Mayo 1: Beato
Julián del Valle de Istria. Sacerdote de la Primera Orden
(† 1349). Su culto fue aprobado por San Pío X el 23 de febrero de
1910.
Julián nació de la familia Parenzo‑Pola en
la segunda mitad del siglo XIII. Joven aún sintió la vocación al estado
religioso, abandonó el mundo y fue recibido en la Orden de los Hermanos
Menores. Vistió el hábito religioso en el vecino convento de San Miguel
Arcángel, situado en un monte solitario, habitado antes por monjes
camaldulenses y fundado por el mismo San Romualdo abad. En este convento,
dependiente de la Provincia de Dalmacia, Julián trabajó por su perfección
mediante la fiel observancia de la Regla de San Francisco. Fue hombre de
intensa oración y áspera penitencia, se constituyó en modelo, ejemplo y
admiración de sus cohermanos y conciudadanos.
Ordenado sacerdote y poseedor de eminentes
dotes de doctrina, interrumpía las dulzuras de la vida contemplativa para
evangelizar a los pueblos y combatir la herejía rampante por los bellos campos
de Istria, con la palabra de paz extinguía las rivalidades entre güelfos y
gibelinos.
Julián, como San Francisco, supo
conciliar admirablemente la vida de soledad con la del apostolado. Después de
períodos de oración bajaba a las ciudades y a los poblados para desarmar a los
hermanos en lucha y suscitar por doquier la vida evangélica que hermana a todos
en el nombre de Cristo. Su vida fue ejemplar por su piedad y caridad para con
el prójimo. En sus peregrinaciones apostólicas enfervorizaba la gente en el
amor a Jesús Eucarístico, el Crucificado y la dulcísima Madre celestial.
Decidido a parecer tonto y débil ante el mundo, encontraba en los insultos una
ocasión providencial para ganar algún mérito en sufragio de las almas del
Purgatorio. Su palabra profundamente popular, encantaba a las turbas. El
secreto del entusiasmo que despertaba con su predicación era el amor ardiente
por Jesús, cuyo nombre tenía siempre en los labios, y su filial devoción a la
Santísima Virgen.
En la estrictísima pobreza de su convento, a menudo socorrido por Dios
con prodigios, nunca cerró su corazón a los pobres, para los cuales fue de una
generosidad sin límites. Su santidad y su caridad atrajeron para sí y sus
cohermanos el cariño, la devoción y el reconocimiento de un número siempre
creciente de fieles. Murió en el convento de San Miguel Arcángel de su
tierra natal, testigo de su santidad, hacia el año 1349 y allí fue sepultado.
Fue representado con aureola sobre su cabeza, una cruz en la mano derecha y el
libro del Evangelio en la izquierda. En 1418, después de que los franciscanos
abandonaron del convento de San Miguel, los habitantes de Parenzo robaron
hábilmente el cuerpo del Beato Julián, que fue llevado con honores a la iglesia
colegiada del Valle de Istria. Su culto continuó ininterrumpido a través de los
siglos.
Mayo 2: Beato
Vivaldo de San Geminiano. Ermitaño de la Tercera Orden (1250‑1320).
Aprobó su culto San Pío X el 13 de febrero de 1908.
Vivaldo (nombre que es variante de Ubaldo),
ermitaño en Toscana, nació en San Geminiano a mediados del siglo XIII.
Provenía de la noble familia de los Stricchi, en el seno de la cual, según
afirma el historiador Fray Mariano de Florencia, Vivaldo creció piadoso y
devoto. Tuvo la alegría de encontrarse con un sacerdote ejemplar, el Beato
Bartolo de San Geminiano, del cual se haría cariñoso discípulo y habría de
imitar sus heroicas virtudes. El Beato Bartolo tenía 52 años cuando, en 1280
fue atacado de la lepra. Debió renunciar a la parroquia y hacerse recluir en el
lazareto de Cellole, cerca de San Geminiano.
Vivaldo decidió acompañar a su maestro a la
hora de la prueba para servirle de ayuda, de consuelo y para asistirlo en la
enfermedad. Así comenzó un apostolado caritativo no sólo para el santo
sacerdote, sino también para los demás leprosos. El heroico enfermero con
admirable fe, en el lugar de miseria y dolor del leprocomio, se convirtió en
ángel del consuelo, dedicándose con gran consagración a la asistencia del santo
maestro y de los otros enfermos. Durante 20 años el discípulo estuvo al lado
del maestro con filial cuidado y devoción. A los 72 años de edad el Beato
Bartolo voló al cielo destrozado por los dolores.
Vivaldo maduró entonces su designio de
retirarse al eremitorio de Boscotondo de Camporena. Tomó el hábito de Terciario
franciscano y se dirigió a la soledad. De ahí en adelante el mundo no lo verá
más y será olvidado de todos. Pasarán otros 20 años y la muerte le revelará la
nueva vida, inmutable e inmortal, colmada de gloria y de luz. Emulará el
heroísmo de un San Antonio Abad y de un San Pablo ermitaño. Vigilias
prolongadas, alimento escaso, un poco de pan y hierbas, una pobre túnica
franciscana, maceraciones y plegarias, son la síntesis de su vida, una vida de
inmolación y de expiación por los pecados de la humanidad.
Su muerte fue plácida y serena. Consumido por las penitencias, exhaló
serenamente su espíritu. En la tierra quedó como precioso regalo y fuente de
gracias su cuerpo. Era el año 1320 y él contaba 70 años de edad. A su muerte
las campanas de Montaione sonaron a fiesta. En devoto cortejo, cantando himnos
y salmos al son gozoso de las campanas, los habitantes de la región se
dirigieron al eremitorio donde encontraron el cuerpo exánime del ermitaño con
las manos en actitud orante apretando el crucifijo. Fue transportado en hombros
a Montaione entre himnos e invocaciones. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia
del lugar y venerado con culto público por los habitantes de Montaione y
alrededores. Alrededor de su eremitorio en el siglo XVI los Hermanos Menores
construyeron un convento.
Mayo 3: Beata
Petronila de Troyes. Virgen religiosa de la Segunda Orden
(† 1355). Concedió oficio y misa en su honor Pío IX el 11 de mayo de 1854.
Petronila, nacida de la noble familia de
los condes de Troyes, en Francia, fue educada religiosamente; joven aún logró
ser admitida entre las hermanas clarisas del Monasterio de Provins, donde
perfeccionó sus virtudes, particularmente la modestia, la humildad, la paciencia,
creció en un amor ardiente y desmedido por Cristo en el Sacramento de la
Eucaristía y por el Crucificado. Se preocupó mucho por edificar a sus
cohermanas más con el ejemplo que con la palabra y transformó el monasterio en
un centro de eficaz apostolado, extendiendo su acción benéfica particularmente
entre los pecadores, los afligidos y los necesitados.
Para testimoniar su total amor a Cristo
prometió buscar en todo y siempre lo más perfecto. A esta promesa siguió un
empeño de continua renovación, a lo cual se añadieron numerosas penas por
incomprensiones, pero Petronila salió adelante con la continua oración,
asistida por Dios con favores celestiales de contemplación y éxtasis.
El rey de Francia, Felipe el Hermoso, fundó
en 1309 un monasterio de hermanas clarisas, dedicado a San Juan Bautista,
en Oncel, cerca de Pont‑Ste‑Maxence (Puente Santa Majencia) en la diócesis de
Beauvais. Pero la construcción del monasterio se retardó por la muerte del rey
y solamente en 1336 se establecieron allí doce monjas clarisas venidas de los
monasterios de Longchamp, de San Marcelo de París, y de Santa Catalina de
Provins. Una de las hermanas venidas de Provins era Petronila de Troyes, quien
fue escogida como abadesa y fue entronizada solemnemente en presencia del rey
Felipe de Valois y de la reina Juana de Borgoña. Al año siguiente, el 27 de
marzo de 1337 fue consagrada la iglesia del monasterio por el cardenal de
Boulogne.
La nueva abadesa formó un selecto grupo de almas generosas, entregadas a
la perfección seráfica. Sobresalió por la humildad y la delicadeza para con
todas sus cohermanas, especialmente para con las enfermas, mientras se hacía
cada vez más profunda su unión con el esposo celestial. Pero cuántas luchas
debió soportar, sobre todo por parte del demonio, que intentó arrojarla en la
desesperación. Muchas jóvenes siguieron su ejemplo y pronto el monasterio de
Moncel se convirtió en un cenáculo de almas selectas. Después de ocho años de
sabio gobierno, Petronila renunció a su mandato, para mejor prepararse al encuentro
final con el esposo celestial. Vivió todavía once años de vida oculta y
humilde. El 1 de mayo de 1355 abandonó la tierra para volar a la eterna fiesta
del cielo.
Mayo 4: Beato
Ladislao de Gielnow. Sacerdote de la Primera Orden (1440‑1505). Aprobó
su culto Benedicto XIV el 11 de febrero de 1750.
Ladislao nació en Gielnow, en Polonia y fue
bautizado con el nombre de Juan. Realizó los estudios de filosofía y teología
en Cracovia y tuvo dos ilustres condiscípulos: San Juan Cancio y el Beato
Simón de Lipnica. Sintiéndose llamado a la vida religiosa, abandonó todo y
entró en la Orden de los Hermanos Menores en el convento de Cracovia. El 1 de
agosto de 1457, después del año de noviciado, tuvo la dicha de emitir su
profesión religiosa, y después de algunos años de intensa preparación fue
consagrado sacerdote. Se dedicó a la predicación con tanto celo, que emuló a
sus santos y gloriosos cohermanos de su tiempo. Recorrió ciudades y pueblos
anunciando por doquier el reino de Dios. Su elocuencia viva y atrayente era
glorificada por la santidad y los prodigios. Las turbas se apretujaban en torno
a su púlpito y volvían a tomar el camino de la virtud.
Elegido varias veces Ministro provincial,
visitó a pie los 24 conventos que le estaban sometidos; estuvo dos veces en Italia,
donde tomó parte en el Capítulo general de la Orden. Al volver a su patria
predicó asiduamente por ocho años y escribió obras religiosas, poesías y
cantos. Compuso las «Ordenaciones» de su Provincia, que fueron aprobadas el 28
de mayo de 1498 por el Capítulo general de Urbino. Durante su gobierno envió
misioneros a Lituania y Rusia, para convertir a los herejes y cismáticos.
Fueron numerosas las conversiones.
La seráfica pobreza de Ladislao era grande:
se contentaba con lo necesario, quería conventos, hábitos y dotación que no
desdijeran de la vida franciscana. Predicaba con tanto fervor las verdades de
la fe, que parecía un San Antonio de Padua redivivo. Después de sus
predicaciones se ejecutaban cantos religiosos compuestos y musicalizados por él
mismo.
Polonia, católica por excelencia, siempre
ha tenido que sufrir en su historia. También entonces por guerras promovidas
por las naciones limítrofes vivía horas de desgarramiento. El Beato Ladislao,
para atraer la protección divina sobre su patria, predicaba al pueblo la
penitencia y organizaba procesiones penitenciales.
Devotísimo de la Santísima Virgen, inculcaba la recitación diaria de la
corona franciscana. El pueblo acudía devoto a esta práctica. La Virgen Santa
demostró su gratitud apareciéndosele varias veces y dándole en brazos al Niño
Jesús. El viernes santo de 1505, mientras predicaba la pasión de Cristo, al
llegar a la descripción de la flagelación, entró en éxtasis. El pueblo admiraba
entusiasmado al santo religioso que, apenas vuelto en sí, sintió que se le
acababan las fuerzas. Era este el anuncio de la muerte cercana. Después de un
mes de sufrimientos soportados con resignación, expiró serenamente el 4 de
mayo. Por su intercesión se obtuvieron gracias y curaciones. Se cuenta entre
los patronos de Polonia y Lituania.
Mayo 5. Beato
Bienvenido de Recanati. Religioso de la Primera Orden (1200‑1289).
Concedió oficio y misa en su honor Pío VI el 17 de septiembre de 1796.
Bienvenido nació en Recanati, en las
Marcas, en 1200, de la familia Mareri. Fue religioso en la Orden de los
Hermanos Menores en el convento franciscano de su ciudad natal, alcanzando la
más alta perfección en la fidelidad absoluta a la regla dada por
San Francisco.
Transcurrió su vida en humildes trabajos
manuales, que sin embargo no lo distrajeron de una constante unión con Dios.
Hizo el oficio de cocinero del convento, santificándose entre ollas y calderos,
entre actividades prácticas y éxtasis místicos, más elevados que los vuelos de
cualquier poeta. Desde el comienzo de su vida religiosa se aplicó con ardor a
la práctica de la humildad y de la penitencia. En una fidelidad inviolable al
franciscanismo encontró el medio para llegar rápidamente al ápice de la
perfección.
La Eucaristía era objeto de su adoración y
de su amor. la vida oculta de Jesús en el tabernáculo era el libro donde el
buen religioso acudía a aprender el amor ardiente a Dios y a los hermanos, el
desprecio de las cosas del mundo, la fidelidad a las obligaciones de su estado,
el amor al silencio, a la oración y a la vida oculta.
Un día, después de haber encendido el fuego en la cocina, hechos los
primeros preparativos para la comida principal, el Beato Bienvenido se dirigió
a la iglesia para participar en la santa misa. La contemplación del divino
misterio lo arrobó en éxtasis; siguieron otras misas, y él permaneció inmóvil
durante varias horas en su Dios. Terminado el éxtasis se acordó del almuerzo
que debía preparar para sus cohermanos, salió rápidamente reprochándose su
olvido. Con gran gozo encontró que ya todo estaba preparado. Dios había querido
así recompensar la caridad de su siervo fiel. Otro día, durante un éxtasis, el
Niño Jesús se posó en sus brazos. Estos carismas divinos inflamaron de ardor
seráfico el alma del Beato. Sus conversaciones eran más celestiales que
terrenas. A los 89 años llegó finalmente la muerte tan esperada por él, la cual
habría de liberar su alma de los lazos del cuerpo y le permitiría contemplar
eternamente a Dios sumo bien. Murió en el convento de Recanati el 9 de mayo de
1289, llegando con un último suspiro, en un dulcísimo naufragio. Gracias a los
milagros que ilustraron la tumba del Beato Bienvenido se propagó su culto.
Mayo 6: Beato
Bartolomé de Montepulciano. Sacerdote de la Primera Orden (1245
- 1330). Aprobó su culto León XIII el 24 de junio de 1880.
Bartolomé Pucci‑Franceschi nació en
Montepulciano, hijo de Puccio di Francesco, nombres que fueron unidos para
formar el apellido familiar.
En su juventud casó con Milla, hija del
capitán Tomás de Pécora, de la cual tuvo cuatro hijos, que hacia 1290, cuando
él a los 45 años de edad, decidió ingresar entre los Hermanos Menores del
convento de San Francisco de Montepulciano, ya habían llegado a la mayoría
de edad. Las crónicas exaltan su memorable renuncia a la familia y al rico patrimonio,
su caridad para con los pobres en los tiempos de carestía, y varios milagros.
El Señor le había inspirado consagrarse a
su servicio y él, dócil a la divina llamada, proveyó al porvenir de sus hijos y
con el consentimiento de su mujer se hizo religioso hermano.
En la vida de convento llegó a ser modelo
de perfección. Durante la oración a menudo era arrobado en éxtasis, su rostro
se volvía radiante con una luz celestial, su alma encendida en un fuego divino.
Se reputaba tan pequeño y pobre que no se atrevió a ser sacerdote, pero los
superiores se lo impusieron y, después de un tiempo de estudios filosóficos y
teológicos fue ordenado sacerdote y de inmediato se entregó humilde y
devotamente al sagrado ministerio con fervor y santa vida. También entonces era
tanta su humildad, que hubiera deseado vivir ignorado de todos. Su amor por el
prójimo y especialmente por los más pobres y desdichados era grandísimo. Por
sus oraciones a menudo Dios multiplicó el alimento para su comunidad y a favor
de los necesitados.
Frecuentes apariciones de la Santísima
Virgen, de ángeles y de santos lo llenaban de tanta alegría que parecía estar
ya en el paraíso. Fue para toda la comunidad modelo de observancia exacta de la
regla de San Francisco, del espíritu de pobreza, de castidad y de
penitencias con las cuales martirizaba su cuerpo.
Bartolomé se durmió serenamente en la paz
de los justos el 6 de mayo de 1330. Fue sepultado en la iglesia de
San Francisco, donde permaneció hasta 1930. Luego fue trasladado a la
iglesia de San Agustín.
Un catálogo de 1538 recuerda que sus reliquias se conservaban en una
urna de nogal, expuesta a la pública veneración de los fieles y cerrada con dos
llaves, de las cuales una era guardada por el superior del convento y la otra
era confiada a los descendientes de la familia del Beato.
Mayo 7: Beato
Eduardo José Rosaz (Félix Eduardo José), Obispo, de la
Tercera Orden, Fundador de las Hermanas Franciscanas Misioneras de Susa. (1830‑1903).
Beatificado por Juan Pablo II en su visita pastoral a Susa el 14 de julio de
1991. (Su fiesta es el 4 de mayo).
Eduardo José Rosaz nació en Susa (Turín) el
15 de febrero de 1830, hijo de Romualdo y Josefa Dupraz. A los 16 años quedó
huérfano y con dos hermanas menores a su cargo, pues los hermanos mayores
vivían lejos. Su salud adolecía de una debilidad general, por lo cual debía
seguir periódicamente tratamientos que le proporcionaba su hermano médico. Como
parte de sus tratamientos debía viajar a pie con frecuencia. Entabló amistad
con el obispo Antonio Odone, quien lo acogió en el Seminario local y luego lo
trasladó por motivos de salud al de Nizza Marittima. Ordenado sacerdote el 10
de junio de 1854. Cuando buscaba la forma de llegar a una entrega total en el
servicio de su ministerio, comprendió que podía combinar la misión del
presbítero con una espiritualidad fuerte, para lo cual, a raíz de la lectura de
una biografía de San Francisco de Asís, optó por hacerse Terciario
franciscano, junto con otros amigos. “De esta manera encontró un método y una
escuela. Sería sacerdote secular pero a la manera de Francisco”. Cultivó
numerosas amistades, que eran su apoyo, consejo y ayuda.Su vida espiritual pudo
enriquecerse merced a la amistad que cultivó con otros santos sacerdotes como
San Juan Bosco, San José Cafasso, San Juan María Vianney.
En 1854 regresó definitivamente a Susa; y
fue nombrado canónigo de la catedral de Susa, donde ejerce como confesor y
catequista, celebra la misa temprano para la gente que debe ir al trabajo. En
1856 acoge las primeras muchachas desamparadas y da inicio al Retiro, casa de
acogida para muchachas abandonadas. Establece el mes de María, como ocasión
para una catequesis de adultos de todo un mes. Inicia igualmente el intercambio
de servicios entre los sacerdotes de la región. Con frecuencia emprende
peregrinaciones a pie a santuarios significativos. Ejerce la capellanía da las
cárceles, rector del “Colegio civico” y del Seminario Diocesano en 1874. Todo
cuanto recibe por herencia o por otros títulos, lo invierte en sus obras
apostólicas. Su apostolado y toda su vida llevan la marca de la caridad, la
pobreza, la hospitalidad y la prudencia. Renunciando a su origen burgués y
acomodado, vive en pobreza y no pocas veces debe “recurrir a la mesa del Señor”
para sostener sus obras, e inclusive para su propio sustento.
El 8 de diciembre de 1874 tres de las muchachas de su Retiro toman el
hábito de la Tercera Orden Franciscana, y así comienza la Congregación de las
Hermanas Franciscanas Misioneras de Susa. Elegido obispo de Susa el 26 de
diciembre de 1877 recibe la ordenación episcopal el 24 de febrero de 1878. El 8
de octubre de 1882, las Hermanas toman posesión de la Casa Madre, lo cual
festeja con un almuerzo para 247 pobres. (La Congregación fue aprobada por la
Santa Sede el 24 de julio de 1942). Funda el semanario “Il Rocciamelone”, el 1
de abril de 1897, que actualmente sale con el nombre de “La Valsusa”. El 15 de
junio de 1899 bendice solemnemente la estatua de la Virgen para colocar en la
cima del Rocciamelone (3.600 mts. de altura). Se distinguió por su abnegación,
celo, mansedumbre y humildad. Murió el 3 de mayo de 1903.
Mayo 8: Corazón
Inmaculado de María. Mayo con María. Súplica a nuestra Señora del
Rosario. Consagración al Corazón Inmaculado de María.
Mayo es el mes más bello del año.
La Iglesia lo ha escogido y lo ha dedicado a nuestra Señora. Con su
irresistible fascinación nos llama a sí. Escuchemos el maternal llamamiento y
llevémosle cada día una flor, elevémosle la oración, meditemos sus virtudes y
elevémosle un canto. María es nuestra estrella, guía, pronta a darnos la mano
si naufragamos, para ayudarnos y salvarnos cuando tengamos necesidad de ella. A
las armonías de la creación unamos nuestra voz para cantar sus alabanzas,
asociémonos a sus muchos devotos para saludar en María a la socia del Redentor
del género humano, la auxiliadora del pueblo cristiano, la mediadora de todas
las gracias, la madre de la Iglesia, gozo y salvación de los creyentes en
Cristo.
Después de haber permanecido en
contemplación y agradecimiento ante el Corazón de Jesús, como centro de su
amor, ahora nos detenemos ante el Corazón Inmaculado de la Madre. María es
depositaria de la gracia, de la cual Dios la llenó, para que fuese Madre de su
Hijo encarnado. En este Corazón sin mancha María «conservaba y meditaba cuanto
oía», sobre aquel corazón que a todos ha acogido en Jesús, podemos cada día
deponer nuestros cansancios y penas. Madre dulcísima, la sola virgen y madre,
nos acogerá siempre con amor.
El culto al Corazón Inmaculado de María
tuvo una gran difusión después de las apariciones de Fátima en 1917. Tres
niños, Lucía, Jacinta y Francisco, en Cova da Iría, a medio día, el 13 de cada
mes, desde mayo hasta octubre, tuvieron seis veces la aparición de una
bellísima Señora que venía del cielo, que les dio un mensaje de salvación para
la humanidad: «Jesús quiere servirse de ustedes para hacerme conocer y amar.
Sacrifíquense por los pecadores y digan con frecuencia, al hacer algún
sacrificio: Por tu amor, Jesús, y por la conversión de los pecadores. Muchos
van al infierno, porque no hay quién ore y se sacrifique por ellos. Yo soy la
Virgen del Rosario. He venido para exhortar a los fieles a cambiar de vida, a
no afligir al Señor con el pecado, a recitar el Rosario y a hacer penitencia de
sus pecados. Las guerras son castigos que el Señor permite para castigar los
pecados de los hombres. Si ellos escuchan mis peticiones, los flagelos serán
alejados o mitigados, de lo contrario vendrá el castigo. Al final mi Corazón
Inmaculado triunfará».
El 8 de mayo, a medio día, se recita la
súplica a la Bienaventurada Virgen del Rosario. El mensaje de Fátima pide:
oración, penitencia, vida cristiana, recitación del Rosario, pureza de
costumbres, vida de adhesión al Evangelio.
CONSAGRACION AL CORAZON INMACULADO DE MARIA. Virgen Inmaculada, Madre de
misericordia, Reina del cielo y de la tierra, refugio de los pecadores, nos
consagramos a tu Corazón Inmaculado. Queremos vivir todos los compromisos
asumidos en el bautismo, y llevar a cabo en nuestro interior la conversión que
nos aparte de los fáciles compromisos con el mundo. Te encomendamos nuestra
existencia y nuestra vocación cristiana. Nos comprometemos a un renovado
espíritu de oración y penitencia, a la participación fervorosa en la
celebración de la Eucaristía, en la recitación diaria del rosario, en un
austero modo de vida, conforme al Evangelio, al buen ejemplo, a la observancia
de la ley de Dios y a la pureza. De ti, Madre de Jesús y madre nuestra,
esperamos la salvación de todos tus hijos. Amén.
Mayo 9: Santa
Catalina de Bolonia. Virgen de la Segunda Orden (1413‑1463). Canonizada
por Clemente XI el 22 de mayo de 1712.
Catalina nació en Bolonia el 8 de
septiembre de 1413, hija de Juan Vigri de Ferrara y de Bienvenida Mammolini, de
Bolonia. A los 11 años de edad fue llevada por el Duque del Este a la corte de
Ferrara para ser educada con la princesa Margarita de Este. Creció bien educada
e instruida. Leía y escribía corrientemente en latín con admirable elegancia
hasta para los humanistas. La vida lujosa del ambiente cortesano no la atrajo.
No se ensoberbeció por su vasta cultura. A los 13 años volvió su ánimo a Dios,
combatiendo las tentaciones y las ambiciones, con aquellas que ella llamó en su
propio tratado «Las siete armas espirituales». Con un grupo de otras jóvenes,
guiadas por la condesa Dal Verde, entró en el monasterio de Ferrara, donde
escogió la rígida regla de Santa Clara y en 1432 hizo la profesión religiosa
entre las Hermanas Clarisas.
Pronto se distinguió por la humildad y la
delicadeza para con las hermanas enfermas, mientras se hacía siempre más
profunda su unión con el celestial Esposo. Pero cuántas luchas debió sostener,
inclusive antes de estar ligada a la regla de Santa Clara, sobre todo por parte
del demonio que intentó con falsas apariciones lanzarla a la desesperación.
Después comenzaron los gozos más profundos, que transformaron su vida haciendo
de ella una de las contemplativas más célebres. Toda inmersa en la vida
espiritual, tuvo visiones y éxtasis. Anunció la caída del Imperio de Oriente,
acaecida en 1453, con la toma de Constantinopla por los Turcos y la muerte del
último emperador.
Catalina no desdeñaba los oficios más
humildes del monasterio. Fue hornera, encargada de amasar y cocer el pan cada
día para sus cohermanas. Pasó luego a la portería, donde sus oraciones eran
continuamente interrumpidas por las llamadas, sin que esto la turbara o
impacientara. Aunque rehusaba todo cargo, fue maestra de novicias, a quienes
supo guiar por los caminos de la perfección seráfica. Les enseñaba la
simplicidad, aceptación constante de la voluntad de Dios, silencio,
modestia, cortesía, observancia perfecta de la Regla, tenerse por inútil y
ponerse siempre al serviciod e los demás. En los ratos libres, Catalina
se deleitaba alabando al Señor también con el arte de la puntura, o tocando el
violín, o también dando rienda suelta a su vena poética.
Entretanto en Bolonia se estaba
construyendo por voluntad del pueblo y de las autoridades, el monasterio del
Corpus Domini, por lo cual en 1456 viajó a Ferrara una delegación para pedir
una abadesa y hermanas para el nuevo monasterio, de modo que el 22 de julio
Catalina volvió a su ciudad natal con un grupo de Clarisas de Ferrara, acogida
con gran deferencia por el legado de la Santa Sede cardenal Besarión, por el
arzobispo, las autoridades y el pueblo.
Como una nueva Santa Clara, durante ocho años formó un grupo de
religiosas. Aunque muchas veces enferma, siempre estaba en comunión con su
Señor. El Beato Marcos Fantuzzi de Bolonia fue por un tiempo su maestro y
director de espíritu. El 9 de marzo de 1463, a los cincuenta años, después de
haber hecho a las cohermanas su última exhortación, expiró mientras su rostro
se volvía luminoso y hermosísimo. Su cuerpo incorrupto se conserva en la
iglesia del Corpus Domini, en Bolonia, y es objeto de gran veneración.
Mayo 10: Beato
Félix de Nicosia. Religioso de la Primera Orden (1715‑ 1787). Su culto
fue aprobado por León XIII el 12 de febrero de 1888.
Jaime Amoroso nació en Nicosia (Sicilia) el
5 de noviembre de 1715. Hijo de un pobrísimo zapatero remendón, aprendió y
ejerció el arte de la zapatería en el local de la fábrica Ciavarelli, hasta la
edad de 28 años, y de esta manera fue el principal sostén de la familia. Al
ingresar en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos fue destinado al convento
de Nicosia, donde fue hortelano, cocinero, zapatero, enfermero, portero y sobre
todo limosnero hasta el día de su muerte.
Félix, habiendo crecido en una familia bien
modesta en donde la virtud era tenida en gran honor, se destacó por la pureza
de sus costumbres. Aceptaba pacientemente las grandes humillaciones que su
guardián el imponía sistemáticamente para probar su humildad. Se sometió
voluntariamente a ayunos, vigilias y rigurosas penitencias, que se añadían a
las que le imponían la regla y los superiores.
En los contactos diarios con el pueblo era
generoso en dar buenos consejos. Obró prodigios que le merecieron la fama de
taumaturgo. Alimentó un amor ardentísimo hacia la Virgen Dolorosa y la
Eucaristía, en cuya adoración solía transcurrir gran parte de la noche.
Era verdaderamente feliz, al haber logrado
realizar su vocación franciscana. Es más, era felicidad compartida, pues el
asno de la limosna nunca había estado tan bien como con él. En efecto, durante
el día, cargado ciertamente con las limosnas, que aumentaban rápidamente, pero
durante la noche el mejor lecho, de paja fresca y suave, era para el asno,
porque Félix renunciaba gustoso a su ración de paja en favor de su compañero de
trabajo. Pero este era un secreto entre él y el asno. Supo aceptar serenamente
muchas humillaciones que le proporcionaron ciertas actitudes un tanto
discutibles de un Superior.
Su diario vivir se desarrollaba en una forma santa del trato y
ásperas penitencias. Humildad, caridad, pobreza y obediencia eran sus virtudes
más destacadas. En el convento fray Félix era conocido sobre todo por su
obediencia. Tenía 72 años y agonizaba, el 31 de mayo, cuando pidió la visita
del padre guardián. «¿Qué deseas, hijito?, le pregunta el superior “¿La
bendición de los moribundos?” «También esa, respondió fray Félix, pero antes,
padre mío, pido la obediencia, no sólo para vivir, sino también para morir».
Esta era la gran lección que el antiguo zapatero dejaba a los capuchinos del
convento de Nicosia. Y también por esta lección, buena para todos y en todos
los tiempos lo proclamó Beato el papa León XIII el 12 de febrero de 1888.
Mayo 11: San Ignacio
de Laconi. Religioso de la Primera Orden (1701‑ 1781). Fue canonizado
por Pío XII el 21 de octubre de 1951.
Ignacio, segundo de nueve hermanos, bautizado
con el nombre de Francisco, nació en Laconi, en Cerdeña, el 17 de noviembre de
1701, hijo de Matías Peis Cadello y Ana María Sanna Casu, pobres de bienes,
pero ricos de fe. Desde niño se distinguió por su bondad y devoción; siendo aún
adolescente practicaba continuas mortificaciones y severos ayunos.
A los 18 años enfermó gravemente e hizo
voto de entrar entre los Capuchinos si se curaba. Más tarde escapó a otro
peligro mortal y por esto mantuvo su voto. El 3 de noviembre de 1721 se fue a
Cagliari, se presentó al convento de los capuchinos de Buoncammino, donde,
rechazado en un principio por su débil constitución, finalmente fue recibido.
El 10 de noviembre de 1721 tomó el hábito religioso de los Hermanos Menores
Capuchinos en el convento de San Benito. Al final del año de noviciado fue
transferido al convento de Iglesias, donde tuvo el encargo de despensero y al
mismo tiempo se le encargó el pedir la limosna en los campos de Sulcis. Después
de haber transcurrido 15 años en diversos conventos, fue enviado de nuevo a
Cagliari, al convento de Buoncammino, destinado primero al telar donde se
confeccionaba el paño para los religiosos, luego limosnero en la ciudad desde
1741, oficio de gran importancia y responsabilidad.
Cagliari fue durante 40 años el campo de su
maravilloso apostolado desarrollado con infinito amor, entre los pobres y los
pescadores. Era venerado por todos por el esplendor de sus virtudes y por los
muchos milagros por él realizados hasta el punto de llegar a ser llamado «el
padre santo». Un testimonio de la época, en manera alguna sospechoso, de la
gran veneración de que era universalmente rodeado el humilde capuchino, nos es
proporcionado por el pastor protestante José Fues, que en aquel tiempo vivía en
Cagliari. En una carta a un amigo suyo en Alemania se expresaba así: «Vemos
todos los días dar vueltas por la ciudad pidiendo limosna un santo viviente, el
cual es un hermano laico capuchino que se ha ganado con sus milagros la
veneración de sus compatriotas». Se había convertido en una figura típica, casi
insustituible de la ciudad sarda que precisamente entonces había pasado al
dominio de la casa de Savoya. Pedía en los barrios populares, a lo largo del
puerto, en las tabernas y en las cantinas. Pedía, por una parte una ofrenda
para ayudar a los necesitados, y daba por otra un ejemplo, una buena palabra,
un consejo, una exhortación a las virtudes.
Conocido por todos, respetado y amado por
todos, veía las generaciones sucederse a su alrededor, los niños se hacían
hombres, los hombres se hacían viejos. Solamente él no cambiaba, siempre en los
mismos lugares, siempre en su misma vivienda, siempre con la misma humildad y
caridad, simplicidad y bondad.
Habiendo quedado ciego en 1779, pasó los últimos años de su vida en
profunda oración hasta el día de su gloriosa muerte, que tuvo lugar en Cagliari
el 11 de mayo de 1781. Tenía 80 años. Su cuerpo se conserva en la iglesia de
Buoncammino de Cagliari, muy venerado en toda Cerdeña.
Mayo 12: San Leopoldo
Mandic. Sacerdote de la Primera Orden (1866‑ 1942). Canonizado por Juan
Pablo II el 16 de octubre de 1983.
Nació en Castelnuovo de Cattero en
Dalmacia, el 12 de mayo de 1866, de familia croata, bautizado con el nombre de
Adeodato, hijo de Pedro Mandic y Carla Zarevic. Sus padres, profundamente
religiosos, lo educaron en los más elevados sentimientos hacia Dios y los
hombres. A los 16 años, sintiéndose llamado a la preparación del regreso de los
Orientales a la unidad en la Iglesia Católica, abandonó su casa paterna y entró
en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. El 20 de septiembre de 1880 en
Venecia fue consagrado sacerdote. Convencido cada vez más de que el Señor lo
llamaba para la gran obra, pidió insistentemente a sus superiores que se le
permitiera partir al Oriente para dedicar su vida a la reunificación de los
cristianos ortodoxos. Las precarias condiciones de su salud no se lo
permitieron, y él inclinó la cabeza a la voluntad de los superiores y pasó por
diversos conventos dedicado al ministerio de la confesión, hasta que en 1909
fue destinado al convento de Padua para atender establemente el confesionario.
Allí permaneció hasta su muerte.
Una pequeña celda adyacente a la iglesia se
convirtió en el campo de su maravilloso apostolado: la confesión. Este divino
ministerio se convirtió en manos de San Leopoldo en una poderosa arma para
la salvación de las almas, para su progreso en los caminos de Dios. Atendía
todo el día sin una hora de reposo, sin vacaciones, a pesar del tórrido calor
del verano y del intenso frío del invierno; en su celdita nunca tuvo
calefacción.
Pronto la desmantelada celdita se convirtió
en un faro luminoso que atraía a innumerables almas necesitadas de paz y de
consuelo; para todos San Leopoldo tenía palabras de perdón, de consuelo,
de estímulo al bien. Sólo el Señor sabe cuántos penitentes se postraron ante él
en cuarenta años, cuánto bien pudo realizar. Y todo en el silencio más
absoluto, en un profundo ocultamiento. Ningún ruido a su alrededor. Pedía al
Señor poder hacer mucho bien pero de modo que nadie lo supiese. Y fue
escuchado, porque ni la prensa ni otros medios de difusión se ocuparon de él.
Dios solo debía ser glorificado en su humilde persona. Sufriendo siempre,
soportó todo por la salvación de las almas que se acercaban a él, e inclusive
añadía penitencias ocultas. No descansaba más de cuatro horas.
Llegó a los setenta y seis años. Un tumor en el esófago le arrebató la
vida en la mañana del 30 de julio de 1942, mientras se preparaba para celebrar
la Misa. Aquella mañana él mismo se volvió víctima en el altar del Señor. Sus
últimas palabras fueron una invocación a la Virgen, de la cual siempre había
sido devoto. La voz y la convicción de todos era que había muerto un santo. Su
cuerpo, sepultado en una capilla junto a su confesionario fue encontrado
incorrupto.
Mayo 13: Beatos
Juan de Cetina, sacerdote, († 1397) y Pedro de Dueñas,
religioso, mártires de la Primera Orden (1380‑1397). Aprobó su culto Clemente
XII el 26 de agosto de 1731.
Juan Lorenzo, nacido en Cetina (Aragón –
España), después de haber estado al servicio de un noble, llevó vida eremítica
cerca de Murcia. Al volver a Aragón tomó el hábito franciscano entre los
Hermanos Menores de Monzón. Terminados los estudios en el convento de
San Francisco en Barcelona, y ordenado sacerdote, se dedicó con gran éxito
a la predicación. Al llegar la noticia del martirio de San Nicolás Tavelic
y compañeros, en Jerusalén (1391), fue a Roma para solicitar de Bonifacio IX la
licencia para ir a Tierra Santa; el Pontífice le negó esta gracia, pero le
concedió la facultad de predicar el evangelio entre los infieles.
Al volver a España, hacia 1395, Fray Juan
se dirigió a Córdoba, destinado al nuevo convento de San Francisco del
Monte y llevó una vida de contemplación; allí se reunió con Fr. Pedro de
Dueñas (Palencia).
Pedro nació
en Dueñas (España) y muy joven ingresó en la Orden de los Hermanos Menores en
calidad de religioso laico. Tenía unos dieciocho años y hacía poco se había
consagrado al Señor con la profesión religiosa cuando aceptó con mucho
entusiasmo la propuesta de Fray Juan de Cetina de ser su compañero en la ardua
misión de evangelizar a los Moros. Fue mucho más contento por el hecho de que
Fray Juan había sido su maestro en el año de noviciado.
Obtenida la licencia de los superiores para
ir a predicar el Evangelio a los moros de Granada, los dos entraron a esta
ciudad el domingo 8 de enero de 1397, gozosos de poder predicar la fe en Cristo
a tantos pobres e infelices hermanos. El objetivo de su misión era sublime:
anunciar la fe en Cristo a los sarracenos, pero bien pronto fueron arrestados y
conducidos a la presencia del Cadi, el cual los interrogó sobre su misión. Los
dos religiosos respondieron firmemente que se habían trasladado a Granada para
anunciar la fe en Cristo y exhortarlos a abandonar la religión de Mahoma. El
Cadi se rió de sus pretensiones, los creyó medio locos, y les aconsejó que si
querían salvar la vida, abandonaran de inmediato la ciudad. Los intrépidos
defensores de la fe insistieron en la necesidad de abrazar la fe cristiana
porque es la única verdadera.
Juan, movido por divino impulso, les
propuso la prueba del fuego, pero el Cadi no aceptó, dio orden de que fueran
conducidos a la casa de algún cristiano para que fueran luego alejados de la
ciudad. Después de algún tiempo de silencio volvieron a aparecer en las plazas
públicas anunciando la fe cristiana. Los sarracenos no tardaron en levantarse
contra ellos acusándolos nuevamente en el tribunal del Cadi, como perturbadores
del pueblo y blasfemos contra su gran profeta.
Los ardientes apóstoles de la fe, que
presentían ya cercana la muerte, quisieron prepararse con la confesión y la
bendición del cohermano portugués Padre Eustaquio, capellán de los mercaderes
cristianos, y luego serenamente se presentaron al Cadi. Fueron condenados a
prisión junto con los esclavos cristianos para el cultivo de los viñedos. La
vida de los dos religiosos fue un verdadero y prolongado suplicio, pero estaban
felices de sufrir por amor de aquel Dios que murió por la salvación de la
humanidad. En los días festivos Fray Juan instruía en la fe a sus compañeros de
prisión, algunos de los cuales habían defeccionado de la fe o estaban
vacilantes. Celebraba la Santa Misa en una pobre y angosta habitación con gran
satisfacción propia y de los compañeros de esclavitud, que se sentían
fortalecidos en la confianza en Dios, que proclamó felices a los que sufren a
causa de la justicia.
La prisión de los dos cohermanos duró más
de dos meses: de día eran obligados a un trabajo extenuante, de noche, en la
cárcel, después de un breve sueño, se dedicaban a la oración. Por los muchos
padecimientos Fray Pedro enfermó gravemente por tres semanas luchó entre la
vida y la muerte con fiebre altísima. Finalmente sanó, de lo cual se alegró,
pues esperaba dar a Dios el testimonio supremo de su incondicional amor con el
martirio, como siempre había deseado. En el segundo domingo de Pascua el beato
Juan pronunció un vibrante discurso a los cristianos y a los musulmanes,
explicando el trozo del Evangelio del buen Pastor. Perfiló la figura de Cristo
buen Pastor comparándola con Mahoma, falso Pastor. El Cadi hizo llamar a los
dos misioneros y los interrogó largamente. Ni con las promesas, ni con las
amenazas logró removerlos de su fe; entonces se lanzó furioso contra el Beato
Juan y lo golpeó terriblemente en la cabeza, luego ordenó que fuera decapitado.
El Cadi esperaba que el joven Fray Pedro
ante el cuerpo exánime de su maestro, cambiase de parecer y abjurase de la fe
cristiana para abrazar la religión de Mahoma. Con promesas de dinero, de
placeres y de honores intentó removerlo, pero irritado finalmente, con un golpe
de cimitarra cortó la cabeza al joven mártir, que tenía 18 años. Era el 19 de
mayo de 1397.
Después de algunos años sus reliquias fueron rescatadas por unos
mercaderes catalanes y enviadas a los conventos franciscanos de Sevilla y de
Córdoba, y a la catedral de Vich. En 1583 la provincia franciscana de Granada
los escogió como sus patronos.
Mayo 14: San Crispín
de Viterbo. Religioso de la Primera Orden (1668‑ 1750). Canonizado por
Juan Pablo II el 20 de junio de 1982.
Crispín, en el bautismo llamado Pedro,
nació en Viterbo de una modesta familia el 13 de noviembre de 1668, recibió de
sus padres Ubaldo y Marcia Fioretti, una profunda educación cristiana.
frecuentó los primeros años de la escuela y, aunque débil de constitución, se
impuso pronto voluntarias penitencias y se dedicó al trabajo como aprendiz de
zapatero. Deseoso de llevar una vida austera y consagrada a Dios, el 22 de
julio de 1693 fue admitido en el noviciado en el convento de los Hermanos
Menores Capuchinos de Palanzana, cerca de su ciudad natal. Hecha la profesión
religiosa al año siguiente, fue destinado a ayudante de cocina en el convento
de la Tolfa.
Su personalidad de asceta, su estilo de
juglar del buen Dios y de nuestra Señora se manifestaron pronto, dondequiera
fuese. Amante de la pobreza, dotado de un ánimo generoso y sensible a las
manifestaciones de gozo, pleno de caridad y de preocupación fraterna por los
pecadores, los pobres, los encarcelados, los niños abandonados, sabía ser útil
y agradable en los diversos oficios: era al mismo tiempo hortelano, enfermero,
cocinero y limosnero. Jovial por temperamento y por coherencia con el ideal
franciscano, sabía hacer amar la virtud y consolar a los que sufrían: con
edificante simplicidad entonaba canciones y construía altarcitos para honrar a
nuestra Señora, su «Madre y Señora dulcísima», componía versos y recitaba
poesías. A un cohermano que le reprochaba este modo de actuar como
inconveniente a su estado, le respondió: «Yo soy el heraldo del gran Rey!
Déjame cantar como cantaba San Francisco. Estos cantos producirán bien en
el ánimo de quien escuche. Pero siempre con la ayuda de Dios y de su gran
Madre».
Tenía un tacto especial para acercarse a
los que sufrían, enfermos, y débiles, y a +el se acercaba toda clase de
personas para encomendarse a sus oraciones y pedirle consejo. Su ilimitada
confianza en la Divina Providencia y su unión con Dios fueron a menudo
premiadas con milagros y carismas. Lo buscaban para aconsejarse inclusive
prelados, nobles y doctos, no cambiaba su actitud humilde y modesta. Después de
jornadas de intenso trabajo se refugiaba siempre en la oración ante el Santísmo
sacramento o a los pies de la Virgen. Agotado por el cansancio y las
penitencias pasó sus últimos años en Roma, en el convento de la Santísima
Concepción, en la Vía Vittorio Véneto.
El cardenal Trèmouille, embajador del rey
de Francia, gravemente enfermo, hizo llamar a sí al santo religioso, quien lo
curó con sus oraciones. Mientras un día Clemente XIV escuchaba la misa en la
iglesia de los Capuchinos, su camarero fue aquejado de gravísimos dolores,
fenómeno que le sucedía con frecuencia y ningún médico había logrado
remediarlo. Crispín lo condujo al altar de la Virgen y la curación fue
instantánea.
A los 82 años de edad, el 19 de mayo de 1750 murió serenamente, tras lo
cual llegó una turba de devotos deseosos de verlo y de tener alguna reliquia
suya. Los milagros se multiplicaron.
Mayo 16: Santa
Margarita de Cortona. Penitente de la Tercera Orden (1247‑1297).
Canonizada por Benedicto XIII el 16 de mayo de 1728.
Margarita nació en Laviano, pequeño poblado
toscano en 1247 de familia campesina. A los 8 años murió la madre. La presencia
de su madrina malhumorada turba su adolescencia. A los 16 años, cansada de los
continuos maltratos, acepta la propuesta de Arsenio, joven noble de
Montepulciano y huye, convive 9 años con él en una dependencia de caza cerca de
Montepulciano. De esta unión nace un niño.
Un día fue asesinado Arsenio en una partida
de caza en la selva de Petrignano. Margarita, guiada por el perro, encuentra su
cuerpo exánime oculto al pie de una encina, y allí, fulgurada por la gracia de
Dios comienza su conversión. Rechazada por los padres de Arsenio, Margarita
vuelve a Laviano con su hijo. Pide perdón a su padre, pero éste, instigado por
su mujer, la rechaza de mala manera.
Entonces Margarita, con el corazón
traspasado, desahoga su llanto, pidiendo públicamente perdón por sus escándalos
al pueblo. Después de una prolongada lucha con las fuerzas del mal, que la
atraen nuevamente hacia la vida mundana, inspirada por Dios y ayudada por su
gracia, se dirige hacia Cortona y se somete a la guía espiritual de los
Hermanos Menores.
Fue acogida por dos nobles señoras de
Cortona. Entre tanto su hijo fue a estudiar a Arezzo, donde se hizo franciscano
y sacerdote. Ella dedica todos sus cuidados y preocupaciones maternales a
aliviar los sufrimientos de los pobres, de los enfermos y de los abandonados.
Después de tres años de prueba, fue recibida en la Tercera Orden Franciscana.
Su vida ascética no tiene descanso. Un día, mientras está recogida en oración
ante el crucifijo en la iglesia de San Francisco, oye la voz de Cristo que
le dice: «¿Qué quieres de mí, pobrecilla?». Margarita le responde: «Nada quiero
fuera de ti, Señor!». Este sublime coloquio marca el comienzo de un estupendo
programa de vida. Margarita recorre rápidamente el camino de la perfección,
sostenida por una fe inquebrantable, por una caridad seráfica. En 1286 funda un
hospital para acoger a pobres enfermos. El P. Giunto Bevegnati, su confesor y
biógrafo, la guía con prudencia y energía. Debe intervenir para frenar las
penitencias, las flagelaciones, los largos ayunos, el excesivo trabajo y las
prolongadas vigilias.
Margarita transcurre los últimos nueve años de su vida en una celdita
entre éxtasis y oraciones. Muchos se acercan a ella para recibir consejo, guía
y consuelo. Margarita se convierte en un punto de referencia de vida cristiana
para todos, gracias a los dones extraordinarios que Dios le concede. Inclusive
Dante Alighieri va a Cortona para encontrarse con la Santa. A los 50 años de
edad, al alba del 22 de febrero de 1297 Margarita es arrebatada hacia la
extrema felicidad, abandonando la tierra para continuar desde el cielo su misión
de amor.
Mayo 17: San Pascual
Bailón. Religioso de la Primera Orden (1540‑1592). Canonizado por
Aalejandro VIII el 16 de octubre de 1690.
Pascual, hijo de Martín Bailón e Isabel
Jubera, nació en Torre Hermosa, en el reino de Aragón, España, el 16 de mayo de
1540, día de Pentecostés. Desde niño mostró claramente la piedad de su alma con
el amor intenso a la oración y una particular devoción a la Eucaristía, que
caracterizó toda su vida religiosa.
De origen campesino, Pascual fue pastor en
su juventud, y esperó largamente ser admitido en el convento franciscano de
Montfort, en Valencia, cerca del cual pastoreaba sus ovejas, rigiendo su vida
diaria por las campanas, orando cuando los hermanos oraban, cantando cuando
cantaban, asistiendo espiritualmente a las sagradas funciones que se celebraban
en la iglesia del convento.
Admitido por fin a los votos franciscanos,
permaneció como hermano religioso, un «humilde hermano limosnero», modesto y
servicial. Pero bajo el hábito descolorido del hermano limosnero se escondía un
corazón ardido en amor por el sacramento de la Eucaristía, que para Pascual
Bailón representaba el más dulce deseo, la más consoladora esperanza, la más
luminosa certeza.
Permanecía en oración en la iglesia el
mayor tiempo posible, y lo más cerca posible del sagrario. A menudo durante la
misa entraba en éxtasis en el momento de la consagración. A dondequiera que
fuese, en sus largos viajes de limosnero, el primer saludo al entrar en algún
poblado, o en una ciudad, era para el huésped divino del tabernáculo.
Este fuego de amor se contagió a los
hermanos del convento, saltó los muros de Monfort, se esparció por las regiones
vecinas. En torno al humilde hermano y siguiendo su ejemplo, se revivió la
devoción por toda España, despertó otras conciencias, inflamó otros corazones.
Más de una vez los superiores le propusieron que se preparara para recibir el
sacerdocio, pero él siempre prefirió permanecer en el servicio humilde.
Favorecido con carismas místicos, el don de milagros y de sabiduría
infusa, aunque iletrado, Pascual a menudo era frecuentado por personajes
ilustres en busca de consejo. De regreso de una delicada y peligrosa misión a
París, donde debió entregar al Ministro general de la Orden importantes
documentos de que era portador por orden de su Ministro provincial, Pascual
compuso un librito de sentencias para reafirmar la presencia real de Jesús en
la Eucaristía y sobre el poder divino transmitido al Romano Pontífice.
Precisamente en aquel viaje sufrió escarnios y vejaciones de parte de los Calvinistas
que entonces infestaban a Francia; inclusive tuvo ocasión de disputar con ellos
sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía , y los Calvinistas,
sintiéndose derrotados, intentaron recurrir a la violencia, pero Pascual logró
evadirlos. Afectado por las continuas mortificaciones y penitencias,
Pascual había cumplido 52 años cuando sintió que se acercaba su última hora. En
el convento del Rosario de Villa Real cerca de Valencia, el 17 de mayo de 1592
murió serenamente. En el momento de su muerte se estaba realizando la
consagración en la iglesia del convento. Grande fue el concurso del pueblo que
vino a rendir homenaje a los restos del humilde hermano, cuya santidad fue
ilustrada con muchos milagros. En 1897 León XIII lo proclamó patrono de todas
las Asociaciones y Congresos eucarísticos. Su cuerpo fue profanado y quemado en
la revolución española de 1963. Las pocas reliquias que se lograron conservar
permanecen en la iglesia de Villarreal.
Mayo 18: San Félix
de Cantalicio. Religioso de la Primera Orden (1515‑1587). Canonzdo por
Clemente XI el 22 de mayo de 1712.
Félix de Cantalicio fue una de las más
populares figuras típicas de la Roma del mil quinientos. Campesino de
nacimiento, de Cantalicio, región situada al pie de los Apeninos, cerca de Rieti,
en 1515. Hasta los treinta años trabajó en los campos, luego se fue a la
ciudad, la Roma papal, pero no para gozar de las diversiones citadinas, o para
mejorar su propia condición de pobre villano.
Entró como religioso hermano entre los
Hermanos Menores Capuchinos y desde 1574 hasta su muerte en 1587, fue limosnero
del convento de San Nicolás (ahora de la Santa Cruz dei Lucchesi).
Recorría las calles de Roma con su sayal, pidiendo la limosna, no solo para el
convento, sino sobre todo para los pobres y enfermos. A quien le daba algo, le
decía: “Deo gratias”; y a quien no le daba nada le decía igualmente: “Deo
gratias”. Por esto muy pronto lo apodaron “el hermano Deo gratias”.
Simple pero lleno de espíritu religioso;
humilde y sabio, pero con una sabiduría enteramente sobrenatural, exhortaba a
todos a la caridad. Enseñaba a los niños canciones fáciles que él mismo
dirigía. San Felipe Neri, el florentino apóstol de los romanos, lo conoció
y se hizo su amigo. Cuando lo encontraba en la calle le pedía públicamente
consejos e instrucciones. La franca y pueblerina simplicidad de fray Félix lo
llenaba de consoladora admiración. También San Carlos Borromeo lo tuvo en
grandísima estima, lo mismo que muchos otros grandes prelados que reconocían en
el indocto pero espiritual franciscano una extraordinaria capacidad
intelectual. A Sixto V le predijo el papado y lo amonestó a comportarse
rectamente. Cardenales y prelados se inclinaban ante este campesino vestido con
el sayal franciscano.
Félix tenía un temperamento místico. Dormía
apenas tres horas, el resto de la noche lo pasaba en la iglesia en oración, en
la contemplación de los misterios de la vida de Jesús. Comulgaba diariamente.
Los días de fiesta solía peregrinar a las “siete iglesias”, o visitaba a los
enfermos en los diferentes hospitales romanos. Alimentó una tierna devoción a
la Virgen Madre, que se le apareció muchas veces y le entregó el Niño Jesús,
que él estrechó amorosamente entre sus brazos. En los contactos diarios con el
pueblo, fue eficaz consejero espiritual de gente humilde y de la misma
aristocracia de la Roma renacentista. Muchos años después de su muerte
jovencitas y señoras cantaban todavía las canciones que él había compuesto y
les había enseñado.
Murió a los 72 años de edad, el 18 de mayo de 1587, arrobado en la
visión de la Santísima Virgen. Su tumba en la iglesia de los Capuchinos en Roma
fue lugar de milagros.
Mayo 19: San Teófilo
de Corte. Sacerdote de la Primera Orden (1676‑1740). Canonizado por Pío
XI el 29 de junio de 1930.
Teófilo de Corte es considerado el gran
promotor de los Sagrados Retiros, en los cuales los religiosos transcurren por
lo menos dos horas en oración común, se levantan de noche para Maitines y
observan la abstinencia durante cuatro cuaresmas, es decir, casi medio año.
Nació en Córcega, en Corte, el 30 de
octubre de 1676, hijo único de una familia acomodada, de Juan Antonio De
Signori y María Magdalena Arrighi. En el bautismo recibió el nombre de Blas,
que luego cambió por el de Teófilo, es decir, amigo de Dios, cuando, realizados
los primeros estudios, ingresó entre los Hermanos Menores de su ciudad natal.
La familia era bienhechora de los franciscanos y poseía en su iglesia su propia
sepultura.
Recibido el hábito, terminó los estudios de
filosofía en Roma y los de Teología en Nápoles. El 30 de noviembre de 1700 fue
ordenado sacerdote, y desde entonces casi siempre permaneció en el continente,
solamente volvió a su isla natal una vez treinta años más tarde, con
comprensible emoción, pero con muchas dificultades, a fin de establecer también
allí uno de sus Retiros. Durante años pasó alternadamente entre los conventos
de Civitella (Bellegra) y de Palombara Sabina, lugares de sus dos primeros
Retiros, cuya dirección ejerció alternadamente con su propio superior, Santo
Tomás de Cori, en fraterna armonía de miras y de obras.
Delicado en la dirección de las almas y
paciente hasta el extremo, aunque por temperamento era fogoso y arrebatado,
Teófilo de Corte no tuvo una vida fácil en su empeño de promover los Sagrados
Retiros. El apostolado de la predicación en medio del pueblo resultaba
eficacísimo después de la intensa preparación en los retiros. Teófilo aparecía
en medio del pueblo como un mensajero de bondad. Los pecadores regresaban a
Dios y la vida cristiana adquiría nuevos ritmos de fe y de apostolado.
Superó toda clase de dificultades con la
dulzura y la tenacidad suavizando todas las asperezas. Uno de los últimos
reconocimientos lo tuvo en Toscana, en Fucecchio, donde el último descendiente
de los Médici, el gran duque Gian Gastone apoyó su obra, que como siempre,
aparecía al principio llena de dificultades y obstáculos.
En Fucecchio, donde era guardián del convento, murió ejemplarmente a los
64 años de edad el 19 de mayo de 1740, después de haber pedido perdón a sus
cohermanos por las fallas que pesaban sobre su delicadísima conciencia y que en
cambio todos los demás consideraban otras tantas virtudes dignas de un Santo.
Mayo 20: San Bernardino
de Siena. Sacerdote de la Primera Orden (1380‑1444). Canonizado por
Nicolás V el 24 de mayo de 1450.
Bernardino de Siena, místico sol del siglo
XV, figura simpática e ingeniosa, fue uno de los santos más encantadores, es el
santo de las predicaciones en la Piazza del Campo y del anagrama del Nombre de
Jesús, que todavía figura en muchas iglesias y palacios públicos de las
ciudades italianas, enmarcado en un sol de oro radiante. Bernardino no nació en
Siena, sino en Massa Maritima, el 8 de septiembre de 1380 hijo de Albertollo
degli Albizeschi y Raniera degli Avveduti, de raigambre sienesa. A Siena volvió
niño todavía, al quedar huérfano de padre y madre. Criado por dos tías,
frecuentó el estudio sienés, donde estudió jurisprudencia y clásicos latinos y
consiguió luego la licencia en Derecho Canónico. Al interesarse por la SAgrada
escritura y la lectura de los Padres de la Iglesia, se sintió atraído por la
vida religiosa, y pronto abandonó la vida elegante para entrar en la Orden de
los Hermanos Menores, donde promovió ardientemente y en gran escala la
Observancia, un movimiento de retorno a la más estricta fidelidad a la regla
primitiva de San Francisco.
Fundó pequeños conventos pobres, que
dirigió con gran espíritu de abnegación; pero su mayor fama le proviene de su
predicación colorida, ingeniosa, fresca, apasionada y penetrante. Las predicaciones
que tenía en todas las plazas italianas y especialmente las tenidas en la
Piazza del Campo en Siena, se nos han conservado en su encantadora integridad.
Los temas preferidos por San Bernardino eran los de la paz, por lo cual
proponía sustituir los emblemas de las facciones con el emblema del nombre de
Jesús. Predicaba la concordia entre los ciudadanos, entre güelfos y gibelinos,
luego predicaba la caridad hacia Dios y hacia los hermanos más necesitados.
Por donde Fray Bernardino pasaba, donde
resonaba su voz alta, clara, sonora e ingeniosa, se reformaban el orden social
y político a favor de los necesitados; nacían nuevos hospitales, el trato a los
encarcelados se volvía más humano, los egoísmos se atenuaban, las costumbres se
suavizaban. El sol de Cristo representado en el emblema de San Bernardino,
enardecía las almas y maduraba frutos de paz, de justicia y de caridad.
En 1430 se dedica a componer algunos
tratados de teología y estudios particulares sobre la Virgen y sobre San José.
Son famosos sus Sermones y sus Prédicas en lengua vulgar. Como Vicario general
de los observantes éstos pasan de 20 conventos a 200. En los conventos de
Monterípido (Perusa) y en Siena creó centros para la promoción de los estudios
teológicos.
Delgado, flaco, con las mejillas hundidas, la nariz y el mentón
afilados, ojos azules, brillantes y serenos, la boca marcada por una sonrisa de
fina agudeza, caminó a pie por toda Italia, pacificando pueblos, exhortando a
la concordia, persuadiendo a la benevolencia y a la caridad. Su último viaje
fue al Aquila, donde llegó moribundo. No pudo predicar y poner paz entre los
ciudadanos en lucha intestina. Murió el 20 de mayo de 1444 a los 64 años de
edad. En torno a su cuerpo, expuesto a la veneración de los fieles por tres
días, sucedieron numerosos milagros.
Mayo 21: San Ivo
de Bretaña. Sacerdote de la Tercera Orden (1253‑1303). Canonizado por
Clemente VI el 19 de mayo de 1347.
El primero y más célebre patrono de los
abogados es San Ivo, para quien fue acuñado por primera vez el apodo de
“abogado de los pobres”. En realidad no sólo fue abogado sino amigo, hermano,
bienhechor y padre de los pobres. San Ivo nació en Bretaña, Francia, el 17
de octubre de 1253 y en medio de la despreocupada y a menudo alocada juventud
de la época, estudió con seriedad y rápido provecho primero en Orleans, luego
en París en las célebres escuelas de teología y derecho.
Muy joven pudo así tener la delicada
responsabilidad de juez eclesiástico, que desempeñó con gran consagración y
suma prudencia, y sobre todo con profunda humildad, a veces rayana en
humillación, llamándose a sí mismo “el más mezquino de los siervos de Cristo”.
Pero lo que hizo de él un santo no fue tanto su diligente humildad cuanto su
luminosa caridad. En efecto, cuando estaba en París, se supo que había dejado
su propia cama a dos jóvenes huérfanos recogidos y hospedados por él. El
cotizado juez eclesiástico dormía en el suelo, sobre un montón de paja, con un
cilicio en la cintura.
El obispo de Tréguier, su región natal,
quiso tener consigo al extraordinario jurista, convenciéndolo de que aceptara
la ordenación sacerdotal. Y como sacerdote, San Ivo continuó con mayor
celo y más profunda caridad su profesión de abogado, sobre todo de los pobres.
También decidió hacerse terciario franciscano vistiendo el hábito de la
penitencia.
Dejando el tribunal, contento de haber
defendido la justicia y de haber protegido a los débiles y desheredados volvía
a su casa, un tiempo señorial y digna, ahora transformada en hospital,
orfanato, asilo, comedor y hasta baño público de todos los pobres, los
desgraciados, los enfermos y los huérfanos de la región.
El santo dormía en medio de ellos, pero con
la cabeza apoyada sobre un grueso volumen de derecho. Su vida laboriosa y
combatida, y sobre todo las ásperas penitencias, lo agotaron prontamente, por
lo cual debió renunciar a la profesión y dedicarse enteramente a los pobres.
Pronto se enfermó y no pudiendo ayudarles más materialmente, favoreció a los
necesitados con los continuos milagros que brotaban de su cuerpo cansado y
llagado.
Y los pobres fueron los primeros en llorarlo, no como sabio jurista, ni
como su abogado, sino como su padre, cuando murió el 19 de mayo de 1303, sin
cumplir aún los cincuenta años. Es uno de los Santos más populares en el norte
de Francia y Patrono de los hombres de leyes.
Mayo 22: Beato Juan
Forest. Sacerdote y mártir de la Primera Orden (1471‑1538). León XIII
el 9 de diciembre de 1886 aprobó su culto.
Juan Forest nació en 1471, probablemente en
Oxford, Inglaterra; a los diecisiete años vistió el hábito de los Hermanos
Menores en Greenwich. Nueve años después fue enviado a Oxford para los estudios
teológicos, realizados los cuales fue ordenado sacerdote y regresó al convento
de origen. Del cardenal Wolsey recibió el encargo de predicar en la iglesia de
San Pablo de Londres y al mismo tiempo fue escogido por la reina Catalina
de Aragón primero como capellán, luego como confesor.
Gozó de la estimación y la amistad de
Enrique VIII, hasta cuando Juan se declaró por la validez del matrimonio del
rey, que quería disolverlo sosteniendo la invalidez de las primeras nupcias.
Juan Forest, guardián del convento,
advirtió a los cohermanos en un capítulo de 1532 que el rey quería suprimir la
Orden. Desde el púlpito de la iglesia de San Pablo había defendido
enérgicamente la validez de las nupcias puesta en discusión y había hablado
abiertamente contra Cromwell e indirectamente contra el rey. La condena papal
de 1534 indignó a Enrique VIII, que suprimió los conventos de los franciscanos
y les ordenó dispersarse en otros conventos. Al Beato Juan Forest, lo
encontramos en prisión en Newgate, hasta 1534.
En 1538 Juan se encontraba en el convento de los Conventuales, en
Smithfield. En aquella especie de confinamiento pudo mantener con la reina
Catalina, con su dama de compañía Elisabeth Hammon y con el Beato Tomás Abekl
una correspondencia que se conserva todavía por lo menos en parte. Escribió
también un tratado contra Enrique VIII, que usurpaba el título de cabeza
espiritual de la nación. Este tratado irritó al rey, que ordenó fuese
arrestado. Conducido al tribunal, fue víctima de un juego de astucia. Se quería
que él aceptase en bloque algunos artículos sometidos a su firma, pero cuando
pudo leerlos uno por uno, entendió claramente que uno de ellos conllevaba un
acto de apostasía. Los rechazó todos juntos y por esto fue condenado a la
hoguera. La ejecución tuvo lugar en Smithfield el 22 de mayo de 1538. En el
lugar del suplicio, fue invitado a pedir perdón al rey y a hacer juramento de
fidelidad, pero el mártir resistió impávido: antes bien, quiso añadir una
bellísima profesión de fe católica: “Creo en la Iglesia, una, santa, católica,
apostólica, romana. Juro que no me apartaré jamás del Papa, Vicario de Cristo,
sucesor de San Pedro y Obispo de Roma. Aunque bajase un ángel del cielo y
me insinuase algo distinto de esto que he creído por toda mi vida, aunque
debiera ser despedazado parte por parte, miembro por miembro, quemado, ahorcado
o se me infligiera cualquier otro dolor, no me apartaré de mi fe”. Fue atado de
los costados y suspendido sobre las llamas. Murió a fuego lento orando e
invocando el nombre del Señor. Tenía 67 años.
Mayo 23: Beato Juan
de Prado. Sacerdote y mártir de la Primera Orden (1560‑1631).
Beatificado por Benedicto XIII el 24 de mayo de 1728.
Juan de Prado nació en Mogrovejo, España,
en 1560, de nobles padres. Interrumpió los estudios en la universidad de
Salamanca para vestir el hábito religioso entre los Hermanos Menores de
Rocamador el 16 de noviembre de 1584; al año siguiente, el 18 de noviembre,
hizo su profesión. Ferviente predicador y buen teólogo, tomó parte en las
polémicas sobre la Inmaculada concepción. Desempeñó los oficios de guardián en
diversos conventos, maestro de novicios y dos veces definidor. Por sus virtudes
y dones fue escogido para gobernar la nueva Provincia franciscana de
San Diego, erigida en 1620. Bajo su provincialato intentó la restauración
de la misión franciscana de Marruecos. En efecto, en 1630 obtuvo ser destinado
a Marrakesh, capital de Marruecos, para asistir espiritualmente a los esclavos
cristianos. Obtenido el salvoconducto del Sultán y provisto por Urbano VIII de
las facultades de Prefecto apostólico de la misión, con otros dos cohermanos
partió de Cádiz el 27 de noviembre de 1630.
Después de haber ejercido el ministerio en Mazagan por tres meses,
intentó llegar a Marrakesh; arrestado en Azamour por las autoridades
musulmanas, fue conducido a Marrakech el 2 de abril de 1631. Presentado al
nuevo Sultán Mulay, confesó valientemente la fe cristiana. Fue puesto en
prisión y flagelado varias veces; durante su última polémica religiosa con el
sultán, fue apuñalado por éste, herido con flechas y condenado a la hoguera en
la plaza del palacio. Mientras predicaba todavía sobre la hoguera
intrépidamente la fe, fue ultimado a pedradas y a golpes de tronco, el 24 de
mayo de 1631. Tenía 71 años. La tierra de Marruecos, bañada con la sangre de
los Protomártires franciscanos y de los mártires de Ceuta, San Daniel y
compañeros, recogió también la sangre de este ilustre cohermano que por largos
años había ejercido el apostolado en tierras de España y se había preparado
para el martirio con rigidísimas penitencias, afianzadas en una desbordante
vida de oración. Su gloriosa muerte fue acompañada de muchos milagros y numerosas
conversiones.
Mayo 24 : Dedicación
de la Basílica de San Francisco en Asís
Inmediatamente después de la canonización,
acaecida el 16 de julio de 1228, el papa Gregorio IX quiso que en honor del
Seráfico Pobrecillo San Francisco fuera elevado en Asís un magnífico
templo y allí se conservaran sus restos. El mismo Pontífice bendijo la primera
piedra y en 1230 ordenó que el cuerpo del Santo fuera transportado de la
iglesia de San Jorge a la nueva basílica que recibió de él el título de
cabeza y madre de la Orden de los Menores. Inocencio IV la consagró
solemnemente en 1253, fue elevada a basílica patriarcal y a capilla papal por
Benedicto XIV en 1764.
San Francisco quiso morir cerca de
aquella Porciúncula de donde había tomado principio su vida religiosa. Pero a
él, que había escogido la pobreza como camino hacia el amor y dejaba en
herencia a sus hijos la pobreza para que la guardaran celosamente, sus hijos y
el pueblo asisiense quisieron erigir, alentados por el mismo Papa, una basílica
que fuera como un anticipo y un signo de la gloria celestial que le había
otorgado Dios mismo. Y Fray Elías se encargó y quizás proyectó las tres
iglesias superpuestas que todo el mundo visita admirado. En la oscuridad de la
tierra está cavada la primera iglesia, que conserva el cuerpo del Pobrecillo;
es la humildad de la vida de donde se eleva la primera gloria de la iglesia
intermedia, con las espléndidas alegorías de las virtudes y encima, en una
danza de luz, la iglesia superior. Los pintores entrelazan los dos temas: la pasión
de Cristo y la historia de Francisco, subrayando la necesidad de imitar a
Cristo para alcanzar el cielo.
El 25 de mayo de 1253 era solemnemente
consagrada la basílica que Fray Elías había hecho erigir sobre el monte del
Paraíso a Francisco de Asís. La había concebido como un sueño de glorificación
sin par; tres iglesias superpuestas. Allá en la oscuridad de la tierra la tumba
con el cuerpo del Santo. Sobre ésta la iglesia intermedia, invadida de una luz
todavía débil donde fuera representada la vida del Santo, su ascenso según las
alegorías de las virtudes y sobre todo según el tema dominante de su vida
religiosa: Cristo Crucificado. La tercera iglesia está en plena luz del día,
donde escenas bíblicas y episodios sobresalientes de la vida de Francisco, los
más densos de humanidad y de transformación, se extienden paralelamente sobre
las paredes. Era la exaltación de un Santo, de aquel “Santo único”, pero
también el más alto grado de la fe renovada en aquel Dios hecho hombre al que
Francisco tanto se había acercado.
Hoy celebramos el recuerdo de aquel día festivo. Que nos ayude esta
celebración a descubrir la riqueza espiritual de Francisco para transformarnos
en templo de Dios.
Mayo 26: Beatos
Esteban de Narbona y Raimundo de Carbona. Sacerdotes y mártires de la
Primera Orden († 1242). Aprobó su culto Pío IX el 6 de septiembre de 1866.
En los albores del siglo XIII la situación
de la Iglesia en Francia meridional, sobre todo en la región de Tolosa era más
precaria que nunca por la difusión de la herejía albigense. El 22 de abril de
1234 Gregorio IX nombró a Guillermo Arnaud, dominicano oriundo de Montpellier,
primer inquisidor en las diócesis de Tolosa, Albi, Carcasona y Agent, el cual,
poniendo de inmediato manos a la obra diligentemente, encontró serias dificultades.
Raimundo VII, conde de Tolosa, prohibió a sus súbditos tener cualquier contacto
con Fray Guillermo y sus compañeros inquisidores, poniendo guardias en las
puertas de los conventos para que no recibieran alimentos, es más, el 15 de
noviembre de 1235 fueron expulsados de la ciudad todos los frailes dominicanos,
los que se alejaron procesionalmente, cantando himnos sagrados. Al año
siguiente pudieron regresar a su claustro, pero entre tanto el odio de los
herejes contra los inquisidores crecía y provocaba tumultos.
Raimundo de Alfar, bali de Avignonet,
pequeña ciudad a pocos kilómetros de Tolosa, decidió acabar de una vez.
Simulando amistad y propósitos de conciliación, invitó a fray Guillermo y a los
diez compañeros a su castillo, y después de haberlos encerrado en una gran
sala, una noche los hizo asesinar mientras ellos valerosamente cantaban el “Te
Deum”.
El 29 de mayo de 1242, vigilia de la
Ascensión del Señor, avanzada la noche, cientos de albigenses armados de
espadas, hachetas y cuchillos irrumpieron en la ciudad y llegaron al castillo.
El traidor Raimundo de Alfar les abrió de par en par las puertas. Atravesaron
salas, tumbaron puertas, hasta que llegaron a donde estaban los religiosos, los
cuales comprendieron de inmediato que había llegado la hora del martirio.
Ninguno pensó en huir, sino que todos, arrodillados entonaron el canto “Te
Deum”. Terminada la oración, los albigenses, como hienas feroces, se
abalanzaron sobre las inocentes víctimas, que cayeron como corderos mansos en
la profesión heroica de la fe. En sus labios sólo tenían palabras de oración y
de perdón : “Señor, perdónales, porque no saben lo que hacen!”. Dios
glorificó el heroísmo de sus mártires. En el lugar del martirio y junto a sus
tumbas sucedieron prodigios. La crueldad se ensañó principalmente contra fray
Guillermo, a quien le fue cortada la lengua.
Entre los once mártires que cayeron por la
defensa de la fe, hay también dos hermanos franciscanos: Esteban de Saint
Thibery de Narbona y Raimundo Carbonario de Carbona.
Esteban de Narbona nació
en Saint Thibery, en la diócesis de Maguelonne, en Francia. Siendo joven aún,
dócil a la llamada del Señor, se hizo monje benedictino, para realizar el
programa de San Benito “Ora et labora” (Oración y trabajo). Fue también
Abad en un monasterio cerca de Tolosa. El mensaje dejado en su tiempo por
San Francisco, la vida pobre, humilde y simple de los Hermanos Menores, el
ardor apostólico y evangélico de los primeros Santos y de los primeros Mártires
lo impresionaron tan profundamente, que pidió a sus superiores formar parte de
la nueva Orden. Como San Antonio, en el mismo siglo, dejó la Orden de los
Canónigos Regulares de San Agustín para hacerse franciscano, así él dejó
la Orden de los Monjes Benedictinos para hacerse Hermano Menor. Hombre docto y
santo, trabajó mucho por la defensa de la fe contra los errores de los
albigenses. Con diez compañeros, entre ellos su cohermano
Raimundo de Carbona, dio valerosamente la
vida por amor de Cristo, con el martirio de la decapitación. Los Beatos Esteban
y Raimundo fueron sepultados en Tolosa en la iglesia de los Hermanos Menores.
Mayo 27: Beato
Mariano de Roccacasale, religioso de la Primera Orden (1778‑1866).
Beatificado por Juan Pablo II el 3 de octubre de 1999 (Su fiesta el 31 de
mayo).
Nació el 14 de julio de 1778 en
Roccacasale, Aquila, Italia. Bautizado con el nombre de Domingo, hijo de
Gabriel De Nicolantonio y Santa De Arcángelo, agricultores y pastores
profundamente creyentes. Después de que se casaron sus hermanos, permaneció con
sus padres, cuidando el rebaño. La soledad de los campos y majadas formó el
temperamento del joven Domingo para la reflexión y el silencio, haciendo
resonar en él la voz del Señor: comprendió que el mundo no era para él. Tenía
entonces 23 años. No podía resistir a esa fuerza interior y decidió dedicarse
con más radicalidad al seguimiento de Cristo.
Tomó el hábito franciscano el 2 de
septiembre de 1802 en el convento de Arisquia, con el nombre de Fray Mariano de
Roccacasale. Hecha la profesión religiosa permaneció allí doce años. Su vida se
puede resumir en dos palabras: oración y trabajo: eran como dos cuerdas en las
que vibraba su existencia. Cumplía escrupulosamente los múltiples encargos que
se le confiaban: carpintero hábil y valioso, hortelano, cocinero, portero. Pero
su aspiración a la santidad no encontraba en Arisquia el ambiente favorable, no
por culpa de los compañeros, o de los superiores, sino porque aquella época no
era propicia para la vida religiosa y los conventos. Tras el regreso del Papa a
Roma en 1814, la vida conventual pudo rehacerse lentamente en medio de
dificultades sin número. Hicieron falta varios años para que todos los
religiosos regresaran a los conventos y la vida de oración y de apostolado
volviera a florecer con regularidad en los claustros.
En ese momento llegó a oídos de Fray
Mariano el nombre del Retiro de San Francisco en Bellegra, donde santos
religiosos habían logrado instaurar una vida regular y austera, pidió a los
superiores ser enviado allí, a la edad de 37 años. Poco después fue encargado
de la portería, que desempeñó por más de cuarenta años y que se convirtió en su
medio de santidad.
Abrió la puerta a muchos pobres, peregrinos y viandantes, y convirtió
muchos corazones, cerrados hasta entonces a la gracia divina. Para todos tenía
una sonrisa, que acompañaba siempre con el saludo franciscano: “Paz y Bien”;
les besaba los pies, los instruía en las verdades de la fe y rezaba con ellos
tres avemarías; después se ocupaba del cuerpo: les lavaba los pies; si hacía
frío les encendía el fuego y les distribuía la sopa, mientras les daba
consejos. Jamás se lamentaba del trabajo ni daba signos de cansancio; siempre
afable, sonriente. La fuente de tanta virtud era, sin duda, la oración. Todo el
tiempo que le quedaba libre de sus ocupaciones lo dedicaba a la adoración
eucarística y a la participación en la misa. Era también muy devoto de la
pasión del Señor. Falleció el 31 de mayo de 1866, fiesta del Corpus Christi.
(Su fiesta se celebra el 31 de mayo).
Mayo 28: Santa
Mariana de Jesús Paredes y Flórez. Virgen de la Tercera Orden (1618‑1645).
Canonizada por Pío XII el 9 de julio de 1950.
Mariana de Jesús de Paredes y Flores es la
primera santa de la república del Ecuador y fue proclamada heroína nacional.
Nació en Quito el 31 de octubre de 1618, octava y última de los hijos del
capitán español Jerónimo Flores de Paredes, nacido en Toledo y de Maríana
Granobles Jaramillo, nacida en Quito. Quedó huérfana de padre a los cuatro años
y de madre a los seis, y fue educada por su hermana mayor, Jerónima, casada con
el capitán Cosme de Casa Miranda.
Inclinada desde su infancia a los
ejercicios de piedad y de mortificación, hizo la primera comunión a los siete
años, e hizo el voto de virginidad tomando el nombre de Mariana de Jesús. Hizo
los ejercicios espirituales, y como Santa Teresa, quiso huir de su casa con una
prima suya para ir a evangelizar a los Indios Mainas.
Esta iniciativa no tuvo éxito como tampoco
la de retirarse a una capilla a los pies del volcán Pichincha, para implorar a
la Virgen la protección contra los peligros del volcán. Su familia no logró
conseguirle el permiso para entrar entre las Hermanas Franciscanas; entonces
ella decidió ingresar a la Tercera Orden de San Francisco y se retiró a
una alcoba de su propia casa, se vistió con un sayal marrón y comenzó una vida
de completo recogimiento, de largas oraciones y de terribles penitencias. Estas
austeridades no cambiaron su carácter alegre: tocaba la guitarra, consolaba a
los tristes, reconciliaba a negros e indios y hacía milagros.
Pero su salud se resintió con las penitencias a las cuales se añadieron
dolorosas sangrías de parte de los médicos. Con ocasión de los terremotos y de
las epidemias que tuvieron lugar en Quito en 1645, Marianita, como la llamaban
sus contemporáneos, ofreció su vida por sus conciudadanos. En su encierro fue
atacada por fiebre altísima y fuertes dolores. Al mismo tiempo que progresaba
la enfermedad de la Santa, iba disminuyendo la peste en la ciudad, el terremoto
en cambio había cesado en el momento de su heróico ofrecimiento. En los últimos
tres días perdió la palabra y sólo el último día aceptó hacerse tender en un
lecho. Hacía tiempo que había expresado a sus familiares el deseo de que
después de muerta la vistieran con el hábito franciscano que siempre tenía en su
celda, mientras desde muchos años antes llevaba el escapulario y el cordón de
la Tercera Orden franciscana, recibidos de los Hermanos Menores, por consejo de
su confesor. Predijo el día y hora de su muerte, que tuvo lugar a las 22 horas
del día 26 de mayo de 1645. Tenía 26 años, 6 meses y 26 días de edad. Su muerte
fue llorada por toda la ciudad. En los labios de todos estaba esta expresión:
“Ha muerto la Santa”. Sus funerales fueron un triunfo, una explosión de
agradecimiento y de profunda veneración por la admirable conciudadana, por la
generosa víctima, por su salvadora.
Mayo 29: Beato
Herculano de Piegaro. Sacerdote de la Primera Orden (1390‑1451). Aprobó
su culto Pío IX el 29 de marzo de 1860.
Herculano nació en Piegaro, provincia de
Perusa, en 1390. A los veinte años vistió el hábito franciscano, proponiéndose
imitar al Pobrecillo de Asís en el ardor de la caridad y en el celo apostólico.
Tuvo como maestro al Beato Alberto de Sarteano, quien con San Bernardino
de Siena, San Jaime de la Marca y San Juan de Capistrano fueron las
columnas de la Observancia, de aquel providencial movimiento para volver la
Orden del los Hermanos Menores a la pureza genuina de la Regla. Consagrado
sacerdote, ejerció el ministerio de la predicación recorriendo pueblos y ciudades
con gran provecho de las almas que volvían a Dios con la práctica de la vida
cristiana. Uno de los argumentos que desarrollaba con preferencia era la Pasión
de Cristo. Un viernes santo predicando en Aquila representó tan vivamente a
Cristo sufriente y muerto en la cruz, que los fieles prorrumpieron en llanto.
Después de haber anunciado con valor y
ardor el Evangelio, llegaba a los conventos de retiro y soledad, donde en
perfecto silencio, en oración asidua, en penitencia austera, se recargaba su
espíritu de nuevo fervor. A menudo su único alimento era la Eucaristía y pan y
agua.
En 1429 su ilustre maestro, Fray Alberto de
Sarteano lo tomó como compañero en una misión especial en Palestina, donde, por
orden de Eugenio IV iba para tomar posesión de los Lugares Santos en nombre de
la Orden de los Hermanos Menores. La visita a los lugares santificados por la
vida de Jesús, de la Virgen y de los Apóstoles dejó en el corazón de Herculano
una marca imborrable. Después de algunos meses volvió a su patria completamente
transformado, listo a reemprender su camino apostólico.
En 1430, mientras predicaba la cuaresma en
el duomo de Lucca, los florentinos asediaron la ciudad. Herculano se ofreció
como mediador de paz, se interesó en socorrer a los sitiados, y faltando los
víveres, ocultamente hizo introducir en el cerco de la ciudad cuanto era
necesario para sostener la población. Predijo el retiro de las fuerzas enemigas
y la victoria de los Lucenses. La ciudadanía en señal de agradecimiento cedió
al Beato el convento de Pozzuolo. Construyó otros dos conventos en Toscana: en
Barca y en Castelnuovo en Carfagna, donde fue sabio y celoso superior.
El 28 de mayo de 1451 a los 61 años de edad se durmió santamente en la
paz del Señor. Los milagros glorificaron su vida apostólica y también su tumba.
Mayo 30: Beata Camila
Bautista Varano. Virgen religiosa de la Segunda Orden (1458‑1524). Gregorio XVI el 7 de
abril 1843 aprobó su culto.
Podemos imaginarnos las fiestas que
saludaron en Camerino, alta y luminosa en la gran cresta de los Apeninos a la
primogénita del señor de la ciudad el 9 de abril de 1458, a la cual se le puso
el nombre de Camila.
Su padre, Julio César Varano, y su madre,
Juana, de la familia Malatesta, soñaban para ella un matrimonio espléndido, con
algún gran señor de una ciudad vecina, o un Montefeltro, o un Vitelleschi, o un
Sinibaldi, tanto más cuanto que Camila crecía con muy buen aspecto y de
inteligencia despierta.
“Todo el tiempo, escribiría después, lo
pasaba en serenatas, bailes, paseos, en vanidades y en otras cosas juveniles y
mundanas que de éstas se siguen”. Pero en la vida de la joven, bella y culta
Camila Varano, princesa de Camerino, había un pequeño secreto que solamente
ella conocía. Pidió a su padre permiso para entrar no en un palacio señorial,
sino en un pobrísimo convento donde se seguía la dura regla de Santa Clara.
Después de una prolongada y obstinada
resistencia, Julio César Varano debió plegarse a la firme decisión de su hija.
Con la muerte en el corazón permitió que su Camila entrara en Urbino, no como
princesa esposa de un príncipe, sino con los pies descalzos, para encerrarse en
un convento de clarisas, donde tomó el nombre de Sor Bautista.
Su padre, para calmar su orgullo herido, no
pudo hacer otra cosa que restaurar y ampliar, en Camerino, el monasterio de
Santa María Nuova, y tener así más cerca a su hija, en adelante para siempre
esposa de Jesús.
Entre los secretos muros de aquel
monasterio Sor Bautista Varano tuvo visiones y revelaciones, que su padre
espiritual le obligó a escribir. Así nacieron en la intimidad de la celda,
aquellas obras que debían hacerse famosas en la literatura mística del
500 : “Los dolores mentales de Jesús”, “La vida espirtual”, “Las
consideraciones sobre la pasión”, “El tratado de la pureza del corazón”, las
“Oraciones” y las “Poesías”.
Mientras la clarisa llevaba su propia vida en la contemplación, César
Borgia asaltaba la ciudad de Camerino, asesinando despiadadamente a Julio César
Varano y a sus dos hijos. Sor Bautista tuvo para ellos lágrimas secretas, orando
desde lejos, pero perdonando al asesino. Su máxima era : “Hacer el bien y
sufrir el mal”, y sufrirlo no solos, sino con Jesús en la cruz. Murió en
Camerino el 31 de mayo de 1524 a la edad de 66 años.
Mayo 31: San Fernando
III rey de Castilla. De la Tercera Orden (1199‑ 1252). Canonizado por
Alejandro VII el 31 de mayo de 1655.
Fernando III nació hacia 1199, sobrino por
parte de madre, de Blanca de Castilla, santa madre de San Luis Rey de
Francia. La corona de Castilla correspondía a Enrique, pero éste murió en 1217.
Fernando tenía 19 años cuando su madre, con hábiles maniobras, hizo posarse en
la frente de su hijo, primero la corona de Castilla, luego la de León.
Supo reunir y poner de acuerdo los siempre
divididos adversarios españoles, Castilla, Aragón, Navarra y León. Decidió
hacerse terciario franciscano. En él se encontraron unidas las más difíciles
virtudes, a saber, el valor con la piedad; la prudencia con la audacia. También
en su vida familiar fue bastante afortunado, casado sucesivamente con dos
dignísimas mujeres, la primera, que le fue propuesta por su madre, murió
después de quince años y le dio diez hijos; la segunda le fue propuesta por
Blanca de Castilla. Pero particularmente afortunado fue en las guerras que hizo
contra los Sarracenos, que ocupaban gran parte de España, en un momento
propicio y con grandes éxitos.
Penetrando en Andalucía, ocupó a Córdoba y
el reino de Murcia. Después bloqueado con su flota el río Guadalquivir,
conquistó a Sevilla, en medio de la alegría del mundo cristiano y el estupor
del musulmán. Fernando obtuvo así el título de “Terror de los Moros”, que
persiguió hasta las costas de Africa.
La suya era una guerra de liberación en
sentido político y en sentido religioso. El grito de batalla de sus tropas
sonaba recio en todo el Mediterráneo: “Santiago y Castilla!”. A los prisioneros
Moros los hizo devolver sobre sus espaldas la campana robada por los Sarracenos
al famoso santuario de Compostela. En la conquista de Córdoba no hizo ningún
daño a la población y su primer gran pensamiento fue el de levantar una iglesia
en honor de la Virgen. Temía cometer la más pequeña injusticia y ofender
también al más despreciado de sus súbditos. Decía que temía más la maldición de
una viejecita que todas las armas de los Moros.
Sintiéndose cercano a la muerte, recibió el viático y la unción de los
enfermos en presencia de todos los dignatarios de la corte, a los cuales quiso
dar este último ejemplo de devoción. A su hijo Alfonso, su heredero, antes de
bendecirlo le dio algunos consejos para el gobierno del reino: “Teme a Dios y
tenlo siempre como testigo de todas tus acciones públicas y privadas,
familiares y políticas”. Era la regla de vida seguida por el rey Fernando. El
30 de mayo de 1252 entregó su alma a Dios. Tenía 53 años. Fue llorado por los
soldados como valeroso jefe; por su pueblo como padre providente, soberano,
héroe y sobre todo como santo.
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