47 años de edad en Cagliari, el
18 de marzo de 1567. Su sepulcro se hizo famoso por sus milagros. La santidad
que no fueron capaces de reconocer sus hermanos, fue siempre reconocida por el
pueblo de Dios en todos los lugares a donde fue enviado Fray Salvador. Su
cuerpo se venera en la iglesia de Santa Rosalía.
Marzo 19: San José,
Esposo de la Virgen María, padre legal de Jesús, patrono de la Iglesia,
de los obreros y de los moribundos.
Fiesta para toda la Iglesia, para los
obreros, para el padre y su familia, para los moribundos que honran a
San José como su patrono. El nombre de José es muy común y por lo mismo
son muchos los que hoy festejan su onomástico. También es fiesta para la Orden
Franciscana, pues San José es uno de sus protectores: muchos santos
religiosos le han tenido una tierna devoción. Muchos miembros de la Orden han
difundido ampliamente su culto y algunas familias religiosas de la Tercera
Orden Regular han tomado el nombre del Santo.
La historia de este personaje es muy
sencilla, como se ve por el Evangelio. Es el personaje más silencioso. Ningún
evangelista presenta una sola palabra suya. José es el jefe de la Sagrada
Familia, pero no necesita imponerse y mandar, para ser respetado y obedecido.
La autoridad de José proviene de su sabiduría, de su virtud, de su conciencia
de las necesidades reales de la familia, en la cual piensa y a la cual provee,
trabajando con sus propias manos en calidad de obrero. El es la imagen de la
sabiduría. Rectitud, honestidad, fidelidad a la palabra de Dios, laboriosidad y
obediencia son las características más destacadas de José, carpintero de
Nazaret y hombre justo.
Este modesto trabajador, como maravilloso
ejemplar de hombre justo, fue escogido por Dios para ser padre legal de Jesús y
su guardián. Fue también maestro de vida en los años de la infancia y de la
juventud del Redentor. Una enorme riqueza de virtudes debía poseer este
silencioso carpintero para ser esposo de la inmaculada María, compañero de la
Virgen, sostén y protector de la Madre de Dios.
No hay necesidad de hacer de José ningún
elogio particular. La mayor alabanza está en las tareas a él encomendadas, como
jefe de la Sagrada Familia. Desde el cielo él sigue cumpliendo místicamente
estas mismas tareas como patrono, guía y sostén de la Iglesia.
Hoy se habla mucho de pobreza, de servicio a los necesitados, de
testimonio, de caridad hacia el prójimo, de justicia social, de tareas
apostólicas por desempeñar en medio de la comunidad eclesial. Se habla y se
habla... Un diluvio de palabras! San José vivió concretamente estos
ideales trabajando y callando. Pablo VI dice: «San José es el tipo del
Evangelio que Jesús anunciará como programa para la redención de la humanidad,
es el modelo de los humildes que el cristianismo lleva a grandes destinos, es
la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se
necesitan grandes cosas, sino que bastan y se requieren virtudes comunes,
humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas».
Marzo 20: Beato
Hipólito Galantini, Religioso de la Tercera Orden (1565‑1619). Fundador
de la congregación de la Doctrina Cristiana. Beatificado por León XII el 12 de
julio de 1825.
Hipólito Galantini nació en Florencia de
una familia de trabajadores muy honesta. Fue tejedor de paños siguiendo la
antiquísima tradición artesanal florentina. Serio, honrado, reflexivo, dedicaba
las horas libres de su trabajo a la educación religiosa de los muchachos,
especialmente de los muchachos de la calle. Se asoció con otros artesanos
igualmente honestos, serios, silenciosos y reflexivos. En la enseñanza
catequística demostró tanta aptitud que el cardenal Alejandro de Médicis,
después Papa León XI, lo nombró maestro de la doctrina cristiana para la
arquidiócesis de Florencia.
Deseoso de mayor perfección, pidió ser
admitido entre los Capuchinos, pero por su mala salud no pudo realizar su
sueño. Retomó su actividad religiosa didáctica con nuevo empeño y a la vez
ayudando en el trabajo manual a su padre.
El 14 de octubre de 1602 en un oratorio que
le donaron sus conciudadanos, tomó el hábito de terciario franciscano y fundó
la Congregación de San Francisco de Asís para la Doctrina Cristiana. En
otras ciudades fundó iguales Congregaciones, como en Lucca, Pistoya, Modena,
Volterra y en otros lugares, donde permaneció por algún tiempo. Auténtico hijo
del pueblo, Hipólito se consagró totalmente al apostolado de la instrucción
religiosa a favor de las clases más modestas. En el campo práctico del
apostolado indudablemente es una de las figuras más destacadas. Pertenecieron a
su Congregación personajes de alto rango social que no se sentían humillados de
unirse a él, pobre obrero, para hacerse maestros de catequesis para el pueblo.
Durante 14 años padeció atroces sufrimientos, que soportó con gran
espíritu de sacrificio y resignación. Murió en Florencia el 20 de marzo de
1619, a los 54 años de edad, llorado unánimemente por todos. Tanta era su fama
de santidad, que su sepulcro se convirtió en meta de devotas peregrinaciones.
Personas de toda condición acudían para pedir a Dios gracias por los méritos de
su bienaventurado siervo.
Marzo 21. Beato
Juan de Parma, Sacerdote, ministro general de la Primera Orden (1208‑1289).
Aprobó su culto Pío VI el 1 de marzo de 1777.
Juan Burali nació en Parma en 1208.
Poseyendo particulares dotes intelectuales, por consejo de un tío sacerdote,
capellán del hospicio de San Lázaro, emprendió los estudios con gran
provecho. Muy joven obtuvo el doctorado en filosofía y fue encargado de la
enseñanza de la lógica en su nativa Parma. Pero más que la sabiduría humana, lo
atrajo el espíritu evangélico de la regla de San Francisco de Asís. En
1233, a los veinticinco años de edad, entró en la Orden de los Hermanos
Menores, mientras era ministro general fray Elías. Después de la profesión los
superiores, dada su cultura, lo enviaron a París para perfeccionar sus
estudios; allí fue ordenado sacerdote. Comenzó una intensa actividad
apostólica; se distinguió en la predicación por el contenido doctrinal, la
forma agradable de la exposición, por el bello timbre de su voz, que estimulaba
a escucharlo. Conocía bien la música y cantaba magníficamente. El mismo Papa lo
llamó para escuchar su predicación.
Los superiores lo encargaron de la
enseñanza de la teología en los estudios de la Orden de Bolonia, Nápoles y
finalmente en París, donde comentó la Biblia y las Sentencias. En el Capítulo
general de la Orden en Lyon en 1247, Juan, de cuarenta años, fue elegido
Ministro General y fue el sexto después de San Francisco, desempeñó este
oficio por diez años. No era tarea fácil pues dentro de la Orden bullían
disensiones sobre la pobreza y el método de vida de los Hermanos. Quiso tomar
contacto con todas las comunidades dispersas en los países europeos: se sometió
a continuos y fatigosos desplazamientos a pie. Se presentó a todos no como
superior sino como siervo, dando ejemplo de gran humildad, de suma prudencia y
de austeridad. En 1240 en Inglaterra se entrevistó con el rey Enrique III, en
el mismo año visitó en Francia a San Luis IX, de partida para la cruzada.
Inocencio IV lo envió a Costantinopla como ángel de paz para tratar sobre la
reunificación con el patriarca Manuel II. No obtuvo ningún resultado, pero la
personalidad del legado fue objeto de estima y admiración por parte de los
griegos mismos por su vida ejemplar y su cultura. Vuelto a occidente, regresó a
París, logró calmar los espíritus con sus pacientes modales, para la readmisión
de los religiosos en la enseñanza en la universidad, contra las consignas de
Guillermo de Sant Amore.
Dentro de la Orden chocaban dos tendencias: la de los celantes
espirituales por un retorno rígido a la pobreza y la de los conventuales por
una interpretación más benigna. En el capítulo general del 2 de febrero de 1257
Juan presentó su dimisión y fue sustituido por San Buenaventura. Se retiró
por treinta años al eremitorio de Greccio donde vivió en gran austeridad y
contemplación. Juan XXI y Nicolás III le propusieron el cardenalato, pero él lo
rehusó humildemente. El Papa le encomendó una nueva misión de conciliación a
Grecia, pero durante el viaje enfermó y murió el 19 de marzo de 1289 en
Camerino, donde fue sepultado en la iglesia de San Francisco. Sus huesos
fueron trasladados a la catedral en 1873, y fueron meta de peregrinaciones.
Marzo 22. San Bienvenido,
Obispo de Osimo, de la Primera Orden (1188‑1282). Martín IV aprobó su
culto como santo en 1284.
Bienvenido Scotívoli nació en Ancona en
1188; estudió derecho en Bolonia bajo la guía de San Silvestre Guzzolini,
canónigo de Osimo, después fundador de los monjes Silvestrinos. Nombrado
capellán pontificio, luego arcediano de Ancona. El 1 de agosto de 1263 fue
nombrado administrador de la diócesis de Osimo, que había sido unida a la
Numana por Gregorio IX en castigo por su adhesión al partido de Federico II.
Restablecida la sede el 13 de marzo de 1264 Urbano IV le confió su gobierno a
Bienvenido, que en 1267 fue también encargado por Clemente IV del gobierno de
la Marca de Ancona. En este período ordenó sacerdote a san Nicolás de
Tolentino. Fue devotísimo de San Francisco, acogió en su diócesis a los Hermanos
Menores y pidió pertenecer a la primera Orden. Vistió con fervor el hábito y se
empeñó en vivir el espíritu seráfico.
Bienvenido fue un gran reformador. Por una
disposición del 15 de enero de 1270 prohibió al monasterio de
San Florencio de Pescivalle, del cual era administrador, enajenar los
bienes. En un sínodo habido el 7 de febrero de 1273 prohibió la venta de las
propiedades eclesiásticas y en 1274 puso en marcha las reforma del capítulo de
la catedral y defendió los derechos de la diócesis sobre la ciudad de Cingoli.
En su ministerio episcopal siempre tuvo
como única meta promover la gloria de Dios, despreciar las riquezas y las cosas
del mundo, trabajar intensamente por el bien de su alma y de las almas
confiadas a sus cuidados. En su actuación sabía unir la fortaleza y la suavidad
de los modales, para el triunfo de la justicia y de la paz en el vínculo del
amor. Fue un verdadero y buen pastor de su rebaño y vigilante custodio de las
leyes de Dios y de la Iglesia. Celoso en la predicación evangélica y en la
instrucción catequística, muchas veces visitó la diócesis, celebró un sínodo
diocesano en el cual dictó sabias normas para promover la disciplina
eclesiástica. Promovió la cultura y la formación de los nuevos levitas, que
preparaba para el sacerdocio, con palabra inspirada, con el buen ejemplo, y con
su vida santa.
Bienvenido murió el 2 de marzo de 1282, a los 94 años de edad. Fue
sepultado en la iglesia catedral de Osimo en un noble mausoleo, por disposición
del clero y el pueblo. Sobre su sepulcro tuvieron lugar gracias y milagros.
Marzo 23: Beato
Marcos de Montegallo, Sacerdote de la Primera Orden (1425‑1496). Aprobó
su culto Gregorio XVI el 20 de septiembre de 1839.
Marcos nació en 1425 en Fonditore, poblado
del común de Montegallo, donde su padre, Claro de Marchio, se había retirado
hacía algunos años para huir de las feroces facciones que azotaban a Ascoli
Piceno. Regresó a esta ciudad para facilitar los estudios a Marcos, que pronto
pasó a la Universidad de Perusa y de aquí a Bolonia, donde se doctoró en Leyes
y Medicina. En Ascoli ejerció un tiempo la profesión de médico. Para satisfacer
los deseos de su padre, en 1451 se casó con Clara Tibaldeschi, noble mujer, con
la cual vivió en continencia. A la muerte de su padre, al año siguiente, de común
acuerdo los esposos abrazaron la vida religiosa, ella acogida entre las
clarisas del monasterio de Santa Clara de las Damas Pobres en Ascoli, él en el
convento de los Hermanos Menores de Fabriano.
Hecho el noviciado en Fabriano, fue
superior en San Severino, luego comenzó la misión de predicador, bajo la
guía del gran cohermano y coterráneo San Jaime de la Marca. Las principales
llagas de su siglo eran las guerras civiles y la usura, ejercida sobre todo por
los hebreos. Marco con fervorosa predicación llevó la paz y la concordia y
calmó las facciones en Ascoli, Camerino, Fabriano y en otras ciudades. Contra
el abuso de los hebreos instituyó Montes de Piedad en Ascoli (1458), Fabriano
(1470), en Fano (1471), en Acervia (1483), en Vicenza (1486), en Ancona, Camerino,
Ripatransone y en Fermo (1478).
En 1480, junto con otros cohermanos, fue
nombrado por Sixto IV predicador y colector para la cruzada. También fue
director espiritual de la Beata Camila Bautista Varano. Encontró tiempo para
escribir también algunas obras, entre ellas «La Tavola della Salvezza», que
imprimió en Florencia en 1494.
El 19 de marzo de 1496 en Vicenza, donde
estaba predicando, fue sorprendido por la muerte y fue sepultado en la iglesia
franciscana de San Biagio Vecchio, donde fue objeto de culto público. «En
Ascoli Piceno hay en la iglesia franciscana una pintura del beato, fechada en
1506. En Montegallo se erigieron altares en su honor. No mucho después de su
muerte fue compuesta una alabanza rítmica latina que exalta su vida santa.
Marcos de Montegallo pertenece al numeroso grupo de predicadores del
Evangelio y de la penitencia del estilo, inalcanzable por su equilibrio
sobrenatural, de San Bernardino de Siena. Ellos produjeron una primavera
de vida cristiana, una florescencia extraordinaria de santidad.
Marzo 24: Beato
Diego José de Cádiz. Sacerdote de la Primera Orden (1743‑1801)
Beatificado por León XIII el 23 de abril de 1894.
Diego José nació en Cádiz, en España, el 30
de marzo de 1743, hijo de José López Caamao y Garcia Pérez de Rendón de Burgos,
ambos ilustres. Huérfano de madre a los 9 años; fue admitido al noviciado de
los Hermanos Menores Capuchinos de Sevilla, donde emitió la profesión religiosa
el 31 de marzo de 1759; después de siete años en los cuales realizó sus
estudios filosóficos y teológicos fue ordenado sacerdote en Carmona, a los 23
años de edad.
Impulsado por vocación y por temperamento
al apostolado activo, trabajó intensamente con la palabra y los escritos para
difundir la fe y excitar el fervor religioso del pueblo español propugnando la
cruzada contra los revolucionarios franceses (1793‑1795). De ello queda como
testimonio su libro: «El soldado católico en guerra de religión», dirigido en
forma de carta a su sobrino Antonio, enrolado como voluntario.
Propagador eficaz de la devoción a la
Santísima Trinidad y a nuestra Señora, la Madre del Divino Pastor, fue elegido
consultor y teólogo en varias diócesis, canónigo honorario en muchos cabildos
catedralicios, socio de universidades e institutos culturales.
Fue capellán militar modelo. La sana
educación clásica, su innato buen sentido, la tradición franciscana, lo
salvaron del conceptismo gongorista que predominaba en su tiempo; se mantuvo en
la línea de la predicación evangélica recomendada por San Francisco, que,
siendo la más sencilla, es también la más sobria y la más eficaz. Surgido
también él, como San Antonio de Padua, del retiro voluntario en el
silencio humilde, se manifestó luego elocuente, con una elocuencia docta y
cálida (se conservan unos 3.000 sermones suyos) que le valió los títulos del
San Juan Crisóstomo del siglo XVIII o de Santo Tomás redivivo. Tuvo tanto
ascendiente sobre las tropas españolas que pudo impedir una revuelta contra los
franceses residentes en Málaga, provocada por la decapitación de Luis XVI.
Convencía a sus hombres insertando la piedad religiosa en la vida
concreta de ellos, por ejemplo, predicaba a los cadetes de caballería de Ocaña
sus deberes de soldados comentando cristianamente el reglamento militar. En los
últimos años del siglo, la figura atlética de Diego José, con su palabra
vibrante, sostuvo la reacción católica española contra las ideas y las armas de
la Revolución francesa.
Murió en Ronda (Málaga) el 24 de marzo de 1801, a los 58 años, después
de 32 años de intensa vida misionera, dejando numerosos escritos y preciosas
cartas espirituales
Marzo 25: Anunciación
del Señor
Dios no vino al mundo por la fuerza. El
«sí» de María realiza definitivamente la alianza. En ella está todo el pueblo
de la Promesa: el antiguo (los hebreos) y el nuevo (la Iglesia). El Señor está
con ella, Dios es nuestro Dios y nosotros somos por siempre su pueblo. El Hijo
de Dios, haciendo su primera entrada al mundo, dijo su primer «sí»: «He aquí
que vengo para hacer tu voluntad». Recibe la respuesta del Padre, el cual,
después del ofrecimiento generoso de la pasión, sellará con la resurrección, en
el Espíritu Santo, la salvación presentada a todos a través de la Iglesia.
La encarnación es también el misterio de la
colaboración responsable de María en la salvación recibida como regalo. Nos
hace ver que Dios, para salvarnos, ha escogido el método de pasar a través del
hombre: «... y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros... y hemos visto
su gloria». (Jn 1,14).
La solemnidad de hoy que en otro tiempo se llamaba:
Anunciación de María, hoy en cambio se llama: Anunciación del Señor. Es el
Señor quien se encarna en María de Nazaret. Es Dios quien elige por madre de su
propio Hijo a una muchacha israelita, en Nazaret, ciudad de Galilea.
Protagonista de la escena del angélico anuncio es María, pero protagonista del
misterio de la anunciación es el Señor mismo, que en la Virgen tomará carne de
hombre.
Es importante no confundir al Redentor con
su Colaboradora, el sacerdote universal con la medianera universal, el plan de
la salvación con su purísimo instrumento: la sierva de Dios con la voluntad de
él.
Fiesta del Señor, por tanto, en cuya luz se
exalta y se define la figura de María: «humilde y más que cualquier otra
criatura». Solemnidad para la Iglesia y fiesta cara a todos los cristianos. En
efecto el momento en que la muchacha de Nazaret pronuncia su «sí», acepta que
se haga la voluntad del Señor, es un momento que dividió para siempre la
historia del mundo. En aquel momento la eternidad entra en el tiempo. Dios se
vuelve historia. La Anunciación del Señor celebra tan fulgurante injerto que
tiene su flor en la Navidad y su fruto maduro en la Pascua.
No se equivocaban los antiguos florentinos
cuando no hacían comenzar su año civil con el primero de enero ni con Navidad,
sino con el 25 de marzo, día de la anunciación del Señor, es decir, de la
encarnación del Verbo, fecha con la cual se comienza la historia, no de una
ciudad o de una civilización, sino de toda la nueva humanidad. El 25 de marzo
tiene lugar la solemnidad que pone de relieve también a María, la anunciada.
Este adjetivo es el atributo más bello de María, o sea de la mujer que, como
flor de toda la humanidad, se hace digna de llegar a ser purísima colaboradora
en la obra de la salvación universal de la humanidad.
María al anuncio del ángel Gabriel acogió en la fe la palabra de Dios y,
por la acción misteriosa del Espíritu Santo, concibió y con inefable amor llevó
en su vientre al primogénito de la nueva humanidad, que debía dar cumplimiento
a las promesas hechas a Israel y revelarse al mundo como el Salvador esperado
de las naciones.
Marzo 26: Ven. Juan
Bautista de Borgoña. Sacerdote de la Primera Orden (1700‑1726). En
proceso de beatificación.
Nació en Borgoña, Francia, vivió en Roma y
murió en Nápoles. Parece haber sobrevolado la tierra respirando aires de cielo.
Vivió en el silencio en una serena fortaleza, inmolándose al Señor en una larga
y continua enfermedad, con su muerte se inició una lluvia de gracias y favores.
Fue llamado ángel por la pureza, mártir por sus sufrimientos, serafín de amor a
Dios y a los hermanos.
Nació el 30 de julio de 1700, en Nozerly,
muy pequeño quedó huérfano de padre y madre. Recibió la primera comunión y la
confirmación en la iglesia franciscana del lugar. A los 12 años, por interés de
su hermano mayor, camarero de Clemente XI, fue a Roma y frecuentó el Colegio
romano de los Jesuitas. Su director espiritual lo definió como «un ángel, en
todo semejante a San Luis Gonzaga». Fascinado con el retiro de
San Buenaventura junto al Palatino, que San Pío X definió como
«semillero de santos y de doctos», a pesar de la oposición de sus familiares
ingresó a la comunidad, aunque conocía los rigores de aquel convento. Hizo el
noviciado en el santuario de Santa María de las Gracias en Ponticelli Sabino
(Rieti), emulando a los santos que allí habían vivido: San Carlos de
Sezze, San Leonardo de Puerto Maurizio, el Beato Buenaventura de
Barcelona, etc. Con una fatal caída mientras regaba el jardín, comenzó su
doloroso calvario. Hizo sus estudios filosóficos en el Retiro de
San Cosimato en Vicovaro (Roma), los teológicos en el Palatino de Roma,
siempre con mala salud. Feliz de unirse a los dolores de la pasión de Jesús,
enfrentó gozosamente indecibles sufrimientos, repitiendo a menudo: «El Señor me
hace padecer, porque me quiere!». «De la cruz al Paraíso no hay sino un paso!».
Admirando su resignación, los superiores quisieron que fuera sacerdote. En el
año Santo de 1725 en San Juan de Letrán, el papa Beato Clemente XIII lo
ordenó sacerdote. Mientras le imponía las manos, edificado por su rostro
angelical, exclamó: «Hijo mío, hazte santo pronto!». Para curarlo de un mal
obstinado y misterioso, fue enviado por un tiempo a los conventos del Lacio:
Montorio Romano, Fara Sabina, Vallecorsa y finalmente a Nápoles, en la
enfermería interprovincial de Santa Cruz. A pesar de los muchos cuidados de los
cohermanos y de insignes médicos, después de 10 meses murió santamente el 22 de
marzo de 1726, a la edad de 26 años. Aún hoy sigue siendo un modelo para los jóvenes
y para los huérfanos, un ejemplo para los enfermos, una perla sacerdotal. Su
glorificación es pedida por Francia, Alemania y la Orden Franciscana de los
Hermanos Menores.
Cinco pontífices tuvieron que ver con él: Clemente XI lo llamó a Roma,
Benedicto XIII lo ordenó sacerdote, profetizándole su santidad, Pío IX ordenó
que sus restos fueran trasladados de Nápoles a Roma y enterrados en la iglesia
de San Buenaventura junto al Palatino, Benedicto XV con el título de
venerable aprobó sus virtudes en grado heroico, Juan Pablo II espera llevarlo a
la glorificación.
Marzo 28: Beata
Juana María de Maillé, Viuda de la Tercera Orden (1331‑1414).
Beatificada por Pío IX el 27 de abril de 1871.
La Beata Juana María de Maillé es un
ejemplo ideal de mujer noble terciaria. Viuda y virgen de un valiente, el barón
de Silly. En la penitencia y en la caridad pasó su larga vida desenvolviendo
una acción religiosa y patriótica en la corte de Carlos VI y entre los grandes
de Francia para salvar la nación de las luchas civiles y de los ingleses. El
deseo de la vocación evangélica la impulsó al apostolado y a la penitencia
solitaria por los caminos de una despojada pobreza.
Juana María de Maillé nació el 14 de abril
de 1331 en el castillo de La Roche, en la diócesis de Tours. Tuvo una primera
visión de la Virgen María y del Niño Jesús en 1342 y se consagró a honrar la
Pasión de Cristo. Recibió la primera educación religiosa de un Padre
Franciscano, confesor de la familia; él le enseñó el amor ardiente a Cristo
muerto por la salvación de la humanidad, a nuestra Señora, Madre de Dios y
Madre de los hombres, y al Seráfico Pobrecillo San Francisco. Ella se
empeñó en imitar sus virtudes, especialmente el amor a la pobreza, a la
humildad y a la oración, y se hizo hija suya militando entre los hermanos y las
hermanas de la Penitencia de la Tercera Orden Franciscana.
Su tutor en 1347 decidió casarla con
Roberto de Silly. Los dos jóvenes esposos decidieron de común acuerdo conservar
la castidad y se dedicaron a socorrer a los desventurados durante la gran
epidemia de peste negra en los años 1346‑1353. Roberto, capturado por los
ingleses y rescatado a precio de su fortuna, murió en 1362.
Juana María, como en otro tiempo Santa Isabel de Hungría, fue expulsada
brutalmente por la familia de Silly. Ella perdonó generosamente a cuantos le
habían procurado tanto dolor y bendijo a Dios en el momento de la prueba. Se
retiró a Tours para dedicarse a la oración y a las buenas obras. Hizo voto de
perpetua castidad en las manos del arzobispo de Tours y entró en el hospicio de
los enfermos, decidida a llevar una vida sacrificada por el bien de los
hermanos pobres, enfermos y necesitados, como hacían los primeros terciarios
franciscanos. Perseguida por la malevolencia de los que la rodeaban, se retiró
al eremitorio de Planche de Vaux, donde llevó vida contemplativa. Obligada por
las condiciones de salud a regresar a Tours en 1386, se fue a vivir junto al
convento de los Cordígeros, nombre popular de los Franciscanos, y se puso bajo
la dirección del Padre Martín de Bois Gaultier. Su celo la llevó varias veces a
la corte de Carlos VI, el rey loco, ya a Tours, ya a París, para intentar que
corrigiera sus costumbres. Fue favorecida con carismas místicos, era consultada
en todas partes y admirada por sus penitencias y por su santidad. Murió el 28
de marzo de 1414, a los 82 años. Su cuerpo fue sepultado con la túnica de las
Clarisas.
Marzo 29: Beato
Luis de Casoria. Sacerdote de la Primera Orden (1814‑1885). Fundador de
las Hermanas Hijas de Santa Isabel. Beatificado por Juan Pablo II el 18 de
abril de 1993.(Su fiesta el 30 de marzo).
Luis nació el 11 de marzo de 1814 en
Casoria (Nápoles), hijo de Vicente Palmentieri y Cándida Zegna. Duró poco
tiempo colocado como aprendiz donde un ebanista napolitano, pues reinició los
estudios para el sacerdocio. La pobreza de sus padres lo movió hacia la vida
religiosa y en 1832 fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores. Enviado
como novicio a Lauro, cerca de Nola, permaneció allí hasta la ordenación
sacerdotal. En 1841 se le encomendó la enseñanza de la filosofía, matemáticas,
física y química. Mientras oraba en la iglesia de San José dei Ruffi, en
Nápoles, sufrió un desmayo, de modo que cayó en tierra sin sentido. De allí en
adelante se dedica a las más variadas obras sociales y de caridad. Instituyó
una enfermería y una farmacia para los franciscanos enfermos. Se prodigó por la
difusión de la Tercera Orden en Campania, inculcándole la caridad, pues, decía:
“La Tercera Orden sin una obra de caridad, ni me agrada ni la deseo”.
En 1854 el sacerdote genovés Juan Bautista
Olivieri le inspiró la obra destinada al rescate y a la formación cristiana de
los niños africanos negros vendidos como esclavos. A ella se dedicó Luis con
apasionado entusiasmo y comenzó a acoger el 8 de noviembre de 1854 en el
convento que había en el Escudillo llamado de la Palma, a los dos primeros
negros encomendados por el P. Olivieri, a quienes él educó en su casa
obteniendo resultados alentadores. Este primer experimento indujo a Luis a
proyectar el envío de misioneros a Africa, porque “el Africa debe convertir al
Africa”. En agosto de 1856 en La Palma, Luis ya había reunido nueve niños
negros, de los cuales cinco fueron bautizados por el cardenal de Nápoles. El 9
de abril de 1857 se embarcó para El Cairo, visitó los Santos Lugares y regresó
de Alejandría con otros 12 niños negros. Este pequeño núcleo familiar de
futuros misioneros indígenas aumentó tanto, que en 1858 eran ya 38 y en 1859
eran 45 y posteriormente llegaron a 64.
Igual proyecto realizó Luis para las niñas
negras. Ayudado de la Beata Ana María Lapini, fundadora de las Hermanas
Estigmatinas, fundó un colegio para negras en Florencia y otro en Capodimonte
en Nápoles. En 1864 en Nápoles fundó una academia de religión y ciencias para
la cual obtuvo el apoyo de ilustres escritores. Fundó el periódico “La Carità”.
Estas generosas iniciativas le atrajeron la admiración de muchos inclusive
anticlericales y fue condecorado con la Cruz de la Orden de los Santos Mauricio
y Lázaro.
Promovió también numerosas obras de
beneficencia en favor de niños huérfanos, sordomudos, raquíticos, enfermos,
para los cuales fundó diversos institutos que confió en su mayoría a dos
congregaciones fundadas por él mismo: los terciarios franciscanos regulares,
llamados Frati Bigi de la caridad para los hombres, y la congregación de las
Hermanas Bigie o Elisabetinas para las mujeres. Para residencia de sus
misioneros obtuvo de la Congregación de Propaganda Fide la estación africana de
Scellal, donde se trasladó personalmente y tomó posesión el 12 de noviembre de
1875.
Encomendó a sus Frati Bigi la obra de educación de los pequeños negros.
El entonces se dedicó con mayor intensidad a la vida espiritual de oración y de
íntima unión con Dios que siempre había sabido conciliar con su maravilloso
apostolado de caridad. Cansado y entristecido por algunas dificultades en sus
obras evangélicas, la muerte lo sorprendió a los 71 años en la mañana del 30 de
marzo de 1885. Su cuerpo reposa en el hospicio de Posillipo.
Marzo 30: San Pedro
Regalado. Sacerdote de la Primera Orden (1390‑1456). Canonizado por
Benedicto XIV el 29 de junio de 1746.
Pedro Regalado nació en Valladolid en 1390.
A los nueve años murió su padre. La madre lo educó piadosamente. Muy joven
ingresó en la Orden de los Hermanos Menores y se distinguió pronto por su
piedad, mortificación y pobreza, como también por el amor al silencio y a la
soledad. Comenzaba en España la reforma franciscana que buscaba el
reflorecimiento de la primitiva austeridad en la vida religiosa.
Pedro, al estudiar la regla franciscana, se
convenció de que la vida concreta de los religiosos no correspondía a sus
exigencias. Mientras en Italia San Bernardino de Siena promovía la
reforma, en España lo hacía Pedro de Villacreces con el eremitorio de Aguilera.
En 1405 se le unió Pedro Regalado como eficacísimo colaborador. En 1415 celebró
su primera misa. En Abrojo fundó un nuevo eremitorio, donde Pedro Regalado fue
superior y maestro de novicios. Los dos eremitorios de Aguilera y de Abrojo
adquirieron pronto gran fama por el celo de sus fundadores y por los estatutos
que contenían prescripciones severísimas. Así se convirtieron en fraguas de
numerosas vocaciones que llenaron a España de un vigoroso fervor de vida
franciscana y de santidad.
El Ministro General de la Orden con fecha
20 de enero de 1455 le escribió una carta de elogio por su trabajo y lo nombró
comisario de los eremitorios. El Santo con su proprio ejemplo se convirtió en
un verdadero maestro de vida ascética y mística.
La estrictísima pobreza de su convento, a menudo socorrida por Dios con
prodigios, nunca cerró su corazón a los pobres, para con quienes fue de una
generosidad sin límites. Santidad y caridad atrajeron hacia él y sus cohermanos
el amor, la devoción y el reconocimiento de un número siempre creciente de
fieles. Los milagros obtenidos por la intercesión del Santo son muchísimos,
algunos tan extraordinarios que parecen fantásticos: transforma pan en rosas;
atraviesa los ríos Duero y Rialza a pie enjuto, las golondrinas le obedecen y
abandonan el convento para no distraer a los religiosos en su oración; pan
abundante que sobra a la hora de la comida, cuando no hay nada para comer, ni
se puede conseguir por la abundante nieve que ha caído. Gravemente enfermo,
pidió a sus cohermanos que le retrasaran la unción de los enfermos porque venía
el obispo de Palencia, Mons. Pedro de Castilla, a administrársela. Sintiéndose
cercano a la muerte, fue a Fresneda para recomendar a León Salazar, su gran
colaborador, que continuara en el camino emprendido de la reforma; fue a Abrojo
para dejar a sus cohermanos los últimos recuerdos y exhortaciones; finalmente
volvió a Aguilera, donde se durmió serenamente en el Señor el 30 de marzo de
1456 a la edad de sesenta y seis años. Lo canonizó Benedicto XIV el 29 de junio
de 1746.
Marzo 31: Beata
Isabel Vendramini, Virgen de la Tercera Orden Regular (1790‑1860),
fundadora de las Terciarias Franciscanas Isabelinas. Beatificada por Juan Pablo
II el 4 de noviembre de 1990.
Isabel Vendramini, hija de Francisco y
Antonia Angela Duodo, Nació en Bassano del Grappa el 9 de octubre de 1790.
Desde niña – como ella misma escribe de sí – fue prevenida con las más selectas
bendiciones. Las primera comunión y la confirmación para ella fueron etapas
decisivas en su vida. Por algún tiempo fue alumna de las hermanas agustinianas,
que la formaron en su itinerario espiritual.
Consagrada al Señor tras las huellas de
San Francisco, de una fe activa y consciente, emprendedora desde el
evangelio al servicio de los más pobres, en un programa de vida centrado en
Cristo. En sus escritos encontramos las etapas de un maravilloso itinerario de
alta espiritualidad seráfica y apostólica.
El 17 de septiembre de 1817, fiesta de los
Estigmas de San Francisco, percibió claramente que era llamada a una vida
de consagración. Desde entonces con gozo comenzó a llevar una vida de austera
penitencia y de caridad. Asistía a los enfermos, y se dedicaba enteramente a la
educación de las muchachas de un orfanato. En 1821 se hizo terciaria
franciscana. El Señor la guiaba hacia caminos más elevados.
El 1 de enero de 1827 dejó a Bassano y se
trasladó a Padua. Tres días después fue contratada en la «Casa de los
Expósitos» para la formación de las jóvenes. Allí se encontró con don Luigi
Moran, quien se convirtió en su director espiritual y colaborador en la
fundación que Isabel pretendía llevar a cabo. Madura en experiencia educativa,
de apostolado, de gracias y de carismas, el 4 de octubre de 1830 tuvo comienzo
la nueva congregación de las primeras Hermanas Terciarias Franciscanas
Isabelinas con la vestición, y con la profesión religiosa el año siguiente.
Dios bendijo esta institución y el número
de religiosas se acrecentó, recibieron una sólida formación bajo la guía
inspirada de la Madre Isabel Vendramini. En 1834 fueron llamadas a la «Casa de
las Industrias». En 1836 fueron encargadas de la instrucción de las niñas
huérfanas, huéspedes del colegio del Beato Peregrino. Más tarde fueron llamadas
para la asistencia de ancianos en casas de reposo y para los enfermos en casas
de salud y hospitales. En los años de epidemia del cólera Isabel y sus
isabelinas se prodigaron con heroica dedicación para la asistencia de los
enfermos.
El desarrollo del instituto se daba bajo la vigilante y maternal guía de
la Madre. Por 32 años fue la Superiora amada y venerada de su congregación, la
que le dio la fisonomía franciscana y el ímpetu caritativo y misionero al
instituto, que hoy cuenta con más de 150 comunidades. Llena de méritos y
virtudes voló al cielo el 2 de abril de 1860. Tenía 70 años. Juan Pablo II en
el segundo centenario de su nacimiento, el 4 de noviembre de 1990, la inscribió
solemnemente entre los Beatos.
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