martes, 4 de abril de 2017

Santoral Franciscano: Febrero

Febrero 1: Beato Andrés de Conti. Sacerdote y ermitaño de la Primera Orden (1240‑1302). Inocencio XIII confirmó su culto el 15 de febrero de 1724.
Andrés pertenecía a la noble familia Conti de Segni, pero nació en Anagni en 1240. Su familia había dado a la Iglesia varios Sumos Pontífices, Obispos y sacerdotes. Muy joven se sintió atraído por el espíritu franciscano renunció a todo y entró en el convento de San Lorenzo de Anagni, fundado por el mismo San Francisco. No le pareció suficiente la austeridad allí vivida, y obtuvo permiso para retirarse a un pequeño convento eremitorio de Piglio, junto al monte Scalambra, en las laderas de los Apeninos, lugar preferido suyo era una cueva, tan baja y estrecha que solamente podía estar allí inclinado y de rodillas. Su vida transcurría en la contemplación y en la austeridad, entre la oración, el estudio y el trabajo manual. El demonio lo asaltaba con tentaciones, pero Andrés lo rechazaba con la señal de la cruz. Libró del demonio a personas asediadas por él que venían en busca de sanación.
Los honores que rehuyó lo persiguieron hasta en su inhóspito eremitorio a donde llegaban movidos por su fama de santo y de sabio teólogo. Escribió un tratado sobre la Santísima Virgen María. Alejandro IV en persona fue a buscarlo para ofrecerle el cardenalato, pero Andrés le devolvió el capelo cardenalicio diciéndole que el único privilegio que quería era que lo dejaran en su gruta orando, meditando y estudiando. Más tarde rechazó con energía igual gesto de su sobrino Bonifacio VIII, el cual solamente alimentaba la esperanza de sobrevivir a su tío para elevarlo al honor de los altares, cosa que tampoco logró, pues tío y sobrino murieron a pocos meses de distancia.
Su vida fue más angélica que humana, glorificado con prodigios y profecías. Voló al cielo el 1 de febrero de 1302, a los 62 años de edad.
Febrero 2: Beata Veridiana de Castelfiorentino. Virgen reclusa de la Tercera Orden (1182‑1242). Clemente VII concedió su oficio y misa el 20 de septiembre de 1533.
Nació en 1182 en Castelfiorentino, Toscana, el mismo año en que en Asís nacía San Francisco. De familia noble, vivía en casa de un rico tío. En tiempo de carestía, como buena madre, se hizo toda para todos, para socorrer a los pobres y a los hambrientos, de modo que todos acudían a ella como a una santa. Siente un fuerte llamamiento a la soledad y a la penitencia. Para estar más segura de este divino llamamiento, emprende a pie algunas peregrinaciones. Parte para España siguiendo el camino recorrido por millares de peregrinos a la tumba de Santiago Apóstol. De allí, viaja en medio de la turba de peregrinos a Roma para orar en la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo y de los primeros mártires, visita las catacumbas, el Coliseo. Ya no tiene dudas, su vida en el mundo ha durado demasiado, sus pies han caminado suficiente, sus ojos han admirado las maravillas de la naturaleza y el heroísmo de la santidad. En adelante vivirá sola, inmóvil y recluida, sepultada viva como los antiguos anacoretas del Oriente. Su Tebaida no será sobre una montaña inaccesible ni un lejano desierto, sino Castelfiorentino.
A los pies del pueblito se levantaba el oratorio de San Antonio Abad, el ermitaño del desierto, célebre por las tentaciones diabólicas. Junto a este oratorio, Veridiana hace construir una celdita, entra a ella revestida del austero sayal de los ermitaños, hace amurallar la puerta de modo que permanezca abierta sólo una ventanilla, suficiente para introducir el pan y el agua, para seguir las funciones religiosas, para hacer la confesión y recibir la comunión. Además del confesor y director de espíritu se acercan a ella pobres y afligidos, vacilantes y atribulados. Veridiana no puede socorrerlos materialmente, pero los consuela con su palabra, siempre rica de amor de Dios, y los alienta con su heroico ejemplo. Un día en 1221 la visita San Francisco de Asís, vestido de sayal y ceñido con la cuerda. El encuentro de los dos santos es más fácil de imaginar que de describir. El Pobrecillo la acoge en la Orden de los Hermanos y las Hermanas de Penitencia que había fundado aquel mismo año.
Después de la muerte de Veridiana, acaecida en 1242 a los 60 años de edad, sobre el lugar donde se levantaba la celdita, fue construida una bella iglesia donde se venera una antigua imagen de la Beata con dos serpientes a los lados. Se cuenta, en efecto, que para probar su virtud, dos reptiles penetraron en la celdita y permanecieron allí para atormentar a la devota reclusa. El Señor glorificó a su sierva con milagros realizados en vida y después de muerta. Clemente VII concedió en su honor el oficio y la misa el 20 de septiembre de 1533 y su nombre fue inscrito en el Martirologio Romano. La Beata con su vida nos enseña que aun entre el bullicio del mundo podemos construirnos un eremitorio interior para escuchar la voz de Dios y meditar en las cosas del cielo.
Febrero 3: Santa Juana de Valois, reina de Francia, viuda, de la Tercera Orden Regular (1464‑1505). Fundadora de las Hermanas Anunciatas. Canonizada por Pío XII el 28 de mayo de 1950.
Juana de Valois, hija de Luis XI, rey de Francia y de Carlota de Savoya, nació en París el 23 de abril de 1464. Al nacer fue objeto de aversión por parte de su padre, que sólo quería un hijo varón. Era pequeña de estatura y tenía el cuerpo deforme, delicada y profundamente piadosa. Creció en un ambiente vicioso, donde no fue comprendida su inteligencia y el corazón tan generoso que escondía ese bello rostro.
En 1476, por motivos políticos fue dada en matrimonio a Luis, Duque de Orleans, hombre disoluto que abusó de su matrimonio, la vilipendió y la traicionó. Juana respondió a todo con paciencia y dulzura. Le obtuvo la liberación de la cárcel a la que había sido condenado por rebelión contra el soberano. Su marido subió al trono con el nombre de Luis XII y Juana vino a ser reina de Francia, lo cual le trajo mayores sufrimientos. Socorría con generosidad a los pobres y necesitados y siempre tenía la sonrisa en sus labios. Su marido pidió y obtuvo la anulación del matrimonio, el 17 de diciembre de 1498, aduciendo que había sido forzado a casarse y por ser ella incapaz para la maternidad. Juana miró esto como una liberación para poder servir mejor a los pobres. Después de 22 años de matrimonio se retiró al castillo de Bourges, que le fue asignado como dote, con el título de duquesa de Berry; Ana de Bretaña tomó su lugar como mujer de Luis XII.
En 1500 Juana, con la ayuda del franciscano P. Gabriel María, fundó la Orden de las religiosas de la Santa Anunciata, que colocó bajo la dirección de la Orden de los Hermanos Menores. Fue aprobada por el Papa Alejandro VI el 15 de febrero de 1501. Con gran emoción Juana cambió el anillo de bodas por el de las religiosas franciscanas de la Anunciata por ella fundadas, e hizo la profesión de su regla en Pentecostés de 1503. El 4 de febrero de 1505, a los 41 años de edad, murió después de haber sufrido un doloroso calvario.
Febrero 4: San José de Leonisa. Sacerdote de la Primera Orden (1556‑1612) Canonizado por Benedicto XIV el 29 de junio de 1746.
Nació el 8 de enero de 1556 en Leonissa, cerca de Rieti, hijo de Giovanni Desideri y Francesca Paolini, bautizado con el nombre de Eufronio. A los dieciséis años ingresó entre los Hermanos Menores Capuchinos, hizo el noviciado cerca de Asís, en el pequeño convento de Carcerelle, y tomó el nombre de José. Se entregó a duras penitencias y rigores para con el “hermano asno”. En 1581 fue ordenado sacerdote y destinado a la predicación. Enviado con otros dos cohermanos a Constantinopla en 1587 a fundar una misión, se preocupó por la liberación de los cristianos esclavos, a quienes sostuvo en la fe, volvió a la fe a un obispo apóstata. Por su afán de predicar al sultán Muhad III, fue hecho prisionero, golpeado y suspendido de un madero, bajo el cual ardía un fuego lento. Tres días duró pendiente de un gancho de una mano y en otro de un pie. A pesar de ello no murió, y las heridas se curaron milagrosamente. El Sultán, admirado por lo sucedido, le conmutó la pena por destierro perpetuo. En Constantinopla San José realizó un gesto realmente de un loco: intentó entrar en el palacio a predicar al Sultán. Apresado por los guardias se le juzgó como reo de lesa majestad.
A su regreso a Italia siguió predicando en su propia tierra, con resultados consoladores: conversiones y pacificación por todas partes. Promovió también obras de asistencia social como los Montes de Piedad o Frumentarios, hospitales y otras obras de beneficencia. A los 56 años de edad le diagnosticaron un tumor, del cual ya no se repuso. Se preparó tranquilamente para recibir a la hermana muerte, cuya cercanía adivinaba. Murió el 4 de febrero de 1612.
Febrero 5: Santo Tomás Danki de Ize († 1597). Mártir japonés de la Tercera Orden († 5 feb. 1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Taikosama, gobernante indiscutido del Japón de 1582 a 1598, en los primeros años fue favorable a los cristianos. Después de la desafortunada guerra con Corea pretendió tener la soberanía sobre las Islas Filipinas en perjuicio de los españoles y luego ante la oposición de éstos, emanó, con fecha 24 de julio de 1587, un edicto de proscripción contra los cristianos. Sin embargo la propaganda misionera continuó su actividad y Taicosama dejó dormir su decreto, pero siguiendo atentamente por medio de espías los movimientos de los misioneros.
En 1593 algunos franciscanos bajo el mando de San Pedro Bautista fueron de Manila al Japón, recibidos cordialmente por Taicosama. Fundaron dos conventos y se dedicaron con gran ardor a la evangelización de la región. Una serie de circunstancias desfavorables volvieron hostiles las relaciones entre España y el Japón.
El 8 de diciembre de 1596 Taicosama hizo arrestar en Osaka a seis franciscanos y tres jesuitas y el 31 de diciembre en Meaco a quince terciarios franciscanos, a los cuales se unieron durante el viaje otros dos. Los religiosos transportados a Meaco sufrieron la amputación de la oreja izquierda. Los hicieron subir en carros en grupos de a tres, recorrer las vías públicas a la vista de todos, como se usaba para los delincuentes, con la intención de infundir terror a los cristianos y aumentar los sufrimientos de los mártires. La población les mostraba mucha compasión y procuraba socorrerlos. De Meaco por Secai, Korazu, Facata, llegaron el 5 de febrero a Nagasaki, a la Colina Santa, lugar de la ejecución, que se realizó mediante la crucifixión. Tuvo lugar en presencia de numerosos cristianos y marineros portugueses.
Entre las víctimas estaba Tomás Danki, natural de Ize, colaborador de los misioneros y fervoroso terciario franciscano. Junto con los otros mártires, con el rostro radiante de admirable serenidad, desde el patíbulo seguía predicando la fe en Jesucristo. Eran las diez de la mañana cuando los esbirros con las lanzas listas esperaban la orden del gobernador para matar a sus víctimas. Los victimarios asesinaron primero a los religiosos, luego a los demás japoneses. El último de la gloriosa falange fue San Pedro Bautista, quien antes de consumar su propio sacrificio tuvo la alegría de ver a todos sus hijos partir hacia el cielo adornados con la corona del martirio.
Febrero 6: San Pedro Bautista Blásquez. Mártir en el Japón, Sacerdote de la Primera Orden ( 1545‑1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Pedro Bautista nació en el castillo de San Esteban, diócesis de Avila, en España, en 1545, hijo de Pedro y María Blásquez, una de las más nobles familias de Castilla. Realizados los estudios en su ciudad natal, frecuentó con mucho provecho la universidad de Salamanca. Contra los planes familiares ingresó en la Orden de los Hermanos Menores, donde tres años después hizo su profesión en el convento de Arenas. Después de los estudios de filosofía y teología fue ordenado sacerdote, enseñó filosofía y teología, fue elegido superior de algunas comunidades. En 1580 pidió y obtuvo ser enviado a México, donde permaneció tres años dando impulso notabilísimo a la Orden con la fundación de varias casas. En 1583 zarpó para Filipinas, donde en calidad de superior de los Hermanos Menores ejerció un encomiable ministerio de apostolado, suscitando la admiración de los religiosos. Puso especial interés en la protección de los indígenas contra las ambiciones de los poderosos.
En 1593 fue enviado con otros cinco cohermanos al Japón. Por todo un año estuvo prácticamente confinado en una casucha viviendo entre sufrimientos e incomprensiones. Luego logró obtener el permiso de predicar el Evangelio por todas partes. Durante dos años pudo libremente con sus cohermanos desarrollar una intensa actividad apostólica; fundó un convento en Kyoto y luego dos hospitales para pobres y leprosos; estableció otras casas franciscanas en Osaka y Nagasaki, y obtuvo numerosas conversiones. Parecía que se abría para la cristiandad japonesa una era de prosperidad. Pero la envidia de los bonzos y las contradicciones comerciales entre portugueses y españoles suscitaron muchos temores en Taicosama que lo llevaron a ordenar la ejecución de los misioneros y de los más celosos colaboradores japoneses.
Taicosama, emperador del Japón, emanó el 24 de julio de 1587 un edicto de proscripción del cristianismo. La propaganda misionera continuó su actividad, y Taicosama dejó dormir su decreto pero seguía atentamente los movimientos de los misioneros por medio de espías.
La orden de captura de Pedro Bautista, de otros religiosos y de algunos cristianos se cumplió el 8 de diciembre de 1596. Hasta finales del mes permaneció en la cárcel en Meaco. Antes de ser trasladado a Nagasaki, donde había de sufrir el martirio, fue llevado con los demás condenados en recorrido por las calles de la ciudad en un carro, sometido a las burlas de los paganos; entonces le fue cortado el lóbulo de la oreja izquierda. Igual exposición e insultos sufrió en las ciudades de Osaka, Sacay y Facata. Ya en Nagasaki el 5 de febrero de 1597 fue llevado con otros veinticinco compañeros a la colina vecina, donde presenció el suplicio de todos. Antes de sufrir como los demás la crucifixión, dirigió una amonestación paternal a los cristianos presentes y elevó una oración de perdón por quienes lo crucificaban. Tenía 52 años.
El heroísmo del martirio de estos confesores de Cristo entre cantos de gozo y oraciones, marca una profundización del mensaje y de la vida cristiana, y es ofrecido a Dios por la perseverancia de los cristianos y por el nuevo florecer de la Iglesia en el Japón. Estos héroes de la fe son los protomártires del Japón. Fueron canonizados por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Febrero 7: Santa Coleta de Corbie. Virgen de la Segunda Orden (1381‑1447). Canonizada por Pío VII el 24 de mayo de 1807.
El siglo XVI se vio inundado por un vasto movimiento de reforma de la vida religiosa en casi todas las Ordenes. Mientras los franciscanos dan vida a la prodigiosa Observancia con un grupo de grandes santos y apóstoles, también la Orden de las Clarisas conoció varios intentos de retorno a la primitiva austeridad. Dios mismo escogió a una humilde y fuerte virgen de Francia, para que promoviera una reforma intensa de la vida de las Hermanas Pobres de Santa Clara. Coleta vivió una niñez marcada por el signo del milagro: nacida de una madre anciana, crecimiento prodigioso, búsqueda de la soledad, de la penitencia y de la oración. Privada de sus padres a la edad de 18 años. Aunque frecuentaba la abadía benedictina, se siente atraída por el ideal franciscano, distribuye sus bienes a los pobres y se inscribe en la Tercera Orden franciscana en Hesdin d’Artois. De 1402 a 1416 lleva vida de reclusa junto a la parroquia de Nuestra Señora. Siente el impulso de la vida claustral, pero se resiste a la misión que Dios ya le ha manifestado claramente; por esto es castigada permaneciendo muda y ciega durante un tiempo; finalmente comprende, y aconsejada por Fray Enrique Baume, fraile menor, se presenta al Papa Benedicto XIII, que estaba entonces en Niza, y le expone la voluntad de Dios acerca de su vida. Es admitida por el Papa mismo a la vestición y a la profesión de la primera regla de Santa Clara y la nombra Abadesa general de todos los monasterios que funde o reforme, encargada por él de llevar su proyecto de reforma a todos los monasterios de Clarisas de Francia, con autoridad para recibir en los mismos religiosas provenientes de otras casas o de la tercera Orden. El 14 de marzo de 1410 logra tener su primer monasterio en Besanzón.
Coleta, con dulzura y fortaleza emprendió la reforma, no sólo de las Clarisas por mandato de Benedicto XIII, sino también de los Hermanos Menores. Reformó 17 monasterios de la segunda Orden en la estricta pobreza de la regla de Santa Clara, a la cual añadió las Constituciones. Extendió su influjo a siete conventos de los Hermanos Menores. En Italia entre las Clarisas y en Francia entre las Coletinas ingresaron no sólo muchachas nobles, sino también niñas sencillas. Murió santamente el 6 de marzo de 1447 en Gante, a los 66 años de edad.
Febrero 7: Beato Pío IX (Giovanni Maria Mastai Ferretti – 1792‑1878). TOF. Beatificado el 3 de septiembre de 2000 por  Juan Pablo II.(Fiesta: enero 27).
Nació el 13 de mayo de 1792 en Senigallia, hijo de Jerónimo y Catalina Solazzi. Estudió primero en Volterra y luego en el Colegio Romano. Ordenado sacerdote el 19 de abril de 1819. Terciario franciscano en 1821 en San Buenaventura al Palatino. Acompañó a Mons. Giovanni Muzi en la delegación apostólica de Chile y Perú (1823‑25). El 3 de junio de 1827 fue consagrado obispo de Espoleto, donde se mostró hombre de gobierno. En 1832 Gregorio XVI lo hizo obispo de Imola y cardenal; allí trabajó por apaciguar los ánimos de las diversas facciones políticas que ejercían una violencia sanguinaria. A la muerte de Gregorio XVI, fue elegido papa en el conclave de junio 15‑16 de 1846, uno de los más cortos de la historia. Tomó el nombre de Pío IX. Promulgó una amplia amnistía para los presos políticos, suavizó las condiciones de los judíos aboliendo la clausura del Gheto. Creó una Congregación para los asuntos de Estado y él mismo la presidió, en orden al buen gobierno de los Estados Pontificios. Propugnó por una federación italiana, intento que fue bloqueado por Austria. Resistió a todas las presiones que se le hicieron para que declarara la guerra a Austria; en cambio escribió al emperador para pedirle un edicto que reconociera la nacionalidad de Italia. El 15 de noviembre de 1848 fue asesinado el ministro Pellegrino Rossi y Roma fue presa de la anarquía y los saqueos, hasta que el Papa se vio obligado a huir a Gaeta, acogido por el rey Fernando II. En Roma se formó un gobierno republicano. El Papa desde Gaeta informó de los sucesos a los gobiernos que tenían relaciones con la Santa Sede y solicitó su ayuda. Con la ayuda de algunos gobiernos europeos recuperó el poder. Nuevamente dio una amplia amnistía y reformas políticas. Trabajó arduamente por la recuperación económica del Estado, realizó numerosas obras en casi todos los puertos y en la ciudad de Roma hasta convertirla en una capital moderna. Promovió la cultura y las investigaciones arqueológicas. En 1857 hizo una gira por todas las ciudades del Estado para escuchar a sus súbditos. Tuvo que soportar las vacilaciones de los gobiernos europeos en torno a la cuestión romana, la unificación de Italia con la pérdida de los Estados pontificios y su consiguiente encierro en El Vaticano como una forma de protesta por la manera como se llevó a cabo. Frente a la persecución laicista que se desató en casi todos los países, se fue formando un movimiento laico católico en defensa de los derechos de la Iglesia. Se esforzó por atender a la Iglesia en América Latina, el resurgimiento católico en Alemania, los problemas de la Polonia ocupada y repartida. Fomentó grandemente las Misiones entre infieles, que habían decaído desde finales del siglo XVIII, buscó la reunificación de los cristianos en los Balcanes y el Oriente, creó una Congregación especial para las Iglesias Orientales. Después de consultar al episcopado de todo el mundo, el 8 de diciembre de 1854 definió el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen. Convocó y celebró el Concilio Vaticano I, que hubo de ser suspendido a causa de la guerra franco‑prusiana (dic. 8 1869 ‑ julio 1870). A este Concilio invitó también a las iglesias separadas y a los gobernantes católicos, que habían abandonado su papel de defensores de la fe. El concilio concluyó con la constitución De fide catholica y la definición de la infalibilidad del Papa.
Murió el 7 de febrero de 1879 y fue sepultado provisionalmente en el Vaticano, luego trasladado a San Lorenzo extramuros, de acuerdo con sus deseos. Es el pontificado más largo que recuerda la historia, vivido en medio de turbulencias políticas y religiosas; sin embargo, su obra fue intensa y profunda en todos los campos. “Muchas cosas cambiaron en la Iglesia entre 1846 y 1879”.
Febrero 8: San Juan Lantrúa de Triora. Mártir, sacerdote de la Primera Orden (1760‑1816). Beatificado por León XIII el 27 de mayo de 1900. Canonización: Juan Pablo II, octubre 1 de 2000.
Juan Lantrúa nació en Triora el 15 de marzo de 1760, hijo de Antonio Lantrua y María Ferraioni. Niño piadoso, fue acólito en la iglesia de San Lorenzo. Hacía poco tiempo había muerto San Leonardo de Porto Maurizio, y Juan decidió imitarlo. Abandonó la familia y se fue a Roma y pidió ser admitido en el convento de Santa María de Ara Coeli. Admitido el 15 de mayo de 1777, hizo sus estudios y fue ordenado sacerdote. Profesor de filosofía en Tívoli y de Teología en Tarquinia. Superior de varios conventos. Incansable predicador conmovía a sus numerosos oyentes, que se convertían y confesaban sus pecados. Era como un anticipo de su apostolado en tierras lejanas, que culminaría con el martirio. En 1798 partió para China. Encargado del distrito de Xam‑sin‑sien, recorrió repetidamente las comunidades cristianas, que comprendían unos 8.000 fieles dispersos en el territorio, predicando y bautizando, hasta lograr un nuevo florecimiento de estas comunidades. En 1804 fue trasladado al Chiang-si, donde trabajó durante 8 años en el distrito de Ha-chung-fu, habitado por algunosmiles de cristianos. Era un momento difícil para los cristianos por causa de la persecución. Denunciado nada menos que por un catequista, su vivienda fue asaltada y destruida, mientras él, disfrazado, logró huir y refugiarse en el Hu-nan. 
En 1815 se desató la persecución que llevó a la muerte a varios misioneros y cristianos. Ni la prisión ni las torturas lo hicieron claudicar, y el 7 de febrero de 1816, renovada públicamente la profesión de fe, como era costumbre entre los cristianos de China, murió en una gran cruz, después de haber sido torturado.
Febrero 9: Beato Antonio de Stroncone, Religioso de la Primera Orden (1381‑1461). Aprobó su culto Inocencio XI el 28 de junio de 1687.
Stroncone, en Terni, Umbría, fue el lugar de nacimiento en 1381, de Antonio, perteneciente a la antigua familia Vici, hijo de Luis e Isabel, terciarios franciscanos. Franciscano era su tío, el Padre Juan Vici. Desde muy niño vivió en el convento franciscano, de modo que puede decirse que después de la leche materna, su alimento fue el espíritu franciscano. Por eso no hay que sorprenderse de encontrarlo a los doce años viviendo en el convento de los Hermanos Menores; pero éstos dudaban de vestir el hábito franciscano a los débiles hombros de Antonio. Admitido finalmente al noviciado, desde su profesión tuvo por maestro a su tío Fr. Juan Vici, que enseñaba a los jóvenes franciscanos en el convento de San Francisco de Fiésole, uno de los más sugestivos ambientes espirituales de Toscana, que domina con un panorama inolvidable a Florencia y el valle del río Arno. En Fiésole Antonio Vici tuvo como guía a otro maestro excepcional, el Beato Tomás de Florencia, sabio plasmador de almas y encendido defensor de la pureza del espíritu de San Francisco.
Antonio de Stroncone y Tomás de Florencia trabajaron juntos en la formación de los jóvenes franciscanos en el apostolado misionero y en la polémica contra los que distorsionaban el genuino mensaje franciscano como eran en aquel tiempo los “Fratricelos”, bajo cuya humildad y pobreza se escondían semillas de soberbia y rebelión contra las directrices de la Iglesia.
Enviado a Córcega animó y fundó numerosos conventos franciscanos en la Isla. Pero su lugar preferido fue el eremitorio de las Cárceles, arriba de Asís, donde tuvo el oficio de limosnero durante treinta años. Allí llevó una increíble actividad de penitente y contemplativo, haciendo los más humildes y pesados oficios del convento.
Los bosques y las rocas del Subasio y las pobres celditas del eremitorio casi excavadas en la roca, fueron testigos de sus durísimas mortificaciones, que transformaron su cuerpo. El último año de vida lo pasó en San Damián, santificado por los recuerdos de San Francisco y de Santa Clara. El 8 de febrero de 1461, murió a la edad de 80 años.
Febrero 10: San Gil María de San José. Religioso de la Primera Orden (1729‑1812). Canonizado por Juan Pablo II el 2 de junio de 1996.
Nació el 16 de noviembre de 1729 en Tarento, hijo de Cataldo Pontillo y Grazia Procaccio, modesta familia de labradores. Desde niño se distinguió por su piedad. A los diez años fue empleado en una pequeña hacienda, donde se granjeó el afecto de todos. Cada mañana, antes del trabajo, iba a la Misa, comulgaba y oraba largo rato. Desde niño tuvo que trabajar para ayudar a su familia, trabajo que debió intensificar al morir su padre. Finalmente, cuando su madre pasó a nuevas nupcias, se sintió libre de su obligación y pudo realizar su viejo sueño de hacerse franciscano. En 1754 a la edad de 24 años entró al noviciado en el convento de Galatone, de la reforma Alcantarina, y después de la profesión fue trasladado al convento de Squinzano. Desde 1759 hasta su muerte vivió en el convento de San Pascual de Nápoles, donde desempeñó los oficios de cocinero, portero y durante cincuenta años, limosnero del convento. En este humilde oficio llevó en su apostolado el gozoso mensaje evangélico a todos. Vida de oración y silencio, de humildad y ocultamiento, amor activo y servicio a los hermanos pobres, enfermos y necesitados. Su presencia era muy apreciada junto al lecho de los enfermos y moribundos, a quienes preparaba a recibir los sacramentos y a una santa muerte. El pueblo napolitano lo rodeó de simpatía y veneración por su mansedumbre y por los milagros que realizaba con una reliquia de San Pascual que siempre llevaba consigo. Se distinguió por su devoción a la Eucaristía y a Nuestra Señora.
Murió en Nápoles el 7 de febrero de 1812 a los 83 años de edad. A los hermanos que lo asistían en su lecho de enfermo, les dijo al morir: «Me voy a mi casa! María, madre mía, mi San José, llevadme con vosotros al paraíso, junto a Jesús».
Sus restos tuvieron que dejarse cinco días a la veneración de los fieles, que todavía hoy siguen venerándolo con gran devoción. Su cuerpo se conserva en Nápoles, en la iglesia de San Pascual a Chiaia.
Febrero 11: Beata Clara de Rimini, Viuda de la Segunda Orden (1260‑1326). Aprobó su culto Pío VI el 22 de diciembre de 1784.
Clara nació en Rímini, hacia 1260, por mucho tiempo no hizo mucho honor a la Santa de Asís. El ambiente mundano y soberbio de su tiempo y de su familia la absorbió por largo tiempo. Su padre, al enviudar, casó con una viuda rica, y para afianzar la unión de las dos familias, casó a Clara con el hijo de dicha viuda. Pronto ella enviudó, y poco después murió su padre. Estos dos lutos tampoco hicieron gran mella en Clara. Todavía era joven y bella, rica y admirada. Contrajo nuevas nupcias con un rico heredero de una de las principales familias de Rímini, no tuvo hijos, por lo cual se sintió enteramente libre y siguió su conducta disipada hasta los 34 años. Luego tuvo un cambio inesperado. Se dice que un día, al entrar en una iglesia franciscana, oyó una voz que la invitaba a recitar con atención un Padre nuestro y un Avemaría. Clara obedeció, mientras recitaba devotamente estas oraciones (hacía tanto tiempo que no oraba), se sintió penetrada por un dolor vivísimo de los pecados cometidos y fue inundada de un gozo hasta entonces desconocido y de una serenidad interior que nunca había sentido. Quedó conmovida. Abandonó decididamente la vida disipada, las compañías y los placeres de antes.
Habló a su esposo con una seriedad que nadie habría sospechado en ella. Pidió el permiso de retirarse del mundo, de dedicarse a una vida de penitencia y de soledad. El marido comprendió el fuego de amor divino que ardía en ella, hasta entonces entregada a las pasiones humanas, y le concedió el permiso solicitado. Nació entonces la nueva Clara. Fue penitente severísima y humildísima, sobre todo después de la muerte de su segundo marido, acaecida dos años más tarde. Vestida de gris, con cilicios y argollas de hierro en su carne, dormía sobre una tabla, se alimentaba de sobras. Su verdadero alimento era la oración y la Eucaristía. Tuvo éxtasis y revelaciones. Las desgracias políticas siguieron persiguiéndola. Debió retirarse a Urbino, donde se había refugiado un hermano gravemente enfermo. En Urbino fue ángel de misericordia para los enfermos, los pobres y los encarcelados. Volvió a Rímini con doce compañeras y fundó un convento donde vistió el hábito y profesó la regla de las Clarisas. Era el año 1306. Allí murió a los 66 años de edad, después de innumerables pruebas, ciega y casi ausente, en 1326. Se extinguió serena como un niño, y de inmediato fue venerada como santa.
Febrero 12: Beato Rizerio de Muccia, Sacerdote, discípulo de San Francisco, de la Primera Orden († 1236). Aprobó su culto Gregorio XVI el 14 de diciembre de 1838.
Nacido en Muccia, provincia de Macerata. Su vida está ligada en parte a la del Bto. Peregrino de Falerone: eran ambos de las Marcas, nobles y estudiantes en Bolonia, enviados a estudiar por sus padres para llegar a ser hombres de leyes, aptos para cumplir los oficios de jueces y de podestás.
Durante la permanencia en Bolonia Rizerio en compañía de Peregrino, el 5 de agosto de 1222 asistió a la llegada de San Francisco a la ciudad y bastaron su visita y su palabra evangélica para inducir a los dos jóvenes a seguirlo. A Peregrino, San Francisco le predijo una vida oculta y humilde, a Rizerio le señaló el oficio de servir a los hermanos, una expresión que en el lenguaje de San Francisco equivalía a regir y gobernar a los hermanos.
Un día se abatió sobre él una terrible prueba. Tomó la decisión de presentarse a San Francisco, no para comentarle su estado de ánimo, sino solamente para ver si la acogida que le reservaba era fraterna y gozosa o no. «Si Fray Francisco me muestra buena cara y me muestra familiaridad como de costumbre, creeré que Dios todavía tiene misericordia de mí; si lo contrario, será signo de que he sido abandonado de Dios». San Francisco, que en ese momento estaba enfermo en el palacio del obispo, iluminado por Dios sobre lo que estaba para suceder, envió a dos de sus compañeros, Fray León y Fray Maseo, al encuentro de Fray Rizerio, y en nombre de San Francisco oyó estas palabras: «Tú eres el más querido de los hermanos para fray Francisco»... Apenas oyó estas palabras, fue como si brillase una nueva luz en un cielo tempestuoso. San Francisco cuando lo tuvo cerca, aunque gravemente enfermo, lo abrazó tiernamente y le dijo: «Hijito mío carísimo, Fray Rizerio, entre todos los hermanos que hay en el mundo te amo de una manera singular». Le hizo la señal de la cruz en la frente y lo besó, diciéndole: «Hijito carísimo, esta tentación ha sido permitida por Dios para gran mérito y premio para ti». Rizerio se sintió libre, como quien se quita de sus espaldas un gran peso.
Los últimos años de su vida los pasó en Muccia, en el eremitorio situado en las faldas de los Apeninos, junto a la pequeña iglesia de Santiago Apóstol. Murió el 7 de febrero de 1236. sepultado en la iglesita de Santiago.
Febrero 13: San Francisco de Meaco, de la Tercera Orden Franciscana, mártir japonés (1551‑1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Francisco, de nacionalidad japonesa y padres paganos, nació en Meaco en 1551. Su familia lo envió a estudiar medicina, la cual ejerció en Meaco con gran satisfacción de sus pacientes. Cuando en 1593 llegó de Filipinas San Pedro Bautista a la cabeza de cinco hermanos franciscanos, comenzaron una valiente obra de evangelización construyendo iglesias, hospitales y obras asistenciales para enfermos y leprosos, el médico Francisco quedó impresionado por su dinámica actividad, que pudo conocer y admirar ampliamente, junto con su predicación evangélica.
Después de madura reflexión y un período de catecumenado, pidió el bautismo que recibió solemnemente delante de aquellos que habían recibido su asistencia médica. Esto impresionó mucho a la gente. Después pidió y obtuvo ser recibido en la Tercera Orden Franciscana. Entonces se dedicó a prestar su asistencia médica gratuita a los enfermos en los hospitales que habían fundado los misioneros. Fue el buen samaritano de la misión, sirviendo a los enfermos con gran alegría, reconociendo en ellos la imagen de Dios, recordando la afirmación de Cristo en el evangelio, de que lo hecho a los pequeños se hace a Cristo en persona.
Al desatarse la persecución religiosa en 1596, el 31 de diciembre fue arrestado en Meaco cuando se encontraba al servicio de los enfermos. Al ser apresado, dijo a los soldados: “Soy médico y cristiano. Aquí todos me llaman el médico de los pobres, y me glorío de este apelativo. Siempre he hecho el bien a nuestra gente y si ustedes me lo permiten, quiero continuar haciéndolo. Soy seguidor de Cristo y de su Evangelio. Ninguna fuerza del mundo ni la muerte podrán quitarme esta fe y convicción”. Conducido con los demás cristianos, fue crucificado en Nagasaki el 5 de febrero de 1597.
Febrero 14: Santo Tomás de Nagasaki, Mártir japonés de la Tercera Orden (1582‑1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Entre los gloriosos mártires de Nagasaki que el 5 de febrero de 1597 inmolaron su vida a Dios con el suplicio de la cruz, había tres terciarios franciscanos muy jóvenes: Tomás de Nagasaki de quince años, hijo de un mártir; Antonio Ibaraki, de trece años y Luis Kosaki, de once años. Vivían en el seminario franciscano, donde se preparaban para el sacerdocio. Vivían una vida pura y santa, al servicio de la Iglesia como acólitos y catequistas para la enseñanza de la doctrina cristiana a los niños. Prestaban igualmente otros servicios de acuerdo con su edad. Los dos primeros vivían en el convento de Osaka cuando fueron arrestados junto con San Martín de la Ascensión. Eran tres jóvenes atletas intrépidos e inconmovibles en su fe, hasta impresionar a sus mismos verdugos.
Fazamburo, el gobernador de Nagasaki, al verlos tan alegres rezando el Padrenuestro y el Avemaría, alabando a Dios y mirando al cielo, les dijo: «Muchachos, ¿quién les da tanta fuerza para enfrentar gozosos el martirio? Si apenas están en la primavera de la vida! ¿Qué religión es esa que puede transformar en héroes inclusive a los niños? Para ustedes la muerte se vuelve gozo!». Tomás, hijo del mártir Miguel Kosaki, antes de partir para Osaka, escribió a la mamá esta conmovedora carta: «Querida mamá, con la gracia de Dios me he decidido a escribirte esta carta. Ya puedes estar segura: la sentencia ya fue pronunciada: todos nosotros seremos crucificados en Nagasaki. Querida mamacita, no te aflijas, más bien alégrate. No te desesperes si papá y yo tenemos la fortuna de morir por Cristo. Estate segura de que en el cielo jamás te olvidaré, rogaré al Señor que te asista en todas las necesidades y te llene de sus dones. Te consuele el pensamiento de que en la hora de la muerte podrás invocar a tu esposo y a tu hijo, ellos desde el cielo escucharán tu oración y por la sangre que habremos derramado, Jesús te hará partícipe de la felicidad eterna. Arrepiéntete de tus pecados y agradece al Señor los dones recibidos a lo largo de la vida, por haberte arrancado de los lazos de Satanás y por haberte llamado a la luz de la fe. Agradece estos dones y consérvate fiel a las promesas bautismales. Alégrate de ser pobre y despreciada de los hombres. Por sobre las riquezas de la tierra están las del cielo que los hombres no pueden quitarnos. Soporta resignada las tribulaciones. De tus pecados pide humildemente perdón al Señor. Mamá, te recomiendo vivamente a mis hermanos Mancio y Felipe, procura que no se junten con los paganos, para asegurarse el premio eterno. Yo he rogado y rogaré mucho por esto, tú une tus oraciones a las mías por su bien. Adiós, mamá, que el Señor sea tu consuelo en la vida y nos reúna a todos en el paraíso. Soy Tomás, tu hijo, prisionero de Jesucristo». Pocos días después sufría el martirio de la cruz. En el momento del martirio tenía quince años.
Febrero 15: Santos Cosme y Máximo Takeya. Padre e hijo. Mártires japoneses de la Tercera Orden Franciscana († 1597). Fueron canonizados por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Cosme nació en la provincia de Ovari, en el Japón, de noble y rica familia. Más tarde sus padres cayeron en extrema miseria y Cosme debió buscar el trabajo manual con la profesión de forjador de armas. Había sido bautizado por los padres jesuitas. Al ir a vivir a Meaco, conoció a los franciscanos que hacía poco habían llegado de Filipinas y estaban construyendo iglesias, conventos y hospitales y trabajando en la conversión de los japoneses al cristianismo. Cosme les ofreció gustoso su colaboración. Tanto se aficionó a ellos, que pronto se convirtió en su habilísimo intérprete, asiduo en la visita y asistencia a los enfermos, catequesis de niños y adultos, en la predicación del evangelio, coronada con frecuentes conversiones. Junto con su familia fue acogido en la Tercera Orden franciscana seglar. Encomendó su hijo Máximo a los religiosos para que lo formaran como catequista y, si el Señor lo llamaba, fuera también un buen sacerdote y religioso.
Cosme siguió a los misioneros y a sus más estrechos colaboradores cuando se desató la persecución contra la Iglesia Católica. La primera prisión fue el convento, cerrado y rodeado de guardias armados. Los misioneros continuaron su ministerio en la iglesia con la administración de los sacramentos a los cristianos. El 30 de diciembre fueron trasladados a las cárceles de la ciudad y el 1 de enero de 1597, se les juntaron otro franciscano, tres jesuitas y tres fieles laicos. En la mañana del 3 de febrero las 24 víctimas a las cuales se les amputó el lóbulo de la oreja izquierda, fueron trasladados en carros hasta Nagasaki. En el recorrido llegaron al número de 26. Máximo, el hijo de Cosme, en el momento del arresto de su padre estaba en casa enfermo. Cuando se repuso corrió a alcanzar el pelotón de los condenados. Comenzó a gritar: “¿Papá, Padres, por qué no me avisaron? Quiero morir con ustedes!». Al ver en el último carro a su amigo Luis, siguió gritando: «Luis, querido Luis, ¿cómo has partido sin mí? ¿Acaso olvidaste que juntos prometimos a Jesús morir mártires por él?». Luego se acercó a su padre y le dijo: «Papá, querido papá, tómame contigo en el carro, también yo soy cristiano e hijo tuyo!». Se dirigió luego a los soldados conjurándolos a que lo subieran al carro junto a su padre. Un soldado lo agarró y lo golpeó violentamente con el sable en la cabeza. Cayó desvanecido; lo recogió una mujer y se lo llevó; era su propia madre. Y mientras en Nagasaki morían crucificados sus compañeros, él moría en su casa a consecuencia del golpe recibido, y así se reencontraba con ellos en el cielo.
Febrero 16: Beata Felipa Mareri, Virgen de la Segunda Orden (1190‑1236). Concedió oficio y misa en su honor Pío VII el 29 de abril de 1806.
Nació en Rieti en 1190, hija de Pietro Mareri y Donna Imperatrice, ambos de familia noble. Creció piadosa, reflexiva e inteligente. Tuvo la dicha de ver con frecuencia a San Francisco de Asís, quien en sus peregrinaciones por el Valle de Rieti se hospedaba en casa de la familia Mareri. Le llamó la atención la asidua oración y el desprendimiento de las cosas que caracterizaban a San Francisco. Ella decidió seguirlo. Cuando su padre le propuso unas nupcias acordes con su nobleza, ella le dijo que sólo quería por esposo a Jesucristo. Esto le desencadenó una terrible persecución sobre todo por parte de su hermano Tomás. Ella permaneció firme. Finalmente, con algunas compañeras, se retiró a un eremitorio junto a la montaña vecina y comenzó una vida de soledad.
Conmovido Tomás por la firmeza de Felipa, le ofreció la iglesia de San Pedro en el antiguo monasterio que él había reparado. Felipa aceptó la propuesta y comenzó una vida claustral junto con otras compañeras, adoptando la Regla de las Damas pobres de Asís. Por un tiempo San Francisco dirigió a la pequeña comunidad, que luego encomendó a Fr. Rogerio de Todi, su discípulo. Pronto muchas jóvenes decidieron consagrarse a Dios bajo la dirección de la Beata Felipa Mareri, quien, para las hermanas era más que abadesa, una madre amorosa, pronta a animarlas a la perfección, consolarlas en los sufrimientos. Siguiendo el ejemplo de San Francisco y del Beato Rogerio, amó la pobreza, confió en la providencia. Postrada ante un gran crucifijo lloraba pensando en lo mucho que se ofendía al Señor, hacía penitencia e imploraba la misericordia de Dios. Una sobrina suya que había ingresado al monasterio, era raptada a la viva fuerza por su familia; con su oración logró que sus parientes no lograran moverla de la clausura.
Predijo su muerte con mucha anticipación. Reunió a sus hermanas en torno a su lecho de muerte, las exhortó a la oración, a la concordia, al amor a la pobreza seráfica: «No lloréis, hijas queridas, no lloréis sobre mí. Vuestra tristeza se convertirá en gozo, desde el Paraíso os ayudaré más. Deseo morir para poder vivir en Cristo, para que mi heredad esté en la tierra de los vivientes. Consolaos en el Señor. Perseverad en el servicio de Dios. Acordaos de todas las cosas que he hecho. La paz del Señor, que supera todo sentido, guarde vuestro corazón y vuestro cuerpo». Terminadas estas exhortaciones, se encomendó humildemente a Cristo Jesús, fortalecida con la santa Eucaristía y los otros sacramentos, en presencia del beato Rogerio y de otros Hermanos Menores, entre las lágrimas de sus cohermanas, el 16 de febrero de 1236 pasó felizmente al Señor. Tenía 46 años.
Febrero 17: Beato Lucas Belludi, Sacerdote, discípulo de San Antonio, de la Primera Orden (1195‑1285). Aprobó su culto Pío XI el 18 de mayo de 1927.
Lucas Belludi nació en Padua, hacia 1195. En el verano de 1220 San Francisco, de regreso del oriente, atravesó el Véneto y se detuvo en Padua, y junto a la iglesita de Santa María de Arcella, hizo construir un pequeño convento para algunos de sus seguidores. En la Arcella dio el hábito de las damas pobres de Santa Clara a Elena Enselmini y el hábito de los Hermanos Menores a un joven sacerdote, Lucas Belludi.
Allí vivió Lucas siete años dedicado a la mortificación y al apostolado. En este tiempo escribió sus Sermones, que se conservan en preciosos códices. En 1227 se encuentra con San Antonio de Padua y desde entonces los dos amigos como dos almas gemelas, vivirán juntos, unidos en un solo corazón y en una sola alma. En Pentecostés de 1227 San Antonio tomó parte en el capítulo General en La Porciúncula. Allí fue elegido Ministro provincial de una extensa Provincia que abarcaba toda la Italia septentrional y tomó a Lucas como su acompañante. Con él estuvo en Roma cuando el Santo predicó en 1227 la cuaresma ante el Papa Gregorio IX. En 1230 los dos santos participaron en el Capítulo general en Asís y asistieron a la traslación de los restos de San Francisco de la iglesia de San Jorge a la nueva Basílica erigida en la colina del Paraíso. De regreso de Asís, se detuvieron en Camposampietro, donde el conde Tiso dio fraternal hospedaje al santo taumaturgo cuya salud estaba terriblemente minada. Al agravarse el mal, Fray Lucas quiso transportar al Santo a Padua, pero en Arcella debió asistir en su agonía y muerte al santo a quien siempre había amado y venerado, el 13 de junio de 1231.
Acontecimientos alegres llenan la vida de Fray Lucas. Su santo maestro fue canonizado a sólo 11 meses de la muerte por el Papa Gregorio IX y en Padua se daba comienzo a la gran basílica, que a través de los siglos cantaría las glorias del taumaturgo. Para la glorificación del maestro tuvo el discípulo una parte importante.
Ezzelino II de Romano, verdugo y tirano, a quien Dante condenó en medio de los violentos sumergidos en su propia sangre, continuaba produciendo víctimas inocentes. Fray Lucas, ardiente como su Maestro, se presentó en Ansedisio y le reprochó las injusticias y delitos cometidos. Ezzelino ordenó: “Fray Lucas sea perdonado, pero su familia sea condenada al destierro”. Y así se hizo.
Fray Lucas Belludi se durmió santamente en el sueño de los justos hacia 1285 y se encontró para siempre con su maestro y taumaturgo. Tenía unos 90 años, de los cuales había pasado 65 al servicio de Dios y de los hermanos, con un admirable espíritu de dedicación.
Febrero 18: San Joaquín Sakakibara, Mártir japonés, de la Tercera Orden Franciscana († 1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
La evangelización del Japón comenzó en los años 1549‑1561 por obra de San Francisco Javier y se desarrolló en los decenios siguientes con notables resultados. En 1587 la comunidad católica japonesa, con su centro principal en Nagasaki, se calculaba en 205.000 fieles. En este año comenzó la persecución, primero con un decreto de expulsión de los jesuitas, quienes en gran parte permanecieron en el país, continuando silenciosamente su actividad apostólica. En 1593, provenientes de Filipinas, desembarcaron algunos franciscanos que comenzaron una valerosa predicación coronada con numerosas conversiones, erección de iglesias, conventos, hospitales y escuelas para acoger niños. Estas dinámicas actividades provocaron la reacción del gobierno, que ordenó que fueran aprisionados los religiosos franciscanos y sus más cercanos colaboradores. Los arrestos tuvieron lugar en fechas diferentes: el 9 de diciembre de 1596 en Osaka fueron arrestados los 6 franciscanos y el 31 de diciembre en Meaco fueron capturados 15 laicos japoneses, al año siguiente otros dos japoneses fueron agregados al grupo de los mártires.
Entre éstos recordamos a Joaquín Sakakibara, natural de Osaka, quien estaba al servicio de los franciscanos como ecónomo de los hospitales y de las demás obras caritativas de la misión. Era todavía catecúmeno cuando se enfermó. Su mujer, cristiana, pidió a los padres que le apresuraran el bautismo, pero ellos se lo demoraron para darle tiempo de prepararse mejor para el sacramento. El bautismo lo transformó en otro hombre. Le acrecentó el entusiasmo para el bien. Se hizo Terciario franciscano y dedicó su vida como ecónomo y enfermero de los hospitales y de las demás obras de asistencia.
También Joaquín fue del afortunado número de los confesores de la fe. Los mártires suben a la Santa Colina seguidos por muchos cristianos que lloran. Los mártires alientan a los fieles y predican a los paganos. En cuanto ven la cruz en la cual consumarán el holocausto, se arrodillan y cantan el “Benedictus”. Después cada mártir busca su propia cruz y la abraza, apretándola amorosamente al corazón. Los soldados atan a cada mártir a la cruz. Desde lo alto con el rostro iluminado por gran serenidad, predican todavía a Cristo. A las diez de la mañana los soldados esperan la orden del gobernador para traspasar a las víctimas. La orden llega y los mártires son horriblemente destrozados y expiran con los nombres de Jesús y de María, otros exclaman: “Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu”, otros cantando “Alabad al Señor todas las naciones”, los tres más jóvenes cantan: “Alabad niños al Señor”. La última víctima fue San Pedro Bautista que animó a los cristianos, invitó a los paganos a convertirse y tuvo palabras de perdón para los verdugos. La inmolación de los 26 mártires estaba cumplida, y sería semilla fecunda de nuevos cristianos. Era el miércoles 5 de febrero de 1597.
Enero 19: Santa Eustoquia Calafato de Mesina. Virgen de la Segunda Orden (1434‑1486) Fundadora del monasterio de Montevergine. Canonizada por Juan Pablo II el 11 de junio de 1988
Nació en Mesina el 25 de marzo de 1434, hija de los condes Berardo Colafati y Matilde Colonna. Aprendió de su madre, fervorosa cristiana y entusiasta del franciscanismo, las primeras oraciones, el amor al sacrificio, a las buenas obras y al Crucificado; discípula del Beato Mateo de Agrigento, de San Bernardino de Siena, de San Juan de Capistrano y de San Jaime de la Marca, que volvieron a los hijos de San Francisco a la observancia de la regla y fueron los artífices del “siglo de oro del franciscanismo”.
En 1444 su padre la prometió en matrimonio a un joven noble, pero éste murió muy precozmente; luego, a un viudo de edad avanzada, quien también murió repentinamente antes de que se realizara el proyecto. Entretanto el Esposo celestial la atraía suave y fuertemente a sí, y ella, fortalecida con la oración y la penitencia, decidió dejar el mundo para consagrarse por entero al Señor en la vida religiosa. En 1449, superadas fuertes resistencias de sus familiares, fue admitida entre las Clarisas de S. María de Basicò cerca de Mesina. Desde novicia se distinguió por eminentes cualidades de mente y de corazón. Recorrió con entusiasmo el arduo itinerario de la perfección seráfica. Para guiar la comunidad a la genuina observancia de la regla, decidió fundar un nuevo monasterio. Con la ayuda de sus familiares y de los bienhechores en Montevergine, llevó a cabo la fundación cerca de Mesina, acompañada de un buen grupo de jóvenes que con ella habían decidido consagrar su vida al esposo celestial. Eustoquia había pasado once años en el antiguo monasterio.
La austera Regla de Santa Clara no era seguida por todas las cohermanas. Al comenzar la nueva fundación se puso en sintonía con la reforma para un retorno a las fuentes del franciscanismo, iniciada por San Bernardino de Siena y seguida luego por Santa Coleta, San Pedro de Alcántara y Santa Teresa de Avila. Permaneció como Abadesa y madre de sus cohermanas hasta su muerte y así pudo dar una fisonomía auténticamente franciscana a la nueva fundación.
Guió a la comunidad hacia la perfección de la caridad, con prudencia, solicitud y bondad. Con el ejemplo y las exhortaciones, incitaba a todas al amor de la Cruz, de la pobreza y de la perfección seráfica. Mesina estaba totalmente entusiasmada con su Santa y con el Monasterio de Montevergine, jardín de santidad y perfección, y con los singulares carismas, visiones y curaciones, con que Jesús había exaltado a su esposa fiel. Cuando el celestial esposo la llamó a las bodas eternas, el 20 de enero de 1485, ella salió a su encuentro con la lámpara encendida, rodeada de sus cincuenta cohermanas que recibieron su preciosa herencia.
Febrero 20: Beato Pedro de Treia, Sacerdote de la Primera Orden (1225‑1304). Aprobó su culto Pío VI el 11 de septiembre de 1793.
En Treia, antiguo municipio romano, en la Provincia de Macerata, hacia 1225, nació otro de los santos franciscanos que poblaron una época los campos de Italia, sobre todo la región de las Marcas.
Aunque las virtudes son siempre las mismas, la personalidad de estos personajes medievales franciscanos siempre es diversa e interesante, y constituyen un vasto florilegio de tipos humanos y fisonomías espirituales. El beato Pedro de Treia representa el tipo del contemplativo, cuya mayor gloria está en sus conquistas ascéticas. También fue religioso activo, sobre todo en el ministerio de la palabra, como predicador irresistible. Las Florecillas lo califican como “estrella brillante en la provincia de la Marca y hombre celestial”. Y el martirologio franciscano dice de él que fue “célebre por su santidad y su predicación, insigne por su devoción y sus milagros”. Por algún tiempo participó del movimiento religioso de la Congregación Celestina, pero no adhirió a la corriente secesionsita de los “herejes fratricelos”.
Muy joven entró en la Orden, deseoso de imitar las virtudes de San Francisco, seguía sus pisadas inclusive materialmente, permaneciendo por largo tiempo en el monte Alvernia, opción que presentaba un claro signo, por cuanto fue el Calvario místico de San Francisco, que allí había recibido las Llagas, y sobre esas rocas se dedicó, más que a la enseñanza y a la predicación, a la meditación y a la ascesis, entre éxtasis y visiones.
Pedro fue también apóstol de la predicación, recorrió la región de las Marcas fascinando con su sagrada elocuencia a las multitudes. Tuvo el don de conmover a los pecadores, que mediante una buena confesión, arrepentidos, eran por él conducidos a Dios.
Son famosos sus éxtasis y visiones. En Ancona el superior del convento lo encontró en la iglesia en oración, elevado de la tierra. Más tarde, en el convento de Forano, fue Pedro quien observó una escena admirable en la cual la Santísima Virgen colocaba afectuosamente el niño Jesús en manos del cohermano Conrado de Ofida. Pedro de Treia y Conrado de Ofida, ambos de las Marcas, ambos franciscanos, ambos honrados como beatos, no solamente fueron cohermanos y compañeros de apostolado, sino también verdaderos compañeros de alma, cuya santidad procedía por caminos iguales, y se alentaban mutuamente en una santa emulación. Vivió en los conventos de San Francisco de Ancona, en Forano y en Sirolo.  Pedro murió el 19 de febrero de 1304, en el convento de Sirolo, a los 79 años de edad. Sus restos reposan en la  iglesia del Rosario de Sirolo (AN).
Febrero 21: San León Karasuma, Mártir en el Japón, coreano, de la Tercera Orden († 1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
León Karasuma fue el primer terciario franciscano en el Japón y bien pronto el más activo y dinámico cooperador de la misión. Nacido de noble familia en Corea, fue encomendado a los bonzos por sus padres para que lo educaran en la religión pagana, y llegó a ser bonzo. Como bonzo fue acérrimo enemigo del cristianismo, amenazaba a cuantos delante de él mencionaban a Cristo y su religión. Perseguía a los cristianos en todas las formas. Dios, que quería hacer de él un vaso de elección, como un día san Pablo Apóstol en el camino de Damasco, dispuso que de Corea León se trasladase al Japón. Allí tuvo la fortuna de encontrarse con un intrépido cristiano que le habló largamente de Cristo, del Evangelio y de la religión católica. Lentamente sus ojos se abrieron a la verdad, descubrió la divinidad de Cristo y la belleza de su religión. Decidió entonces bautizarse y hacerse terciario franciscano.
Poco después llegaron a Meaco los frailes provenientes de Filipinas. Fue conquistado por su estilo de vida, su pobreza y su simplicidad, y el ardor de su predicación evangélica. Pidió y obtuvo, después de larga preparación, el bautismo y los demás sacramentos. Se hizo compañero asiduo y colaborador de San Pedro Bautista. Dirigió como técnico la construcción de iglesias y conventos, hospitales y otras obras caritativas. A menudo era al mismo tiempo arquitecto y obrero manual en el trabajo de las construcciones. Conocía diversas lenguas y con frecuencia hizo el oficio de intérprete.
Este ejemplo de dinámica actividad influyó mucho en los paganos que se convertían y sobre los cristianos que lo ayudaban en las actividades.
Convirtió a muchos paganos, entre ellos a su hermano mayor, que luego fue compañero suyo en el martirio. Arrestado el 31 de diciembre de 1596 y martirizado en Nagasaki el 5 de febrero siguiente con veinticinco compañeros, canonizados por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Febrero 22: San Buenaventura de Meaco, Mártir japonés, Terciario Franciscano († 1597). Canonizado el 8 de junio de 1862 por Pío IX.
Buenaventura nació en Meaco de padre cristiano y madre pagana. Bautizado niño, pero luego, presionado por la madre, volvió al culto pagano y se hizo bonzo. Durante veinte años vivió disolutamente, sin hacer caso a los reclamos de su conciencia. Cuando llegaron los franciscanos de Filipinas a Meaco, conocieron la triste historia del bonzo que había apostatado de la fe cristiana. Ellos le hicieron ver el error en que estaba y su pecado de apostasía tan vivamente, que él, postrándose por tierra pidió perdón a Dios y a los hermanos la gracia de ser readmitido en la Iglesia católica.
Al domingo siguiente, estando llena de fieles la iglesia de Santa María de los Angeles, compareció delante de todos, vestido de sayal, con ceniza en la cabeza y con una soga al cuello. Pidió perdón del escándalo dado por tantos años, abjuró de sus errores y como prueba de su arrepentimiento pidió ser admitido a vestir el hábito de la Tercera Orden franciscana. Como señal de su conversión quiso llamarse Buenaventura. Así como el Doctor San Buenaventura fue para la Orden seráfica y para la Iglesia una “buena ventura”, así el nuevo Buenaventura debía serlo para la naciente Iglesia y para todo el Japón.
Desde aquel momento no se separó de los misioneros franciscanos, sino que les servía continuamente en todo lo que se ocurría, especialmente como catequista. Fue arrestado con ellos: en la plaza de la ciudad le cortaron un pedazo de la oreja izquierda, luego en una carreta fue llevado con los demás a Sakai, luego a Nagasaki, donde fue crucificado y atravesado por las lanzas de los verdugos el 5 de febrero de 1597. Durante el viaje aprovechó una parada para escribir dos cartas, una a su padre y otra a su madre y a sus parientes: en la primera exhorta a su padre a vivir como verdadero cristiano y a la madre a hacerse cristiana; en la segunda reclama la atención de su madre y de sus parientes sobre el hecho de que los Cami y los Fotoki por ellos venerados son solamente personas humanas y que nadie podrá encontrar la salvación sin entrar en la Iglesia de Cristo.
Febrero 23: Beata Isabel de Francia. Virgen de la Segunda Orden (1225‑ 1270). León X concedió oficio y misa en su honor el 11 de enero de 1520.
Isabel nació hacia 1225, hija de Luis VIII, rey de Francia, y de Blanca de Castilla, quien con piedad, inteligencia y energía supo formar santos también en trono real. La joven princesa fue iniciada en la oración y en una tierna devoción al Señor y a la Santísima Virgen, en la meditación y tras prácticas de la vida cristiana. La escuela y el ejemplo de Blanca de Castilla nos dieron un San Luis IX, rey de Francia y la Beata Isabel. Experta en labores de bordado y tejido, donó a las iglesias ornamentos confeccionados con sus propias manos y adoró la Eucaristía con todo el ánimo de su corazón.
Ayunaba tres veces por semana, se alimentaba parcamente. Evitaba las diversiones. Sus recreaciones eran en compañía de su hermano Luis y de las damas que estaban a su servicio. Con frecuencia visitaba a los enfermos en los hospitales o en sus casas, atendía a sus necesidades y les endulzaba sus penas. Enfermó gravemente, de modo que se temió por su vida; sanó gracias a las oraciones y cuidados de su madre Blanca.
Conrado, hijo del emperador Federico II, la pidió en matrimonio, con gran alegría de Blanca y de su hermano el rey Luis, y del papa Inocencio IV, pero ella declaró que había hecho voto de virginidad y que nadie la haría desistir de su decisión.
Para mejor realizar su vocación religiosa, en los alrededores de París hizo construir un monasterio en 1261, y adoptó la regla de la Segunda Orden de Santa Clara. Las religiosas que habían seguido su ejemplo provenían de la nobleza y pertenecían a la corte de Francia. Para una mejor formación franciscana de la nueva comunidad, hicieron venir cuatro religiosas de otros monasterios.
Isabel vivió nueve años en el monasterio y lo honró con sus virtudes. Murió el 23 de febrero de 1270, a los 45 años de edad. Algunas religiosas en el mismo instante oyeron cantos angélicos que decían: «En la paz está su morada». San Luis estuvo presente en los funerales de su querida hermana y tuvo palabras de consuelo para la comunidad de las Clarisas.
Febrero 24: San Matías de Meaco. Mártir japonés, de la Tercera Orden († 1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Matías era un cristiano de Meaco. Al desatarse la persecución y ver que eran detenidos los frailes y los catequistas, también él se presentó espontáneamente para sustituir a un cristiano ausente que llevaba su mismo nombre. Era el 30 de diciembre de 1596: mientras los religiosos de Meaco cantaban vísperas en la iglesia, una turba irrumpió salvajemente en el convento. Los franciscanos comprendieron que había llegado la hora y dieron gracias a Dios. Terminado el oficio divino, entonaron con indecible ardor un Te Deum. San Pedro Bautista con el crucifijo en la mano dirigió a sus cohermanos una cálida exhortación para animarlos a la firmeza en la fe; luego todos se entregaron en manos de los soldados, que los maniataron para llevarlos a la prisión de Meaco.
El oficial, para asegurarse de que no faltara ninguno de los condenados, llamó a lista, y todos respondieron prontamente; sólo faltaba un tal Matías, que casualmente estaba fuera de casa. Llamó el oficial repetidamente, pero en vano. Entonces un cristiano se abre paso entre la multitud y se presenta al oficial valientemente, diciendo: «Yo también me llamo Matías, soy cristiano también, tomo el puesto de un cohermano. Aquí estoy, soy Matías, el que ustedes buscan».
Este Matías era un fervoroso terciario franciscano. Al no aparecer en la lista de los mártires, deseando morir por Cristo, él mismo decidió presentarse a los verdugos. El oficial le contestó: «Pero tú no eres el Matías que buscamos y que ha sido condenado a muerte». El respondió: «Yo sí soy Matías y aunque no soy el que ustedes buscan, sin embargo soy cristiano, terciario franciscano, discípulo y amigo de los franciscanos; por eso quiero morir con ellos por Cristo!». El oficial lo hizo encadenar y lo juntó al grupo de los mártires. De esta manera logró recibir también la palma del martirio junto con los demás.
Febrero 25: Beato Sebastián de Aparicio. Religioso de la Primera Orden (1502‑1600). Beatificado por Pío VI el 17 de mayo de 1789.
Sebastián de Aparicio nació en 1502 en Gudena, España, de padres pobres pero piadosos. Todos los días conducía el rebaño a pastar y aprovechaba los ratos libres para dedicarlos a la oración o a visitar iglesias o capillas. A los quince años de edad fue contratado por una señora rica como sirviente en Salamanca. Pero no pudo soportar el ambiente frívolo, y a pesar de la buena paga, prefirió renunciar al trabajo. Le agradaba la vida del campo, el contacto con la naturaleza que lo conducía al Creador. Durante ocho años trabajó al servicio de dos colonos y con el dinero ganado ayudó a sus padres ancianos y proporcionó la dote a sus hermanas.
A los 31 años, tras la muerte de sus padres y casadas sus hermanas, zarpó para América. Llegó a Puebla, en México y volvió al trabajo del campo. Para el incremento del comercio emprendió viajes para transportar mercaderías a Veracruz, Zacatecas y Ciudad de México. Abrió vías de comunicación por entre bosques impenetrables, hizo construir una gran vía entre Zacatecas y Ciudad de México. Las ganancias que obtenía de sus empresas eran patrimonio para los pobres. Daba con generosidad a los necesitados, transportaba gratis mercancías y personas, prestaba dinero sin exigir la devolución, se interesaba por librar a los prisioneros, dar libertad a los esclavos. Los indios lo respetaban y admiraban.
Absorto en esta vida dinámica, siempre sabía encontrar tiempo para la oración, la penitencia y los sacramentos y para la participación en la santa Misa. A menudo el demonio lo atacó con fuertes tentaciones, pero nunca logró vencerlo. En 1552 cedió a otros su empresa, cerca de la ciudad de México consiguió una granja y se dedicó a la agricultura y a la ganadería. Se casó y de común acuerdo con la mujer, hizo voto de castidad. Después de un año enviudó y decidió pasar a segundas nupcias con una virtuosa mujer, con la cual vivió en perfecta continencia. Poco después murió también la segunda mujer.
El 2 de junio de 1573, a los 71 años de edad, decidió realizar un viejo sueño. Pidió y obtuvo vestir el hábito de hermano Menor en el convento de ciudad de México. Vivió todavía 27 años dando ejemplo de religioso humilde, obediente, consagrado a la oración y a la penitencia. Dios glorificó su vida ejemplar. El 25 de febrero de 1600, a los 98 años de edad, descansó serenamente en el Señor. El pueblo lo veneró como santo y su sepulcro ha sido glorioso.
Febrero 26: San Antonio de Nagasaki. Mártir de la Tercera Orden (1584‑ 1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Antonio nació en Nagasaki, de padre chino y madre japonesa, ambos cristianos. Todavía niño fue encomendado a los franciscanos que lo educaron en una profunda piedad y al servicio asiduo del altar en calidad de acólito, con diligencia ejecutaba todas las ceremonias con gran admiración de los fieles, los cuales comenzaron desde entonces a llamarlo «el santico». Por su celestial candor y su gran devoción fue aceptado como miembro de la Tercera Orden.
Antonio se apegó tanto a los franciscanos, que cuando su rector del Seminario, San Jerónimo de Jesús, fue trasladado primero a Meaco y luego a Osaka, quiso seguirlo a toda costa. Cuando llegó la orden de arresto para todos los religiosos, Antonio, de apenas 13 años, habría podido huir, pero quiso quedarse con ellos decidido a sufrir el martirio. Mientras iban en el recorrido hacia Nagasaki, se presentaron sus padres adoloridos, no para hacerlo apostatar, sino para pedirle que regresara a casa. Las autoridades se lo habrían permitido, pero él les respondió: «Papá y mamá: no teman; el Señor me dará tanta fuerza y valor que no retrocederé ante la muerte. El martirio para mí es el más grande regalo que el Señor puede hacerme. Por eso, es inútil que ustedes me quieran convencer de lo contrario; no lo lograrán».
Fazaburo, que presidía las ejecuciones, conmovido por este diálogo, quiso persuadir a Antonio para que renegara de su fe, pero Antonio le respondió: «Es un verdadero error querer comparar el paraíso con las riquezas terrenas». Luego se dirigió a sus padres, les entregó el quimono azul y se quedó con la túnica de terciario franciscano, les pidió que no se desalentaran, sino que más bien se sintieran orgullosos de ser los padres de un mártir. Alegre y sonriente se dejó atar a la cruz, desde la cual, con los otros adolescentes, Luis y Tomás, entonó el salmo: «Alabad, niños al Señor!». Mientras pronunciaban el Gloria al Padre, fue traspasado por la lanza de los verdugos. Al pie de su cruz estaban su padre y su madre, rogando que la sangre de su hijo fuera semilla de nuevas generaciones de cristianos.
Febrero 27: San Pablo Suzuki. Mártir japonés, de la Tercera Orden († 1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Nacido en el reino japonés de Ovari, convertido al cristianismo por san León Karasuma. Ingresó a la Tercera Orden y desarrolló gran parte de su actividad apostólica en la región de Meaco, colaborando activamente con los hermanos Menores en la difusión del cristianismo y en la asistencia a los enfermos en calidad de enfermero. Sometía su cuerpo a severísimas penitencias.
El edicto de condena a la crucifixión de los religiosos y sus discípulos fue conocido en todas partes. Las florecientes cristiandades japonesas dieron ejemplos admirables de fortaleza dignos de los primeros tiempos de la Iglesia. Los cristianos, felices pensando en dar la vida por Cristo, se preparaban trajes de fiesta para el gran día del martirio, dispuestos todos a profesar su propia fe y a sellarla con su sangre. Tanto en Meaco como en Osaka los cristianos hacían fuerza para ser incorporados a la lista de los condenados para confesar la fe. Pablo, como los demás, sufrió las vejaciones que les infligieron por el largo camino de un mes, hasta Nagasaki. En los últimos momentos de su vida demostró notable valor, invitando a los presentes a hacerse cristianos, y dirigió palabras de perdón a sus verdugos, con lo cual produjo una gran impresión. Luego se dirigió al lugar de la crucifixión rezando las palabras del salmo: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu».
Febrero 28: Beata Antonia de Florencia. Viuda, de la Segunda Orden (1401‑1472). Aprobó su culto Pío IX el 17 de septiembre de 1847.
Antonia nació en Florencia en 1401. Poco se sabe de su infancia. A los 15 años se casó, tuvo un hijo, y estando éste todavía muy pequeño, ella enviudó. Para atender a las necesidades del hijo, aceptó un nuevo matrimonio, con igual fortuna, pues el marido murió pronto. Entonces ella decidió que ni el mundo era para ella, ni ella para el mundo. Y una vez que el hijo pudo valerse por sí mismo, ella entró entre las Hermanas Terciarias Regulares de San Francisco fundadas por la Beata Angelina de Marsciano, que tenían entonces su convento en San Onofre, en Florencia. Desde entonces el convento fue su pobre y durísima familia. Su única ambición era santificarse. Con su forma de vida edificó a sus compañeras y también mereció la estima de sus superiores. Fue enviada a Foligno, al convento de Santa Ana, y luego a Aquila, al convento de Santa Isabel. Aquí tuvo como director espiritual a san Juan de Capistrano, quien, junto con San Bernardino de Siena, promovía la llamada “observancia”.
Antonia sentía la urgencia de una regla más austera, de una pobreza más rígida, de una abnegación más perfecta. Con la aprobación de Nicolás V, y la bendición de San Juan de Capistrano, Vicario general, en 1447 se retiró con doce compañeras al monasterio del Corpus Domini para observar en todo su rigor la primera regla de Santa Clara. San Juan de Capistrano le encomendó la dirección del monasterio para que fuera modelo del nuevo espíritu “observante” también en la Segunda Orden, rama femenina franciscana.
Por muchos años fue superiora modelo, reformadora de las costumbres, ejemplo de virtudes y de obediencia. Sufrió desventuras y calumnias pero no la postraron. Venció sus propias tribulaciones curando las ajenas. Al acercarse la muerte, llamó a sí a sus cohermanas para recomendarles la exacta observancia de la regla y la caridad fraterna. Tenía 71 años cuando murió, el 28 de febrero de 1472. La ciudad de Aquila la veneró como santa desde su muerte.
Febrero 28/29: Venerable Caridad Brader (1866‑1943). Virgen, fundadora de las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada. Declarada venerable en 1999.

Nacida en Kalbrum, S.G., Suiza, el 15 de agosto de 1860, bautizada con el nombre de María Josefa Carolina, hija de Sebastián Brader y Carlona Zahner. Hija única. Ingresó al convento de Maria Hilf a la edad de 20 años, y tomó el nombre de María Caridad del amor del Espíritu Santo. Profesó el 22 de agosto de 1892. Al sentir la llamada misionera formó parte del grupo liderado por Sor Bernarda Bütler para viajar a Portoviejo, Ecuador, a pedido del obispo Mons. Pedro Schumacher; salieron de Suiza el 19 de junio de 1888, y llegaron al Ecuador el 3 de agosto, a la localidad de Chone. Trabajan en la catequesis, la enseñanza, atención a los enfermos, en un proceso de inculturación progresiva para mejor servir. Vicaria de la Madre Bernarda, fue luego designada por ella como Superiora de dos hermanas y cuatro novicias para fundar en Túqueres, Colombia, a donde llegan el 31 de marzo de 1893. La nueva fundación se convierte en la nueva congregación de Hermanas Franciscanas de María Inmaculada, con sede en Túquerres, sede que en 1927 se traslada a Pasto. En 1928 se establece la adoración perpetua del Santísimo Sacramento, día y noche, en la casa madre de Pasto. Muere en Pasto el 27 de febrero de 1943. Declarada Venerable por Juan Pablo II el 28 de junio de 1999. Beatificación en trámite.

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