Un Santo para cada día.
El Santoral Franciscano
(Santos y Beatos de la Familia Franciscana)
Fray José Guillermo Ramírez G. OFM
PRESENTACION
Comenzando a leer la Vida de San Francisco de Paul
Sabatier, me encontré la anécdota que cuenta este autor, cuando Ernesto Renán,
su anciano profesor, consciente de que ya no podría realizar sus deseos de
investigar la "maravillosa renovación religiosa llevada a cabo por San
Francisco de Asís", le encomienda investigar la vida y actuación de San
Francisco: "Y tú, dijo a Paul Sabatier, poniéndole la mano en el hombro
antes de que se negara, tu serás el historiador del Seráfico Padre. Te envidio:
San Francisco sonrió siempre a sus historiadores… El salvó a la Iglesia del
siglo XIII, y su espíritu ha permanecido extraordinariamente vivo desde
entonces. A San Francisco lo necesitamos, y si sabemos buscarlo, volverá…"
Fray Agustín Gemelli, en su libro "El
Franciscanismo", después de evocar las figuras y la influencia del
franciscanismo a través de los siglos, se pregunta: "¿En figuras tan
dispares, en tan variadas actitudes y múltiples problemas no se pierde la
fisonomía del Santo? Aparecen aquí muchos franciscanos; pero ¿san Francisco
dónde está? ¿Dónde está? Precisamente en esta variedad, signo de la gran
libertad de espíritu que deja él a sus seguidores, en virtud de la cual da a
cada uno una idea capaz de transformar su vida y de orientarla hacia Dios,
respeta las características individuales, es más, les proporciona un núcleo y
las hace fecundas bajo su impulso animador. La Mesa Redonda que San Francisco
formó en el Valle de Espoleto vive de siglo en siglo, en mil formas, con la
misma santidad caballeresca, trovadora, heroica. Como San Francisco hizo de su
vida un poema, así la historia franciscana es un poema sin fin, al cual cada
siglo añade su propio canto, no de un corte clásico, sino en la variedad de los
poemas caballerescos..."
Ante esta gran variedad de vivencias, caemos en la
cuenta de que nuestros Santos no son moldes, ni siquiera modelos a quienes
"imitar", sino más bien pistas que inspiran. Necesitamos dejarnos
inspirar, dejar entrar en nosotros ese espíritu que bulló en ellos, para
emprender nuestro propio camino, la realización singular, enteramente personal
e irrepetible de ese ideal común. No sin razón San Francisco cuando quiso
describir el Hermano Menor ideal, no mencionó uno solo, sino que fue
presentando las cualidades de cada uno, como diciendo que el hermano ideal es
toda la Fraternidad.
Hace mucho tiempo he acariciado la idea de volver a
leer y dar a conocer a otros las variadísimas formas como el carisma
franciscano se ha realizado a lo largo de la historia de la Orden-Familia
Franciscana. Para vivir el ideal franciscano no basta conocer la teoría, no
basta la sistematización del pensamiento y de su espiritualidad, se necesita la
vivencia diaria, el ejemplo de quienes asimilaron el espíritu y realizaron el
ideal. En nuestro mundo se ha abierto amplio camino la práctica de
"aprender haciendo", que en cierto modo tiene su aplicación también en
la vida y en la formación para la vida franciscana.
He hecho con mucho gusto y esperanza este trabajo de
traducción, actualización y adaptación, para presentar a mis hermanos jóvenes y
a los demás que lo deseen, el reto que nos ofrecen estos hermanos que ya
alcanzaron la plenitud siguiendo las huellas inspiradoras de Francisco. Lo he
realizado como una contribución a la formación inicial y permanente, mía y de
mis cohermanos, y como la presentación de la Familia ante quienes sienten la
llamada a esta vida. San Francisco muy oportunamente nos previene para que no
nos vanagloriemos en estos hermanos; pero ellos son para nosotros un estímulo
en la realización del ideal.
Dado que en estos años se ha incrementado
grandemente el número de miembros de la Familia Franciscana elevados a los
altares, nos hemos visto en la necesidad de variar bastante la obra del P.
Giuliano Ferrini. Procuramos no abultar demasiado el libro y al mismo tiempo no
omitir, en la medida de lo posible, ninguno de los nuevos santos o beatos
reconocidos por la Iglesia; para ello ha sido necesario resumir, reagrupar,
reubicar, pero siempre hemos procurado conservar los rasgos más humanos, que
los acercan más a nosotros. Ellos nacieron muy humanos, con defectos, como
nosotros, pero respondieron a la gracia y realizaron su propio camino.
El original italiano, UN SANTO AL GIORNO, alcanzó de
1979 a 1995 cinco ediciones agotadas rápidamente, ahora nos proponemos
difundirlo en español, y así llenar el vacío de muchos años.
Expreso mis vivos agradecimientos a la Provincia
Seráfica de San Francisco de Asís, al M.R.P. Ministro provincial Fr. Massimo
Reschiglian por su decidido apoyo, al M.R.P. Giuseppe Ferrari, Ministro
Provincial de Bolonia, por su amplia autorización para la traducción y
actualización de la obra, al R.P. Giovanni G. Califano OFM por su diligente y
valiosa colaboración.
Fr. José Guillermo Ramírez G. OFM
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Santos y santas de la Orden
Franciscana,
¡rogad por nosotros!
Enero 1: Maria Santisima, Madre de Dios.
Jornada Mundial de la Paz.
De Jesús, Hijo de María, nos viene la paz.
María, Madre de Dios, es el principal título mariano, festejado el primero de
enero. El nombre “Madre de Dios, – Theotokos” es proclamado en Efeso. Es un
acto de fe en la divinidad de Cristo desde el momento de su concepción en el
vientre de María. Ella, por lo tanto, es llamada “Madre de Dios” y lo es
realmente. Debemos comprender esta relación de maternidad entre María y Jesús,
segunda persona de la Trinidad. Dios, Creador de todo lo que existe, quiso
tener a una criatura humana como madre de su Hijo Jesús, que se encarnó, se
hizo verdadero hombre, “nacido de una mujer” como afirma categóricamente
San Pablo y como nos lo dicen claramente los Evangelios.
La relación de María con Jesús, segunda
persona de la Trinidad, está en el centro de todo estudio de mariología. No
podía dejar de estar en el centro del capítulo 8 de la “Lumen Gentium” en donde
el Concilio Vaticano II trató ampliamente de la Virgen. En efecto la divina
Maternidad de María expresa su principal misión y grandeza que le hace asumir
una relación con Dios enteramente particular. El título de “Madre de Dios” hay
que entenderlo. No es que Dios tenga una madre como nosotros; no es que haya
podido transmitir a Cristo la divinidad, la cual posee él desde siempre. El
gran hecho, el más grande acontecimiento de la historia es que “el Verbo si
hizo carne y vino a habitar entre nosotros” (Jn 12,14). Para comprender el
máximo título mariano, debemos desplazarnos de María a Jesús. Los evangelios no
llaman nunca a María “Madre de Dios”, sino “Madre de Jesús”. Sólo comprendiendo
quién es el Hijo de María, comprenderemos quién es su Madre. La historia de la
Iglesia nos muestra este camino. En el 431 el Concilio de Efeso tuvo la
principal preocupación de resolver el problema cristológico condenando a
Nestorio y reafirmando la unicidad de la persona de Cristo. Como consecuencia
se derivó también de allí la confirmación del título de María de “Madre de
Dios”. Veinte años después, en el 451, el Concilio de Calcedonia definía el
título de “Madre de Dios” como dogma; pero también aquí la finalidad principal
era la de difundir la doctrina exacta sobre Jesús verdadero Dios, encarnado en
el vientre de María Virgen. Así se quiso defender y reconocer la Divinidad de
Jesús, Hijo de María.
Si el primero de enero la liturgia festeja la divina maternidad de
María, es justo que comenzando el año se celebre también la jornada mundial de
la paz. De María nació Jesús, “Príncipe de la paz”; en su nacimiento los
ángeles anunciaron un mensaje de fraternidad universal: “Gloria a Dios en lo
alto de los cielos y paz en la tierra a los hombres que Dios ama, a los hombres
de buena voluntad”. Jesús trajo la verdadera paz, la que el mundo no conoce y
no puede dar. Este es el lazo entre María y la paz. Con su continuo llamamiento
a la conversión, es ella quien llama y reúne a los hijos dispersos para
reconducirlos a su divino Hijo Jesús.
Enero 2: San Martín
de la Ascensión. Mártir del Japón, sacerdote de la Primera Orden (1567‑1597)
Canonizado por Pío IX 8 junio 1862.
El 5 de febrero de 1597 en Nagasaki
murieron crucificados 6 religiosos Hermanos Menores y 17 terciarios
franciscanos. Era el final de un largo calvario recorrido por ciudades y
regiones entre suplicios de diverso género y recepciones triunfales por parte
de cristianos y paganos. A pesar de la dureza de la persecución contra la
Iglesia, desencadenada por instigación de los bonzos, no se cerró la época de
la asombrosa difusión del cristianismo en el Japón.
Martín de la Ascensión nació de la familia Loinez de Beasáin1 , cerca de Pamplona (España) en 1567. A los
quince años fue enviado por su familia a estudiar a Alcalá, filosofía y
teología. Pero en 1585 pidió ser admitido en la Orden de los Hermanos Menores
en el convento de Augnon. Hecha la profesión solemne, al año siguiente fue
enviado al convento de San Bernardino de Madrid, donde vivió
ejemplarmente, entre penitencias y mortificaciones. Ordenado sacerdote,
solicitó ir a misiones, y, del convento del Santo Angel de Alcalá, fue enviado
a México (1590), donde se le encomendó enseñar filosofía y teología en el
convento de Churubusco; luego fue trasladado a Filipinas, y enseñó en Luzón. En
1595, Fray Martín, junto con su alumno Francisco Blanco, fue enviado a las
misiones del Japón, donde desempeñó, gran actividad apostólica y asistencial en
Meaco, luego en Osaka, donde fue guardián. A fines del mismo año se desató la
persecución y Martín fue arrestado con 3 terciarios franciscanos: Joaquín Saccakibara,
Tomás y Antonio Kosaki, respectivamente de 15 y de 13 años. Con los jesuitas
Santiago Kisai, Pablo Miki y Juan Soan de Goto fueron llevados a Meaco, donde
ya estaban presos otros cristianos. Les cortaron la oreja izquierda y luego
fueron expuestos a las burlas de las gentes de las ciudades y pueblos por donde
pasaban en camino a Nagasaki. Allí fueron crucificados con otros 25 compañeros.
Murió rezando el salmo 116, Alabad al Señor todas las naciones.
Enero 3: El Smo. Nombre
de Jesús
El Santo Nombre de Jesús siempre fue
honrado y venerado en la Iglesia desde los primeros tiempos. Sólo en el siglo
XIV comenzó a rendírsele culto litúrgico. Los franciscanos difundieron esta
devoción con entusiasmo y fervor. Luego fue instituida la fiesta litúrgica, y
en 1530 el papa Clemente VII autorizó el culto litúrgico y el Oficio divino en
la Orden franciscana.
San Francisco alimentaba mucha ternura
para con el nombre de Jesús. Si encontraba pedacitos de papel con el nombre de
Jesús escrito, los recogía por temor a que fueran pisoteados. De igual manera
debían hacer sus hermanos. Cuando pronunciaba este nombre, no podía seguir
hablando a causa de la íntima dulzura que lo invadía.
El más ardiente propagador de la devoción
al Smo. Nombre de Jesús fue San Bernardino de Siena. Para él el nombre de
Jesús fue el medio eficaz para reconducir los pueblos a una vida evangélica,
para despertar la fe y ahuyentar los vicios. Difundió el monograma u oriflama
del nombre de Jesús exponiéndolo a la devoción de los fieles. Acusado de
herejía ante el papa Martín V, San Juan de Capistrano acudió en ayuda de
su maestro, y en disputa pública fue reconocida por el Papa la ortodoxia de
San Bernardino y confirmó la conveniencia de esta devoción. Se hizo una
solemne procesión por las calles de Roma, que fue la apoteosis del Nombre de
Jesús.
San Juan de Capistrano a la cabeza del
ejército cristiano, invocando el nombre de Jesús en Belgrado derrotó y puso en
fuga a las huestes musulmanas. San Jaime de la Marca, invocando este
nombre, curó enfermos, expulsó demonios, realizó milagros. S. Leonardo de Porto
Maurizio, los beatos Alberto de Sarteano, Bernardino de Feltre, Mateo de
Agrigento, Marcos Fantuzzi de Boloña y muchos otros fueron apóstoles y
difusores de esta devoción.
Nombre de Jesús, Nombre sobre todo nombre, nombre triunfal, gozo de los
ángeles, alegría de los justos, espanto del infierno. En ti reposa toda
esperanza de gracia, toda confianza de gloria. Nombre dulcísimo, en ti tiene
origen el perdón de los pecados, la renovación de la vida. Tú llenas las almas
de delicias celestiales, tú alejas las imaginaciones vanas. Nombre lleno de
gracia, por ti nuestros ojos contemplan la profundidad de los milagros,
nuestros corazones se inflaman de santo amor, se hacen fuertes en la lucha,
ponen en fuga todo peligro. Nombre glorioso, nombre lleno de delicias, nombre
admirable, nombre digno de nuestra veneración, nombre dulcísimo de Jesús,
nuestro Rey. Con tus abundantes gracias, tú nos levantas por encima de nuestra
miserable tierra, tú elevas las almas de los fieles hasta las alturas divinas.
Jesús, haz que todos aquellos que se han consagrado a ti, en tu fuerza
encuentren salvación y gloria. Amén. (San Bernardino de Siena).
Enero 4: Beata
Angela de Foligno. Viuda, mística de la Tercera Orden (1248‑1309).
Clemente XI el 7 de mayo de 1701 concedió en su honor oficio y misa.
Angela de Foligno es una gran mística de la
talla de Santa Catalina de Siena, de Santa Teresa de Avila, de Santa Catalina
de Génova y de Santa Gema Galgani.
De noble familia, esposa y madre honesta,
en su juventud se dejó llevar de la mentalidad mundana y rindió culto a la
vanidad femenina. En breve tiempo se vio privada de toda su familia, esposo e
hijos. Entonces renunció a sus bienes y entró a la Tercera Orden de penitencia
de San Francisco. Su conversión tuvo lugar en 1285. Hace una confesión
general ante el P. Arnaldo o Adán de Foligno, quien desde entonces se convierte
en su director espiritual, secretario y confidente. Se dedicó a una vida
rigurosa de penitencia y de caridad fraterna, heroica en la asistencia a los
leprosos. Su doctrina y su ejemplo atrajeron a su alrededor un cenáculo de
espíritus religiosos, entre los cuales el célebre Fr. Ubertino de Casale.
En 1292, a raíz de una peregrinación a
Asís, Angela inicia un cambio radical en su vida: organiza su vida entre la
penitencia, la contemplación y la caridad junto con otras mujeres, de las
cuales se constituye en maestra. Dios la había escogido para derramar en ella
todo su amor y confiarle sublimes revelaciones sobre sus misterios. Por
obediencia a Dios debió dictar a su confesor sus visiones y revelaciones, que
son las páginas de la más alta mística cristiana y franciscana. Su predilección
eran los misterios de Jesús sufriente en la cruz y el sacrificio eucarístico.
“El libro de las admirables visiones y consolaciones” es un tratado completo de
teología y mística. Angela, que no había hecho estudios teológicos, fue
saludada como “maestra de teólogos”. Su sabiduría no era fruto de estudio, y
cultura, sino de inspiración divina. Dios le reserva una predilección sin
límites y Cristo está en continuo coloquio con ella. Para ella ya no existe
sino sólo Cristo y se consume en la inmolación. Su camino espiritual se inspira
en la Cruz y el amor de Cristo, tomando como modelo a San Francisco de Asís.
Angela voló al cielo el 3 de enero de 1309. Su cuerpo fue sepultado en
su ciudad, en la iglesia de San Francisco. Por medio del libro de las
visiones, escrito por Fr. Arnaldo, Angela sigue viva y palpitante en medio
de nosotros y nos repite que “todo hombre puede y debe amar a Dios, en quien se
encuentra toda la felicidad. Dios no pide sino amor, él que es el verdadero
amor de las almas”.
Enero 5: Beato
Rogelio de Todi. Sacerdote. Discípulo de san Francisco, de la Primera
Orden († 1237). Aprobó su culto Benedicto XIV el 24 de abril de 1751.
La primera clarisa honrada con culto
público no fue Santa Clara, sino la Beata Felipa Mareri, muerta en 1236, cuando
santa Clara todavía vivía en San Damián de Asís. Al nombre y a la vida de
la Beata Felipa está ligada la vida y la figura del Beato Rogelio, umbro
también, de Todi, que conoció personalmente a San Francisco y fue uno de
sus primerísimos seguidores junto con Bernardo de Quintaval, Gil, León,
Silvestre. San Francisco solía decir: verdadero hermano menor es el que
tiene la fe de Fray Bernardo, la simplicidad y la pureza de Fr. León, la
benignidad de Fr. Angel, la presencia agradable de Fr. Maseo, la
paciencia de Fr. Junípero, la solicitud de Fr. Lúcido y la caridad de
Fr. Rogelio.
Por su equilibrio, unido al más ferviente
celo misionero, fue enviado por San Francisco a España para fundar allí la
Orden Franciscana. Erigió conventos, acogió religiosos que supo formar en el
espíritu seráfico y los organizó como Provincia religiosa. Cuando hubo cumplido
su oficio de organizador, regresó a Italia. San Francisco entonces le
confió la dirección espiritual del monasterio de las Clarisas fundado por la
beata Felipa Mareri, después que esta mujer de vida excepcional y casi
desconcertante hubo templado en la soledad de un eremitorio rural su vocación
de penitente y de guía de otras mujeres penitentes.
Con los sabios consejos del franciscano
Rogelio, la comunidad de Felipa Mareri, que al principio había tenido carácter
un poco irregular, o mejor, no bien definido, se enmarcó ejemplarmente en la
Regla de la Segunda Orden, la misma que San Francisco había dictado para
Santa Clara y sus damas y que ya producía copiosos frutos espirituales. Felipa
Mareri se ligó con afectuosa devoción al franciscano de Todi, bajo cuya
dirección la comunidad por ella querida, progresaba tan claramente en la
perfección. Cuando la Beata de Rieti estuvo cercana a la muerte, pidió ser
confortada por el Beato de Todi. En el elogio fúnebre él la invocó como se
invoca a los santos.
Rogelio sobrevivió poco a su hija espiritual. Volvió a Todi, donde su
vida dio nuevos fulgores de santidad. Meditaba a menudo en el nacimiento de
Jesús, que muchas veces se le apareció en forma de niño y tuvo el gozo de
apretarlo amorosamente en sus brazos. Una mujer paralítica volvió a caminar
después de haber recibido su bendición. Otra mujer afectada de locura, que se
descontrolaba con gritos y acciones descompuestas, al contacto de su mano curó
perfectamente. El 5 de enero de 1237 fue llamado por Dios al premio eterno el
siervo fiel y bueno. Gregorio IX, que lo conoció personalmente, le otorgó el
título de Beato.
Enero 6: San Carlos
de Sezze Romano. Religioso de la Primera Orden (1613‑1670). Canonizado
por Juan XXIII el 12 de abril de 1959.
Se llamaba Juan Carlos Melchiori, nacido en
Sezze Romano el 19 de octubre de 1613. Pasó su juventud en este pueblecito del
Lacio. A los 22 años se hizo hermano menor, en Nazzano y emitió los votos
solemnes el 19 de mayo de 1636, vivió en varios conventos del Lacio y prefirió
permanecer como hermano converso desarrollando su actividad como limosnero,
hortelano, cocinero, sacristán. Deseó partir como misionero a la India, pero no
lo logró. Permaneció en Roma, último entre los hermanos de San Francisco a
Ripa, pero primero en la obediencia, en la castidad y en la pobreza. Un
verdadero franciscano, con el alma inundada de mística alegría.
Para comunicar también a los demás esta
seráfica alegría, se improvisó poeta, escribiendo versos sencillos y
emocionados, en una vena popular, con sabroso acento del Lacio. Por sus poesías
San Carlos de Sezze puede considerarse heredero de Jacopone de Todi, su
poesía era fruto de su plenitud de amor divino. Este “escritor sin letras”,
como él mismo se llamaba, escribió muchas obras, no todas publicadas. Entre las
publicadas están: “Las Tres vías”, “El Sagrado Septenario”, “Los Discursos
sobre la Vida de Jesús”, su “Autobiografía”, escrita con seráfico candor por
orden de su confesor.
En octubre de 1648, mientras oraba en la
iglesia de San José a Capo le Case, su corazón fue traspasado por un dardo
de luz, que partió de la Hostia consagrada, y duró llagado toda su vida. La
llama de amor de Dios y de los hermanos lo llevó a una alta sabiduría.
El objetivo de su vida fue ofrecerse a Dios
en holocausto: puro y perfecto, en la humildad, en la penitencia, en la
devoción ardiente a la Pasión de Cristo, a la Eucaristía, a la Virgen
Inmaculada. Dios le reservó grandísimos dones: visiones y revelaciones,
conocimiento de las verdades teológicas y ascéticas, herida de amor en el
corazón. El secreto de su santidad estuvo en la oración y en la austera
penitencia, en el esfuerzo continuo por vivir con Jesús su pasión y muerte
redentora. Consejero de Obispos y Cardenales, e inclusive de los papas
Alejandro VII y Clemente IX
Por muchos años en su calidad de limosnero de puerta en puerta en Roma,
buscador de almas, llevó este gozoso mensaje evangélico para volver a todos
hacia Dios. Murió el 6 de enero de 1670.
Enero 7: Beato
Mateo de Agrigento. Obispo de la Primera Orden (1380‑1451). Aprobó su
culto Clemente XIII el 22 de febrero de 1767.
Mateo de Gallo Cimarra nació en Agrigento
en 1380 de padres oriundos de España, el mismo año en que nació
San Bernardino de Siena. Su madre lo educó en el santo temor de Dios, en
la bondad, la pureza en la fe más ardiente. El joven correspondió generosamente
a los cuidados maternos. A los 18 años se hizo franciscano en España, a donde
se había trasladado con su familia; se doctoró en filosofía y
teología, se ordenó sacerdote en 1403. Enseñó a sus cohermanos en España por
espacio de cuatro años.
Cuando San Bernardino de Sena comenzó
su apostolado por toda Italia, Mateo parte de España, se va a Siena, donde es
acogido por san Bernardino como compañero de apostolado. Los dos trabajan
juntos por unos 15 años en la difusión del culto al Smo. Nombre de Jesús y la
devoción a nuestra Señora y se empeñan en volver al primitivo ideal a la Orden
franciscana. Edificó muchos nuevos conventos, centros de espiritualidad
franciscana. En 1427-28 fue a España para difundir la Observancia, y fundó los
conventos de Valencia y Barcelona. En 1443 fue elegido Provincial de Sicilia,
que contaba con 50 conventos, de los cuales 38 llevaban el nombre de Santa
María de Jesús.
Con el Santo Nombre de Jesús recorrió la
Sicilia, predicó el Evangelio, recordó a los sacerdotes su dignidad, reavivó la
fe del pueblo, convirtió pecadores; su predicación fue confirmada por milagros.
Fue maestro y forjador de santos, a quienes quiso como colaboradores: Beatos
Juan de Palermo, Cristóbal Giudici, Gandolfo de Agrigento, Arcángel de
Calatafimi, Lorenzo de Palermo y Santa Eustoquia de Mesina.
San Bernardino de Siena había sido
acusado de herejía ante Martín V por haber predicado el culto al Nombre de
Jesús. El Beato Mateo y San Juan de Capistrano defendieron enérgicamente
al gran maestro. Y el proceso concluyó en triunfo.
Eugenio IV lo nombró obispo de Agrigento y fue consagrado el 30 de enero
siguiente. Desarrolló una intensa actividad; reformó su rebaño, extirpó los
abusos, restauró la disciplina, destinó a los pobres las ricas rentas de su
obispado, combatió la simonía. Fue injustamente acusado ante Eugenio IV, quien
lo llamó a sí y reconoció su inocencia. Después de tres años de episcopado,
renunció a la diócesis y obtuvo permiso del Papa para volver al convento de
Santa María de Jesús de Palermo, donde vivió los últimos años en oración y
soledad, dando ejemplo de admirables virtudes. El 7 de enero de 1451 pasó al
descanso eterno. Tenía 71 años. Su sepulcro se hizo célebre por frecuentes
milagros.
Enero 8: San Francisco
Blanco. Mártir en Japón, sacerdote de la Primera Orden (1567‑1597).
Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862 (Su fiesta, feb. 5)
El 5 de febrero de 1597 en Nagasaki moría
crucificado junto con otros 22 compañeros. Francisco Blanco nació en las
cercanías de Monterrey en Galicia (España). Enviado por sus padres a la
Universidad de Salamanca, donde fue admirado por su inteligencia y su candor.
Muy joven abandonó todo y se hizo hermano
menor en la Provincia de Santiago de Compostela. En el convento aparecía a
todos como un ángel de piedad y de inocencia, llegando a un grado tan sublime
de perfección seráfica, que, cuando sus cohermanos que lo habían conocido y
apreciado, supieron la noticia de su martirio decían que había conquistado tres
coronas: la del martirio, la de la santidad y la de la inocencia.
Del Padre Ortiz, quien ya había encaminado
a 16 religiosos franciscanos hacia la misión de Filipinas, obtuvo el
consentimiento para asociarse a la expedición, aunque solamente era diácono.
Fue ordenado sacerdote durante la permanencia de los misioneros en México.
Terminados los estudios teológicos en Manila, bajo el iluminado magisterio de
San Martín de la Ascensión, viajó con él al Japón, donde el Señor le
reservaba la palma del martirio.
Arrestado el 9 de diciembre de 1596 en Osaka, fue llevado con sus
compañeros a Meaco, el 2 de enero les cortaron la oreja izquierda a todos,
fueron llevados en un carro expuestos a la burla de la gente, hasta llegar a
Nagasaki, donde fueron crucificados el 5 de febrero de 1597.
Enero 9: San Felipe
de Jesús. Mártir en Japón, clérigo de la Primera Orden (1574‑1597).
Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Felipe de Jesús, nacido en México, hijo de
Alfonso Las Casas y María Martínez. De carácter vivaz, indisciplinado, indócil
y pendenciero. Un buen día dice a su madre: “He decidido hacerme franciscano.”
La madre no le creyó. El hijo le dice: “Tú te ríes, pero convéncete: pronto me
verás vestido con el hábito franciscano”. Ese mismo año realizó su sueño, pero
duró pocos meses de noviciado, y regresó a casa. Sus padres lo enviaron a
Manila, Filipinas para que se dedicara al comercio. Pero allí siguió su estilo
de vida de diversiones y despilfarros con sus amigos hasta quedar sin un
céntimo. Entonces los amigos lo dejaron solo. Arrepentido, pidió perdón a Dios,
y suplicó a los hermanos menores que lo admitieran nuevamente en la Orden.
Logrado su anhelo, se dedicó a la oración y la penitencia y a la íntima unión
con Dios en un grado edificante.
Sus padres, que habían seguido alegres las buenas noticias sobre su
hijo, pidieron a los superiores que se permitiera a Felipe regresar a México
para terminar sus estudios y ordenarse sacerdote; aceptada su petición, se
embarcó en Manila para México. En el viaje se vio perfilarse del lado del Japón
una gran cruz blanca, rodeada de viva luz, que luego se transformó en una cruz
roja, hasta que una nube la ocultó. Entonces Felipe dijo: “Esta es la cruz que
el Señor me reserva en el Japón”. Poco más tarde se desencadenó una furiosa
tempestad que obligó al capitán a buscar puerto en el Japón. Entonces la nave
fue capturada y los pasajeros hechos prisioneros por los japoneses. Felipe fue
enviado al convento de Osaka. De aquí lo envió san Pedro Bautista a Meaco a
prepararse para el sacerdocio, pero el Señor lo preparaba para la cruz y la
palma del martirio. Junto con sus cohermanos y los otros terciarios, fue
arrestado y condenado a la muerte de cruz en la colina de Nagasaki. Tenía 23
años. México lo escogió como su patrono.
Enero 10: Beato Gil
de Lorenzana. Ermitaño religioso de la Primera Orden (1443‑1518). Su
culto fue aprobado por León XIII el 24 de junio de 1880.
Gil nació en Lorenzana en 1443. Sus padres
lo formaron piadosamente. De joven se sintió atraído por la vida eremítica. Con
ofrendas recogidas de limosnas construyó un oratorio dedicado a
San Antonio de Padua, donde transcurría largas horas en ferviente oración,
gustando las suaves dulzuras de la contemplación. El pueblo no tardó en apreciar
su virtud y acudía a él como a un santo.
Para huir a este plebiscito de veneración,
el piadoso ermitaño fijó su morada un poco más lejos de Lorenzana, junto al
pequeño santuario de “Santa María del Cielo Calata”, donde el silencio de
aquella feliz soledad hacía más agradable la permanencia para un alma sedienta
únicamente de Dios. Allí renovó la vida de los antiguos anacoretas: silencio,
trabajo, oración, ocupaban su jornada. Se contentaba con pocas horas de reposo,
sobre un duro jergón. Los sentidos eran refrenados y el alma alcanzaba las más
altas cumbres de la contemplación. Pero también este eremitorio se volvió meta
de frecuentes peregrinaciones que perturbaban su soledad.
Decidió entonces dejar también este
santuario y trabajar colaborando con un colono que vivía junto al convento
franciscano de Lorenzana. Más tarde pidió y obtuvo el hábito franciscano en
calidad de hermano. Su tenor de vida fue austero: cilicios y flagelos
martirizaban sus carnes, era su alimento un poco de pan. Su alma aspiraba al cielo.
Tenía frecuentes éxtasis. Por algún tiempo fue enviado al convento de Potenza,
donde conservó el mismo tenor de vida.
El conde Carlos de Guevara vio un día una
paloma posarse en su cabeza, mientras estaba en éxtasis. A una mujer que
lloraba por la larga ausencia del marido, Gil le predijo el regreso. Una tal
Masella Blasi de Lorenzana curó completamente con sólo trazar el siervo de Dios
la señal de la cruz en su frente.
Unos espíritus malignos a menudo lo atormentaban golpeándolo contra el
pavimento. A veces los cohermanos oían los ruidos. Una grave enfermedad lo
redujo en poco tiempo. En el lecho de muerte siguió edificando a los
cohermanos. Con gran devoción recibió los últimos sacramentos. Murió el 10 de
enero de 1518, de 75 años de edad. Dios lo glorificó con numerosos milagros.
Enero 11: Santo
Tomás de Cori. Sacerdote de la Primera Orden (1655‑1729). Canonizado
por Juan Pablo II el 21 de noviembre de 1999.
En el bautismo recibió los nombres de
Francisco Antonio, hijo de Natale Placidi y Angela Cardilli. Lo llamaban “el
santico”, el pastorcito de Cori, cuya inocencia tenía un no sé qué de
celestial. Seguía a sus ovejas orando, absorto, casi olvidado del tiempo y del
lugar. El pueblecito donde había nacido el 4 de junio de 1655, se siente
orgulloso de su santo. Al quedar huérfano, vendió las ovejas y con el dinero
dotó a sus dos hermanas casaderas. No dejó nada para sí, porque en adelante ya
no necesitaría nada. Se haría hermano franciscano, acogido afectuosamente en el
convento de Orvieto, cuyo superior ya conocía la fama del devoto pastorcito de
Cori. Vistió el hábito religioso el 7 de febrero de 1677 con el nombre de
Tomás. Se aplicó con dedicación a los estudios filosóficos y teológicos en
Viterbo y en Veletri. A los 28 años fue ordenado sacerdote y poco después
nombrado maestro de novicios.
Sintiendo vocación para la contemplación
pidió ser trasladado al convento de Bellegra, donde los religiosos del Lacio
hacían su retiro. Al mismo tiempo se mostró como un verdadero apóstol con su
predicación y su dedicación al ministerio de la confesión, al que dedicaba
jornadas enteras. Desde 1684 el nombre y el trabajo de Tomás están ligados a
este retiro. Escribió estatutos especiales para la formación de los religiosos
y para prepararlos al ministerio de la evangelización. En el capítulo general
de Murcia, en España, los estatutos del retiro de Bellegra fueron adoptados
para todos los retiros de la Orden. Bellegra se convirtió en vivero de
santidad. Fundó también el retiro de Palombara Sabina. Muchos otros retiros
fueron fundados en Italia por obra de San Teófilo de Corte.
Puede decirse que la vida de Tomás fue un
continuo ejercicio espiritual, severísimo, rigurosísimo. Era ejemplo y
admiración para todos los demás religiosos. Con sus palabras, consejos y sobre
todo con su ejemplo, fue digno maestro de toda una generación de santos y de
apóstoles, los cuales al salir del convento de Bellegra llevaron por todo el
mundo como misioneros, el fuego de caridad y de piedad de que era vivo ejemplo
Tomás.
También quiso partir para tierras de misión, pero los superiores
prefirieron encomendarle la evangelización de la región romana. A menudo las
zonas más vecinas son más difíciles que las lejanas. Ejerció el ministerio
sacerdotal recorriendo varias regiones de Italia, predicando y confesando
ininterrumpidamente aun por largos períodos, a pesar de su mala salud. Así supo
unir en perfecta armonía la vida del Retiro y la vida apostólica, para el bien
de las almas, para reconstruir las conciencias. A este trabajo dedicó todo su celo,
todas sus energías, murió después de una pesada jornada en el confesionario el
11 de enero de 1729. Tenía 74 años de edad.
Enero 12: San
Bernardo de Corleone. Religioso de la Primera Orden (1605‑1667)
Beatificado por Clemente XII el 15 de mayo de 1768 (Decreto de canonización
julio 1/2000).
Bernardo, bautizado con el nombre de
Felipe, nació en Corleone, en Sicilia, el 6 de febrero de 1605.
Hijo de Leonardo Latini y Francisca Sciascia. De joven ejercitó el oficio de
zapatero. De estatura y constitución hercúlea, era temible hombre de mundo y
sobre todo de armas tomar. Un buen día tuvo una discusión con otro, y de las
palabras pasaron a los hechos, ambos tomaron la espada y tras un breve duelo,
el otro quedó gravemente herido. Para huir a la justicia humana se refugió en
una iglesia invocando el “derecho de asilo”; y aunque escapó a la justicia
humana, no pudo evitar la de su conciencia. En la soledad y en la meditación
reflexionó largamente sobre el delito cometido y sobre toda su vida
desperdiciada, inútil y disipada, odiosa a los demás y dañina para la salud de
su propia alma, que es lo más precioso que el hombre posee. Se arrepintió,
invocó el perdón de Dios y de los hombres e hizo áspera penitencia. Para
reparar su pasado, con vestidos de penitente decidió tomar el sayal de los
hermanos menores Capuchinos. Abandonó a Corleone, que le recordaba su pasado
sangriento y tocó a la puerta del convento de Caltanissetta, en Sicilia, donde
fue admitido como religioso.
Fue en verdad un hombre nuevo, decidido a alcanzar
una perfección cada vez más alta, con humildad, obediencia, austeridad. Dormía
en el duro suelo de su celda no más de tres horas por noche y multiplicaba sus
ayunos. Aunque inculto e iletrado, alcanzó las alturas de la contemplación,
conoció los más profundos misterios, curó cuerpos enfermos, distribuyó
consuelos y consejos, intercedió con oraciones que alcanzaron gracias a manos
llenas. Esto durante 35 años, hasta su muerte.
Oración asidua, caridad prodigiosa, filial devoción a la Virgen
Inmaculada, fueron el secreto de su santidad. Se preocupó por conformarse con
Cristo crucificado. Tomó en serio el evangelio y se empeñó en vivirlo
integralmente. Los días de su vida fueron una ascensión a Dios, un apostolado
para reconducir almas a Dios. El 12 de enero de 1667 en Castelnuovo cerca de
Palermo, viene Jesús a llamarlo a sí. Y él, purificado con la penitencia
expiatoria, dejó gozosamente la tierra para ir al cielo. Tenía 62 años de edad.
Enero 13: San Francisco
de San Miguel. Mártir en el Japón, religioso de la Primera Orden
(1543‑1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Nacido en la diócesis de Palencia en
España, en 1543, de una familia profundamente religiosa. Desde niño se
distinguió por la piedad, por la modestia y el candor y por el amor a la
oración.
En 1566 vistió el hábito de
San Francisco en la Orden de los Hermanos Menores. En su humildad prefirió
el estado de hermano, feliz de consagrarse a los humildes servicios de la casa,
que ejercía siempre con mucha alegría.
Deseoso de mayor austeridad, pidió ser
admitido a la Provincia de San José, fundada por el ardiente asceta
San Pedro de Alcántara, que tanto había trabajado en España para llevar a
los Hermanos Menores a la genuina observancia de la Regla de
San Francisco. Tenía un gran deseo del martirio y de dedicar su vida a la
obra de la evangelización. Fue asignado como socio a San Pedro Bautista en
el viaje a México y Filipinas. En esta última misión, aunque no era sacerdote,
se le encomendó la tarea de predicar el evangelio en la vasta provincia de las
islas Camarinas, donde con la palabra, confirmada con espléndidos prodigios,
llevó a cabo innumerables conversiones.
Fue nuevamente compañero de San Pedro Bautista en la misión del
Japón, donde trabajó mucho por la conversión de los japoneses. El 9 de
diciembre de 1596 fue arrestado en Osaka, trasladado a Meaco, donde sufrió el
corte de la oreja izquierda. Junto con sus compañeros de martirio en Nagasaki,
fue crucificado el 5 de febrero de 1597. Tenía 54 años de edad. La ejecución
tuvo lugar en presencia de numerosos cristianos y de marineros portugueses.
Enero 14: Beato
Odorico de Pordenone. Sacerdote misionero de la Primera Orden (1265‑1331)
Su culto fue aprobado por Benedicto XIV el 2 de julio de 1775.
Nacido en Villanova de Pordenone hacia
1265, Odorico fue una especie de Marco Polo de hábito, viajando en pos de las
almas. Antes de pedir permiso para ir al Oriente como misionero, Odorico había
llevado vida eremítica y había desarrollado actividades apostólicas en su
Friuli natal. Humildísimo y penitente, riguroso y silencioso, este hermano que
se vestía de túnica marrón, caminaba descalzo y se alimentaba de pan y agua,
estaba bien preparado para la vida misionera y para los viajes largos e
incómodos. Y su viaje fue bien largo, pues duró 33 años. De Venecia a
Trebisonda, de donde siguió por tierra. Penetró en Armenia, atravesó la Persia,
y en Ormuz se embarcó de nuevo hasta llegar a la India, después de tocar tierra
de la actual Indonesia y Filipinas. En India recogió las reliquias de cuatro
franciscanos martirizados, y volvió a embarcarse. Finalmente llegó a Zaiton, en
China del Sur.
En Zaiton Fray Odorico se sintió como en su
casa. Los franciscanos ya tenían allí dos florecientes conventos. Hacía casi un
siglo que los Hermanos Menores habían hecho su camino hacia el Oriente. El
primer intento misionero, el de Juan de Pian Carpino, compañero de
San Francisco, no había tenido éxito esperado; pero más tarde, otro
franciscano italiano, Juan de Montecorvino, no solamente había llegado a China,
sino que había permanecido allí largamente, llegando a ser arzobispo y
Patriarca del Extremo Oriente. La cátedra arzobispal de Kambalik, el actual
Pekín, capital del imperio mongol y sede del Gran Khan. Odorico llegó allí en
1325 y permaneció tres años.
Juan de Montecorvino y sus franciscanos ya habían realizado miles de
conversiones. Odorico no fue menos. En breve tiempo administró más de veinte
mil bautismos. Pero el viejo arzobispo quiso que el fraile del Friule regresara
a Italia para contar al Papa la situación del Oriente y para pedir nuevos
misioneros para la extensa diócesis. Odorico se puso en camino, esta vez por
tierra. Cubrió esta larga distancia en poco más de dos años y en 1330 estaba de
regreso en Venecia. Quiso ir de inmediato a donde el Papa Juan XXII, a Aviñón,
pero en Pisa se enfermó gravemente. Se hizo llevar al convento de Padua, donde
dictó a un cohermano la relación de su viaje y de las actividades misioneras de
los franciscanos en el Extremo Oriente, que otro presentó al Papa de parte del
hermano enfermo. Mientras Odorico en su convento de Udine moría el 14 de enero
de 1331, de 66 años de edad, otros 50 misioneros franciscanos partían para
Khambalik a proseguir la obra apostólica iniciada y desarrollada heroicamente
por estos invictos pioneros del Evangelio. Su cuerpo reposa en la iglesia del
Carmen, en Udine
Enero 15: Beato
Marcelo Spínola y Maestre. Cardenal Arzobispo de Sevilla, de la Tercera
Orden (1835‑1906). Cofundador de las Esclavas del Divino Corazón. Beatificado
por Juan Pablo II el 29 de marzo de 1987.
“El Arzobispo mendigo”, como fue llamado
por su amor franciscano a la pobreza y por su caridad inagotable para con los
pobres, es una figura eminente de pastor y de santo como los otros cardenales
recientemente elevados al honor de los altares: Andrés Carlos Ferrari, José
Benito Dusmet, José María Tomasi. Nació de noble familia en San Fernando.
Pasó la infancia siguiendo los traslados de su padre: Motril, Valencia, Huelva,
Sanlúcar de Barrameda y Sevilla. Aquí se doctoró en jurisprudencia en 1856, año
en que la familia se trasladó a Huelva. Aquí el joven abrió su oficina legal
haciéndose notar por sus servicios gratuitos en el campo legal a los pobres.
Dejada la profesión, como ya lo había hecho el abogado napolitano San Alfonso
María de Ligorio en 1723, entró al seminario de Sevilla y recibió la ordenación
sacerdotal en 1864. Como capellán en Sanlúcar de Barrameda y luego como párroco
de S. Lorenzo en Sevilla, demostró un gran celo pastoral y dedicó su mejor
tiempo sobre todo al ministerio de la reconciliación. Nombrado en 1879 canónigo
de la catedral de Sevilla, el 6 de febrero de 1881 fue elegido obispo auxiliar
de la misma arquidiócesis. Promovido obispo de Coria‑Cáceres en 1884,
desarrolló allí un intenso apostolado entre los últimos. Entre otras visitó la
zona más deprimida de España, Las Hurdes, situada en su diócesis y con Clelia
Méndez y Delgado fundó la Congregación de las Esclavas del Divino Corazón.
Trasladado a la diócesis de Málaga en 1886,
diez años más tarde pasó a ser Arzobispo de Sevilla. San Pío X lo hizo
cardenal en 1905. Murió en Sevilla el 19 de enero de 1906, a los 71 años de
edad.
Se distinguió por su celo infatigable por
la salvación de las almas, el espíritu de oración, la intensa mortificación, su
paternal ternura para con los que sufrían y los marginados. De carácter
sencillo, humilde, alegre, fue un verdadero franciscano, perfecto imitador de
Cristo buen Pastor. De él puede decirse con el profeta: “El espíritu del Señor
está sobre mí, porque me ha ungido, me ha enviado a anunciar a los pobres la
buena noticia, y a sanar los corazones afligidos”(Lc 4,18). “No me habéis
elegido vosotros, fui yo quien os elegí y os destiné para que deis fruto
abundante, y vuestro fruto permanezca”(Jn 15,16).
Enero 15: Beato
Giacomo (Jaime) Villa, Sacerdote, mártir de la Tercera Orden (+1304). Confirmó su culto
Pío VII.
Hijo de Lucantonio Villa y Mustiola, no se sabe fecha ni año de su
nacimiento; murió el 15 de enero de 1304 en Citta della Pieve (Perusa), donde
había nacido. Niño piadoso y estudioso, asiduo al templo. De joven, movido por
las palabras de Jesús vendió sus pertenencias y con el dinero recibido ayudó a
los pobres y reparó un viejo hospital para los enfermos pobres, a quienes
servía personalmente y atendía a todas sus necesidades. Estudió Derecho en
Siena. Se hizo sacerdote e ingresó a la Tercera Orden Franciscana. Un
potentado de Chiusi, había usurpado los bienes del hospital de la ciudad, donde
se atendía a los pobres. Como jurista que era, primero en el tribunal de
Chiusi y luego en el de Perusa, defendió vigorosa y convincentemente el
hospital, y obtuvo sentencia favorable, confirmada por la Corte de Roma.
Entonces el Señor de Chiusi, herido a causa de la derrota, tramó la venganza y
lo hizo asesinar a hachazos por un grupo de sicarios. Su tumba se convirtió en
lugar de peregrinación y su culto se difundió rápidamente en la región. Las
noticias que de él se tienen las trae Fr. Lucas Wadingo.
Enero 16: Santos
Berardo, Pedro, Acursio, Adyuto y Otón. Mártires en Marruecos († 1220).
Canonizados por Sixto IV el 7 de agosto de 1481.
San Berardo, sacerdote de la Orden de
los Hermanos Menores, óptimo predicador y conocedor de la lengua árabe, y otros
cuatro compañeros Pedro y Otón, sacerdotes, y Acursio y Adyuto, no clérigos,
dieron la vida por Cristo en Marrakesch el 16 de enero de 1220.
“El bienaventurado Francisco, movido por
divina inspiración, escogió a seis de sus mejores hijos y los envió a predicar
la fe católica entre infieles.
Se pusieron en camino hacia España y
llegaron al reino de Aragón, en donde enfermó gravemente fray Vidal, y, no
logrando reponerse en su salud, dispuso que sus cinco compañeros prosiguieran
la empresa. Se dirigieron a Coimbra y desde allí a Sevilla, pero antes se
despojaron del hábito religioso.
Un día, confortados espiritualmente,
salieron por la ciudad de Sevilla con el propósito de visitar la mezquita
principal y de entrar en ella; pero los sarracenos se lo impidieron, empleando
la fuerza, a gritos, empellones y golpes. Apresados, fueron conducidos al
palacio de su soberano, ante quien estos varones de Dios aseguraron ser
mensajeros del Rey de reyes, Cristo Jesús. Tras una exposición de las
principales verdades de la fe católica y animando a sus oyentes a que se
bautizaran, el rey, enfurecido por tanta osadía, mandó que fueran decapitados
inmediatamente. Mas su Consejo, presente allí, sugirió al rey que suspendiera
la sentencia, dejándolos ir a Marruecos, en conformidad con los deseos
manifestados por ellos.
Llegados a Marruecos, sin pérdida de tiempo
predicaron el Evangelio, especialmente en el zoco mayor de la ciudad. Se
comunicó el hecho al Sultán, quien dispuso que fueran encarcelados sin demora.
Veinte días permanecieron en prisión, sin darles alimento, ni bebidas,
confortados sólo con la refección del espíritu. Acabada esta reclusión, fueron
llevados a la presencia del Sultán, e, interrogados, siguieron firmes en sus
decisiones anteriormente manifestadas de plena fidelidad a la religión
católica. Encolerizado el Sultán, mandó que fueran azotados, y que, separados
los unos de los otros en diversas cárceles, fueran sometidos a intensas
torturas.
Los esbirros, una vez esposados los santos
varones, atados los pies, y con sogas puestas al cuello, los arrastraron con
tanta violencia, que casi se les salían las entrañas por las heridas abiertas
en sus cuerpos. Sobre esas mismas heridas arrojaban aceite y vinagre hirviendo,
y esparcieron por el suelo los vidrios que contenían esos líquidos para que se
les clavaran al pasar por encima de ellos. Toda la noche duró este tormento,
bajo la custodia de unos treinta sarracenos, quienes los flagelaron sin ninguna
consideración.
A la mañana siguiente, reclamados por el
Sultán, fueron trasladados semidesnudos y descalzos, mientras eran golpeados.
Se repitió el interrogatorio, con idénticas respuestas, por lo que el soberano
cambió de táctica, haciendo traer hermosas mujeres, a las que recluyó con
ellos, mientras les increpaba: “Convertíos a nuestra religión mahometana y, en
premio, os daré por esposas a estas doncellas; os colmaré de riquezas y seréis
honrados por todo mi reino”.
La contestación fue unánime: “Quédate con
tu dinero, con tus mujeres y con tus honras, que nosotros renunciamos a todos
esos bienes pasajeros del mundo por amor a Cristo”. Otón le dice: “No tientes
más a los siervos de Dios. ¿Crees que con tus promesas vas a hacer flaquear
nuestra voluntad? ¿No sabes que Dios desde el cielo vela continuamente sobre
nosotros? ¿Nosotros somos soldados intrépidos de Jesús, dispuestos a caer en
nuestro campo de batalla antes que desertar de la Cruz de Cristo. !Nuestra
sangre, derramada por una causa tan santa y noble, hará germinar nuevos
cristianos!”.
El rey, al verse desairado, se encolerizó,
empuñó la espada y uno a uno, de un tajo, les abrió una brecha en la cabeza;
luego, con su propia mano, les clavó en la garganta tres cimitarras. Así
murieron. Era el 16 de enero de 1220.
Cuando San Francisco supo la noticia del
martirio de sus hermanos, agradecido al Señor exclamó: “Ahora sí puedo decir
con verdad que tengo cinco hermanos menores”.
Los restos de estos hermanos mártires
fueron trasladados a Coimbra y allí conquistaron para la Orden a San Antonio de
Padua. Reposan en un monumento y desde entonces son objeto de la veneración de
los fieles, quienes son beneficiados con abundantes milagros.
Esta expedición a Marruecos y su exitosa culminación fue el comienzo de
la gloriosa carrera misional de la Orden a lo largo de los siglos, iniciada en
vida del propio fundador y bajo su ardiente inspiración y mandato.
Enero 17: Beato José
Nascimbeni. Sacerdote de la Tercera Orden (1851‑1922). Fundador de las Hermanitas de
la S. Familia. Beatificado por Juan Pablo II en Verona el 17 de abril de 1988.
José Nascimbeni nació en Torri del Benaco
(diócesis y provincia de Verona) el 22 de marzo de 1851, hijo de Antonio y
Amadea Sartori. Su padre era carpintero y su madre ama de casa. Familia modesta
económicamente, pero religiosamente rica. Estudió las primeras letras en su
pueblo natal, luego en el Colegio de los Jesuitas de Verona, finalmente en el
Seminario diocesano. Ordenado Sacerdote el 9 de agosto de 1874. Nombrado
maestro y vicario cooperador en San Pedro di Lavagno, luego en
Castelletto, de donde vino a ser párroco en 1885. Durante 37 años ejerció como
párroco de dicho lugar, desempeñando una intensa actividad pastoral y social,
sobre todo a favor de los jóvenes, los enfermos y los pobres. Tuvo especial
cuidado de los moribundos, a quienes auxiliaba con los sacramentos. Obtuvo para
su población los servicios de correo, telégrafo y acueducto. Durante la primera
guerra mundial se prodigó en la asistencia a los soldados. Para atender a las
necesidades del pueblo con “las obras de caridad espiritual y corporal”, fundó
el 4 de noviembre de 1892 las Hermanitas de la S. Familia, con la colaboración
de la sierva de Dios María Dominga Mantovani, para colaborar en las actividades
parroquiales y en la asistencia a los enfermos.
El 31 de diciembre de 1916, mientras celebraba la Eucaristía, sufrió una
hemiplejía izquierda, enfermedad que sobrellevó con admirable paciencia y fe,
hasta el 21 de enero de 1922, fecha de su muerte. Tenía 71 años de edad. Sus
últimas palabras fueron: "!Viva la muerte porque es el principio de la
vida!”.
Enero 18: Beato
Manuel Domingo y Sol. Sacerdote de la Orden Franciscana Seglar (1836‑1909).
Fundador de los Sacerdotes operarios del Sagrado Corazón de Jesús. Beatificado
por Juan Pablo II el 29 de marzo de 1987.
Nacido en Tortosa (Tarragona, España) el 1
de abril de 1836, en un período de intensas luchas políticas y anticlericales,
de sus padres aprendió el amor a la Eucaristía y a los pobres. Entró al
seminario a los 15 años y fue ordenado sacerdote el 2 de junio de 1860. Párroco
2 años, se dedicó luego a la catequesis y a la predicación. Por petición de su
obispo se doctoró en Teología en la Universidad de Valencia. Trabajó a favor de
la juventud con la enseñanza religiosa en las escuelas, combatió los errores
con la difusión de impresos, fue director espiritual de numerosas personas, se
ocupó de los obreros, fundó la “Juventud Católica”, promovió el culto
eucarístico, tuvo especial cuidado de los pobres. Expresión de su profunda
humanidad y de su celo sacerdotal son las 4630 cartas suyas que se conservan.
Su encuentro con Ramón Valero le dio un
impulso para su actividad característica, las vocaciones eclesiásticas, para
las cuales vio la necesidad de proveer sedes adecuadas. Fundó diversos colegios
en España y Portugal, y el Colegio español en Roma. Para la dirección de estos
seminarios, “movido por inspiración clara, sensible y sobrenatural”, en 1881
fundó la Congregación de los Operarios Diocesanos del Sagrado Corazón”. Fue
especialmente amigo de las Clarisas.
Murió a la edad de 73 años, agobiado, más por los trabajos que por la
edad.
Enero 19: Santa
Eustoquia Calafato de Mesina. Virgen de la Segunda Orden (1434‑1486)
Fundadora del monasterio de Montevergine. Canonizada por Juan Pablo II el 11 de
junio de 1988
Nació en Mesina el 25 de marzo de 1434,
hija de los condes Berardo Colafati y Matilde Colonna. Aprendió de su madre,
fervorosa cristiana y entusiasta del franciscanismo, las primeras oraciones, el
amor al sacrificio, a las buenas obras y al Crucificado; discípula del Beato
Mateo de Agrigento, de San Bernardino de Siena, de San Juan de
Capistrano y de San Jaime de la Marca, que volvieron a los hijos de
San Francisco a la observancia de la regla y fueron los artífices del
“siglo de oro del franciscanismo”.
En 1444 su padre la prometió en matrimonio
a un joven noble, pero éste murió muy precozmente; luego, a un viudo de edad
avanzada, quien también murió repentinamente antes de que se realizara el
proyecto. Entretanto el Esposo celestial la atraía suave y fuertemente a sí, y
ella, fortalecida con la oración y la penitencia, decidió dejar el mundo para
consagrarse por entero al Señor en la vida religiosa. En 1449, superadas
fuertes resistencias de sus familiares, fue admitida entre las Clarisas de S.
María de Basicò cerca de Mesina. Desde novicia se distinguió por eminentes
cualidades de mente y de corazón. Recorrió con entusiasmo el arduo itinerario
de la perfección seráfica. Para guiar la comunidad a la genuina observancia de
la regla, decidió fundar un nuevo monasterio. Con la ayuda de sus familiares y
de los bienhechores en Montevergine, llevó a cabo la fundación cerca de Mesina,
acompañada de un buen grupo de jóvenes que con ella habían decidido consagrar
su vida al esposo celestial. Eustoquia había pasado once años en el antiguo
monasterio.
La austera Regla de Santa Clara no era
seguida por todas las cohermanas. Al comenzar la nueva fundación se puso en
sintonía con la reforma para un retorno a las fuentes del franciscanismo,
iniciada por San Bernardino de Siena y seguida luego por Santa Coleta,
San Pedro de Alcántara y Santa Teresa de Avila. Permaneció como Abadesa y
madre de sus cohermanas hasta su muerte y así pudo dar una fisonomía
auténticamente franciscana a la nueva fundación.
Guió a la comunidad hacia la perfección de la caridad, con prudencia,
solicitud y bondad. Con el ejemplo y las exhortaciones, incitaba a todas al
amor de la Cruz, de la pobreza y de la perfección seráfica. Mesina estaba
totalmente entusiasmada con su Santa y con el Monasterio de Montevergine,
jardín de santidad y perfección, y con los singulares carismas, visiones y
curaciones, con que Jesús había exaltado a su esposa fiel. Cuando el celestial
esposo la llamó a las bodas eternas, el 20 de enero de 1485, ella salió a su
encuentro con la lámpara encendida, rodeada de sus cincuenta cohermanas que
recibieron su preciosa herencia.
Enero 20: Beato Pedro
Bonilli. Sacerdote Terciario Franciscano (1841‑1935). Fundador de las Hermanas de
la Sagrada Familia. Beatificado por Juan Pablo II el 24 de abril de 1988
Este generoso imitador de Cristo Buen
Pastor nació en San Lorenzo de Trevi (Perusa) el 15 de marzo de 1841 y
murió en Espoleto el 5 de enero de 1935.
De familia de pequeños propietarios, el
primero de cuatro hermanos. De un ambiente familiar favorable, una madre
piadosísima, y luego el influjo iluminado y santo de un sacerdote que en el
colegio Lucarini de Trevi, le sirvió de guía espiritual: Don Ludovico Pieri,
llamado también el “Don Bosco” de Trevi. En 1857 sintió brotar impetuosa la
vocación sacerdotal y don Pieri fue su ángel guardián. Ordenado presbítero en
Terni, estando vacante la diócesis de Espoleto, el 19 de diciembre de 1863, de
inmediato fue enviado como párroco a Cannaiola, una región pobre, donde estuvo
35 años ejerciendo una pastoral renovadora, valiente, incisiva, altamente
fructuosa, que culminó en 1887 con la fundación de la Congregación de las
Hermanas de la S. Familia. La condición religiosa y moral de Cannaiola era
singularmente pobre y baja, marcada por la blasfemia, el libertinaje, el juego,
la embriaguez. El se empeñó en alimentar a su pueblo con un intenso trabajo de
catequesis y de instrucción religiosa, sirviéndose también, como precursor, de
los medios de comunicación social de entonces, (“La imprenta es el arma de este
tiempo”, decía) y comprometiendo a los laicos en sus iniciativas. En la familia
vio el fundamento del renacimiento de la sociedad y de la vida eclesial. “Ser
familia, dar familia, construir familia”, fue su programa.
En 1898 dejó a Cannaiola al ser nombrado
Canónigo de la Catedral de Espoleto y Rector del Seminario, colocando al
servicio de los futuros sacerdotes su riqueza espiritual y la vasta experiencia
adquirida en los largos años de ministerio pastoral. En su espiritualidad se
destaca su gran contribución a la difusión del culto a la Sagrada Familia, de
la cual imitó con verdadero espíritu franciscano la humildad y la pobreza.
El 5 de enero de 1935 terminó serenamente en Espoleto su larga vida (95
años), consagrada al servicio de la formación del clero y a la ayuda a los
pobres. “Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor!”.
Enero 21: Beato
Juan Bautista Triquerie. Sacerdote y mártir de la Primera Orden (1737‑1794).
Beatificado por Pío XII el 19 de junio de 1955.
Juan Bautista Triquerie, religioso y
sacerdote de la Orden de los Hermanos Menores Conventuales, hace parte del
glorioso y heroico grupo de los 19 mártires de Laval, asesinados el 21 de enero
de 1794 a causa de su fidelidad a la Iglesia y al Romano Pontífice. Juan
Bautista se había distinguido por su celo sacerdotal y por la fiel observancia
de la regla de San Francisco. Tentado con halagos y amenazas a renegar de
la fe católica, declaró abiertamente: “Soy cristiano, católico, sacerdote e
hijo de San Francisco y mantengo mi fe en Cristo hasta la muerte!”. Esta
valiente expresión sigue siendo un programa para nosotros. Tenía 57 años cuando
sufrió el martirio.
El año 1794 marcó para Laval y para toda
Francia un recrudecimiento de la persecución religiosa. Las disposiciones
vejatorias contra los sacerdotes, los religiosos y los fieles tomaron un
aspecto de feroz represión. Catorce sacerdotes comparecieron ante la Comisión
Revolucionaria del Distrito. Entre estos el Beato Juan Bautista Triquerie,
sacerdote muy conocido por su santidad y por su ejemplar vida apostólica. En
conjunto murieron mártires en el patíbulo 359 hombres y 102 mujeres.
A los confesores de la fe se les proponía
renunciar a la religión católica. Todos rehusaron unánimemente renegar de la
fe, a pesar de la promesa de salvar así su vida. Los confesores de la fe fueron
conducidos al lugar del suplicio y sufrieron el martirio heroicamente al canto
del Te Deum y exclamando Deo gratias!. Antes de medio día la guillotina había
terminado todo. Los cuerpos de los catorce sacerdotes fueron tirados en
carretas y sepultados en la llanura de Croix‑Bataille.
Los cristianos comenzaron de inmediato a
rendir culto a los gloriosos mártires. Aun durante lo más recio de la
persecución, ocultamente iban a sus tumbas y les oraban. La afluencia fue
tanta, que las autoridades civiles se preocuparon mucho.
En 1861 en Laval se predicó una gran misión por muchos sacerdotes con
gran éxito de conversiones. Como conclusión se erigió un monumento a los
mártires con esta inscripción: “En esta plaza el 21 de enero de 1794 catorce
heroicos sacerdotes cuyos nombres están inscritos en el Libro de la Vida,
fueron invitados a escoger: o el juramento contra la Iglesia y el Papa, o el
martirio; prefirieron sellar con su sangre la pureza de su fe. Ellos después de
habernos enseñado a vivir bien, nos enseñaron también a morir bien para
conseguir la vida eterna”. En dicha ocasión se hizo la solemne traslación de
sus restos mortales y se les dio una digna sepultura.
Enero 22: San Vicente
Pallotti. Sacerdote de la Tercera Orden (1795‑1850). Fundador de la Sociedad del
Apostolado Católico. Canonizado por Juan XXIII el 20 de enero de 1963.
Nació en Roma el 21 de abril de 1795. Sus
primeros maestros fueron sus propios padres, de quienes él luego diría: “El
Señor me dio unos padres santos y yo he aprovechado sus santas enseñanzas”.
Frecuentó primero el colegio romano y luego la universidad de Roma para
estudiar la filosofía y la teología. Desde 1810 vivió con su tía clarisa Rita
De Rossi, la cual en la persecución había sido expulsada de su convento, y lo
impulsó por el camino de la santidad y a hacerse terciario franciscano. La espiritualidad
de San Francisco sería de hecho la inspiradora de toda su vida.
Ordenado sacerdote el 16 de mayo de 1818.
Desde 1815 se venía dedicando a un interesante apostolado. Académico de las
facultades de dogmática y escolástica. Confesor ordinario del seminario de 1827
a 1840. En 1834 fundó la Sociedad del Apostolado Católico. Tuvo muchos
contactos con el Oriente cristiano con intentos misioneros y ecuménicos.
Extendió la invitación a los laicos de toda condición a cooperar en la forma
más enérgica con esta acción católica. Fundó la Congregación de los Sacerdotes
Seculares de la sociedad el Apostolado Católico y la Congregación de las
Hermanas. Fundó y organizó la Pía Casa de la Caridad. Trabajó intensamente en
tres campos: comprometer a los católicos a propagar el Evangelio; reavivar,
conservar y acrecentar la fe entre los católicos; caridad universal para
socorrer a los pobres, visitar a los enfermos y a los presos y consolar a los
afligidos. Propuso una movilización general de todos: sacerdotes y laicos y una
mayor coordinación de todas las fuerzas católicas. Gregorio XVI bendijo y apoyó
este ardoroso programa apostólico. No faltaron dificultades, que él superó con
su ardiente fe.
En pocos años san Vicente Pallotti llegó a fundar un instituto de sacerdotes
y de hermanas, obras de caridad y de educación para la asistencia a las
muchachas abandonadas y periclitantes, instituyó el octavario solemne de la
Epifanía, divulgó el apostolado de la oración, tuvo una tiernísima devoción a
María, a quien proclamó protectora del apostolado católico, precursor de la
“Acción católica”. Murió el 22 de enero de 1850 a la edad de 55 años.
Enero 23: San Gonzalo
García. Mártir en el Japón, religioso de la Primera Orden (1557‑1597).
Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Gonzalo García nació en Bazain, Indias
Orientales, de padre portugués y madre india. Hechos sus estudios en el colegio
de los Jesuitas de su ciudad, a los veinticinco años se trasladó al Japón con
la intención de dedicarse al comercio; pero en cuanto llegó allí, cambió de
idea y se ofreció a los Padres Jesuitas como catequista para ayudarles en su
ministerio, servicio que prestó durante diez años con gran fruto de
conversiones, aun entre los bonzos, con quienes disputaba inclusive en público
sobre la fe.
Viajó luego a Manila, en las Filipinas, y
allí fue cautivado por la vida pobre y penitente de los misioneros franciscanos
y pidió ser aceptado en la Orden en calidad de hermano religioso. Allí fue
asignado como compañero e intérprete del Comisario San Pedro Bautista
cuando éste, el 20 de mayo de 1593 viajó al Japón, donde fijó su sede en Meaco.
Los cristianos que ya habían conocido a Gonzalo antes de su ingreso a la Orden
Franciscana, lo acogieron con mucha alegría y le hicieron más fácil el trabajo
en las diversas obras de la misión.
El decreto de arresto de los Franciscanos, emanado del emperador
Taicosama la noche del 8 de diciembre de 1596, abrió también a Gonzalo el
camino del martirio. Arrestado con sus cohermanos y llevado a Meaco, allí les
cortaron el lóbulo de la oreja izquierda, luego fueron conducidos en un carro a
través de la ciudad y de varias regiones hasta llegar a Nagasaki. Allí, en la
colina de los mártires fue crucificado y le traspasaron los costados con dos
lanzas cruzadas que le destrozaron el corazón. Era el 5 de febrero de 1597.
Tenía 40 años.
Enero 24: Beata
Paula Gambara Costa. Viuda de la Tercera Orden (1473‑1515) Su
culto fue aprobado por Gregorio XVI el 14 de agosto de 1845.
Paula nació en Brescia el 3 de marzo de
1473 hija de Giampaolo Gambara y Catalina Bevilacqua, noble y cristiana
familia. Con ocasión de su nacimiento la familia repartió ayudas a
instituciones benéficas y a familias pobres. Recibió una buena educación y fue
orientada espiritualmente por el franciscano Andrés de Quinzano.
Casada en 1485 con el conde Ludovico
Antonio Costa, fueron a vivir en Bene Vagienna (Cuneo). Entre los años 1493‑1503
hubo una hambruna que dio ocasión a Paula para ejercitar la generosidad con los
muchos necesitados que acudían a sus puertas.
En 1488 nace un hijo a quien llaman Juan
Francisco. Los primeros años de matrimonio habían transcurrido sin problemas
serios. Pero ahora, el conde se manifiesta soberbio, avaro, duro, dado al
vicio. Finalmente se llevó a su propia casa a una amante a quien tuvo allí
durante doce años. Paula estuvo como prisionera, y no pocas veces el conde la
maltrataba a puños, bofetadas e inclusive patadas. En 1504 la amante del conde
enfermó gravemente y todos la abandonaron. Solamente Paula se dedicó a cuidarla
y la preparó para morir reconciliada con Dios.
Finalmente el conde se convirtió, se reconcilió con Dios y obtuvo el
perdón de su fiel esposa, y le permitió llevar externamente el hábito
franciscano. Poco después enfermó y murió serenamente. Paula se dedicó a educar
al hijo y a asistir a los pobres y enfermos. Muchas veces el Señor premió su
caridad con prodigios. Murió el 24 de enero de 1515 a la edad de 42 años.
Enero 25: San Pablo
Ibaraki, Mártir japonés, de la Tercera Orden († 1597). Canonizado
por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Los misioneros franciscanos en las
fervientes cristiandades del Japón, difundieron ampliamente la Tercera Orden
Franciscana, para mejor formar colaboradores en su apostolado. Muchos
terciarios franciscanos prestaron generosamente su colaboración como
catequistas, enfermeros en los hospitales, maestros en las escuelas, asistentes
en las escuelas infantiles, colaboradores en la evangelización. Dios bendijo a
estos bravos ayudantes con muchas conversiones de paganos. Cuando estalló la
persecución contra los cristianos, 170 eran los terciarios que habrían de
sufrir el martirio. Declararon solemnemente: “Somos todos cristianos,
discípulos de los misioneros franciscanos; con ellos hemos predicado la fe en
Cristo, con ellos queremos morir!”. Los oficiales imperiales se limitaron a
capturar doce terciarios de Meaco, tres de Osaka y luego se les unieron otros
dos. Fueron así diecisiete los terciarios de San Francisco, que con su
sangre sellaron la fe en Jesucristo.
Entre ellos Pablo Ibaraki, que nació en el
reino japonés de Ovari, convertido al cristianismo por San León Karasuma.
Hecho terciario franciscano desarrolló gran parte de su actividad apostólica en
la región de Meaco colaborando con los franciscanos en la difusión del
catolicismo y en la asistencia a los enfermos en calidad de enfermero. Sometió
su cuerpo a severísimas penitencias.
En diciembre de 1596 el gobernador japonés Hideyoschi, llamado
Taicosama, después de un período de tolerancia religiosa, ordenó que fueran
apresados los franciscanos y sus colaboradores. También Pablo fue capturado y
condenado a muerte. La sentencia debía cumplirse en Nagasaki; pero primero, con
sus hermanos de fe, fue sometido a duras pruebas: le fue cortada la oreja
izquierda, fue expuesto al desprecio de la población, llevado por las calles de
la ciudad. En el viaje de traslado esta forma ignominiosa de exposición se
repitió frecuentemente. Murió crucificado en Nagasaki el 5 de febrero de 1597.
Los enfermeros de los hospitales y de las clínicas deberían ver en San Pablo
Ibaraki su patrono y protector, para que la asistencia a los enfermos sea
verdaderamente profesión y misión de bien para el cuerpo y para el alma de los
pacientes.
Enero 26: San Gabriel
de Duisco (1578‑1597). Mártir japonés. De la Tercera Orden. Canonizado
por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Gabriel, joven paje del gobernador de Meaco descendía de una noble y
antigua familia japonesa. Con la gentileza del trato, la dulzura de su
carácter, su bella personalidad, se había ganado el aprecio y el cariño de
todos. Era amigo de los franciscanos de Meaco, a menudo iba a charlar con
ellos, especialmente cuando los veía en la corte del gobernador. Iluminado por
la gracia de Dios pidió el bautismo y decidió hacerse terciario franciscano.
Deseaba consagrar su vida para el bien de los hermanos, y fue acogido en el
convento para comenzar sus estudios y prepararse para la vida franciscana y el
sacerdocio. A los muchos amigos que, instigados por los bonzos, iban al
convento a persuadirlo para que regresara a casa y volviera a hacerse pagano,
les respondía siempre con gran firmeza. El asalto más fuerte vino de sus
padres, que irritadísimos fueron al convento con otras personas decididos a
volverlo a casa por la fuerza. Gabriel se echó a sus pies y les suplicó: “Queridos
papacitos, por el amor que siempre les he tenido, los conjuro a dejarme en paz
con los padres misioneros. Si de verdad me quieren, no me priven de un don tan
grande. Dios me ha llamado, me quiere para sí. ¿Acaso ustedes quieren oponerse
a su voluntad? Sepan que me he entregado totalmente a él y a su religión, que
es la única verdadera”. Después habló a sus padres largamente de la religión
católica exhortándolos a abrazarla también ellos para poder salvarse
eternamente. La madre le respondió: “Hijo, ¿no comprendes el gran error en que
has caído? ¿Qué puedes conseguir con estos extranjeros tan pobres que para
poder sobrevivir tienen que pedir limosna de puerta en puerta?”. Gabriel le
contestó: “Madre, sigo a estos padres porque ellos siguen a Jesucristo, Rey del
cielo y de la tierra, Juez justo, que premiará a los buenos con la gloria del
paraíso y castigará a los malos con las penas del infierno. Si los padres son
pobres, lo son por amor de Jesús, para hacernos comprender que infinitamente
más grandes que los bienes de la tierra son los bienes del cielo. Ellos han
venido a indicarnos el verdadero camino a los hijos de las tinieblas. Yo deseo
seguir este camino para alcanzar los bienes eternos. Te pido, pues, dejarme en
paz. No podrás convencerme ni con promesas ni con amenazas ni siquiera con la
muerte.”. Estas palabras conmovieron profundamente a los papás, que abrazándolo
tiernamente lo dejaron en paz. Estuvo tres años en el convento de Meaco. A la
edad de diecinueve años su frente fue coronada con la aureola de los mártires
en la colina de Nagasaki el 5 de febrero de 1597.
Enero 27: Santa
Angela Merici. Virgen de la Tercera Orden (1474‑1540) Fundadora de las
Hermanas Ursulinas. Canonizada por Pío VII el 24 de mayo de 1807
La gloria de Santa Angela Merici está
ligada a la difusión de la Congregación de las Ursulinas con sus escuelas para
la juventud femenina esparcidas por todo el mundo. Nacida en 1474 en Desenzano
sul Garda, recibió una profunda formación religiosa aunque no tuvo preparación
intelectual. Pasó su niñez en las labores del hogar. A la muerte de sus padres,
a sus quince años, fue acogida con su hermana en casa de un tío. A través de
lutos y dolorosas pruebas, llegó al encuentro con Dios, de quien recibió gozo y
consuelo. Ingresó a la Tercera Orden franciscana y a la muerte de su tío
regresó a Desenzano, donde, hacia los 27 años de edad sintió la inspiración de
reunir a su alrededor niñas y muchachas pobres para enseñarles sobre bases
cristianas, cómo asistir a los enfermos y cómo atender a las tareas domésticas.
Su programa de vida era: “Renuncia a todo; alcanzar y poseer a solo Dios, sumo
y eterno bien; considerarse nada, para encontrarse todo en Dios”. Dedicó su
vida a la piedad, a las santas lecturas y meditaciones y a las obras de
misericordia.
Angela pensó en mejorar la sociedad de su
tiempo por medio de la familia y de la actuación sobre la familia por medio de
la tarea más importante y delicada, la formación religiosa de las mujeres
cristianas. Después de haber consagrado a Dios su virginidad, buscó su
verdadero camino. Realizó peregrinaciones por toda Italia. Fue también a Tierra
Santa, en una nave llena de peregrinos. A su regreso tuvo una aparición. Vio
una larga escalera que de la tierra llegaba al cielo, recorrida por muchas
hileras de niñas, mientras una voz la invitaba a fundar una comunidad
religiosa. Angela recordó la célebre leyenda de Santa Ursula, la niña de
familia real martirizada por los Hunos en Colonia, junto con las once mil
vírgenes. El ejemplo suyo y de sus legendarias compañeras se ajustaba bien al
ideal de la nueva institución, que Angela colocó bajo el título de Santa
Ursula.
En 1525 fue a Roma para ganar la
indulgencia del jubileo. En esta ocasión tuvo el gusto de explicar al papa
Clemente VII su programa religioso y social y su nueva institución. El Papa la
animó y bendijo sus propósitos. Aunque el Papa la invitó a permanecer en la
ciudad eterna y desarrollar allí sus planes, Angela, junto con Catalina
Patengola, se trasladó a Brescia, donde pudo realizar su ideal, y puede
considerarse fecha de la fundación el 25 de noviembre de 1535, día en que las
Ursulinas iniciaron su apostolado dedicándose totalmente a las obras de
caridad. Sus Ursulinas de Brescia se difundieron rápidamente por muchas otras
ciudades. La regla de vida religiosa dictada por la santa era verdaderamente
moderna, ágil, ajustada a las necesidades de la sociedad de su tiempo. Angela
pasó los últimos años de su vida dedicada a la formación de sus hijas. Las
Ursulinas vivían en el mundo, no llevaban ninguna señal externa que las
distinguiera de las demás, observaban la pobreza y se ocupaban de las jóvenes
formándolas con las clases, el trabajo y la piedad. En el mundo, devastado por
las malas costumbres, con su pureza salvaron a muchísimas jóvenes.
A la muerte de Angela Merici, el 27 de enero de 1540, a los 66 años de
edad, las Ursulinas eran 159; a ellas dejó su testamento espiritual y sus
recuerdos, con los primeros lineamentos de la Regla, que constituyen la
herencia de la Santa.
Enero 28: San Juan
Kisaka o Kinoia († 1597) Mártir japonés, de la Tercera Orden.
Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Nacido en Meaco (Japón) sencillo dulce de carácter, vivía en buena fe su
religión, hasta que conoció a los franciscanos y la religión que predicaban.
Entonces pidió ser instruido en ella. Su entusiasmo lo llevó a pedir ser
admitido en la Tercera Orden Franciscana y ofrecerse para asistir a los
enfermos que los religiosos acogían en sus hospitales. Así llegó a ser solícito
y cariñoso enfermero que siempre tenía en los labios la palabra de consuelo y
aliento para llevar a las almas a Cristo. No contento con ser cristiano él,
persuadió también a su hijo, quien no tardó en hacerse cristiano. La orden de
arresto contra los franciscanos y sus amigos y colaboradores japoneses, emanada
del shogun Taicosama la noche del 8 de diciembre de 1596 lo reunió con los
religiosos franciscanos, a quienes tanto debía y a quienes tanto amaba, y lo
hizo partícipe de su prisión, de su condena y finalmente de la crucifixión en
la colina santa de los mártires en Nagasaki, donde dos lanzazos en sus costados
le abrieron el corazón. Era el 5 de febrero de 1597. En la colina santa había
una selva de cruces y una turba de invictos mártires. Los cristianos se
precipitaron a recoger sus vestidos para tenerlos consigo como reliquias y la
sangre para humedecer paños llevados con esta finalidad. Entre tanto Dios
glorificaba a sus mártires con ruidosos prodigios. Los cuerpos de los mártires
difundían un delicioso perfume. Durante dos meses duraron colgados de las
cruces sin dar signos de putrefacción. Las aves de rapiña que solían
alimentarse de los cuerpos de los condenados en aquel lugar, dieron muchas
vueltas alrededor de los cuerpos de los mártires sin tocarlos.
Enero 30: Santa
Jacinta Mariscotti. Religiosa de la Tercera Orden Regular (1585‑1640).
Canonizada por Pío VII el 24 de mayo de 1807.
Jacinta nació en Vignanello, cerca de
Viterbo, en 1585. Su hermana mayor se había hecho religiosa en el convento de
San Bernardino, de Viterbo. Jacinta no manifestaba ninguna inclinación por
la vida claustral. Amiga de fiestas, donde pudiera lucir su gracia y elegancia.
Su padre, preocupado por su espíritu
mundano, decidió recluirla en el convento con su hermana. En el convento no
cambió de vida. Cuando su padre fue a visitarla, le dijo: “Aquí me tienes de
monja, como has querido, pero yo quiero vivir de acuerdo con mi condición
social”.
Pidió para sí una alcoba lujosamente
amoblada, comidas especiales y diversiones no ciertamente convenientes a una
religiosa. Durante diez años vivió en el monasterio como una joven noble. Un
día se enfermó. Le enviaron el confesor a la celda. El fraile, viendo tanto
lujo, se negó a confesar a aquella monja mundana. Dijo: “El paraíso no se hizo
para hermanas soberbias y vanidosas”. “Entonces – contestó la joven –
¿habré entrado al convento para mi condenación?” Respondió el confesor: “Debes
cambiar de conducta y reparar el mal ejemplo que has dado a las cohermanas”.
Impresionada con estas palabras, Jacinta
lloró amargamente. Luego tomó a la letra las palabras del confesor. Quiso
reparar el mal ejemplo, llegando a ser no sólo una religiosa perfecta, sino una
franciscana santa. Cambió la soberbia en paciencia, la ambición en humildad. Su
devoción adquirió impulso y fervor. Ejerció una caridad llena de dulcísima
delicadeza para con sus cohermanas y para con la población de Viterbo, a la
cual Jacinta socorría en toda ocasión. Instituyó la devoción de las 40 horas
durante los tres últimos días de carnaval, para atraer la gracia divina sobre
las gentes distraídas por las diversiones. Alrededor de Jacinta brotaron flores
de caridad, milagros y prodigios. También tuvo el don de profecía. Dejó un
pequeño diario autógrafo con algunos breves pensamientos, que reflejan su
espiritualidad, nutrida de piedad eucarística, de ardiente sed de
mortificación, de piedad mariana, para llevar a las almas a la perfección.
Viterbo es la ciudad de Santa Rosa y de Santa Jacinta. A su muerte,
acaecida el 30 de enero de 1640, a los 45 años de edad, sonaron todas las
campanas de la ciudad y todos los corazones se conmovieron por el nacimiento
para el cielo de esta nueva flor de santidad.
Enero 31: San Juan
Bosco, Sacerdote de la Tercera Orden (1815‑1888) Fundador de los
Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora. Canonizado por Pío XI el 1 de
abril de 1934.
Juan Bosco es el santo del trabajo, el
patrono de los aprendices, el gran educador de jóvenes. Nació pobre en aquel
Piamonte que no sólo fue foco de la nueva Italia política, sino también el
vivero de la renovación social cristiana de Italia. Vio la luz en 1815, en
Castelnuovo d’Asti, de familia campesina. Contra el parecer de los parientes
mamá Margarita quiso que él siguiera su vocación sacerdotal, pero, mujer
admirable, le dijo: “En la pobreza nací, en la pobreza he vivido, quiero morir
en la pobreza. Si tú quieres hacerte sacerdote para hacerte rico, nunca vendré
ni a visitarte”.
Pero siempre vivió con él y con los
muchachos por él recogidos bajo el famoso cobertizo Pinardi, que constituyó el
primer núcleo de sus obras. El santo pidió a todos durante toda la vida, dinero
y trabajo, para aquellos muchachos recogidos en la calle, alimentados, educados
e instruidos en algún oficio. Cuando nacía el mundo industrial, él comprendió
que la juventud debía estar preparada para la vida, no sólo moralmente, sino
también profesionalmente. Ideó las primeras escuelas profesionales, de las
cuales debían salir, no tanto hombres cultos, cuanto obreros honestos y
capaces. Fue un pedagogo autodidacta y quiso que en las escuelas se aplicara el
método “preventivo”, que consistía en prevenir los errores. Más que maestro, él
se consideraba “amigo” de los muchachos, por los cuales soportó gravísimos
trabajos. Un sacerdote que se ocupaba de escuelas y que fundaba por todas
partes escuelas de trabajo era sospechoso para los políticos, liberales de
nombre y sectarios de hecho. Puso su obra de educador cristiano bajo la
protección de San Francisco de Sales, y por eso sus seguidores tomaron el
nombre de Salesianos.
La Sociedad de San Francisco de Sales
comprende sacerdotes, clérigos y hermanos. Además de la perfección cristiana de
sus miembros, tiene como finalidad la educación cristiana de la juventud por
medio de oratorios, escuelas de artes y oficios, colonias agrícolas, casas para
aspirantes al sacerdocio, ministerio sacerdotal, actividades catequísticas y
sociales y misiones entre los infieles. Con Santa María Dominga Mazarello y
otras jóvenes, el Santo da comienzo al Instituto de las Hijas de María
Auxiliadora para las niñas del pueblo. Además la Pía Unión de los Cooperadores
Salesianos, para el incremento de la vida cristiana, como apoyo para sus
instituciones y para la educación católica del pueblo. Erigió grandes iglesias,
entre ellas el santuario de María Auxiliadora en Turín y la basílica del
Sagrado Corazón en Roma. Estuvo en contacto con los más insignes políticos de
su tiempo y tuvo la confianza de Pío IX y León XIII.
A su muerte, en Turín el 31 de enero de 1888 a los 73 años de edad, las
obras de los Salesianos y de las hijas de María Auxiliadora se habían extendido
por todo el mundo. De joven San Juan Bosco había deseado hacerse hermano
franciscano; cuando el Señor dispuso de otro modo, se hizo Terciario
Franciscano en la fraternidad del Convento de S. Tomás de Turín.
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