martes, 4 de abril de 2017

Santoral Franciscano: Diciembre

Diciembre 1: Beato Antonio Bonfadini. Sacerdote de la Primera Orden (1400‑1482). Aprobó su culto León XIII el 13 de mayo de 1901.
Antonio Bonfaddini vivió en Cotignola los últimos días de su vida, dejando allí su cuerpo incorrupto y el don de sus milagros. Nació en Ferrara de la familia Bonfadini en 1400. En la universidad local se laureó en 1439. A los 37 años entró entre los Hermanos Menores en el convento del Santo Spirito en Ferrara y se distinguió por la fidelidad a la regla franciscana, por su espíritu de oración y su provechosa predicación.
Ordenado sacerdote, fue atraído por la predicación de San Bernardino de Siena, que había producido un despertar maravilloso de virtudes también entre sus cohermanos. Comenzó de inmediato a recorrer los caminos de Italia como predicador de la divina palabra. Es el siglo XV, el siglo de oro de la predicación y de la santidad franciscanas. Antonio se integró en esta estela luminosa. Baste recordar la tríada espléndida: San Jaime de la Marca, San Juan de Capistrano y San Bernardino de Siena. En semejante clima no es de admirar que Antonio se sintiese atraído a la santidad. Este intenso y fructuoso apostolado desempeñado en estas regiones de Italia duró algunos decenios, y llevó muchísimas almas a una renovación de la vida cristiana.
Quiso extender su apostolado también a los pueblos a los cuales todavía no había llegado la luz del Evangelio. Inspirado por Dios dirigió su pensamiento a la gloriosa misión de Tierra Santa que tuvo la suerte de ser recorrida por el mismo Hijo de Dios hecho hombre y guarda los más grandes recuerdos de nuestra redención, misión fundada por el mismo San Francisco, quien tomó posesión de ella algunos años antes de su muerte en nombre de la Iglesia católica. Es más fácil imaginar que describir la emociones espirituales de Antonio recorriendo los mismos caminos de Palestina que Cristo, la Santísima Virgen y los Apóstoles habían recorrido meditando la vida, la Pasión y la muerte de Cristo Hombre‑Dios.
No sabemos con certeza cuánto tiempo permaneció en Palestina, qué actividades desempeñó. Su edad muy avanzada lo hacía incapaz de una actividad apostólica normal, quizás por eso decidió regresar a la patria. Lleno de méritos y de años con profundo pesar, emprendió el viaje de regreso, que fue más pesado que el de ida. Su meta debía ser el convento de Ferrara, donde deseaba terminar sus días. Al llegar a Italia, olvidándose del cansancio, de las enfermedades y de los años, reemprendió con renovado ardor su apostolado de predicación en las cuidades y campos. Fue inmenso el bien realizado en este final de su vida. Agotadas sus fuerzas, entregó su alma a Dios en Cotignola, en el Hospital de los Peregrinos el 1 de diciembre de 1482. Tenía 82 años de edad.
Diciembre 2: Beato Carlos de Blois. Duque, de la Tercera Orden (1320‑ 1364). Aprobó su culto San Pío X el 14 de diciembre de 1904.
Carlos de Blois, Duque de Bretaña, nació en 1320, hijo de Guido de Chatillon y de Margarita de Valois, hermana del rey de Francia Felipe VI. A sus dotes físicas e intelectuales unía profundas virtudes cristianas: piedad, humildad y espíritu de sacrificio.
El 4 de junio de 1337 fue dado como esposo a Juana de Penthiève, sobrina del duque de Bretaña y su presunta heredera. Muerto Juan III de Bretaña el 30 de abril de 1341, Carlos, para defender los derechos de su esposa, tuvo que tomar las armas contra Juan de Monfort, hermanastro del difunto, que reivindicaba para sí el ducado. Esta lucha de sucesión, un capítulo de la guerra de los cien años, transformó a Bretaña en un campo de batalla, donde se enfrentaron Francia e Inglaterra, aliadas de los dos partidos contrarios. Carlos, leal caballero, se impuso el deber de combatir, aunque su índole lo hubiera llevado más bien a una vida de contemplación y de oración.
En efecto escribía más tarde: “Mejor hubiera sido si yo fuera Hermano Menor, porque el pueblo de Bretaña no puede tener paz a causa de nuestras luchas y sin embargo yo no puedo hacer nada sin el consejo de los barones”. De 1341 a 1347 la guerra le fue favorable ; en este período aportó para la iglesia de los franciscanos de Guingamp ornamentos suntuosos e hizo construir una capilla real dedicada al obispo San Luis de Anjou. En esta misma iglesia ingresó a la Tercera Orden Franciscana Seglar, esforzándose toda su vida en seguir la regla y espiritualidad franciscanas.
El 20 de junio de 1347 cayó prisionero en la batalla de la Roche‑ Derrien. Entonces padeció una prolongada y dolorosa prisión en Londres de 1348 a 1356. En aquellos años escribió la biografía de su Santo predilecto, San Ivo de Bretaña, cuya canonización había obtenido del Papa.
Liberado de la prisión pudo gozar de una paz relativa. En 1363 volvió a surgir la guerra a pesar de los arbitrajes, y el 29 de septiembre de 1364 Carlos sucumbió en la batalla de Auray. Su cuerpo revestido de cilicio y del hábito franciscano fue inhumado en la iglesia de los franciscanos de Guingamp. De inmediato el pueblo lo veneró como santo : siete años después de su muerte, Juana de Penthiève hizo comenzar las diligencias para su canonización. Finalmente fue beatificado por San Pío X.
Diciembre 3: Beata María Encarnación (Vicenta) Rosal (1820‑1886), Reformadora de las Hermanas Betlemitas. Beatificada por Juan Pablo II el 4 de mayo de 1997.(Su fiesta, octubre 27).
Vicenta, nacida en Quetzaltenango, Guatemala, el 26 de octubre de 1820, en un hogar cristiano, creció en un ambiente de fe. A los 15 años ingresó en el Beaterio de Belén, en la ciudad de Guatemala, institución que estaba bajo la jurisdicción de los padres Betlemitas, fundados por el Beato Pedro de Betancour. El 16 de julio recibe el hábito de manos del último padre Betlemita, Fray José de San Martín, y toma el nombre de María Encarnación del Sagrado Corazón. Insatisfecha con la vida en el Beaterio, pasa al convento de las “Catalinas”, para retornar luego a su “Belén”, donde es elegida Priora; trata de reformarlo, pero al no lograrlo decide fundar otro donde se vivan las Constituciones que ella había redactado y que habían sido aprobadas por el Obispo. Lo logra en Quetzaltenango, su tierra natal. Su vida y obra logra conservar el carisma del fundador, Beato Pedro de Betancour. “A la luz de la encarnación, de la Navidad y de la muerte del Redentor”, la Congregación vive el espíritu de reparación de los Dolores del Sagrado Corazón de Jesús, dedica el 25 de cada mes a la adoración reparadora. El ansia por la gloria de Dios y la salvación de los hombres la lleva a “servir con solicitud al hermano necesitado” y a dar “impulso a la educación de la niñez y de la juventud en los colegios, escuelas y hogares para niñas pobres” como también a “dedicarse a otras obras de promoción y asistencia social”.
La Madre Encarnación funda casas también en Colombia y Ecuador, y sufre el destierro que le imponen las autoridades Gautemaltecas, muere en el Ecuador, el 24 de agosto de 1886. Su instituto trabaja actualmente en 13 países. (Su fiesta se celebra el 27 de octubre).
Diciembre 3: Beato Rafael Khylinski, (1694-1741) sacerdote de la I Orden. Beatificado por Juan Pablo II el 9 de junio de 1991, en Cracovia.
Melchor Khylinski, nació en Wysocko , cerca de Poznam, en Polonia, el 8 de enero de 1694. Educado cristianamente por sus padres, estudió en Poznam y terminados los estudios, en 1712 se enroló en el ejército, donde alcanzó el grado de oficial y se le ofrecía un brillante futuro. En 1715 ingresó a la Orden de los Menores Conventuales en el convento de Cracovia y tomó el nombre de Rafael. Ordenado sacerdote en 1717 se entregó totalmente al ministerio en la predicación catequística y moral, la administración de los sacramentos y la atención a los pobres y enfermos en los lugares a donde lo destinó la obediencia, principalmente en Lagiewniki, cerca de Lodz de 1728 a 1736, y de 1738 a 1741. Se sometía a duras penitencias para expiar los pecados del mundo.
Celebraba devotamente la Liturgia, sobre todo la Eucaristía, cultivaba un ardiente amor a Dios que luego irradiaba en la práctica de su vida. Tenía una ardiente devoción a la Santísima Virgen, cuya presencia espiritual continua percibía vivamente, rezaba a diario el oficio de la Santísima Virgen. Unía al amor de Dios la caridad fraterna en el servicio a los enfermos. Se ingeniaba mil formas de ayudar a los pobres más necesitados, proporcionándoles alimento y vestido a familias enteras, recogiendo fondos para pagar medicinas y arriendo a personas en situación desesperada.
En 1736 fue trasladado a Cracovia, donde reinaba una atroz peste y en su afán de atender a los enfermos no se ahorraba fatiga. Igual seervicio prestó en Lagiewniki, a donde fue trasladado. Durante la peste se prodigó sin medida, visitando a cada enfermo, prestándoles ayuda y preparándolos para la muerte. Postrado ya en cama, al agravarse su debilidad corporal, dio muestras de una especial paciencia cristiana al sobrellevar generosamente los grandes dolores y enfermedades. Finalmente entregó su alma a Dios en Lagiewniki, el 2 de diciembre de 1741. a los 46 años de edad.
Diciembre 4: Beato Pedro  de Siena (il “Pettinaio”).  Penitente de la Tercera Orden († 1289). Pío VII concedió en su honor oficio y misa el 2 de enero de 1802.
Pedro “Pettinaio” nació en Campi, región del Chianti, provincia de Siena. De temperamento jocoso e impulsivo en su juventud, se enmendó después de su conversión. Era fabricante y comerciante de peines, lo que confirma el epíteto de “pettinaio” que siempre acompaña su nombre. Comenzó a santificarse en el ejercicio de su profesión. Compraba y vendía siempre al precio justo; la calidad de sus productos era tan apreciada por los sieneses que él iba al mercado solamente después de las vísperas, para no condenar a la ruina a sus competidores. Casó, pero no tuvo hijos, y al comprobar la esterilidad de su mujer, hizo con ella el voto de castidad perfecta, pero se mostró excelente esposo, procurando hacerla sentirse a gusto hasta en las cosas más pequeñas.
Frecuentaba asiduamente las predicaciones y los oficios religiosos demostrando gran caridad para con los pobres. Visitaba continuamente el hospital de Santa María della Scala, curando a los enfermos, aplicando remedios y besando sus llagas. Vendió primero la viña de su propiedad y luego la casa, conservando solamente lo que le permitía vivir modestamente y fue a instalarse en una casucha cerca de la Puerta dell’Ovile. Se inscribió en la Tercera Orden de San Francisco y, después de haber renunciado a todo, se esforzó por vivir el espíritu de la altísima pobreza.
Su incesante celo por las obras de misericordia lo hizo adquirir pronto fama de gran santidad entre sus conciudadanos. En 1282 fue encargado de escoger entre los detenidos de las prisiones a cinco hombres entre los menos culpables, que debían ser liberados. En 1286 el común le confió el cuidado de distribuir dinero a los pobres azotados por la carestía.
Era inclinado a la contemplación y gozó de arrobamientos y éxtasis, a veces en presencia de compañeros. Hacia el final de su vida parecía vivir siempre más retirado del mundo. Después de una grave enfermedad, obtuvo el permiso para vivir en una celda del convento de los franciscanos, donde pasaba las noches en oración. Mostraba una devoción ardiente hacia la Virgen, ayunando en su honor el sábado y encomendándose a ella noche y día. También fue peregrino, fue a Roma, a Pistoia y a Asís y a la Verna. Su espiritualidad lleva la impronta franciscana. Después de 14 años de esfuerzos adquirió el don de no hablar sino por necesidad. Por esto a menudo es representado en la iconografía con un dedo sobre los labios, y es llamado el “Santo del silencio”. Los Franciscanos le encomendaron los novicios, a los cuales supo dirigir por el camino de la perfección.
Murió el 4 de diciembre de 1289 (según algunos, ¡de 128 años de edad!) y sus últimas palabras fueron una advertencia a Siena, Florencia y Pistoia, a las cuales predijo grandes males.
Diciembre 5: Beatos Tomás Bullaker, Enrique Heath, Arturo Bell, Juan Woodcock, Carlos Meean. Sacerdotes, mártires ingleses de la Primera Orden (siglo XVII). Juan Pablo II los beatificó el 22 de noviembre de 1987.
En el siglo diecisiete en Inglaterra Enrique VIII desencadenó una gran persecución religiosa como reacción contra el Papa que había rehusado anular su matrimonio. Numerosos son los mártires; entre ellos son célebres el arzobispo San Juan Fischer y el canciller Santo Tomás Moro. Entre los franciscanos tenemos a San Juan Wall, San Juan Jones, el Beato Juan Forest y nuestros cinco mártires. El 22 de noviembre de 1987 el papa Juan Pablo II asociaba en el catálogo de los beatos a otros 85 mártires ingleses, invictos confesores de la fe y del primado del romano pontífice, que se añaden a los beatificados por Pío XI en 1929. Así se amplía el valeroso testimonio cristiano.
Beato Tomas Bullaken (1602‑1642) Sacerdote franciscano de corazón ardiente, defensor de la fe, el 12 de octubre de 1642, después de haber recibido la absolución de un cohermano, al canto del Te Deum subió al patíbulo, donde fue ahorcado y horriblemente despedazado. Desde el Calvario su alma voló al Paraíso, a la visión de Dios y de los santos.
Beato Enrique Heath (1599‑1643) Nacido de familia protestante y él mismo ministro del culto; una fulgurante conversión lo llevó al catolicismo. Luego se hizo franciscano y sacerdote, llevó una vida austera, penitente, entregado a la predicación. El 7 de abril de 1642 fue arrestado, se negó a abjurar de la fe. Fue bárbaramente ahorcado y luego destrozado en Tiburn (Londres). En el cielo junto a los mártires goza de la visión de Dios.
Beato Arturo Bell (1591‑1643) Ministro Provincial de los Hermanos Menores de Escocia y definidor General de la Orden, recibió gozoso la sentencia de muerte al canto del Te Deum. En el palco quiso celebrar su última Misa, renovó la profesión de fe y obtuvo la conversión del capitán Tovers. Juntos sufrieron el martirio.
Beato Juan Woodcock (1603‑1640) Nacido de padre protestante y de madre católica, pronto adhirió al catolicismo y en 1631 se hizo Hermano Menor y fue ordenado sacerdote, desarrollando un provechoso apostolado con la oración, el buen ejemplo y la predicación. En 1644 fue arrestado y encerrado en una horrenda prisión. Entre los encarcelados fue ejemplo de paciencia y sublime santidad; muchos de ellos fueron llevados a Dios por él. El 7 de agosto de 1646 en Lancaster con el martirio del ahorcamiento coronó su vida de invicto defensor de la fe.
Beato Carlos Meean (1640‑1679) Irlandés de nacionalidad, pronto llegó a ser un excelente hermano menor y sacerdote. Fue arrestado en Denbygh y condenado a 10 meses de dura prisión. El 12 de agosto de 1678 en Ruthin Denby, antes del martirio dijo sus últimas palabras, que son una valerosa profesión de fe. Ahorcado, su cuerpo fue cruelmente despedazado, mientras su alma voló al cielo a recibir la palma del martirio. De estos cinco heroicos mártires podremos con San Francisco decir: “He aquí cinco verdaderos Hermanos Menores”.
Diciembre 6: Venerable Ana María Fiorelli Lapini. Viuda de la Tercera Orden Regular (1806‑1860). Fundadora de las Hermanas Franciscanas Estigmatinas.
Ana María nació en Florencia, quinta de 11 hijos, el 27 de mayo de 1809, hija del barbero José Fiorelli y de Rosalinda Pecorai. No habiendo podido ingresar en una comunidad religiosa porque su pobreza no le permitía reunir la dote necesaria, el 18 de febrero de 1833 se unió en matrimonio con Juan Lapini, amigo de familia y compañero de infancia. La unión no fue feliz, y Ana tuvo que sufrir por la vida disoluta del hombre, holgazán, jugador, frecuentador de cantinas y blasfemo.
Cuando Juan, después de haberse convertido, murió en 1842, ella, que tenía 35 años, se retiró a un modesto barrio fuera de la puerta de San Miniato para vivir en pobreza. El 17 de mayo de 1850, en la “Fantina”, una villa que le dieron los Scolopi, junto con otras seis compañeras, delante del altar y de un fraile franciscano de Monte alle Croci, se descalzó, cambió los vestidos seculares, se hizo cortar la larga cabellera y tomó el hábito franciscano, con el nombre de Sor Ana de las Sagradas Llagas. Nacía así el Instituto de las “Pobres Hijas de las Sagradas Llagas (Estigmas) de San Francisco de Asís”, llamadas Estigmatinas, para la educación de la juventud. La Congregación, aprobada por la Santa Sede en forma provisional el 25 de julio de 1855 y en forma definitiva el 19 de septiembre de 1888, se extendió rápidamente. Sor Ana hizo su profesión religiosa solemne en 1855 y cinco años después, el 15 de abril de 1860, murió en el retiro mayor del Instituto llamado de Santa María della Neve en el Pórtico de Florencia, donde recibió sepultura.
La vida de la Venerable Ana María Fiorelli Lapini estuvo llena de numerosas experiencias: de joven temerosa de Dios, prometida, esposa desdichada que ofreció la vida matrimonial como ofrenda por la conversión de su esposo, luego viuda piadosa consagrada a Dios en la Orden franciscana Seglar, finalmente fundadora de un Instituto Franciscano Regular. Una mujer fuerte, una madre que supo engendrar espiritualmente muchas hijas para la Iglesia. Decidida a dedicarse a Dios y al prójimo, no fue aceptada en ningún instituto, porque no tenía la dote. Se empeña entonces en fundar uno donde no sea necesaria la dote, poniendo inmediatamente las bases franciscanas para una nueva familia religiosa. Comienza en la pobreza, en la espiritualidad franciscana: pidiendo limosna para hacer el bien a los demás, en el empeño de oración y de trabajo, con ideas claras: “Sin amor por el prójimo, no es posible hacerse la ilusión de amar a Dios”.
Sus características principales son estas: la cruz y el sufrimiento; espíritu franciscano de pobreza; vida de oración; educación de la juventud y asistencia a los enfermos; vida contemplativa que debe encontrar expresión en el servicio a los hermanos necesitados. En 1985 el instituto tenía 1300 hermanas, con 125 casas en Italia, Brasil, Ecuador, y España.
Diciembre 7: Santa María Josefa Roselló. Virgen de la Tercera Orden (1811‑1880). Fundadora de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia. Canonizada por Pío XII el 12 de junio de 1949.
María Josefa Roselló nació en Albisola Marina, provincia de Savona, el 27 de jmayo de 1811. Cuarta hija de una numerosa familia, carente de bienes de fortuna, pues los padres eran modestos fabricantes de objetos de alfarería, pero con riqueza de fe y de piedad. También ella aprendió a modelar el barro y se hizo cargo de sus hermanos menores, permitiendo a su madre dedicarse a sus numerosas ocupaciones.
Desde la infancia se distinguió en el estudio, en la caridad hacia los pobres y sobre todo en la devoción al Crucificado y a la Santísima Virgen. Se inscribió en la Tercera Orden Franciscana y poco a poco sintió nacer en su corazón el deseo de una vida más perfecta que le permitiese con mayor facilidad hacerse santa. A los 19 años  entró en una familia señorial de Savona, los Monleone, más como hija adoptiva de dos cónyuges sin hijos, que como doméstica, para asistir al patrón enfermo. Permaneció siete años en aquella casa, despertando con su conducta el afecto y la admiración, no sólo de los patrones, sino también de la servidumbre. Cuando la señora quedó viuda y le propuso quedarse siempre con ella, prometiéndole hacerla su heredera, ella lo rehusó. Se sentía llamada por otra vocación y pidió ingresar en un Instituto de caridad como hermana. Su petición fue rechazada porque la pobreza de su familia no le permitía aportar la dote.
Para María Josefa siguieron años de duras pruebas, la muerte de su madre, de su hermano, de su hermana Josefina de 17 años y finalmente de su padre. Entonces ella vino a ser el principal sostén de la familia. El obispo de la diócesis, Agostino de Mari, le propuso la fundación de un Instituto para trabajar con la juventud femenina. Ella aceptó. Las tres primeras vocaciones vinieron de Albisola, donde sirvió como sede una modesta casa arrendada. La fundación lleva la fecha del 10 de agosto de 1837. El 22 de octubre de 1837 tuvo lugar la primera vestición de las hermanas de la nueva Congregación de las Hijas de nuestra Señora de la Misericordia y María Josefa Rosello fue su fundadora y primera Madre. El objetivo de la fundación era dedicarse a la instrucción y educación de las muchachas pobres y la asistencia a los enfermos.
Bajo su sabia dirección comenzó a difundirse ampliamente, colaboró en la obra del rescate de los esclavos africanos y la puerta del Instituto se abrió para acoger también grupos de muchachas negras. Su espiritualidad se distinguió por una ilimitada confianza en la Providencia, en el patrocinio de San José y en el espíritu de iniciativa. Terminó su laboriosa jornada a los 69 años el 7 de diciembre de 1880, en la casa madre en Savona. A su muerte el Instituto por ella fundado contaba con 65 casas y varios centenares de hermanas.
Diciembre 8:
La Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María.
Patrona y Reina de la Orden Franciscana.
El misterio de gracia que Dios quiso realizar en María, destinándola desde la eternidad a ser Madre de su Hijo, aparece desde las primeras páginas de la Sagrada Escritura, preparación y anuncio de Jesús, y por lo mismo también de María como suprema victoria del amor divino sobre la ruina de la creación, perpetrada por el primer hombre y la primera mujer en el abuso egoísta de su libertad por la desobediencia.
Mientras castiga a Adán al cansancio sobre la tierra rebelde y a Eva al parto con dolor, acrecentado por la invasión de la concupiscencia, Dios anuncia una “semilla” victoriosa sobre Satanás, una Mujer, madre de vida, una enemistad radical y continua que culminará con el triunfo de la estirpe de la nueva Mujer.
La Concepción Inmaculada es el don más delicado y poderoso de Jesús a su Madre. A ella Jesús le quiso aplicar los méritos de su muerte en forma totalmente especial, de modo que María es la única criatura que nunca, ni siquiera por un instante, estuvo sometida a Satanás. En esta prerrogativa la “enemistad” puesta por Dios entre la semilla de la serpiente y la semilla de la mujer es verdaderamente total. Desde la eternidad María es prevista y querida por la Trinidad Santísima, junto con la encarnación del Verbo en la plenitud de los tiempos. Dios pudo finalmente saludarla por medio de su arcángel Gabriel : “Ave María, llena de gracia”, criatura totalmente cubierta por la gracia divina.
La Inmaculada Concepción de María Virgen es fiesta particularmente cara a todo franciscano, que hoy honra a la Virgen como Patrona de la Orden Franciscana. La devoción a la Inmaculada es tradición de la Orden Franciscana. El Pobrecillo de Asís inicia una nueva y humanísima devoción a la Virgen. Los doctores y teólogos franciscanos se distinguieron siempre en la defensa de la prerrogativa de la concepción inmaculada de la Virgen Madre de Jesús.
El Beato Juan Duns Escoto, Doctor Sutil es también llamado Doctor Mariano precisamente por su particular empeño y la profundidad con que defendió este privilegio. María, por los méritos de su divino Hijo, fue preservada del pecado original en vista de la altísima y singular función de Madre de Jesús y por esto es la criatura toda hermosa y sumamente adornada por Dios con toda gracia.
El dogma de la Inmaculada Concepción de María fue proclamado por Pío IX en 1854. Pero la historia de la devoción a María Inmaculada precede en siglos a la proclamación del dogma, que no introdujo una novedad sino que simplemente coronó una larguísima tradición. En 1858 María se apareció 18 veces a Santa Bernardita Soubirous en Lourdes; y confirmó solemnemente el dogma con las palabras: “Yo soy la Inmaculada Concepción !”.
Diciembre 9: Beata Angela María Astorch. Virgen Clarisa de la Segunda Orden (1592‑1665). Beatificada por Juan Pablo II el 29 de mayo de 1982, con ocasión del octavo centenario del nacimiento de San Francisco de Asís.
Angela María Astorch nació en Barcelona, España el 1 de septiembre de 1592. Huérfana de padre y madre siendo niña, entró en el monasterio de reciente construcción, de las hermanas Clarisas Capuchinas de la misma ciudad. Emitió la profesión religiosa el 8 de septiembre de 1609.
En 1614, a los 21 años, fue destinada a la nueva fundación del monasterio de Zaragoza como maestra de novicias, cargo que desempeñó durante nueve años consecutivos, junto con el oficio de responsable de la formación de las jóvenes profesas. En 1628 fue elegida abadesa. Fue confirmada por tres trienios sucesivos.
En 1645 tomó parte en la fundación del monasterio de Murcia, donde ejerció el oficio de abadesa y de maestra de novicias durante 16 años. En Murcia demostró su caridad y su fe especialmente en dos ocasiones, durante la peste de 1648 y en la gran inundación de 1651, que destruyó la iglesia y gran parte del monasterio. Las monjas se vieron forzadas a buscar refugio en otro sitio por casi dos años.
Dotada de una inteligencia extraordinaria, María Angela, desde joven, dio pruebas de una madurez humana no común. Cultivó la lengua latina, de modo que suscitaba admiración entre los doctos. Poseedora en grado carismático del conocimiento de la Sagrada Escritura y de los escritores eclesiásticos, que leía asiduamente. Extraordinaria fue su experiencia contemplativa. La fuente de sus ascensiones místicas fue la liturgia, especialmente la de las “horas”. Con justa razón puede ser llamada la mística del breviario.
Fue ejemplar en el gobierno de sus cohermanas. Les consultaba a menudo, sea en capítulo o en diálogo personal. Ante las opciones de naturaleza espiritual sabía asumir toda la responsabilidad de guía de la comunidad. Dejó numerosos escritos, en su mayoría todavía inéditos, dignos de ser conocidos y estudiados.
La piedad de María Angela se centra en la persona y en el misterio de Cristo. Por muchos años se sintió atraída a la participación activa en los diversos momentos de la Pasión, particularmente en el de la flagelación en la columna, reviviendo en sí misma los dolores del Salvador. El 21 de octubre de 1626, después de una larga preparación espiritual, quiso sellar su pacto de amor con Cristo mediante el desposorio místico. El monasterio fue el lugar de su sublimación. El ejemplo de San Francisco, de Santa Clara y de los santos franciscanos fue fuente de inspiración y de emulación en el camino de la santidad. Religiosa contemplativa, intuía el esplendor de Dios. Decía : “Mi norma es callar, sufrir y llevar el peso de guiar la comunidad franciscana de las clarisas. Me considero indigna de estar entre las siervas de Dios”. Vivió y enseñó una espiritualidad litúrgica, bíblica y franciscana.
Rodeada de una clara fama de santidad, murió el 2 de diciembre de 1665, tenía 73 años. El pueblo de Murcia acudió en masa a venerar los despojos de la fundadora de monasterios. Considerada santa por todos.
Diciembre 10 : Beato Engelberto Kolland. Sacerdote y mártir de la Primera Orden (1827‑1860). Beatificado por Pío XI el 10 de octubre de 1926.
Engelberto Kolland, joven religioso, cayó mártir de Cristo a la edad de 33 años años. Había nacido el 21 de septiembre de 1827 en Ramsau, en Austria, hijo de Cayetano y de María Sporer, de condición modesta pero ricos en virtudes cristianas. El padre, en el verano, dejaba a sus hijos en casa de María Brugger para ir a Estiria con su esposa a trabajar como leñador y ganar un pedazo de pan. Los hijos estaban en manos seguras, en la escuela de la Señora Brugger, crecieron buenos, instruidos y fervorosos cristianos.
Engelberto tenía un carácter vivaz e inquieto pero en el momento de la oración se calmaba y se ponía en actitud tan devota que parecía un santo. El arzobispo de Salzburgo, en una visita a las parroquias de Zell, conoció al pequeño Engelberto, vislumbró en él síntomas de vocación y que podría llegar a ser un óptimo sacerdote, lo admitió gratuitamente en el seminario diocesano. Después de cuatro años fue retirado porque era demasiado inquieto. Al volver a la familia, trabajó con su padre por un año, luego retomó los estudios porque sentía en su corazón una voz misteriosa que lo llamaba al servicio de Dios. Un día se encontró por la calle un grupo de jóvenes novicios franciscanos. Los observó atentamente, y quedó impresionado por su modestia y su recogimiento. Volviéndose a sus compañeros exclamó : “Yo seré pronto como uno de ellos !”. Mantuvo su palabra. Después de algunos meses tomó el hábito religioso en la Orden de los Hermanos Menores.
El 13 de julio de 1851, en Bolzano, subía por primera vez al altar de Dios para inmolar la víctima divina. Agradecido al Señor por esta gracia, prometió partir para la Custodia de Tierra Santa, pero este deseo sólo se realizó algunos años más tarde. En este período trabajó como coadjutor en la parroquia franciscana de Bolzano e intensificó el estudio de diversas lenguas: alemán, latín, inglés, italiano, francés y árabe, bajo la dirección de un antiguo misionero de Tierra Santa, el padre Vergeiner.
En 1855 llegó al país de Jesús y fue destinado como coadjutor del Beato Carmelo en la parroquia latina de Damasco, donde se empeñó con celo apostólico hasta el momento del sacrificio supremo. Su seráfica serenidad lo hizo querer de todos y todos lo llamaban “Abuna Melac”, es decir, Padre Angel.
Al momento de la irrupción de los Drusos Engelberto se encontraba en casa de una señora greco‑católica, pronto fue localizado y reconocido por los musulmanes, quienes le intimaron renunciar a la fe y hacerse seguidor de Mahoma. La respuesta fue un No rotundo. Antes de ser asesinado se dirigió al verdugo: “Amigo, ¿qué mal he hecho para que me mates?”. La respuesta fue esta: “El único motivo es porque eres cristiano”. Fue asesinado con repetidos golpes de hacha en la cabeza.
Diciembre 11: Beato Hugolino Magalotti. Ermitaño de la Tercera Orden († 1373). Aprobó su culto Pío IX el 4 de octubre de 1856.
Hugolino Magalotti nació en Camerino, en las Marcas, de noble y antigua familia. Pronto quedó huérfano de madre y no mucho después también de padre. Todavía joven se mostró inclinado a la piedad y a la lectura de los libros santos. Habiéndose integrado a la Orden Franciscana Seglar, distribuyó entre los pobres todas sus pertenencias y se retiró a la vida eremítica. Su vida fue probada por violentas tentaciones y apariciones monstruosas y su nombre se hizo famoso por los prodigios, de modo que muchas veces tuvo que cambiar de eremitorio para esconderse del continuo ir y venir de los curiosos.
De tanto en tanto solía ir al vecino monasterio de Riosacro para recibir los sacramentos. Su lecho habitual era una tabla desnuda, sobre la cual tomaba el descanso.
El primer eremitorio de Hugolino fue en las faldas del Monte Ragnolo, no lejos de las fuentes del río Tenna. Lo debió abandonar porque gente de toda condición, especialmente enfermos del alma y del cuerpo iban a él para escuchar su palabra inspirada, para encomendarse a sus oraciones, para pedir ayuda en sus necesidades. Los prodigios hicieron célebre y venerado su nombre desde los primeros años de su vida eremítica. Pedro de Brunfort, tullido desde su infancia, con mucho trabajo logró llegarse a sus pies, él lo bendijo y lo curó inmediatamente. Una pobre mujer, asaltada por dolores agudos y por convulsiones, estaba en peligro de muerte. Fue llevada a donde el ermitaño, quien oró y la paciente se vio libre de todo sufrimiento.
Hugolino decidió cambiar de vivienda para evitar también allí nuevas peregrinaciones. Pasó la cima del monte Ragnolo, bajó hacia la parte opuesta y se estableció en una localidad rodeada de rocas y de añosas hayas en las cercanías de Fiegni. En su nuevo retiro Hugolino intensificó la vida de penitencia y de íntima unión con Dios. También allí sufrió nuevos asaltos de parte del demonio, que una noche intentó sacarlo fuera de su eremitorio. Nuevas peregrinaciones de devotos acudían a él para obtener alivio en sus necesidades espirituales y materiales. Son célebres dos prodigios realizados por él en el nuevo eremitorio. Con la oración hizo brotar del monte una fuente de agua limpia que todavía hoy es utilizada por sus devotos.
Consumido por las abstinencias y por la penitencias, bajo el peso de los años, Hugolino sintió que estaba por llegar su última hora. Se preparó a la venida de la hermana muerte recibiendo devotamente los santos sacramentos. Amorosamente asistido por algunos devotos y un sacerdote del vecino monasterio de Riosacro, acostado sobre la desnuda tabla que por tantos años le había servido de lecho, entregó su alma a Dios. Era el 11 de diciembre de 1373. La constante veneración tributada a sus reliquias y los milagros que hicieron glorioso su sepulcro, movieron al papa Pío IX a aprobar su culto el 4 de diciembre de 1856.
Diciembre 12: Beato Antonio Chévrier. Sacerdote de la Orden Franciscana Seglar (1826‑1879). Fundador de la Sociedad de los Sacerdotes del Prado. Beatificado por Juan Pablo II el 4 de octubre de 1986.
Nació en Lión el 16 de abril de 1826 de una familia modesta. A los diecisiete años el joven Antonio sintió la llamada al ministerio sacerdotal. En el primer año de los estudios teológicos pensó seriamente ingresar en el Instituto de Misiones extranjeras de París. No logró realizar su deseo, pero el anhelo misionero permaneció en él y se manifestó concretamente en el momento de su ordenación sacerdotal, en 1850, cuando aceptó gustoso el nombramiento rechazado por otros, de vicario en la parroquia de San Andrés, en pleno barrio obrero, en medio de los pobres. Allí ejerció un apostolado fructuoso por su caridad inagotable.
La noche de Navidad de 1856, delante del pesebre, recibió la revelación de la divina pobreza y el amor de Navidad, y desde entonces, como perfecto imitador de San Francisco de Asís, vivió una vida cada vez más pobre. Alentado por el santo Cura de Ars aceptó en 1857 el oficio de director espiritual de la “Ciudad del Niño Jesús”, una obra fundada en Lión para niños pobres, que se proponía sobre todo la preparación de los niños para la primera comunión y la acogida de niños abandonados. En 1859 decidió fundar una obra suya en favor de los muchachos marginados. Con la ayuda de Fray Pedro Louat y de Sor Amelia y Sor María compró un gran salón de baile, situado cerca de la parroquia de San Andrés en Lión, que se llamaba “Prado” y que fue el centro de sus obras asistenciales.
A la obra para los muchachos añadió pronto una escuela para clérigos de la cual salieron los sacerdotes que formaron la “Sociedad de los Sacerdotes del Prado”. Antonio Chévrier está ciertamente entre los primeros en tomar conciencia de la apostasía de las masas y del riesgo que corría el sacerdote permaneciendo lejos de los pobres. Por eso quiso “sacerdotes pobres entre los pobres”, verdaderos testigos de Cristo buen samaritano y, como él, solícitos sobre todo de la salvación de los hermanos.
Como los grandes apóstoles de la juventud, Antonio meditaba a menudo las palabras de Jesús (Mc 10,14): “Dejad que los niños vengan a mí y no se lo prohibáis, porque de los que son como ellos es el reino de Dios”. “Si no os convertís y no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos (Mt 18,3). “El que acoge a uno de estos mis pequeños, a mí me acoge!”.
En Lión, después de un año de agudos dolores a causa de una úlcera, se durmió en la paz de los santos el 2 de octubre de 1879, a los 53 años. Fue beatificado por Juan Pablo II durante su peregrinación apostólica a Lión el 4 de octubre de 1986, fiesta de nuestro Seráfico Padre, a quien tanto amó Chevrier.
Diciembre 13: Beato Conrado de Ofida. Sacerdote de la Primera Orden (1241‑1306). Pío VII concedió en su honor oficio y misa, el 21 de abril de 1817.
Conrado nació en Ofida, en la provincia de Ascoli Piceno, en las Marcas, en 1241 y de sólo 14 años vistió el hábito franciscano de los Hermanos Menores. Comenzados los estudios en el convento de Ascoli los abandonó casi de inmediato prefiriendo entregarse a los oficios humildes de la casa, a pesar de sus notables cualidades intelectuales. Fue enviado al convento de Forano, donde permaneció diez años junto con el también beato Pedro de Treia.
Hay abundantes y documentados episodios que marcaron su vida en este período: una vez mientras estaba en oración en el bosque adyacente al pequeño convento, al ver venir en su contra un lobo perseguido por perros y cazadores, lo tomó bajo su protección, transformándolo en un manso animal que después hizo la guardia del convento.
Dada su vida ejemplar, el Ministro general de los Hermanos Menores, Padre Jerónimo de Ascoli, lo destinó a La Verna. Más tarde, los superiores le ordenaron continuar los estudios para el sacerdocio, con específico destino al ministerio de la palabra, en el cual sobresalió en forma sorprendente por la eficacia y los frutos espirituales. En 1294 obtuvo del papa San Celestino V permiso para pasar algún tiempo entre sus ermitaños celestinos. Durante estos años tuvo relaciones epistolares esporádicas con Pedro Juan Olivi, el reformador franciscano sospechoso de errores heréticos en sus escritos sobre la cuestión de la pobreza evangélica. Las relaciones de Fray Conrado con él se limitaron sin embargo a los deberes de la fraternidad. Cuando Bonifacio VIII suprimió la congregación de los celestinos, Conrado retornó al convento franciscano.
Vivió en la pobreza, en la oración, en la penitencia y en el apostolado. En más de cincuenta años de vida religiosa llevó un solo hábito y nunca usó sandalias.
Fue gran predicador, llevó la palabra de Dios a las grandes ciudades, y a los pequeños poblados. Las conversiones se multiplicaron. Después de largos años de vida austera y rígida, Conrado fue llamado por Dios a recibir la recompensa eterna. La muerte lo alcanzó en Bastia, cerca de Asís, mientras predicaba una misión al pueblo con gran fervor, el 12 de diciembre de 1306, a la edad de 65 años. Su cuerpo fue llevado en 1320 a la iglesia de San Francisco de Perusa, y actualmente reposa en el adyacente oratorio de San Bernardino.
Diciembre 14: Beato Bartolo de San Gimignano. Sacerdote de la Tercera Orden (1227‑1300). San Pío X el 27 de abril de 1910 aprobó su culto.
Bartolo o Bartolomé Bompedoni de Mucchio nació en 1227 en el castillo feudal de los Condes de Mucchio, cerca de San Gimignano, en la provincia de Siena. Desde joven se consagró al servicio de Dios contra la clara oposición de su padre, que nunca toleró en su hijo este género de vida. Bartolo se trasladó a Pisa y fue durante un año huésped de los benedictinos de San Vito. Habiendo entrado en la Orden Franciscana Seglar fue a Volterra, donde el Obispo quiso que fuera sacerdote y lo destinó primero como capellán a Peccioli, luego como párroco en Pichena. Atacado de lepra, se retiró al leprosorio de Celiole, cerca de San Gimignano, donde vivió veinte años y mereció, por la paciencia demostrada en soportar tanto tiempo el mal, el sobrenombre de “Job de la Toscana”.
Nunca se acaba de admirar la maravillosa florescencia espiritual que brotó en el siglo XIII tras la palabra y el ejemplo de San Francisco, madurada en la Primera Orden de los Hermanos Menores, en la Segunda Orden de las Clarisas y sobre todo en la Terdcera Orden, querida por el Santo de Asís para los laicos y casados, gracias a la cual la enseñanza franciscana penetró y renovó la vida espiritual de la sociedad de la época, la vida civil y el tejido social.
A la Tercera Orden de San Francisco pertenecieron personajes encumbrados en la historia como San Luis IX rey de Francia, Santa Isabel de Hungría, San Fernando, rey de Castilla, figuras excelsas en el arte y en la cultura, como Giotto, pintor, y Dante, poeta.
¿Qué decir de tantos que vivieron en un plano modesto pero no menos tenaz a la sombra de estas grandes plantas? Terciarios como el Beato Luquesio y su mujer Buonadonna, comerciantes de Poggibonsi; San Ivo de Bretaña, abogado de los pobres; Santa Margarita de Cortona, pecadora y penitente; la Beata Humiliana dei Cerchi, asceta y sin mancha. ¿Qué decir de figuras todavía más modestas y hasta pintorescas, como el Beato Novelón, escrupuloso y devoto zapatero de Faenza; el Beato Pedro Pettinaio, silencioso mercader sienés de los peines, y finalmente el Beato Bartolo Buonpedoni de Mucchio, cerca de San Gemignano?.
Enviado como párroco a Puchena, durante veinte años maravilló y conmovió al pueblo por su celo excepcional, por la extraordinaria caridad para con los pobres. A los cincuenta años enfermó de lepra, se retiró a un leprosorio, donde se distinguió por su paciencia en la desgracia, o más bien se podría decir serenidad, felicidad y “perfecta alegría”, lograda en la dura tribulación.
Murió a los 73 años en 1300, sepultado en San Gemignano en la bella iglesia de San Agustín, Bartolo Buonpedoni de San Gemignano sembró en el mundo, no los gérmenes de su enfermedad, sino el gozo y la serenidad de su alma franciscana.
Diciembre 15: Beata María Francisca Schervier. Religiosa de la Tercera Orden Regular (1819‑1876). Fundadora de las Hermanas de los Pobres de San Francisco. Beatificada por Pablo VI el 28 de abril de 1974.
María Francisca Schervier nació en Aquisgrán el 3 de enero de 1819, hija de Juan Enrique y Luisa Migeon. Era ahijada del emperador Francisco II. Después de la muerte de su madre, acaecida en 1832, tomó la costumbre de socorrer a los pobres en sus necesidades y de enseñarles el catecismo.
En un ambiente a menudo indiferente, a veces hostil, porque la burguesía citadina ostentaba una actitud volteriana, María Francisca no ahorraba fatiga alguna, no se dejaba vencer por ningún temor y encontró ayuda para su empresa en un sacerdote de su parroquia.
Después de haber hecho un retiro en Lieja, Bélgica, el 3 de octubre de 1846, con cinco compañeras formó en Aquisgrán un grupo caritativo para la asistencia a los pobres y enfermos, el cual bien pronto tuvo la ocasión de prestar un gran servicio durante una epidemia de cólera y de viruela que asoló la ciudad. Para dar una forma canónica a la naciente institución, escribió una regla en la que ponía a su pequeño grupo bajo la protección de San Francisco de Asís, poniendo de relieve la caridad, la pobreza y las obras de misericordia para con los pobres. De aquí viene el nombre del instituto de Hermanas de los Pobres de San Francisco de Asís.
Con sus compañeras entró en la vida religiosa el 12 de octubre de 1850. Pero su regla solamente fue aprobada por San Pío X en 1908. La nueva congregación se difundió rápidamente: ya en 1858 había sido fundada una casa provincial en Hartwel en Estados Unidos de América. En vísperas de la aprobación pontificia, el Instituto contaba ya con 61 casas, de las cuales 16 en América y 1500 religiosas. Algunas religiosas que se han dedicado a la obra de recuperación de la juventud descarriada y otras que durante la guerra de 1864, 1866 y 1870 se dedicaron a la asistencia sanitaria de los militares en los hospitales.
A pesar de esta dinámica actividad, María Francisca sabía encontrar tiempo para dedicar a la oración, a la meditación, a la visita diaria al Santísimo Sacramento, al cultivo de una tierna y filial devoción hacia la Madre de Dios. Era suave para con todos y severa consigo misma; practicaba mortificaciones y penitencias, tenía un gran respeto hacia los sacerdotes en los cuales veía la misma persona de Cristo. Soportó con cristiana resignación la última enfermedad que afinó más su alma y la hizo digna de la gloria. Murió el 14 de diciembre de 1876 en Aquisgrán. Tenía casi 58 años. La ciudad acudió en masa a sus funerales y la lloró porque en ella perdió a la madre amadísima de todos, especialmente de los pobres, de los desgraciados y de los pequeños.
Diciembre 16: Beato Honorato de Biala. Sacerdote de la Primera Orden (1829‑1916). Fundador de Congregaciones religiosas. Beatificado por Juan Pablo II el 16 de octubre de 1988.
Venceslao Kozminski nació el 16 de octubre de 1829, hijo de Esteban y Alejandra Kahl, en Biala Podlaska, en Polonia. De su familia, ferviente en la fe, recibió una sólida educación católica que acrecentó poco a poco durante los estudios que culminaron con la láurea en arquitectura. Mientras frecuentaba la Academia de Bellas Artes, hacia los 17 años de edad, le sobrevino una fuerte crisis de fe, agravada por la campaña anticatólica del gobierno de entonces. sospechoso de participar en un cumploot político, fue arrestado, y en  la cárcel se acrecentó aun más la crisis al contraer tifo y por el temor a ser condenado a muerte, de modo que se declaró blasfemo y ateo. Reconocido inocente y superada la crisis religiosa y recuperada también la salud, decidió cambiar radicalmente de vida y se hizo Capuchino en 1848. Entró al noviciado de los Capuchinos, en Lubarttow, y, hechos en Lublin los estudios de filosofía y teología, se trasladó a Varsovia, donde el 27 de diciembre de 1855 fue ordenado sacerdote con el nombre de padre Honorato de Biala.
En Varsovia inició de inmediato el ministerio de la predicación y el de la dirección espiritual, tuvo diversos cargos dentro de la Orden y al mismo tiempo iba a las escuelas, colegios, y pensionados femeninos para las lecciones de religión. En especial se hizo cargo de la Asociación del Santo Rosario y de la Tercera Orden Franciscana. Cuando el gobierno, después de las insurrecciones de 1863-64 suprimió las Ordenes religiosas, fue relegado hasta 1892 en el convento de Zakrocyun, vigilado siempre por la policía y sin poder salir, de modo que se dedicó a la oración, a las confesiones y a escuchar a los muchísimos fieles que acudían a él con sus problemas de conciencia.
Al mismo tiempo, en calidad de comisario general de la Provincia capuchina, desarrolló una intensa actividad ministerial a menudo contraviniendo las leyes zaristas de persecución contra numerosos conventos. Aún hoy impresiona la enorme cantidad de trabajo apostólico realizado por Honorato, a pesar de las restricciones impuestas por el régimen. Pero el principal carisma de Honorato se ve sobre todo en la fundación de asociaciones y congregaciones religiosas. Valiéndose del confesionario y la correspondencia, de 1874 a 1896 fundó 26 asociaciones piadosas, de las cuales surgieron numerosas Congregaciones. Hoy existen 16, de ellas 3 con hábito religioso y 14 sin él, 2 masculinas y 12 femeninas; puede considerarse precursor de los institutos seculares. De esta manera contribuyó grandemente a la supervivencia de la fe en Polonia. Además de ser renombrado predicador e iluminado director espiritual, fue un escritor fecundísimo para hacer conocer a la gente el amor de Dios, como escribió en su “Manual Espiritual”. En 1892 fue relegado en el convento de Nowa-Miaste, donde permaneció hasta su muerte.
Fue verdaderamente hijo de San Francisco en la forma de ver y vivir el amor de Dios en Cristo y en el sentir y vivir el ministerio de la Iglesia. En 1906 organizó una peregrinación nacional al santuario mariano de Czestochowa, en la cual participaron más de medio millón de personas.
En 1908 después de la reorganización de sus Congregaciones decidida por la Conferencia Episcopal, fue removido de la dirección general de las mismas, y él se atuvo dócilmente a los mandatos de las autoridades superiores, conservando sólo la dirección espiritual, de sacerdote y de confesor.
El 16 de diciembre de 1916, a la venerable edad de 87 años, moría Honorato Kozminski. En el testamento había expresado el deseo de ocultarse “en las Llagas de Jesús”, y de “entregar el alma al Creador con la misma disposición con que El entregó su espíritu en las manos de su Padre”.
Diciembre 17: Beato Juan de Montecorvino. Arzobispo de Pekín, de la Primera Orden (1244‑1328). Su culto no ha sido aprobado aún.
Todos son unánimes en afirmar que no ha habido en toda la historia de la Iglesia una figura más simpáticamente edificante que la del franciscano Juan de Montecorvino, primer arzobispo de Pekín y primado de todo el Oriente. Nació en 1244 en Montecorvino, cerca de Salerno. En 1289 fue enviado por el papa Nicolás IV como Nuncio entre los tártaros. Habiendo partido de Tauria, entonces capital de los dominios mongoles en Persia, en 1291, después de trece meses de travesía por Persia e India, donde enterró a su compañero de viaje Fray Nicolás de Pistoia, dominicano, llegaba hacia 1293 a Kambalik (Pekín).
Diez años más darde se unió a él fray Arnoldo, otro franciscano de la provincia alemana de Colonia. En una carta suya del 8 de enero de 1305, con sencillez evangélica cuenta cómo trece años antes, a través de Persia e India había llegado a la China y llegado a Pekín entregó una carta del papa al emperador. Con santa libertad invitó al poderoso monarca Kublai‑Kan a hacerse cristiano. Kubilai‑Kan, muy tolerante en lo religioso, se mostró favorable a Fray Juan y le dio la libertad para predicar el Evangelio.
Una primera y gran consolación la tuvo con la conversión del nestoriano Jorge, rey de los Keraitas, y próximo pariente del emperador. Los nestorianos, numerosos y poderosos en Pekín, furibundos, juraron la muerte de Juan y del rey Jorge, pero ambos triunfaron, conquistando numerosos seguidores. Fray Juan de Montecorvino trabajó por más de diez años solo, sin recibir ninguna noticia de sus cohermanos y de ningún país de Europa. Durante este tiempo, en la sola ciudad de Pekín, bautizó cerca de seis mil personas, muchos más habría bautizado si no hubiera sido víctima de una guerra atroz de calumnias de parte de los nestorianos, decididos a arruinarlo a él y su obra. Durante su larga permanencia en Pekín tuvo la alegría de acoger y abrazar al Beato Odorico de Pordenone, quien le llevó noticias de Italia.
El Papa, al saber de los maravillosos frutos del apostolado de Juan y de la inmensa necesidad de obreros evangélicos en China, consagró obispos a siete franciscanos para que partieran para la China y a su vez consagraran como su metropolitano a nuestro gran misionero, de una vez elevado a la dignidad de primer arzobispo de Pekín. Grande fue la alegría del buen misionero al abrazar de nuevo, después de tantos años, a tres cohermanos suyos, tener noticias de la Iglesia y de la Orden y de volver a oír la lengua de su patria.
Con los tres obispos sufragáneos, a los cuales después de un año se unieron otros tres, el heroico arzobispo multiplicó las conversiones. La iglesia de China contaba ya centenares de millares de convertidos. El solo fundador había bautizado más de 50.000. El ilustre metropolitano agotado por tantas fatigas, pero alegre de ver la obra tan bien desarrollada sucumbió gloriosamente en el campo de trabajo en 1328 a la edad de 81 años, después de más de 50 años de apostolado, de batallas y de triunfos que hicieron de él uno de los más grandes apóstoles de la China.
Diciembre 18: Siervo de Dios Lino de Parma. Sacerdote de la Primera Orden (1866‑1924). La causa de beatificación en curso.
Pablo VI cuando los superiores de la Orden Franciscana le pidieron directrices para su trabajo apostólico en este nuestro siglo XX, respondió: “El Padre Lino de Parma es uno de ustedes... Sigan su ejemplo”. Con estas palabras el Papa, prácticamente reconoció heroicidad de las virtudes del Padre Lino de Parma. La gente de Parma no podrá olvidar nunca a aquel pobre fraile de pies hinchados y espalda encorvada. No había nacido en Parma, pero quizás nadie ha conocido tan bien como él el espíritu de los parmesanos. Entraba en las casas de todos y de todos recibía confidencias. No era letrado pero gozaba de la amistad de los sabios. Era pobre, pero era llamado a las casas de los ricos, donde conseguía recursos para ayudar a los pobres. Para los miserables era un hermano y para los desesperados una esperanza. Tenía algo que lo distinguía de los demás: era la caridad, una caridad siempre serena y festiva que lo convirtió en profeta y precursor de tiempos nuevos.
El Padre Lino vivió 57 años, del 30 de agosto de 1866 al 14 de mayo de 1924. De su padre, Juan Maupas, de Spalato, en Dalmacia, había heredado la nobleza de linaje, de su madre, Rosa Marini, la bondad y la gentileza de ánimo. El padre deseaba que su hijo fuera abogado, pero él más bien escogió la vida religiosa franciscana.
Gentileza y bondad fueron las características del apostolado del padre Lino, un apostolado de amor que ejercitó ininterrumpidamente por 30 años en la ciudad de Parma. Su primera experiencia fue la Parma vieja, el Oltretorrente con sus viejos barrios, gente pobre y turbulenta. Sus calles estrechas y mal empedradas, atestadas de niños demacrados y andrajosos; sus casas pobres, privadas de sol y regurgitantes de familias; los numerosos escondrijos, refugio de personas sospechosas y reseñadas por la policía; las hosterías oscuras y mal reputadas, siempre llenas de borrachos y gente pendenciera, fueron el campo del apostolado difícil pero lleno de muchas satisfacciones del Padre Lino.
El convento de la Annunziata era el centro irradiador de toda su actividad asistencial y social para lo que se preparó con la oración intensa. Los primeros amigos fueron los niños que se esforzó por llevar a Dios. Con los más pobres siempre estaba en conversación y la gente se le acercaba y veía en él siempre a un amigo, un auténtico padre. Tiempos borrascosos eran aquellos y en medio del huracán él se mostró como el verdadero aportador de paz y de concordia. Parma fue toda suya. Fue amigo de los encarcelados, a quienes visitaba diariamente, estaba en medio de los revoltosos para llevar la paz, en medio de los que estaban en proceso de corrección, a quienes llamaba “mis valientes hijitos”. El florilegio de los episodios que embellecen su apostolado es variado e interesantísimo y nos muestra su alma. El Padre Lino murió mártir de caridad después de un rechazo de la fábrica de pastas Barilla, que no quiso acoger a un protegido suyo. Digno sello de una vida tejida de amor para con Dios y para con los hermanos.
Diciembre 19: Beata María Catalina Troiani de S. Rosa. Virgen de la Tercera Orden Regular (1813‑1887). Fundadora de las Hermanas Franciscanas Misioneras del Corazón Inmaculado de María (antes llamadas Franciscanas Misioneras de Egipto). Beatificada por Juan Pablo II el 14 de abril de 1985.
Cuando la pequeña Constanza Troiani, que había quedado huérfana de madre a los seis años y medio, traspasó los umbrales del conservatorio de Santa Clara de Ferentino (Frosinone) y fue entregada en custodia y educación a las enclaustradas que lo dirigían, nadie habría podido imaginar que aquella era la criatura destinada por Dios a fundar el primer instituto misionero italiano.
La niña era originaria del Giuliano de Roma, donde nació y fue bautizada el 19 de enero de 1813. Su padre fue Tomás Troiani, acomodado consejero comunal y organista en la parroquia, la madre fue Teresa Panici‑Cantoni. La muerte de la señora Teresa acaecida en 1819, dio origen a la dispersión de la familia Troiani. Constanza fue encomendada al monasterio de Santa Clara.
Con el corazón traspasado por el dolor, muy pronto logró superar tan gran herida y orientarse hacia aquel que bien pronto se convierte para ella en el amabilísimo Dios, que la llena de su amor. A los 16 años decidió ingresar como hermana en el monasterio. Tomó el hábito el 8 de diciembre de 1829 y se convirtió en Sor María Catalina de Santa Rosa de Viterbo; un año después emitió los votos religiosos. La joven hermana que ya había iniciado su vida ascética hacia la perfección religiosa y en amoroso servicio, tuvo a los 22 años una clara llamada a la vida misionera pero ya tenía 46 años cuando pudo finalmente realizarla.
Aceptando la invitación del Vicario Apostólico de Egipto el franciscano Perpetuo Guasco, un grupito de seis hermanas de Ferentino, de las cuales Sor María Catalina era el alma, el 14 de septiembre de 1859 partió para el Cairo, donde tuvo comienzo la nueva obra de Dios en la tierra de los Faraones. Clot‑Bey fue el nuevo centro, que como pequeño faro irradió luz de testimonio evangélico sobre el pobre barrio árabe, atrayendo vocaciones inesperadas de todas partes. Con nuevo personal la madre María Catalina pudo abrir en El Cairo otras dos casas y fundar otras más en diversas localidades. El 5 de julio de 1868, por decreto pontificio fue erigido el nuevo instituto y familia religiosa de la Tercera Orden Regular de San Francisco: la Madre Troiani pasó así de clarisa a terciaria y siempre se sintió hija fiel y auténtica de San Francisco y Santa Clara. Erigida la Congregación, el celo de María Catalina sobrepasó los límites de El Cairo. Abrió siete casas en Egipto, Palestina, Malta y en Italia, donde abrió una casa en Roma y otras en otras ciudades.
Su piedad moldeada en ambiente semiclaustral, con devociones particulares al Sagrado Corazón, a las fiestas marianas, a San José, a los Ángeles custodios y a San Francisco Estigmatizado adquirió aspectos precursores. La comunión diaria y su espiritualidad le abrieron a más amplios horizontes de la caridad evangélica, ejercida con felices reflejos sociales. Católicos, ortodoxos y musulmanes veían en ella la presencia concreta de la providencia de Dios. Se durmió en el Señor a los 74 años de edad el día 6 de mayo de 1887 en la casa de Clot‑Bey, teatro de su caridad ilimitada y en su prolongado trabajo, entre el llanto de los cristianos y de los musulmanes. 
Diciembre 20: Sierva de Dios Serafina de Jesús Farolfi. Virgen de la Tercera Orden Regular (1853‑1917). Fundadora de las Clarisas Franciscanas Misioneras del Santísimo Sacramento. En curso la causa de su beatificación.
María Francisca Farolfi, nació en Tossignano de Imola (Bolonia) el 6 de octubre de 1853 y murió en concepto de santidad en Badia di Bertinoro (Forli) el 18 de junio de 1917 a los 64 años de edad.
Es una de esas personas que pasan por la tierra dejando la impronta del cielo. Su alma ardiente no conocía obstáculos y no admitía pausas. Desde jovencita se mostró dulce y voluntaria. La delicada complexión física era compensada por una rara fortaleza moral. Joven inteligente, culta y vivaz, mientras le sonreía un porvenir rico de bellas perspectivas, oyó la voz del Señor. En el monasterio de las hermanas Clarisas de Forlì pudo realizar su sueño de perfección religiosa. El itinerario de esta frágil pero valerosa mujer es muy sugestivo y audaz. Cuando es Dios quien conduce, se llega al puerto.
El monasterio era malsano y necesitaba restauraciones urgentes. Por lo tanto la Madre Serafina con todas las educandas necesitadas de aire y de salud, fue enviada por los superiores a Bertinoro, donde transcurrió el provechoso período de reposo, de oración y de reflexión. El Señor le mostró la extrema necesidad de asistir, educar y formar a la juventud, demasiado a menudo abandonada a la dura ley de la calle. Así con la aprobación y bendición de los superiores y del obispo mons. Polloni, con un grupo de generosas discípulas dio comienzo al Instituto de las Hermanas Clarisas Misioneras Franciscanas del Santísimo Sacramento. Aprobado por San Pío X con decreto de alabanza en mayo de 1907, y definitivamente por Benedicto XV el 12 de agosto de 1915. Agregado a la Orden de los Hermanos Menores por el Ministro general, padre Dionisio Schuler el 28 de abril de 1904. Es una congregación de derecho pontificio en donde las hermanas profesan la regla de Santa Clara, modificada con especiales constituciones. Su espiritualidad es la franciscana, con estas expresiones específicas: culto especial a la Eucaristía, apostolado en las misiones y en la educación de la infancia y de la juventud más necesitada, vida auténticamente evangélica, abierto testimonio de la caridad de Cristo.
La Madre Serafina de Jesús, alma abierta a los más actuales problemas, se adelantó al tiempo: el programa dejado por ella a sus hijas podemos resumirlo en tres principales aspectos: alma eclesial, alma eucarística, alma educadora. Surgieron así numerosos colegios y escuelas que aun hoy atienden a millares de jóvenes, hospitales, dispensarios, asistencia espiritual a los militares y encarcelados, trabajo apostólico en países católicos y en tierra de misión.
Su obra continúa en las diversas actividades que realizan sus hijas, alimentada por la oración y el sacrificio, para llevar a Cristo a los fieles y a los infieles, para que todos lo glorifiquen en un himno de alabanza y de perfecta alegría franciscana.
Diciembre 21: Venerable Ludovico Necchi. Médico de la Tercera Orden (1876‑1930). En proceso de beatificación.
Ludovico Necchi nació en Milán el 19 de noviembre de 1876. Su padre Luis murió cuando él tenía cinco años; la madre, Cecilia Frisiani era pariente de Manzoni. Ambos, aunque rectos, eran indiferentes al problema religioso. En marzo de 1884 Cecilia Frisiani pasó a segundas nupcias con el escultor Federico Villa, incrédulo declarado. La madre murió en 1904, después de haber vuelto a encontrarse con Dios; igualmente el padrastro murió después de haber vuelto a la fe en 1907. En 1889 Ludovico se inscribió en el liceo Parini, al que frecuentó hasta la licencia liceal, teniendo por compañero de clase a Eduardo, el futuro padre Agustin Gemelli, con quien trabó una duradera amistad que lo llevó a la conversión. El ambiente estudiantil era hostil a la religión. La religiosidad de Necchi cuando entró en el Parini era ya fruto de conquista personal. En 1893 hablará él de su conversión como una completa entrega a Dios. La educación, la bondad natural, la agudeza del ingenio le ayudaron a superar felizmente la crisis. El célebre jesuita Guido Matiussi fue por un trienio su director espiritual. En 1896 se inscribió en la facultad de medicina en Pavía, entrando en el círculo universitario “Severino Boezio”, del cual más tarde fue presidente.
En 1900 en Roma, con ocasión del congreso internacional de los estudiantes católicos, fue recibido con otros en audiencia privada por León XIII. Se encontró con Toniolo y con el sociólogo católico Carlo Sonneschein, con quien trabó una amistad que duró toda la vida. Llamado en 1901 a formar parte del consejo directivo lombardo de la obra de los congresos, se dedicó al progreso social de los trabajadores, favoreciendo el incremento de las ligas católicas para el mejoramiento de las condiciones de los campesinos. Se laureó en medicina el 30 de junio de 1902 y comenzó junto con Gemelli el año de servicio militar en el hospital militar de Piazza San Ambrogio. Después de algunos meses, tocado por la gracia y por el testimonio de Necchi, Gemelli anticlerical e incrédulo se convirtió y terminado el servicio, ingresó entre los Hermanos Menores para ser después el gran convertido, fundador de la célebre universidad del Sagrado Corazón de Milán. Por lo demás, no fue el primer condiscípulo de Necchi que por su influjo se convirtió y se hizo sacerdote.
En enero de 1905 se comprometió con Victoria Della Silva, y casó en Milán el 26 de abril del mismo año y tuvo tres hijos: Camila, Giancarlo y Antonio. Con el padre Gemelli organizó el dispensario psico‑pedagógico para la educación de los niños subnormales, que tuvo por diez años. Acrecentaron su madurez los estudios y publicaciones sobre la neurosis. Apoyó decididamente al padre Gemelli en 1908 en la fundación de la universidad católica del Sagrado Corazón. Necchi desde joven pertenecía a la Orden Franciscana Seglar y vivía intensamente su espiritualidad. La muerte le llegó repentinamente a los 54 años, el 10 de enero de 1930, al término de una dura jornada dedicada al bien de los enfermos, de los cuales fue siempre diligente médico.
Diciembre 22: Santa Francisca Javier Cabrini, Virgen de la Tercera Orden (1850‑1917). Fundadora de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. Canonizada por Pío XII el 7 de julio de 1946.
Francisca Javier Cabrini fue la última de trece hijos, nacida el 15 de julio de 1850 en Sant’Angelo Lodigliano, en Lombardía, hija de Agustín y de Stella Oldini. Creció en un ambiente familiar de campesinos, donde la práctica diaria de la misa y el trabajo eran amados como una misión, y la caridad para con los pobres se practicaba generosamente. Se inscribió muy joven en la Orden Franciscana Seglar, de cuya espiritualidad tanto habría de tomar para su apostolado misionero.
Huérfana de padre y madre, de frágil salud, intentó ingresar entre las Hijas del Sagrado Corazón y luego entre las Hermanas Canossianas, pero no fue recibida a causa de sus condiciones físicas. Francisca entonces, siendo diplomada como maestra, aceptó ocuparse de la educación de los niños huérfanos. La maestra lombarda débil y desheredada, quiso dedicar su vida a la asistencia de los débiles y desheredados. Con la aprobación y bendición del obispo, fundó el Instituto de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. En Roma y en Castel San Giovanni encontró al obispo de Piacenza, Monseñor Juan Bautista Scalabrini, quien la invitó a dedicarse a la misión en favor de los emigrantes italianos.
Muchos italianos en aquellos tiempos emigraban a América en busca de trabajo. Partían como manadas envilecidas y al llegar a países extranjeros, sin providencias sociales y escasa asistencia civil, se embrutecían entre calamidades, miseria e ignorancia. Cuando la madre Cabrini supo que millares de emigrantes italianos estaban privados de asistencia material y espiritual, se embarcó para América y se estableció en Nueva York. Atravesó el océano veinticuatro veces. Amigos de la madre Cabrini se hicieron los millares y millares de emigrantes, amontonados en los puentes de las naves, acampados en las márgenes de las ciudades, absorbidos por las fábricas, engullidos por la miseria, dispersos y abandonados en vastas zonas.
La maestra enfermiza reveló una resistencia y una energía indómitas. Comenzó a recoger huérfanos de emigrantes. Luego construyó el hospital Colombo en Nueva York. Abrió una escuela en Buenos Aires. Otro Hospital en Chicago, preventorios en California, hospicios en otras ciudades de América. A quien se maravillaba, le respondía : “No somos nosotros, quienes hacemos esto, es Jesús!”. La asistencia material habría sido estéril si la madre Cabrini no hubiera sido madre: si no hubiera estado al lado de los emigrantes, de los abandonados, hasta en las cárceles. Llegó a ser así la mujer fuerte, admirada de los más poderosos hombres del mundo americano. Logró desarrollar una actividad prodigiosa, a dar vida a realizaciones imponentes. La muerte la tomó en sus brazos durante una permanencia en Chicago el 22 de diciembre de 1917 a los 67 años de edad.
Diciembre 23: Beato Nicolás Factor, Sacerdote de la Primera Orden (1520‑1583). Beatificado por Pío VI el 27 de agosto de 1786.
Nicolás Factor nació en Valencia, España, el 29 de junio de 1520. Recibió de sus padres una óptima educación cristiana que favoreció su natural tendencia a elevarse espiritualmente. Temperamento de artista, tuvo una sensibilidad extremada que educó mediante el estudio de las artes, especialmente de la pintura y de la música.
A la edad de 17 años, el 30 de noviembre de 1537 atraído por el ideal del Pobrecillo de Asís, ingresó entre los Hermanos Menores del convento de Santa María de Jesús en Valencia, donde profesó la regla franciscana el primer domingo de Adviento de 1538. Ordenado sacerdote ejerció con celo apostólico el ministerio de la predicación y con prudencia y discreción el de la dirección espiritual de las almas, especialmente religiosas. Después de haber desempeñado en la provincia franciscana de Valencia los oficios de guardián y de maestro de novicios, en 1571 el rey Felipe II lo destinó como director espiritual del monasterio de Santa Clara en Madrid donde vivían religiosas clarisas pertenecientes a la flor de la nobleza de la ciudad y de la corte. De Madrid pasó luego a dirigir a las religiosas de la Trinidad de Valencia y luego a las clarisas de Gandía.
Durante la permanencia en Madrid Nicolás estuvo en íntima relación con el Beato Juan de los Angeles, quien en “El triunfo del amor de Dios”, escrito en Medina en 1598, lo llama el “Santo”. Y en Valencia tuvo fraternal amistad con el dominicano San Luis Beltrán.
Hacia el final de la vida, profundamente impresionado por la muerte del santo amigo, fue atormentado por la preocupación de la salvación eterna, por lo cual, no satisfecho con aquel tenor de vida, pidió a los superiores poder pasar a los conventos‑retiro en busca de mayor austeridad. Obtenido el permiso, en los primeros días de abril de 1582 pasó al convento de Santa Catalina de la Onda en Castellón de la Plana. En noviembre del mismo año se trasladó a Barcelona en el convento de Monte Calvario, de donde regresó al de Santa María de Jesús en Valencia hacia finales de 1583.
Tuvo el don de los milagros y de la profecía. Sus biógrafos cuentan detalladamente maravillosas apariciones y celestes tratos con que fue favorecido por parte de Jesús y de la Virgen, que le colocó en los brazos a su divino Hijo; de San José, de San Juan evangelista y de San Francisco de Asís. El amor divino había inflamado su corazón. Debió sostener terribles luchas con los espíritus malignos que a menudo se le aparecían. Pero Nicolás siempre salió victorioso con la oración.
Recibidos los últimos sacramentos, su bienaventurada alma voló al cielo, el 25 de diciembre de 1583; tenía 63 años. Después de la muerte en su tumba sucedieron numerosos milagros.
Diciembre 24: Sierva de Dios María Teresa Lega, Virgen de la Tercera Orden Regular (1812‑1890). Fundadora de las Hermanas de la Sagrada Familia de la Tercera Orden de San Francisco. El proceso de beatificación en curso.
María Teresa Lega nació el 13 de enero de 1812 en Brisighella (Ra). Sus padres Miguel y Gentile Tondino, en el bautismo le imponen el nombre de Ana. En la infancia contribuyen a madurar en su hija los dones que Dios le dio. Para una más amplia formación y para su más sólida educación religiosa, el 20 de octubre de 1824 la confían a las Hermanas Dominicanas del Colegio Emiliani de Fognano, donde permanece hasta el 31 de julio de 1831. Al regresar a su familia, siente más insistente la voz de su Señor. El la llama a entregarse toda entera en la vida consagrada. Pero antes de realizar su ideal, encuentra la oposición de sus padres. Finalmente ellos condescienden y con su bendición puede volver a Fognano, donde después del año de noviciado, el 27 de septiembre de 1835, puede emitir con gozo su profesión religiosa. El nuevo nombre es Sor María Teresa de la Exaltación de la Cruz, un presagio de la futura vida a la que el Señor la llamaría. María con Jesús y José en la Sagrada Familia, Teresa como Teresa de Avila fundadora de un nuevo instituto, Exaltación de la Cruz con San Francisco, el estigmatizado de la Verna. Fue intensa su actividad en el monasterio de Fognano. Doble su trabajo, el de seguir e instruir y formar cultural y cristianamente a las jóvenes del convictorio. Los padres de las muchachas y las cohermanas se sienten satisfechos con la preciosa obra de forjadora y Maestra desempeñados por Sor María Teresa. Otro delicado oficio, el de Maestra de las novicias, las jóvenes que aspiraban a la vida religiosa. Este maravilloso y difícil itinerario cada día la une más a Dios y la encamina por la vía de la perfección. Pero no todo aparecía claro en su vida. A menudo le resonaba en el corazón la voz de Jesús: “Lo que hiciste al más pobre de mis hermanos más pequeños lo considero hecho a mí mismo”. En Fognano eran acogidas sólo muchachas pudientes y la puerta se cerraba a las más pobres. Esto para ella era motivo de dolor. El Señor le inspiraba la fundación de un nuevo instituto donde fueran recibidas muchachas pobres, abandonadas, expuestas a los peligros de la calle.
Ora, sufre, lucha, pide consejo para conocer mejor la voluntad de Dios. Un precioso autógrafo del Papa Pío IX del 24 de octubre de 1858 le traza el camino que debe emprender. Finalmente Sor María Teresa Lega, el 16 de julio de 1871 en Modigliana pudo realizar el sueño largamente acariciado, con la fundación del Instituto de las Hermanas de la Sagrada Familia de la Tercera Orden Regular de San Francisco, con el fin de acoger, asistir y formar muchachas expuestas a las insidias de la calle. En la edad en que otros piensan en el reposo, ella comienza una vida dinámica. El Señor la ayuda en este empeño de recuperación. Muchas fueron las casas abiertas en diversas localidades, muchas las niñas asistidas maternalmente, muchas las Hermanas de la Sagrada Familia que le ayudaron en su apostolado. La Madre, con bondad y seguridad guía su obra. Del ejemplo de la Sagrada Familia y de San Francisco toma inspiración y celeste protección.
El 27 de enero de 1890, a los 78 años de edad, en Cesena, Jesús, su esposo, la llama a las bodas eternas: “Todo lo que hiciste a mis hermanos más pequeños, lo considero hecho a mí mismo”: esposa de Cristo, entra en el gozo de tu Señor !”. Hoy desde el Paraíso la madre María Teresa está cerca de sus hijas espirituales, que continúan su obra en Romaña, en las Marcas, en Toscana, en el Lacio y en Colombia. En la oración y en la acción ellas esperan la hora de la glorificación de su Madre fundadora.
Diciembre 25: Natividad del Señor
Alegrémonos todos en el Señor, porque ha nacido para el mundo el Salvador. Hoy ha bajado del cielo a nosotros la paz verdadera.
Navidad es toda una invitación a la alegría, un himno de exultación. Todos estábamos sumidos en las tinieblas. En la noche viene una luz del cielo: un Niño nace para todos nosotros, para nuestra salvación: es el Salvador, el Mesías prometido y esperado. Viene del cielo como un don de perdón y de paz.
“Un ángel del Señor se presentó a los pastores y la gloria del Señor los envolvió de luz : El ángel les dijo: “No temáis, os anuncio una gran alegría, que será para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Este será el signo para vosotros : encontraréis un niño envuelto en pañales, que yace en un pesebre”. Y súbitamente apareció con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios y decía: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama”.
Toda la lección navideña está en estas palabras. No es posible la paz en la tierra, sino con dos condiciones: dar gloria a Dios y tener buena voluntad. Sin el compromiso de la buena voluntad y el reconocimiento de la gloria de Dios, toda promesa navideña es vana, toda esperanza ilusoria. Navidad es el punto de contacto entre lo divino y lo humano. Si falta uno de los dos polos, el circuito de la caridad queda abierto y el hombre queda todavía en poder del destino adverso.
En Navidad de 1223, tres años antes de morir, San Francisco de Asís quiso evocar en vivo la escena del pesebre. Evocación que debía luego repetirse en la historia de la Iglesia mediante la sugestiva iniciativa del pesebre.
San Buenaventura en su vida de San Francisco escribe: “Tres años antes de su muerte, en la región de Greccio, Francisco quiso hacer algo con la mayor solemnidad posible, para revivir la devota memoria del nacimiento del Niño Jesús: Después de haber pedido y obtenido licencia al Sumo Pontífice para no ser tachado de rarezas, hizo preparar un pesebre con el heno dentro y al lado un buey y un asno. Vinieron los hermanos, acudió la gente, el bosque resonó de voces y aquella noche santa resplandeció con muchas luces brillantes y se llenó de cantos y alabanzas armoniosas. El hombre de Dios estaba inmóvil delante del pesebre, compungido de piedad, con los ojos llenos de lágrimas e inundado de gozo. Se celebró una misa solemne sobre el pesebre, y Francisco, levita de Cristo, cantó el Santo Evangelio. Luego predicó al pueblo presente sobre el nacimiento del Rey pobre, llamándolo con afecto y ternura con el nombre de Niño de Belén”.
Diciembre 26: Beato Bentivoglio de Bonis. Sacerdote de la Primera Orden (1188‑1232). Pío IX aprobó su culto el 30 de septiembre de 1852.
Bentivoglio de Bonis nació en 1188 en San Severino Marcas de Giraldo y Albasia. Después de haber escuchado una serie de predicaciones del fervoroso franciscano Pablo de Espoleto, Bentivoglio se dirigió a Asís, donde el mismo San Francisco lo admitió en la Orden de los Hermanos Menores.
Ordenado sacerdote llegó a ser un modelo de perfección cristiana y tuvo el don de los milagros. Maseo, párroco de San Severino, después de haber asistido a uno de sus éxtasis, decidió abandonar el mundo y entrar en la Orden Franciscana. Lo mismo hicieron sus dos hermanos. Fray Bentivoglio habitó un tiempo solo en un convento llamado “Trave Bonati”, o “Ponte della Trave” para asistir y curar a un leproso. Un día recibió de sus superiores la orden de irse a otro convento, al parecer a Monte San Vinicio, cerca de Potenza Picena, distante unos veinte kilómetros; y para no dejar abandonado al pobre enfermo, por la gran caridad que lo animaba, se lo cargó a las espaldas y lo llevó a su nuevo destino con la admiración y el estupor de todos.
Bentivoglio abrazó con valor la vida de abnegación y de penitencia, de modo que vino a ser modelo de humildad, obediencia y caridad. Lleno de celo por la salvación de las almas, fue incansable en el ejercicio del ministerio apostólico, sea del púlpito como del confesionario, su palabra inflamaba las almas en santos ardores del amor divino. Un día mientras predicaba al pueblo, apareció sobre su frente una estrella luminosa que hizo brillar toda su persona. Con este prodigio Dios quería recompensar su trabajo por la evangelización de las almas.
Bentivoglio sentía gran compasión por los pobres, en los cuales su caridad le hacía ver la imagen de Cristo. Fue también favorecido de Dios con el don de los milagros. Con frecuencia fue visto en éxtasis y luego elevado en el aire y rodeado de luz. Con esto conmovió tanto, que muchos comenzaron una nueva vida.
Después de una vida rica en virtudes y buenas obras, el Beato Bentivoglio entregó su alma a Dios en el convento de San Severino, su patria, el día de Navidad de 1232. Tenía 44 años. Fue sepultado en la iglesia del convento y los fieles se amontonaron alrededor de su tumba para rendir homenaje a este humilde hermano menor cuyos restos Dios glorificó con muchos milagros.
Diciembre 27: Beato Federico Ozanam. Profesor, de la Tercera Orden Seglar (1813‑1853). Fundador de las Conferencias de San Vicente. Beatificado por Juan Pablo II.
Antonio Federico Ozanam nació en Milán el 23 de abril de 1813 de familia descendiente de un antiguo tronco israelita de la Bresse Lione. En 1816 la familia volvió a Lión, y Federico fue alumno del colegio real donde hizo sus estudios humanísticos desde 1822 a 1829. Sólo tenía 15 años cuando su juventud fue sacudida por una profunda crisis de fe, pero tuvo la fortuna de tener a su lado al abate Noirot, su profesor de filosofía, quien más que ningún otro le ayudó a superarla. Toda la vida de Ozanam estará marcada por la impronta benéfica de este sacerdote que supo hacer intuir al joven su vocación de apologista y apóstol.
En 1831, enviado por su padre a París para realizar estudios jurídicos, Federico fue huésped por dos años del científico André Marie Ampère, y pudo frecuentar aquel verdadero semillero de jóvenes esperanzas que Emanuel Bailly había sabido reunir alrededor de uno de los protagonistas de la fundación de la Pía Sociedad de las Conferencias de San Vicente de Paúl (23 de abril de 1839). El 30 de agosto de 1836 pudo coronar sus trabajos convirtiéndose en doctor en leyes y el 7 de enero de 1839 llegó a ser doctor en letras. De 1839 a 1840 estuvo en Lion como profesor de derecho comercial y acarició un vago deseo de la vida religiosa ; al no poder realizarlo, se hizo ferviente terciario franciscano y se inspiró en la espiritualidad franciscana. En 1841 casó con Amalia Soulacroix, hija del rector de la universidad de Lión, de la cual tuvo en 1845 una hija, María. A ambas las amó tiernamente en la más suave felicidad familiar. Habiéndose establecido definitivamente en París, fue titular de la cátedra en la Sorbona, donde trabó amistad con eminentes personalidades del mundo literario y católico. La enseñanza universitaria lo obligó a continuos viajes de estudio por toda Europa, especialmente a Italia.
La vida de Ozanam pertenece en especial a la historia de la Iglesia y su nombre está ligado a la Sociead de San Vicente de Paúl. El método por él adoptado era el de la visita a domicilio a los pobres, a los cuales junto con una buena palabra de consuelo y de fe, sabía llevarles el socorro de su caridad. La Sociead de San Vicente tuvo gracias a él un desarrollo extraordinario desde un comienzo: un año después de su fundación los confrades eran un centenar, diez años más tarde, en 1853 el mismo Ozanam podía decir: “De ocho que éramos al principio, hoy sólo en París somos 2.000 y visitamos 5.000 familias”. Hoy las conferencias de San Vicente superan los 1.250.000 miembros.
El 8 de septiembre de 1853, amorosamente asistido por su esposa, su hija, su hermano sacerdote, su hermano médico y sus cofrades vicentinos de Marsella murió a la edad de 40 años.
Diciembre 28: Sierva de Dios Teresa Gardi. Virgen de la Tercera Orden (1769‑1837). En proceso de beatificación.
Nació en Imola (Bolonia) el 22 de octubre de 1769 y allí mismo murió el 1 de enero de 1837. Pío IX cuando era obispo de Imola, dispuso que fuera sepultada en la iglesia de la Observancia, donde se encuentra actualmente, en la columna izquierda mirando al altar mayor. Ingresó en la Orden Franciscana Seglar el 13 de octubre de 1801.
Es una de las más dulces criaturas de Romaña de todos los tiempos. Puede ser considerada una segunda Santa Teresita. Si las personas que han recibido sus favores hubieran dejado una precisa documentación de los favores recibidos.
Desde su nacimiento fue una niña distinta, celestial, devotísima de la Iglesia, de la Eucaristía, llena de fe y fervor místico. Siempre transportada en Dios, tanto que deseaba morir pronto para llegar a él. Cultivó la pureza “como un verdadero ángel en carne”, escribió su confesor. Quiso que el sufrimiento fuera su alimento diario. Se levantaba tempranísimo, comía poco pan, bebía poca agua, prácticamente vivía de la sola santa Comunión.
Se consideró siempre una nada, menos que nada, sintiendo y adorando sólo el poder de Dios. Fue heroica en la fe y en la esperanza. Amó a todos, particularmente a sus pequeños escolares que tenía como maestra de jardín de niños en su casa, educándolos con vehemente amor divino. Sufrió mortificaciones y calumnias. Llevó la paz a las casas divididas por la discordia. Atrajo a los pecadores a la conversión, pagando personalmente con padecimientos inenarrables. Se distinguió excepcionalmente por la prudencia en el gobierno de su casa, por su justicia hacia el prójimo, para consigo misma y con sus deberes, como maestra de los niños. Sufrió ofensas graves de su hermano, que pretendía ser mantenido por ella. Su humildad superó todo lo imaginable, como también su fuerza para soportar las tribulaciones y las enfermedades. Pero sobre todo contra las tentaciones del enemigo logró triunfar siempre.
Sus amigas más cercanas la vieron en éxtasis repetidamente. Su vida espiritual fue intensísima y rica en contactos personales con lo divino. Tuvo los estigmas no visibles, a no ser una amplia herida en el costado que permaneció aún después de su muerte. Recibió grandes dones del cielo. También hoy sabemos de muchísimas intervenciones suyas para convertir, sanar, unir familias.
Desde hace 150 años siguen acudiendo a la Observancia de Imola personas de cerca y de lejos a orar sobre su tumba. Indudablemente desde el punto de vista de su estatura espiritual ella es la más grande hija de la ciudad de Imola de todos los tiempos. Su proceso de beatificación ha sido retomado a raíz de los últimos testimonios escritos por gracias recibidas.
Diciembre 29: Beato Gerardo de Valenza Po. Religioso de la Primera Orden (1267‑1345). Aprobó su culto San Pío X el 13 de mayo de 1908.
Gerardo Cagnoli nació en Valenza Po, Piamonte, hacia 1270. Después de la muerte de su madre, acaecida en 1290 (su padre ya había muerto), abandonó el mundo y vivió como peregrino, mendigando el pan y visitando los santuarios. Estuvo en Roma, Nápoles, Catania y quizás en Erice (Trapani).
Impresionado por la fama de santidad del franciscano San Luis de Anjou, obispo de Tolosa, ingresó en la Orden de los Hermanos Menores en Randazzo, Sicilia, donde hizo el noviciado y vivió algún tiempo. Del convento de Randazzo pasó a Palermo en calidad de portero y allí permaneció hasta su muerte siendo la admiración de sus cohermanos y de los fieles por sus encillez y sus virtudes.
Cerca de la puerta del convento plantó un ciprés y arregló un pequeño altar en honor de la Virgen y de San Luis de Anjou, de quien era devotísimo. Allí ardía continuamente una lámpara de aceite. Con un ramito de ciprés bañado en aceite de la lámpara bendecía a los enfermos que se acercaban a él en busca de consuelo. Muchos se iban perfectamente curados o consolados con su palabra. La fórmula que él empleaba para bendecir era esta: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, por la intercesión de la Virgen María, de San Francisco y de San Luis sé liberado de esta enfermedad”. Los milagros se sucedían.
Enrique d’Abbati, justicia del rey, estaba gravemente enfermo, y se había perdido toda esperanza. Fue llamado Fray Gerardo, que consoló con palabras fraternales al enfermo. Luego se postró en profunda oración. Poco después el enfermo se levantó perfectamente curado. Dormía pocas horas sobre una desnuda tabla; con instrumentos de penitencia maltrataba su cuerpo; continua oración, íntima unión con Dios, he ahí el programa de su larga vida.
Había transcurrido más de 30 años en la Orden Franciscana, cuando en la fiesta de San Juan Evangelista de 1345 se le apareció la Sma. Virgen y le aseguró que dentro de dos días volaría al cielo. Ante este anuncio Gerardo se alegró muchísimo y se preparó para las bodas eternas con gran fervor. El 29 de diciembre recibió con profunda devoción los últimos sacramentos de la fe y se durmió serenamente en el sueño de los justos. Tenía 75 años. Su sepulcro fue meta peregrinación de muchos devotos que recurrían a él. Su culto continuó sin interrupción. Los despojos mortales del Beato Gerardo Cagnoli reposan en el templo de San Francisco en Palermo, a pocos pasos de la puerta del convento que por largos años fue testigo de su santidad.
Diciembre 30: Beata Margarita Colonna. Virgen de la Segunda Orden (1254‑1284). Aprobó su culto Pío IX el 17 de septiembre de 1847.
Margarita nació en Palestrina, hija de Oddone dei Principi Colonna y Mobilia o Magdalena Orsini. Fue educada desde la más tierna edad en las virtudes cristianas por su madre, que había conocido a San Francisco en la casa de su hermano Mateo. Al quedar huérfana, primero de padre y luego también de madre, fue confiada a la tutela de su hermano Juan, dos veces senador de Roma, quien entre 1281 y 1285 escribiría su vida. En 1273 después de haber rehusado un matrimonio muy ventajoso con un noble romano, apoyada por su otro hermano después cardenal Giacomo Colonna, se retiró al Monte Prenestino, hoy Castel San Pietro, donde fundó una comunidad de Clarisas, pero sin aprobación canónica. Distribuyó la rica dote a los pobres y para sí no quiso ninguna ayuda directa de parte de sus hermanos; prefirió vivir como franciscana, recurriendo a la “Mesa del Señor”, pidiendo limosna de puerta en puerta. El Ministro General Fr. Jerónimo de Ascoli, intervino y le permitió entrar en el monasterio de Santa Clara, en Asís,  pero por problemas de salud no pudo permanecer mucho allí y trató de establecerse cons us compañeras junto al Santuario de la Mentorella, sobre elmonte Guadagnolo, poco distante de Roma. Poco después de trasladó a Roma, y pasó largo tiempo como huésped de una noble muy piadosa y generosa, llamada Altrudis, apodada “de los pobres” por aquellos a quienes ella había dado sus bienes.
En 1278 Margarita retorna al monte Prenestino. Vivió en el ejercicio heroico de todas las virtudes, edificando al pueblo con la oración asidua y el ejemplo de una caridad heroica. Con ocasión de una epidemia, Margarita se hizo “toda para todos” asistiendo maternalmente a los hermanos enfermos y corrió también en ayuda de los franciscanos de Zagarolo. Otra vez acogió en casa a un leproso de Poli, comiendo y bebiendo en el mismo plato y, en un ímpetu de amor, besó aquellas repugnantes llagas. Sería demasiado prolijo recordar todas las manifestaciones de la intensa vida mística de Margarita: la observancia escrupulosa de la regla de Santa Clara, el amor a la pobreza, la continua unión con Dios, los éxtasis, las efusiones de lágrimas, las frecuentes visiones celestiales, el matrimonio místico con el Señor, quien se le apareció colocándole un anillo en el dedo y una corona de liros sobre la cabeza y le imprimió la llaga del corazón.
La muerte de Margarita fue en todo digna de una perfecta hija de San Francisco, el cual por amor de dama pobreza quiso morir desnudo sobre la desnuda tierra. Desde hacía tres años sufría una grave úlcera en el estómago. La noche de Navidad de 1280 se le apareció la Virgen con el Niño en brazos, y la dejó en un estado de profunda exaltación. Después que hubo recibido el viático y la unción de los enfermos, pidió a su hermano el cardenal Giacomo, que la colocaran en tierra, deseando morir pobre como Jesús y el Seráfico Padre San Francisco. Fue complacida, pero sólo por un breve espacio de tiempo, porque estaba demasiado extenuada. Por último pidió que le dieran el crucifijo: habiéndolo besado con intenso afecto, lo mostró a sus cohermanas, exhortándolas a amarlo con todas sus fuerzas. Se adormeció un poco y luego volviendo en sí exclamó con vigor: “He ahí a la santísima Trinidad que viene, adoradla !”. Luego, cruzados los brazos sobre el pecho, y fijando los ojos en el cielo, expiró serenamente: era el alba del 30 de diciembre de 1280.
Los funerales se desarrollaron el mismo día en la iglesia de San Pietro sul Monte Prenestino con gran concurso de pueblo y de todos los franciscanos de la zona. En 1285 las clarisas de la Beata Margarita se trasladaron al monasterio romano de San Silvestre in Cápite, llevando consigo el cuerpo de la Beata.
Margarita se nos presenta como una delicadísima figura de mujer en quien las dotes naturales de inteligencia, fascinación y sensibilidad, unidas al realismo y a la dignidad de su hogar, se insertan en el robusto árbol de la espiritualidad franciscana. Su vida brilla como un arco iris de paz en la historia tormentosa de su tiempo.
Diciembre 31: María Inmaculada, Madre de Jesús y de la Iglesia,
Reina de la Orden Franciscana, corona de todos los Santos.
El mundo en que vivimos, trabajamos y respiramos, a pesar de sus prodigiosas realizaciones, está atormentado por la inquietud. La respuesta nos viene de María, que ofrece al mundo angustiado el Unico que tiene palabras de vida eterna. El que para todos y para siempre es “el Camino, la Verdad y la Vida”. La historia de los Magos, que se ponen en camino por el desierto y en la noche escrutan la luz que los conducirá finalmente a encontrar al Niño con su Madre, y a postrarse ante él, es el símbolo de esta búsqueda permanente de los hombres, necesitados de volver a encontrar el rostro de su Salvador y el de su Madre.
María, Madre de Jesús y de la Iglesia, Reina de todos los Santos, es el celestial arco iris, el oasis de paz, el refugio que fraterniza y acoge a los hombres divididos. En medio de los gozos y las esperanzas, de las tristezas y angustias de los hombres de hoy, de los pobres y de los que sufren, tenemos necesidad de María, vida, dulzura y esperanza nuestra. Hoy el mundo está todavía en la noche y la Iglesia conoce dolorosas defecciones, vivimos en una especie de Viernes Santo, que ciertamente nos purifica, pero no nos deja ver todavía la aurora de la resurrección. María, Madre de Jesús y de la Iglesia, está cerca de nosotros en medio de esta crisis. Nos ayuda a permanecer fieles, en pie junto a la cruz, seguros de su victoria, y la primera victoria de Cristo es la fe de su Madre. María está cerca de todos sus hijos que están en el dolor. No estamos ni solos, ni abandonados.
La Iglesia nos invita a mirar a María, signo seguro de esperanza y de consolación. En toda hora difícil de la vida y de la historia los hombres siempre han mirado a María y la han invocado. Madre de Jesús y de la Iglesia, ella intercede por nosotros ante su Hijo.
María ofrece a todos el camino de la santidad. Todos podemos y debemos hacernos santos, con una condición, que sigamos a Jesús y a la Iglesia mediante la observancia del santo Evangelio. Al término del año nos abre de par en par las puertas del cielo y nos muestra la gloria de todos los santos : “Si estos se santificaron, ¿por qué no vamos a poder santificarnos nosotros?”.
María, madre de Jesús y de la Iglesia, Reina de todos los santos, dulcísima Soberana de la tierra y del cielo, tu familia está todavía desunida, dividida en guerra, sin paz y sin amor: ¿Cómo podrá ser digna de tu amor? ¿Cómo podrá beneficiarse de tus maternos y dulcísimos cuidados? Oh Madre de todos, conviértenos a pensamientos de paz, conviértenos al amor universal. Extingue en todos los hombres el fuego del odio, de la venganza. Derriba las barreras que aún nos dividen entre hermanos; haz que las espadas se transformen en arados por la acción concorde. Cesen las divisiones, las guerras, la opresión de los débiles, los bloques de poder, el armamentismo. Que reine solamente el amor. Bendice a cuantos trabajan por la unidad de los ánimos. Muestra a los hombres la gloria de los Santos en el cielo. Todos podemos seguirlos, todos debemos llegar a ser santos. Concédenos la alegría de poderlos aclamar con una sola voz, desde un extremo al otro de la tierra: “Ave María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia. Reina de todos los Santos, Madre nuestra, Salve!”.



LAUS DEO

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