Febrero 1: Beato
Andrés de Conti. Sacerdote y ermitaño de la Primera Orden (1240‑1302).
Inocencio XIII confirmó su culto el 15 de febrero de 1724.
Andrés pertenecía a la noble familia Conti
de Segni, pero nació en Anagni en 1240. Su familia había dado a la Iglesia
varios Sumos Pontífices, Obispos y sacerdotes. Muy joven se sintió atraído por
el espíritu franciscano renunció a todo y entró en el convento de
San Lorenzo de Anagni, fundado por el mismo San Francisco. No le
pareció suficiente la austeridad allí vivida, y obtuvo permiso para retirarse a
un pequeño convento eremitorio de Piglio, junto al monte Scalambra, en las
laderas de los Apeninos, lugar preferido suyo era una cueva, tan baja y
estrecha que solamente podía estar allí inclinado y de rodillas. Su vida
transcurría en la contemplación y en la austeridad, entre la oración, el
estudio y el trabajo manual. El demonio lo asaltaba con tentaciones, pero
Andrés lo rechazaba con la señal de la cruz. Libró del demonio a personas
asediadas por él que venían en busca de sanación.
Los honores que rehuyó lo persiguieron
hasta en su inhóspito eremitorio a donde llegaban movidos por su fama de santo
y de sabio teólogo. Escribió un tratado sobre la Santísima Virgen María.
Alejandro IV en persona fue a buscarlo para ofrecerle el cardenalato, pero
Andrés le devolvió el capelo cardenalicio diciéndole que el único privilegio
que quería era que lo dejaran en su gruta orando, meditando y estudiando. Más
tarde rechazó con energía igual gesto de su sobrino Bonifacio VIII, el cual
solamente alimentaba la esperanza de sobrevivir a su tío para elevarlo al honor
de los altares, cosa que tampoco logró, pues tío y sobrino murieron a pocos
meses de distancia.
Su vida fue más angélica que humana, glorificado con prodigios y
profecías. Voló al cielo el 1 de febrero de 1302, a los 62 años de edad.
Febrero 2: Beata
Veridiana de Castelfiorentino. Virgen reclusa de la Tercera Orden (1182‑1242).
Clemente VII concedió su oficio y misa el 20 de septiembre de 1533.
Nació en 1182 en Castelfiorentino, Toscana,
el mismo año en que en Asís nacía San Francisco. De familia noble, vivía
en casa de un rico tío. En tiempo de carestía, como buena madre, se hizo toda
para todos, para socorrer a los pobres y a los hambrientos, de modo que todos
acudían a ella como a una santa. Siente un fuerte llamamiento a la soledad y a
la penitencia. Para estar más segura de este divino llamamiento, emprende a pie
algunas peregrinaciones. Parte para España siguiendo el camino recorrido por
millares de peregrinos a la tumba de Santiago Apóstol. De allí, viaja en medio
de la turba de peregrinos a Roma para orar en la tumba de los apóstoles Pedro y
Pablo y de los primeros mártires, visita las catacumbas, el Coliseo. Ya no
tiene dudas, su vida en el mundo ha durado demasiado, sus pies han caminado
suficiente, sus ojos han admirado las maravillas de la naturaleza y el heroísmo
de la santidad. En adelante vivirá sola, inmóvil y recluida, sepultada viva
como los antiguos anacoretas del Oriente. Su Tebaida no será sobre una montaña
inaccesible ni un lejano desierto, sino Castelfiorentino.
A los pies del pueblito se levantaba el
oratorio de San Antonio Abad, el ermitaño del desierto, célebre por las
tentaciones diabólicas. Junto a este oratorio, Veridiana hace construir una
celdita, entra a ella revestida del austero sayal de los ermitaños, hace
amurallar la puerta de modo que permanezca abierta sólo una ventanilla,
suficiente para introducir el pan y el agua, para seguir las funciones
religiosas, para hacer la confesión y recibir la comunión. Además del confesor
y director de espíritu se acercan a ella pobres y afligidos, vacilantes y
atribulados. Veridiana no puede socorrerlos materialmente, pero los consuela
con su palabra, siempre rica de amor de Dios, y los alienta con su heroico ejemplo.
Un día en 1221 la visita San Francisco de Asís, vestido de sayal y ceñido
con la cuerda. El encuentro de los dos santos es más fácil de imaginar que de
describir. El Pobrecillo la acoge en la Orden de los Hermanos y las Hermanas de
Penitencia que había fundado aquel mismo año.
Después de la muerte de Veridiana, acaecida en 1242 a los 60 años de
edad, sobre el lugar donde se levantaba la celdita, fue construida una bella
iglesia donde se venera una antigua imagen de la Beata con dos serpientes a los
lados. Se cuenta, en efecto, que para probar su virtud, dos reptiles penetraron
en la celdita y permanecieron allí para atormentar a la devota reclusa. El
Señor glorificó a su sierva con milagros realizados en vida y después de
muerta. Clemente VII concedió en su honor el oficio y la misa el 20 de
septiembre de 1533 y su nombre fue inscrito en el Martirologio Romano. La Beata
con su vida nos enseña que aun entre el bullicio del mundo podemos construirnos
un eremitorio interior para escuchar la voz de Dios y meditar en las cosas del
cielo.
Febrero 3: Santa
Juana de Valois, reina de Francia, viuda, de la Tercera Orden Regular
(1464‑1505). Fundadora de las Hermanas Anunciatas. Canonizada por Pío XII el 28
de mayo de 1950.
Juana de Valois, hija de Luis XI, rey de Francia
y de Carlota de Savoya, nació en París el 23 de abril de 1464. Al nacer fue
objeto de aversión por parte de su padre, que sólo quería un hijo varón. Era
pequeña de estatura y tenía el cuerpo deforme, delicada y profundamente
piadosa. Creció en un ambiente vicioso, donde no fue comprendida su
inteligencia y el corazón tan generoso que escondía ese bello rostro.
En 1476, por motivos políticos fue dada en
matrimonio a Luis, Duque de Orleans, hombre disoluto que abusó de su
matrimonio, la vilipendió y la traicionó. Juana respondió a todo con paciencia
y dulzura. Le obtuvo la liberación de la cárcel a la que había sido condenado
por rebelión contra el soberano. Su marido subió al trono con el nombre de Luis
XII y Juana vino a ser reina de Francia, lo cual le trajo mayores sufrimientos.
Socorría con generosidad a los pobres y necesitados y siempre tenía la sonrisa
en sus labios. Su marido pidió y obtuvo la anulación del matrimonio, el 17 de
diciembre de 1498, aduciendo que había sido forzado a casarse y por ser ella
incapaz para la maternidad. Juana miró esto como una liberación para poder
servir mejor a los pobres. Después de 22 años de matrimonio se retiró al
castillo de Bourges, que le fue asignado como dote, con el título de duquesa de
Berry; Ana de Bretaña tomó su lugar como mujer de Luis XII.
En 1500 Juana, con la ayuda del franciscano P. Gabriel María, fundó la
Orden de las religiosas de la Santa Anunciata, que colocó bajo la dirección de
la Orden de los Hermanos Menores. Fue aprobada por el Papa Alejandro VI el 15
de febrero de 1501. Con gran emoción Juana cambió el anillo de bodas por el de
las religiosas franciscanas de la Anunciata por ella fundadas, e hizo la
profesión de su regla en Pentecostés de 1503. El 4 de febrero de 1505, a los 41
años de edad, murió después de haber sufrido un doloroso calvario.
Febrero 4: San José
de Leonisa. Sacerdote de la Primera Orden (1556‑1612) Canonizado por
Benedicto XIV el 29 de junio de 1746.
Nació el 8 de enero de 1556 en Leonissa,
cerca de Rieti, hijo de Giovanni Desideri y Francesca Paolini, bautizado con el
nombre de Eufronio. A los dieciséis años ingresó entre los Hermanos Menores
Capuchinos, hizo el noviciado cerca de Asís, en el pequeño convento de
Carcerelle, y tomó el nombre de José. Se entregó a duras penitencias y rigores
para con el “hermano asno”. En 1581 fue ordenado sacerdote y destinado a la
predicación. Enviado con otros dos cohermanos a Constantinopla en 1587 a fundar
una misión, se preocupó por la liberación de los cristianos esclavos, a quienes
sostuvo en la fe, volvió a la fe a un obispo apóstata. Por su afán de predicar
al sultán Muhad III, fue hecho prisionero, golpeado y suspendido de un madero,
bajo el cual ardía un fuego lento. Tres días duró pendiente de un gancho de una
mano y en otro de un pie. A pesar de ello no murió, y las heridas se curaron
milagrosamente. El Sultán, admirado por lo sucedido, le conmutó la pena por
destierro perpetuo. En Constantinopla San José realizó un gesto realmente
de un loco: intentó entrar en el palacio a predicar al Sultán. Apresado por los
guardias se le juzgó como reo de lesa majestad.
A su regreso a Italia siguió predicando en su propia tierra, con
resultados consoladores: conversiones y pacificación por todas partes. Promovió
también obras de asistencia social como los Montes de Piedad o Frumentarios,
hospitales y otras obras de beneficencia. A los 56 años de edad le
diagnosticaron un tumor, del cual ya no se repuso. Se preparó tranquilamente
para recibir a la hermana muerte, cuya cercanía adivinaba. Murió el 4 de
febrero de 1612.
Febrero 5: Santo
Tomás Danki de Ize († 1597). Mártir japonés de la Tercera Orden
(† 5 feb. 1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Taikosama, gobernante indiscutido del Japón
de 1582 a 1598, en los primeros años fue favorable a los cristianos. Después de
la desafortunada guerra con Corea pretendió tener la soberanía sobre las Islas
Filipinas en perjuicio de los españoles y luego ante la oposición de éstos,
emanó, con fecha 24 de julio de 1587, un edicto de proscripción contra los
cristianos. Sin embargo la propaganda misionera continuó su actividad y
Taicosama dejó dormir su decreto, pero siguiendo atentamente por medio de
espías los movimientos de los misioneros.
En 1593 algunos franciscanos bajo el mando
de San Pedro Bautista fueron de Manila al Japón, recibidos cordialmente
por Taicosama. Fundaron dos conventos y se dedicaron con gran ardor a la
evangelización de la región. Una serie de circunstancias desfavorables
volvieron hostiles las relaciones entre España y el Japón.
El 8 de diciembre de 1596 Taicosama hizo
arrestar en Osaka a seis franciscanos y tres jesuitas y el 31 de diciembre en
Meaco a quince terciarios franciscanos, a los cuales se unieron durante el
viaje otros dos. Los religiosos transportados a Meaco sufrieron la amputación
de la oreja izquierda. Los hicieron subir en carros en grupos de a tres,
recorrer las vías públicas a la vista de todos, como se usaba para los
delincuentes, con la intención de infundir terror a los cristianos y aumentar
los sufrimientos de los mártires. La población les mostraba mucha compasión y
procuraba socorrerlos. De Meaco por Secai, Korazu, Facata, llegaron el 5 de
febrero a Nagasaki, a la Colina Santa, lugar de la ejecución, que se realizó
mediante la crucifixión. Tuvo lugar en presencia de numerosos cristianos y
marineros portugueses.
Entre las víctimas estaba Tomás Danki, natural de Ize, colaborador de
los misioneros y fervoroso terciario franciscano. Junto con los otros mártires,
con el rostro radiante de admirable serenidad, desde el patíbulo seguía
predicando la fe en Jesucristo. Eran las diez de la mañana cuando los esbirros
con las lanzas listas esperaban la orden del gobernador para matar a sus
víctimas. Los victimarios asesinaron primero a los religiosos, luego a los demás
japoneses. El último de la gloriosa falange fue San Pedro Bautista, quien
antes de consumar su propio sacrificio tuvo la alegría de ver a todos sus hijos
partir hacia el cielo adornados con la corona del martirio.
Febrero 6: San Pedro
Bautista Blásquez. Mártir en el Japón, Sacerdote de la Primera Orden (
1545‑1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Pedro Bautista nació en el castillo de
San Esteban, diócesis de Avila, en España, en 1545, hijo de Pedro y María
Blásquez, una de las más nobles familias de Castilla. Realizados los estudios
en su ciudad natal, frecuentó con mucho provecho la universidad de Salamanca.
Contra los planes familiares ingresó en la Orden de los Hermanos Menores, donde
tres años después hizo su profesión en el convento de Arenas. Después de los
estudios de filosofía y teología fue ordenado sacerdote, enseñó filosofía y
teología, fue elegido superior de algunas comunidades. En 1580 pidió y obtuvo
ser enviado a México, donde permaneció tres años dando impulso notabilísimo a la
Orden con la fundación de varias casas. En 1583 zarpó para Filipinas, donde en
calidad de superior de los Hermanos Menores ejerció un encomiable ministerio de
apostolado, suscitando la admiración de los religiosos. Puso especial interés
en la protección de los indígenas contra las ambiciones de los poderosos.
En 1593 fue enviado con otros cinco
cohermanos al Japón. Por todo un año estuvo prácticamente confinado en una
casucha viviendo entre sufrimientos e incomprensiones. Luego logró obtener el
permiso de predicar el Evangelio por todas partes. Durante dos años pudo
libremente con sus cohermanos desarrollar una intensa actividad apostólica;
fundó un convento en Kyoto y luego dos hospitales para pobres y leprosos;
estableció otras casas franciscanas en Osaka y Nagasaki, y obtuvo numerosas
conversiones. Parecía que se abría para la cristiandad japonesa una era de
prosperidad. Pero la envidia de los bonzos y las contradicciones comerciales
entre portugueses y españoles suscitaron muchos temores en Taicosama que lo
llevaron a ordenar la ejecución de los misioneros y de los más celosos
colaboradores japoneses.
Taicosama, emperador del Japón, emanó el 24
de julio de 1587 un edicto de proscripción del cristianismo. La propaganda
misionera continuó su actividad, y Taicosama dejó dormir su decreto pero seguía
atentamente los movimientos de los misioneros por medio de espías.
La orden de captura de Pedro Bautista, de
otros religiosos y de algunos cristianos se cumplió el 8 de diciembre de 1596.
Hasta finales del mes permaneció en la cárcel en Meaco. Antes de ser trasladado
a Nagasaki, donde había de sufrir el martirio, fue llevado con los demás
condenados en recorrido por las calles de la ciudad en un carro, sometido a las
burlas de los paganos; entonces le fue cortado el lóbulo de la oreja izquierda.
Igual exposición e insultos sufrió en las ciudades de Osaka, Sacay y Facata. Ya
en Nagasaki el 5 de febrero de 1597 fue llevado con otros veinticinco
compañeros a la colina vecina, donde presenció el suplicio de todos. Antes de
sufrir como los demás la crucifixión, dirigió una amonestación paternal a los
cristianos presentes y elevó una oración de perdón por quienes lo crucificaban.
Tenía 52 años.
El heroísmo del martirio de estos confesores de Cristo entre cantos de
gozo y oraciones, marca una profundización del mensaje y de la vida cristiana,
y es ofrecido a Dios por la perseverancia de los cristianos y por el nuevo
florecer de la Iglesia en el Japón. Estos héroes de la fe son los protomártires
del Japón. Fueron canonizados por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Febrero 7: Santa
Coleta de Corbie. Virgen de la Segunda Orden (1381‑1447). Canonizada
por Pío VII el 24 de mayo de 1807.
El siglo XVI se vio inundado por un vasto
movimiento de reforma de la vida religiosa en casi todas las Ordenes. Mientras
los franciscanos dan vida a la prodigiosa Observancia con un grupo de grandes
santos y apóstoles, también la Orden de las Clarisas conoció varios intentos de
retorno a la primitiva austeridad. Dios mismo escogió a una humilde y fuerte
virgen de Francia, para que promoviera una reforma intensa de la vida de las
Hermanas Pobres de Santa Clara. Coleta vivió una niñez marcada por el signo del
milagro: nacida de una madre anciana, crecimiento prodigioso, búsqueda de la
soledad, de la penitencia y de la oración. Privada de sus padres a la edad de
18 años. Aunque frecuentaba la abadía benedictina, se siente atraída por el
ideal franciscano, distribuye sus bienes a los pobres y se inscribe en la
Tercera Orden franciscana en Hesdin d’Artois. De 1402 a 1416 lleva vida de
reclusa junto a la parroquia de Nuestra Señora. Siente el impulso de la vida
claustral, pero se resiste a la misión que Dios ya le ha manifestado
claramente; por esto es castigada permaneciendo muda y ciega durante un tiempo;
finalmente comprende, y aconsejada por Fray Enrique Baume, fraile menor, se
presenta al Papa Benedicto XIII, que estaba entonces en Niza, y le expone la
voluntad de Dios acerca de su vida. Es admitida por el Papa mismo a la
vestición y a la profesión de la primera regla de Santa Clara y la nombra
Abadesa general de todos los monasterios que funde o reforme, encargada por él
de llevar su proyecto de reforma a todos los monasterios de Clarisas de
Francia, con autoridad para recibir en los mismos religiosas provenientes de
otras casas o de la tercera Orden. El 14 de marzo de 1410 logra tener su primer
monasterio en Besanzón.
Coleta, con dulzura y fortaleza emprendió
la reforma, no sólo de las Clarisas por mandato de Benedicto XIII, sino también
de los Hermanos Menores. Reformó 17 monasterios de la segunda Orden en la
estricta pobreza de la regla de Santa Clara, a la cual añadió las
Constituciones. Extendió su influjo a siete conventos de los Hermanos Menores.
En Italia entre las Clarisas y en Francia entre las Coletinas ingresaron no
sólo muchachas nobles, sino también niñas sencillas. Murió santamente el 6 de
marzo de 1447 en Gante, a los 66 años de edad.
Febrero 7: Beato Pío IX
(Giovanni Maria Mastai Ferretti – 1792‑1878). TOF. Beatificado el 3 de septiembre de 2000
por Juan Pablo II.(Fiesta: enero 27).
Nació el 13 de mayo de 1792 en Senigallia,
hijo de Jerónimo y Catalina Solazzi. Estudió primero en Volterra y luego en el
Colegio Romano. Ordenado sacerdote el 19 de abril de 1819. Terciario
franciscano en 1821 en San Buenaventura al Palatino. Acompañó a Mons.
Giovanni Muzi en la delegación apostólica de Chile y Perú (1823‑25). El 3 de
junio de 1827 fue consagrado obispo de Espoleto, donde se mostró hombre de
gobierno. En 1832 Gregorio XVI lo hizo obispo de Imola y cardenal; allí trabajó
por apaciguar los ánimos de las diversas facciones políticas que ejercían una
violencia sanguinaria. A la muerte de Gregorio XVI, fue elegido papa en el
conclave de junio 15‑16 de 1846, uno de los más cortos de la historia. Tomó el nombre
de Pío IX. Promulgó una amplia amnistía para los presos políticos, suavizó las
condiciones de los judíos aboliendo la clausura del Gheto. Creó una
Congregación para los asuntos de Estado y él mismo la presidió, en orden al
buen gobierno de los Estados Pontificios. Propugnó por una federación italiana,
intento que fue bloqueado por Austria. Resistió a todas las presiones que se le
hicieron para que declarara la guerra a Austria; en cambio escribió al
emperador para pedirle un edicto que reconociera la nacionalidad de Italia. El
15 de noviembre de 1848 fue asesinado el ministro Pellegrino Rossi y Roma fue
presa de la anarquía y los saqueos, hasta que el Papa se vio obligado a huir a
Gaeta, acogido por el rey Fernando II. En Roma se formó un gobierno republicano.
El Papa desde Gaeta informó de los sucesos a los gobiernos que tenían
relaciones con la Santa Sede y solicitó su ayuda. Con la ayuda de algunos
gobiernos europeos recuperó el poder. Nuevamente dio una amplia amnistía y
reformas políticas. Trabajó arduamente por la recuperación económica del
Estado, realizó numerosas obras en casi todos los puertos y en la ciudad de
Roma hasta convertirla en una capital moderna. Promovió la cultura y las
investigaciones arqueológicas. En 1857 hizo una gira por todas las ciudades del
Estado para escuchar a sus súbditos. Tuvo que soportar las vacilaciones de los
gobiernos europeos en torno a la cuestión romana, la unificación de Italia con
la pérdida de los Estados pontificios y su consiguiente encierro en El Vaticano
como una forma de protesta por la manera como se llevó a cabo. Frente a la
persecución laicista que se desató en casi todos los países, se fue formando un
movimiento laico católico en defensa de los derechos de la Iglesia. Se esforzó
por atender a la Iglesia en América Latina, el resurgimiento católico en
Alemania, los problemas de la Polonia ocupada y repartida. Fomentó grandemente
las Misiones entre infieles, que habían decaído desde finales del siglo XVIII,
buscó la reunificación de los cristianos en los Balcanes y el Oriente, creó una
Congregación especial para las Iglesias Orientales. Después de consultar al
episcopado de todo el mundo, el 8 de diciembre de 1854 definió el dogma de la
Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen. Convocó y celebró el Concilio
Vaticano I, que hubo de ser suspendido a causa de la guerra franco‑prusiana
(dic. 8 1869 ‑ julio 1870). A este Concilio invitó también a las iglesias
separadas y a los gobernantes católicos, que habían abandonado su papel de
defensores de la fe. El concilio concluyó con la constitución De fide
catholica y la definición de la infalibilidad del Papa.
Murió el 7 de febrero de 1879 y fue sepultado provisionalmente en el
Vaticano, luego trasladado a San Lorenzo extramuros, de acuerdo con sus
deseos. Es el pontificado más largo que recuerda la historia, vivido en medio
de turbulencias políticas y religiosas; sin embargo, su obra fue intensa y
profunda en todos los campos. “Muchas cosas cambiaron en la Iglesia entre 1846
y 1879”.
Febrero 8: San Juan
Lantrúa de Triora. Mártir, sacerdote de la Primera Orden (1760‑1816).
Beatificado por León XIII el 27 de mayo de 1900. Canonización: Juan Pablo II,
octubre 1 de 2000.
Juan Lantrúa nació en Triora el 15 de marzo
de 1760, hijo de Antonio Lantrua y María Ferraioni. Niño piadoso, fue acólito
en la iglesia de San Lorenzo. Hacía poco tiempo había muerto
San Leonardo de Porto Maurizio, y Juan decidió imitarlo. Abandonó la
familia y se fue a Roma y pidió ser admitido en el convento de Santa María de
Ara Coeli. Admitido el 15 de mayo de 1777, hizo sus estudios y fue ordenado
sacerdote. Profesor de filosofía en Tívoli y de Teología en Tarquinia. Superior
de varios conventos. Incansable predicador conmovía a sus numerosos oyentes,
que se convertían y confesaban sus pecados. Era como un anticipo de su
apostolado en tierras lejanas, que culminaría con el martirio. En 1798 partió
para China. Encargado del distrito de Xam‑sin‑sien, recorrió repetidamente las
comunidades cristianas, que comprendían unos 8.000 fieles dispersos en el
territorio, predicando y bautizando, hasta lograr un nuevo florecimiento de
estas comunidades. En 1804 fue trasladado al Chiang-si, donde trabajó durante 8
años en el distrito de Ha-chung-fu, habitado por algunosmiles de cristianos.
Era un momento difícil para los cristianos por causa de la persecución.
Denunciado nada menos que por un catequista, su vivienda fue asaltada y
destruida, mientras él, disfrazado, logró huir y refugiarse en el Hu-nan.
En 1815 se desató la persecución que llevó a la muerte a varios
misioneros y cristianos. Ni la prisión ni las torturas lo hicieron claudicar, y
el 7 de febrero de 1816, renovada públicamente la profesión de fe, como era
costumbre entre los cristianos de China, murió en una gran cruz, después de
haber sido torturado.
Febrero 9: Beato
Antonio de Stroncone, Religioso de la Primera Orden (1381‑1461). Aprobó
su culto Inocencio XI el 28 de junio de 1687.
Stroncone, en Terni, Umbría, fue el lugar
de nacimiento en 1381, de Antonio, perteneciente a la antigua familia Vici,
hijo de Luis e Isabel, terciarios franciscanos. Franciscano era su tío, el
Padre Juan Vici. Desde muy niño vivió en el convento franciscano, de modo que
puede decirse que después de la leche materna, su alimento fue el espíritu
franciscano. Por eso no hay que sorprenderse de encontrarlo a los doce años
viviendo en el convento de los Hermanos Menores; pero éstos dudaban de vestir
el hábito franciscano a los débiles hombros de Antonio. Admitido finalmente al
noviciado, desde su profesión tuvo por maestro a su tío Fr. Juan Vici, que
enseñaba a los jóvenes franciscanos en el convento de San Francisco de
Fiésole, uno de los más sugestivos ambientes espirituales de Toscana, que
domina con un panorama inolvidable a Florencia y el valle del río Arno. En
Fiésole Antonio Vici tuvo como guía a otro maestro excepcional, el Beato Tomás
de Florencia, sabio plasmador de almas y encendido defensor de la pureza del
espíritu de San Francisco.
Antonio de Stroncone y Tomás de Florencia
trabajaron juntos en la formación de los jóvenes franciscanos en el apostolado
misionero y en la polémica contra los que distorsionaban el genuino mensaje
franciscano como eran en aquel tiempo los “Fratricelos”, bajo cuya humildad y
pobreza se escondían semillas de soberbia y rebelión contra las directrices de
la Iglesia.
Enviado a Córcega animó y fundó numerosos
conventos franciscanos en la Isla. Pero su lugar preferido fue el eremitorio de
las Cárceles, arriba de Asís, donde tuvo el oficio de limosnero durante treinta
años. Allí llevó una increíble actividad de penitente y contemplativo, haciendo
los más humildes y pesados oficios del convento.
Los bosques y las rocas del Subasio y las pobres celditas del eremitorio
casi excavadas en la roca, fueron testigos de sus durísimas mortificaciones, que
transformaron su cuerpo. El último año de vida lo pasó en San Damián,
santificado por los recuerdos de San Francisco y de Santa Clara. El 8 de
febrero de 1461, murió a la edad de 80 años.
Febrero 10: San Gil
María de San José. Religioso de la Primera Orden (1729‑1812).
Canonizado por Juan Pablo II el 2 de junio de 1996.
Nació el 16 de noviembre de 1729 en
Tarento, hijo de Cataldo Pontillo y Grazia Procaccio, modesta familia de
labradores. Desde niño se distinguió por su piedad. A los diez años fue empleado
en una pequeña hacienda, donde se granjeó el afecto de todos. Cada mañana,
antes del trabajo, iba a la Misa, comulgaba y oraba largo rato. Desde niño tuvo
que trabajar para ayudar a su familia, trabajo que debió intensificar al morir
su padre. Finalmente, cuando su madre pasó a nuevas nupcias, se sintió libre de
su obligación y pudo realizar su viejo sueño de hacerse franciscano. En 1754 a
la edad de 24 años entró al noviciado en el convento de Galatone, de la reforma
Alcantarina, y después de la profesión fue trasladado al convento de Squinzano.
Desde 1759 hasta su muerte vivió en el convento de San Pascual de Nápoles,
donde desempeñó los oficios de cocinero, portero y durante cincuenta años,
limosnero del convento. En este humilde oficio llevó en su apostolado el gozoso
mensaje evangélico a todos. Vida de oración y silencio, de humildad y
ocultamiento, amor activo y servicio a los hermanos pobres, enfermos y
necesitados. Su presencia era muy apreciada junto al lecho de los enfermos y
moribundos, a quienes preparaba a recibir los sacramentos y a una santa muerte.
El pueblo napolitano lo rodeó de simpatía y veneración por su mansedumbre y por
los milagros que realizaba con una reliquia de San Pascual que siempre
llevaba consigo. Se distinguió por su devoción a la Eucaristía y a Nuestra
Señora.
Murió en Nápoles el 7 de febrero de 1812 a
los 83 años de edad. A los hermanos que lo asistían en su lecho de enfermo, les
dijo al morir: «Me voy a mi casa! María, madre mía, mi San José, llevadme
con vosotros al paraíso, junto a Jesús».
Sus restos tuvieron que dejarse cinco días a la veneración de los
fieles, que todavía hoy siguen venerándolo con gran devoción. Su cuerpo se
conserva en Nápoles, en la iglesia de San Pascual a Chiaia.
Febrero 11: Beata
Clara de Rimini, Viuda de la Segunda Orden (1260‑1326). Aprobó su culto
Pío VI el 22 de diciembre de 1784.
Clara nació en Rímini, hacia 1260, por
mucho tiempo no hizo mucho honor a la Santa de Asís. El ambiente mundano y
soberbio de su tiempo y de su familia la absorbió por largo tiempo. Su padre,
al enviudar, casó con una viuda rica, y para afianzar la unión de las dos
familias, casó a Clara con el hijo de dicha viuda. Pronto ella enviudó, y poco
después murió su padre. Estos dos lutos tampoco hicieron gran mella en Clara.
Todavía era joven y bella, rica y admirada. Contrajo nuevas nupcias con un rico
heredero de una de las principales familias de Rímini, no tuvo hijos, por lo
cual se sintió enteramente libre y siguió su conducta disipada hasta los 34
años. Luego tuvo un cambio inesperado. Se dice que un día, al entrar en una
iglesia franciscana, oyó una voz que la invitaba a recitar con atención un
Padre nuestro y un Avemaría. Clara obedeció, mientras recitaba devotamente
estas oraciones (hacía tanto tiempo que no oraba), se sintió penetrada por un
dolor vivísimo de los pecados cometidos y fue inundada de un gozo hasta
entonces desconocido y de una serenidad interior que nunca había sentido. Quedó
conmovida. Abandonó decididamente la vida disipada, las compañías y los
placeres de antes.
Habló a su esposo con una seriedad que nadie habría sospechado en ella.
Pidió el permiso de retirarse del mundo, de dedicarse a una vida de penitencia
y de soledad. El marido comprendió el fuego de amor divino que ardía en ella,
hasta entonces entregada a las pasiones humanas, y le concedió el permiso
solicitado. Nació entonces la nueva Clara. Fue penitente severísima y
humildísima, sobre todo después de la muerte de su segundo marido, acaecida dos
años más tarde. Vestida de gris, con cilicios y argollas de hierro en su carne,
dormía sobre una tabla, se alimentaba de sobras. Su verdadero alimento era la
oración y la Eucaristía. Tuvo éxtasis y revelaciones. Las desgracias políticas
siguieron persiguiéndola. Debió retirarse a Urbino, donde se había refugiado un
hermano gravemente enfermo. En Urbino fue ángel de misericordia para los
enfermos, los pobres y los encarcelados. Volvió a Rímini con doce compañeras y
fundó un convento donde vistió el hábito y profesó la regla de las Clarisas.
Era el año 1306. Allí murió a los 66 años de edad, después de innumerables
pruebas, ciega y casi ausente, en 1326. Se extinguió serena como un niño, y de
inmediato fue venerada como santa.
Febrero 12: Beato
Rizerio de Muccia, Sacerdote, discípulo de San Francisco, de la
Primera Orden († 1236). Aprobó su culto Gregorio XVI el 14 de diciembre de
1838.
Nacido en Muccia, provincia de Macerata. Su
vida está ligada en parte a la del Bto. Peregrino de Falerone: eran ambos de
las Marcas, nobles y estudiantes en Bolonia, enviados a estudiar por sus padres
para llegar a ser hombres de leyes, aptos para cumplir los oficios de jueces y
de podestás.
Durante la permanencia en Bolonia Rizerio
en compañía de Peregrino, el 5 de agosto de 1222 asistió a la llegada de
San Francisco a la ciudad y bastaron su visita y su palabra evangélica
para inducir a los dos jóvenes a seguirlo. A Peregrino, San Francisco le
predijo una vida oculta y humilde, a Rizerio le señaló el oficio de servir a
los hermanos, una expresión que en el lenguaje de San Francisco equivalía
a regir y gobernar a los hermanos.
Un día se abatió sobre él una terrible
prueba. Tomó la decisión de presentarse a San Francisco, no para
comentarle su estado de ánimo, sino solamente para ver si la acogida que le
reservaba era fraterna y gozosa o no. «Si Fray Francisco me muestra buena cara
y me muestra familiaridad como de costumbre, creeré que Dios todavía tiene
misericordia de mí; si lo contrario, será signo de que he sido abandonado de
Dios». San Francisco, que en ese momento estaba enfermo en el palacio del
obispo, iluminado por Dios sobre lo que estaba para suceder, envió a dos de sus
compañeros, Fray León y Fray Maseo, al encuentro de Fray Rizerio, y en nombre
de San Francisco oyó estas palabras: «Tú eres el más querido de los hermanos
para fray Francisco»... Apenas oyó estas palabras, fue como si brillase una
nueva luz en un cielo tempestuoso. San Francisco cuando lo tuvo cerca,
aunque gravemente enfermo, lo abrazó tiernamente y le dijo: «Hijito mío
carísimo, Fray Rizerio, entre todos los hermanos que hay en el mundo te amo de
una manera singular». Le hizo la señal de la cruz en la frente y lo besó,
diciéndole: «Hijito carísimo, esta tentación ha sido permitida por Dios para
gran mérito y premio para ti». Rizerio se sintió libre, como quien se quita de
sus espaldas un gran peso.
Los últimos años de su vida los pasó en Muccia, en el eremitorio situado
en las faldas de los Apeninos, junto a la pequeña iglesia de Santiago Apóstol.
Murió el 7 de febrero de 1236. sepultado en la iglesita de Santiago.
Febrero 13: San Francisco
de Meaco, de la Tercera Orden Franciscana, mártir japonés (1551‑1597).
Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Francisco, de nacionalidad japonesa y
padres paganos, nació en Meaco en 1551. Su familia lo envió a estudiar
medicina, la cual ejerció en Meaco con gran satisfacción de sus pacientes.
Cuando en 1593 llegó de Filipinas San Pedro Bautista a la cabeza de cinco
hermanos franciscanos, comenzaron una valiente obra de evangelización
construyendo iglesias, hospitales y obras asistenciales para enfermos y
leprosos, el médico Francisco quedó impresionado por su dinámica actividad, que
pudo conocer y admirar ampliamente, junto con su predicación evangélica.
Después de madura reflexión y un período de
catecumenado, pidió el bautismo que recibió solemnemente delante de aquellos
que habían recibido su asistencia médica. Esto impresionó mucho a la gente.
Después pidió y obtuvo ser recibido en la Tercera Orden Franciscana. Entonces
se dedicó a prestar su asistencia médica gratuita a los enfermos en los
hospitales que habían fundado los misioneros. Fue el buen samaritano de la
misión, sirviendo a los enfermos con gran alegría, reconociendo en ellos la
imagen de Dios, recordando la afirmación de Cristo en el evangelio, de que lo
hecho a los pequeños se hace a Cristo en persona.
Al desatarse la persecución religiosa en 1596, el 31 de diciembre fue
arrestado en Meaco cuando se encontraba al servicio de los enfermos. Al ser
apresado, dijo a los soldados: “Soy médico y cristiano. Aquí todos me llaman el
médico de los pobres, y me glorío de este apelativo. Siempre he hecho el bien a
nuestra gente y si ustedes me lo permiten, quiero continuar haciéndolo. Soy
seguidor de Cristo y de su Evangelio. Ninguna fuerza del mundo ni la muerte
podrán quitarme esta fe y convicción”. Conducido con los demás cristianos, fue
crucificado en Nagasaki el 5 de febrero de 1597.
Febrero 14: Santo
Tomás de Nagasaki, Mártir japonés de la Tercera Orden (1582‑1597).
Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Entre los gloriosos mártires de Nagasaki
que el 5 de febrero de 1597 inmolaron su vida a Dios con el suplicio de la
cruz, había tres terciarios franciscanos muy jóvenes: Tomás de Nagasaki de
quince años, hijo de un mártir; Antonio Ibaraki, de trece años y Luis Kosaki,
de once años. Vivían en el seminario franciscano, donde se preparaban para el
sacerdocio. Vivían una vida pura y santa, al servicio de la Iglesia como
acólitos y catequistas para la enseñanza de la doctrina cristiana a los niños.
Prestaban igualmente otros servicios de acuerdo con su edad. Los dos primeros
vivían en el convento de Osaka cuando fueron arrestados junto con
San Martín de la Ascensión. Eran tres jóvenes atletas intrépidos e
inconmovibles en su fe, hasta impresionar a sus mismos verdugos.
Fazamburo, el gobernador de Nagasaki, al verlos tan alegres rezando el
Padrenuestro y el Avemaría, alabando a Dios y mirando al cielo, les dijo:
«Muchachos, ¿quién les da tanta fuerza para enfrentar gozosos el martirio? Si
apenas están en la primavera de la vida! ¿Qué religión es esa que puede
transformar en héroes inclusive a los niños? Para ustedes la muerte se vuelve
gozo!». Tomás, hijo del mártir Miguel Kosaki, antes de partir para Osaka,
escribió a la mamá esta conmovedora carta: «Querida mamá, con la gracia de Dios
me he decidido a escribirte esta carta. Ya puedes estar segura: la sentencia ya
fue pronunciada: todos nosotros seremos crucificados en Nagasaki. Querida
mamacita, no te aflijas, más bien alégrate. No te desesperes si papá y yo
tenemos la fortuna de morir por Cristo. Estate segura de que en el cielo jamás
te olvidaré, rogaré al Señor que te asista en todas las necesidades y te llene
de sus dones. Te consuele el pensamiento de que en la hora de la muerte podrás
invocar a tu esposo y a tu hijo, ellos desde el cielo escucharán tu oración y
por la sangre que habremos derramado, Jesús te hará partícipe de la felicidad
eterna. Arrepiéntete de tus pecados y agradece al Señor los dones recibidos a
lo largo de la vida, por haberte arrancado de los lazos de Satanás y por
haberte llamado a la luz de la fe. Agradece estos dones y consérvate fiel a las
promesas bautismales. Alégrate de ser pobre y despreciada de los hombres. Por
sobre las riquezas de la tierra están las del cielo que los hombres no pueden
quitarnos. Soporta resignada las tribulaciones. De tus pecados pide
humildemente perdón al Señor. Mamá, te recomiendo vivamente a mis hermanos
Mancio y Felipe, procura que no se junten con los paganos, para asegurarse el
premio eterno. Yo he rogado y rogaré mucho por esto, tú une tus oraciones a las
mías por su bien. Adiós, mamá, que el Señor sea tu consuelo en la vida y nos
reúna a todos en el paraíso. Soy Tomás, tu hijo, prisionero de Jesucristo».
Pocos días después sufría el martirio de la cruz. En el momento del martirio
tenía quince años.
Febrero 15: Santos
Cosme y Máximo Takeya. Padre e hijo. Mártires japoneses de la Tercera
Orden Franciscana († 1597). Fueron canonizados por Pío IX el 8 de junio de
1862.
Cosme nació en la provincia de Ovari, en el
Japón, de noble y rica familia. Más tarde sus padres cayeron en extrema miseria
y Cosme debió buscar el trabajo manual con la profesión de forjador de armas.
Había sido bautizado por los padres jesuitas. Al ir a vivir a Meaco, conoció a
los franciscanos que hacía poco habían llegado de Filipinas y estaban
construyendo iglesias, conventos y hospitales y trabajando en la conversión de
los japoneses al cristianismo. Cosme les ofreció gustoso su colaboración. Tanto
se aficionó a ellos, que pronto se convirtió en su habilísimo intérprete,
asiduo en la visita y asistencia a los enfermos, catequesis de niños y adultos,
en la predicación del evangelio, coronada con frecuentes conversiones. Junto
con su familia fue acogido en la Tercera Orden franciscana seglar. Encomendó su
hijo Máximo a los religiosos para que lo formaran como catequista y, si el
Señor lo llamaba, fuera también un buen sacerdote y religioso.
Cosme siguió a los misioneros y a sus más estrechos colaboradores cuando
se desató la persecución contra la Iglesia Católica. La primera prisión fue el
convento, cerrado y rodeado de guardias armados. Los misioneros continuaron su
ministerio en la iglesia con la administración de los sacramentos a los
cristianos. El 30 de diciembre fueron trasladados a las cárceles de la ciudad y
el 1 de enero de 1597, se les juntaron otro franciscano, tres jesuitas y tres
fieles laicos. En la mañana del 3 de febrero las 24 víctimas a las cuales se
les amputó el lóbulo de la oreja izquierda, fueron trasladados en carros hasta
Nagasaki. En el recorrido llegaron al número de 26. Máximo, el hijo de Cosme,
en el momento del arresto de su padre estaba en casa enfermo. Cuando se repuso
corrió a alcanzar el pelotón de los condenados. Comenzó a gritar: “¿Papá,
Padres, por qué no me avisaron? Quiero morir con ustedes!». Al ver en el último
carro a su amigo Luis, siguió gritando: «Luis, querido Luis, ¿cómo has partido
sin mí? ¿Acaso olvidaste que juntos prometimos a Jesús morir mártires por él?».
Luego se acercó a su padre y le dijo: «Papá, querido papá, tómame contigo en el
carro, también yo soy cristiano e hijo tuyo!». Se dirigió luego a los soldados
conjurándolos a que lo subieran al carro junto a su padre. Un soldado lo agarró
y lo golpeó violentamente con el sable en la cabeza. Cayó desvanecido; lo
recogió una mujer y se lo llevó; era su propia madre. Y mientras en Nagasaki
morían crucificados sus compañeros, él moría en su casa a consecuencia del
golpe recibido, y así se reencontraba con ellos en el cielo.
Febrero 16: Beata
Felipa Mareri, Virgen de la Segunda Orden (1190‑1236). Concedió oficio
y misa en su honor Pío VII el 29 de abril de 1806.
Nació en Rieti en 1190, hija de Pietro
Mareri y Donna Imperatrice, ambos de familia noble. Creció piadosa, reflexiva e
inteligente. Tuvo la dicha de ver con frecuencia a San Francisco de Asís,
quien en sus peregrinaciones por el Valle de Rieti se hospedaba en casa de la
familia Mareri. Le llamó la atención la asidua oración y el desprendimiento de
las cosas que caracterizaban a San Francisco. Ella decidió seguirlo.
Cuando su padre le propuso unas nupcias acordes con su nobleza, ella le dijo
que sólo quería por esposo a Jesucristo. Esto le desencadenó una terrible
persecución sobre todo por parte de su hermano Tomás. Ella permaneció firme. Finalmente,
con algunas compañeras, se retiró a un eremitorio junto a la montaña vecina y
comenzó una vida de soledad.
Conmovido Tomás por la firmeza de Felipa,
le ofreció la iglesia de San Pedro en el antiguo monasterio que él había
reparado. Felipa aceptó la propuesta y comenzó una vida claustral junto con
otras compañeras, adoptando la Regla de las Damas pobres de Asís. Por un tiempo
San Francisco dirigió a la pequeña comunidad, que luego encomendó a
Fr. Rogerio de Todi, su discípulo. Pronto muchas jóvenes decidieron
consagrarse a Dios bajo la dirección de la Beata Felipa Mareri, quien, para las
hermanas era más que abadesa, una madre amorosa, pronta a animarlas a la
perfección, consolarlas en los sufrimientos. Siguiendo el ejemplo de
San Francisco y del Beato Rogerio, amó la pobreza, confió en la
providencia. Postrada ante un gran crucifijo lloraba pensando en lo mucho que
se ofendía al Señor, hacía penitencia e imploraba la misericordia de Dios. Una
sobrina suya que había ingresado al monasterio, era raptada a la viva fuerza
por su familia; con su oración logró que sus parientes no lograran moverla de
la clausura.
Predijo su muerte con mucha anticipación. Reunió a sus hermanas en torno
a su lecho de muerte, las exhortó a la oración, a la concordia, al amor a la
pobreza seráfica: «No lloréis, hijas queridas, no lloréis sobre mí. Vuestra
tristeza se convertirá en gozo, desde el Paraíso os ayudaré más. Deseo morir
para poder vivir en Cristo, para que mi heredad esté en la tierra de los
vivientes. Consolaos en el Señor. Perseverad en el servicio de Dios. Acordaos
de todas las cosas que he hecho. La paz del Señor, que supera todo sentido,
guarde vuestro corazón y vuestro cuerpo». Terminadas estas exhortaciones, se
encomendó humildemente a Cristo Jesús, fortalecida con la santa Eucaristía y
los otros sacramentos, en presencia del beato Rogerio y de otros Hermanos
Menores, entre las lágrimas de sus cohermanas, el 16 de febrero de 1236 pasó
felizmente al Señor. Tenía 46 años.
Febrero 17: Beato
Lucas Belludi, Sacerdote, discípulo de San Antonio, de la Primera
Orden (1195‑1285). Aprobó su culto Pío XI el 18 de mayo de 1927.
Lucas Belludi nació en Padua, hacia 1195.
En el verano de 1220 San Francisco, de regreso del oriente, atravesó el
Véneto y se detuvo en Padua, y junto a la iglesita de Santa María de Arcella,
hizo construir un pequeño convento para algunos de sus seguidores. En la
Arcella dio el hábito de las damas pobres de Santa Clara a Elena Enselmini y el
hábito de los Hermanos Menores a un joven sacerdote, Lucas Belludi.
Allí vivió Lucas siete años dedicado a la
mortificación y al apostolado. En este tiempo escribió sus Sermones, que se
conservan en preciosos códices. En 1227 se encuentra con San Antonio de
Padua y desde entonces los dos amigos como dos almas gemelas, vivirán juntos,
unidos en un solo corazón y en una sola alma. En Pentecostés de 1227
San Antonio tomó parte en el capítulo General en La Porciúncula. Allí fue
elegido Ministro provincial de una extensa Provincia que abarcaba toda la
Italia septentrional y tomó a Lucas como su acompañante. Con él estuvo en Roma
cuando el Santo predicó en 1227 la cuaresma ante el Papa Gregorio IX. En 1230
los dos santos participaron en el Capítulo general en Asís y asistieron a la
traslación de los restos de San Francisco de la iglesia de San Jorge
a la nueva Basílica erigida en la colina del Paraíso. De regreso de Asís, se
detuvieron en Camposampietro, donde el conde Tiso dio fraternal hospedaje al
santo taumaturgo cuya salud estaba terriblemente minada. Al agravarse el mal,
Fray Lucas quiso transportar al Santo a Padua, pero en Arcella debió asistir en
su agonía y muerte al santo a quien siempre había amado y venerado, el 13 de
junio de 1231.
Acontecimientos alegres llenan la vida de
Fray Lucas. Su santo maestro fue canonizado a sólo 11 meses de la muerte por el
Papa Gregorio IX y en Padua se daba comienzo a la gran basílica, que a través
de los siglos cantaría las glorias del taumaturgo. Para la glorificación del
maestro tuvo el discípulo una parte importante.
Ezzelino II de Romano, verdugo y tirano, a
quien Dante condenó en medio de los violentos sumergidos en su propia sangre,
continuaba produciendo víctimas inocentes. Fray Lucas, ardiente como su
Maestro, se presentó en Ansedisio y le reprochó las injusticias y delitos
cometidos. Ezzelino ordenó: “Fray Lucas sea perdonado, pero su familia sea
condenada al destierro”. Y así se hizo.
Fray Lucas Belludi se durmió santamente en el sueño de los justos hacia
1285 y se encontró para siempre con su maestro y taumaturgo. Tenía unos 90
años, de los cuales había pasado 65 al servicio de Dios y de los hermanos, con
un admirable espíritu de dedicación.
Febrero 18: San Joaquín
Sakakibara, Mártir japonés, de la Tercera Orden Franciscana
(† 1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
La evangelización del Japón comenzó en los
años 1549‑1561 por obra de San Francisco Javier y se desarrolló en los
decenios siguientes con notables resultados. En 1587 la comunidad católica
japonesa, con su centro principal en Nagasaki, se calculaba en 205.000 fieles.
En este año comenzó la persecución, primero con un decreto de expulsión de los
jesuitas, quienes en gran parte permanecieron en el país, continuando
silenciosamente su actividad apostólica. En 1593, provenientes de Filipinas,
desembarcaron algunos franciscanos que comenzaron una valerosa predicación
coronada con numerosas conversiones, erección de iglesias, conventos,
hospitales y escuelas para acoger niños. Estas dinámicas actividades provocaron
la reacción del gobierno, que ordenó que fueran aprisionados los religiosos
franciscanos y sus más cercanos colaboradores. Los arrestos tuvieron lugar en
fechas diferentes: el 9 de diciembre de 1596 en Osaka fueron arrestados los 6
franciscanos y el 31 de diciembre en Meaco fueron capturados 15 laicos
japoneses, al año siguiente otros dos japoneses fueron agregados al grupo de
los mártires.
Entre éstos recordamos a Joaquín
Sakakibara, natural de Osaka, quien estaba al servicio de los franciscanos como
ecónomo de los hospitales y de las demás obras caritativas de la misión. Era
todavía catecúmeno cuando se enfermó. Su mujer, cristiana, pidió a los padres
que le apresuraran el bautismo, pero ellos se lo demoraron para darle tiempo de
prepararse mejor para el sacramento. El bautismo lo transformó en otro hombre.
Le acrecentó el entusiasmo para el bien. Se hizo Terciario franciscano y dedicó
su vida como ecónomo y enfermero de los hospitales y de las demás obras de
asistencia.
También Joaquín fue del afortunado número de los confesores de la fe.
Los mártires suben a la Santa Colina seguidos por muchos cristianos que lloran.
Los mártires alientan a los fieles y predican a los paganos. En cuanto ven la
cruz en la cual consumarán el holocausto, se arrodillan y cantan el
“Benedictus”. Después cada mártir busca su propia cruz y la abraza, apretándola
amorosamente al corazón. Los soldados atan a cada mártir a la cruz. Desde lo
alto con el rostro iluminado por gran serenidad, predican todavía a Cristo. A
las diez de la mañana los soldados esperan la orden del gobernador para
traspasar a las víctimas. La orden llega y los mártires son horriblemente
destrozados y expiran con los nombres de Jesús y de María, otros exclaman:
“Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu”, otros cantando “Alabad al Señor
todas las naciones”, los tres más jóvenes cantan: “Alabad niños al Señor”. La
última víctima fue San Pedro Bautista que animó a los cristianos, invitó a
los paganos a convertirse y tuvo palabras de perdón para los verdugos. La
inmolación de los 26 mártires estaba cumplida, y sería semilla fecunda de
nuevos cristianos. Era el miércoles 5 de febrero de 1597.
Enero 19: Santa
Eustoquia Calafato de Mesina. Virgen de la Segunda Orden (1434‑1486)
Fundadora del monasterio de Montevergine. Canonizada por Juan Pablo II el 11 de
junio de 1988
Nació en Mesina el 25 de marzo de 1434,
hija de los condes Berardo Colafati y Matilde Colonna. Aprendió de su madre,
fervorosa cristiana y entusiasta del franciscanismo, las primeras oraciones, el
amor al sacrificio, a las buenas obras y al Crucificado; discípula del Beato
Mateo de Agrigento, de San Bernardino de Siena, de San Juan de
Capistrano y de San Jaime de la Marca, que volvieron a los hijos de
San Francisco a la observancia de la regla y fueron los artífices del “siglo
de oro del franciscanismo”.
En 1444 su padre la prometió en matrimonio
a un joven noble, pero éste murió muy precozmente; luego, a un viudo de edad
avanzada, quien también murió repentinamente antes de que se realizara el
proyecto. Entretanto el Esposo celestial la atraía suave y fuertemente a sí, y
ella, fortalecida con la oración y la penitencia, decidió dejar el mundo para
consagrarse por entero al Señor en la vida religiosa. En 1449, superadas
fuertes resistencias de sus familiares, fue admitida entre las Clarisas de S.
María de Basicò cerca de Mesina. Desde novicia se distinguió por eminentes
cualidades de mente y de corazón. Recorrió con entusiasmo el arduo itinerario
de la perfección seráfica. Para guiar la comunidad a la genuina observancia de
la regla, decidió fundar un nuevo monasterio. Con la ayuda de sus familiares y
de los bienhechores en Montevergine, llevó a cabo la fundación cerca de Mesina,
acompañada de un buen grupo de jóvenes que con ella habían decidido consagrar
su vida al esposo celestial. Eustoquia había pasado once años en el antiguo
monasterio.
La austera Regla de Santa Clara no era
seguida por todas las cohermanas. Al comenzar la nueva fundación se puso en
sintonía con la reforma para un retorno a las fuentes del franciscanismo,
iniciada por San Bernardino de Siena y seguida luego por Santa Coleta,
San Pedro de Alcántara y Santa Teresa de Avila. Permaneció como Abadesa y
madre de sus cohermanas hasta su muerte y así pudo dar una fisonomía
auténticamente franciscana a la nueva fundación.
Guió a la comunidad hacia la perfección de la caridad, con prudencia,
solicitud y bondad. Con el ejemplo y las exhortaciones, incitaba a todas al
amor de la Cruz, de la pobreza y de la perfección seráfica. Mesina estaba
totalmente entusiasmada con su Santa y con el Monasterio de Montevergine,
jardín de santidad y perfección, y con los singulares carismas, visiones y
curaciones, con que Jesús había exaltado a su esposa fiel. Cuando el celestial
esposo la llamó a las bodas eternas, el 20 de enero de 1485, ella salió a su encuentro
con la lámpara encendida, rodeada de sus cincuenta cohermanas que recibieron su
preciosa herencia.
Febrero 20: Beato
Pedro de Treia, Sacerdote de la Primera Orden (1225‑1304).
Aprobó su culto Pío VI el 11 de septiembre de 1793.
En Treia, antiguo municipio romano, en la
Provincia de Macerata, hacia 1225, nació otro de los santos franciscanos que
poblaron una época los campos de Italia, sobre todo la región de las Marcas.
Aunque las virtudes son siempre las mismas,
la personalidad de estos personajes medievales franciscanos siempre es diversa
e interesante, y constituyen un vasto florilegio de tipos humanos y fisonomías
espirituales. El beato Pedro de Treia representa el tipo del contemplativo,
cuya mayor gloria está en sus conquistas ascéticas. También fue religioso
activo, sobre todo en el ministerio de la palabra, como predicador
irresistible. Las Florecillas lo califican como “estrella brillante en la
provincia de la Marca y hombre celestial”. Y el martirologio franciscano dice
de él que fue “célebre por su santidad y su predicación, insigne por su
devoción y sus milagros”. Por algún tiempo participó del movimiento religioso
de la Congregación Celestina, pero no adhirió a la corriente secesionsita de
los “herejes fratricelos”.
Muy joven entró en la Orden, deseoso de
imitar las virtudes de San Francisco, seguía sus pisadas inclusive
materialmente, permaneciendo por largo tiempo en el monte Alvernia, opción que
presentaba un claro signo, por cuanto fue el Calvario místico de
San Francisco, que allí había recibido las Llagas, y sobre esas rocas se
dedicó, más que a la enseñanza y a la predicación, a la meditación y a la
ascesis, entre éxtasis y visiones.
Pedro fue también apóstol de la
predicación, recorrió la región de las Marcas fascinando con su sagrada
elocuencia a las multitudes. Tuvo el don de conmover a los pecadores, que
mediante una buena confesión, arrepentidos, eran por él conducidos a Dios.
Son famosos sus éxtasis y visiones. En Ancona el superior del convento
lo encontró en la iglesia en oración, elevado de la tierra. Más tarde, en el
convento de Forano, fue Pedro quien observó una escena admirable en la cual la
Santísima Virgen colocaba afectuosamente el niño Jesús en manos del cohermano
Conrado de Ofida. Pedro de Treia y Conrado de Ofida, ambos de las Marcas, ambos
franciscanos, ambos honrados como beatos, no solamente fueron cohermanos y
compañeros de apostolado, sino también verdaderos compañeros de alma, cuya
santidad procedía por caminos iguales, y se alentaban mutuamente en una santa emulación.
Vivió en los conventos de San Francisco de Ancona, en Forano y en Sirolo.
Pedro murió el 19 de febrero de 1304, en el convento de Sirolo, a los 79 años
de edad. Sus restos reposan en la iglesia del Rosario de Sirolo (AN).
Febrero 21: San León
Karasuma, Mártir en el Japón, coreano, de la Tercera Orden
(† 1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
León Karasuma fue el primer terciario
franciscano en el Japón y bien pronto el más activo y dinámico cooperador de la
misión. Nacido de noble familia en Corea, fue encomendado a los bonzos por sus
padres para que lo educaran en la religión pagana, y llegó a ser bonzo. Como
bonzo fue acérrimo enemigo del cristianismo, amenazaba a cuantos delante de él
mencionaban a Cristo y su religión. Perseguía a los cristianos en todas las
formas. Dios, que quería hacer de él un vaso de elección, como un día san Pablo
Apóstol en el camino de Damasco, dispuso que de Corea León se trasladase al
Japón. Allí tuvo la fortuna de encontrarse con un intrépido cristiano que le
habló largamente de Cristo, del Evangelio y de la religión católica. Lentamente
sus ojos se abrieron a la verdad, descubrió la divinidad de Cristo y la belleza
de su religión. Decidió entonces bautizarse y hacerse terciario franciscano.
Poco después llegaron a Meaco los frailes
provenientes de Filipinas. Fue conquistado por su estilo de vida, su pobreza y
su simplicidad, y el ardor de su predicación evangélica. Pidió y obtuvo,
después de larga preparación, el bautismo y los demás sacramentos. Se hizo
compañero asiduo y colaborador de San Pedro Bautista. Dirigió como técnico
la construcción de iglesias y conventos, hospitales y otras obras caritativas.
A menudo era al mismo tiempo arquitecto y obrero manual en el trabajo de las
construcciones. Conocía diversas lenguas y con frecuencia hizo el oficio de
intérprete.
Este ejemplo de dinámica actividad influyó
mucho en los paganos que se convertían y sobre los cristianos que lo ayudaban
en las actividades.
Convirtió a muchos paganos, entre ellos a su hermano mayor, que luego
fue compañero suyo en el martirio. Arrestado el 31 de diciembre de 1596 y
martirizado en Nagasaki el 5 de febrero siguiente con veinticinco compañeros,
canonizados por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Febrero 22: San Buenaventura
de Meaco, Mártir japonés, Terciario Franciscano († 1597).
Canonizado el 8 de junio de 1862 por Pío IX.
Buenaventura nació en Meaco de padre
cristiano y madre pagana. Bautizado niño, pero luego, presionado por la madre,
volvió al culto pagano y se hizo bonzo. Durante veinte años vivió
disolutamente, sin hacer caso a los reclamos de su conciencia. Cuando llegaron
los franciscanos de Filipinas a Meaco, conocieron la triste historia del bonzo
que había apostatado de la fe cristiana. Ellos le hicieron ver el error en que estaba
y su pecado de apostasía tan vivamente, que él, postrándose por tierra pidió
perdón a Dios y a los hermanos la gracia de ser readmitido en la Iglesia
católica.
Al domingo siguiente, estando llena de
fieles la iglesia de Santa María de los Angeles, compareció delante de todos,
vestido de sayal, con ceniza en la cabeza y con una soga al cuello. Pidió
perdón del escándalo dado por tantos años, abjuró de sus errores y como prueba
de su arrepentimiento pidió ser admitido a vestir el hábito de la Tercera Orden
franciscana. Como señal de su conversión quiso llamarse Buenaventura. Así como
el Doctor San Buenaventura fue para la Orden seráfica y para la Iglesia
una “buena ventura”, así el nuevo Buenaventura debía serlo para la naciente
Iglesia y para todo el Japón.
Desde aquel momento no se separó de los misioneros franciscanos, sino
que les servía continuamente en todo lo que se ocurría, especialmente como
catequista. Fue arrestado con ellos: en la plaza de la ciudad le cortaron un
pedazo de la oreja izquierda, luego en una carreta fue llevado con los demás a
Sakai, luego a Nagasaki, donde fue crucificado y atravesado por las lanzas de
los verdugos el 5 de febrero de 1597. Durante el viaje aprovechó una parada
para escribir dos cartas, una a su padre y otra a su madre y a sus parientes:
en la primera exhorta a su padre a vivir como verdadero cristiano y a la madre
a hacerse cristiana; en la segunda reclama la atención de su madre y de sus
parientes sobre el hecho de que los Cami y los Fotoki por ellos venerados son
solamente personas humanas y que nadie podrá encontrar la salvación sin entrar
en la Iglesia de Cristo.
Febrero 23: Beata
Isabel de Francia. Virgen de la Segunda Orden (1225‑ 1270). León X
concedió oficio y misa en su honor el 11 de enero de 1520.
Isabel nació hacia 1225, hija de Luis VIII,
rey de Francia, y de Blanca de Castilla, quien con piedad, inteligencia y
energía supo formar santos también en trono real. La joven princesa fue
iniciada en la oración y en una tierna devoción al Señor y a la Santísima
Virgen, en la meditación y tras prácticas de la vida cristiana. La escuela y el
ejemplo de Blanca de Castilla nos dieron un San Luis IX, rey de Francia y
la Beata Isabel. Experta en labores de bordado y tejido, donó a las iglesias
ornamentos confeccionados con sus propias manos y adoró la Eucaristía con todo
el ánimo de su corazón.
Ayunaba tres veces por semana, se
alimentaba parcamente. Evitaba las diversiones. Sus recreaciones eran en
compañía de su hermano Luis y de las damas que estaban a su servicio. Con
frecuencia visitaba a los enfermos en los hospitales o en sus casas, atendía a
sus necesidades y les endulzaba sus penas. Enfermó gravemente, de modo que se
temió por su vida; sanó gracias a las oraciones y cuidados de su madre Blanca.
Conrado, hijo del emperador Federico II, la
pidió en matrimonio, con gran alegría de Blanca y de su hermano el rey Luis, y
del papa Inocencio IV, pero ella declaró que había hecho voto de virginidad y
que nadie la haría desistir de su decisión.
Para mejor realizar su vocación religiosa,
en los alrededores de París hizo construir un monasterio en 1261, y adoptó la
regla de la Segunda Orden de Santa Clara. Las religiosas que habían seguido su
ejemplo provenían de la nobleza y pertenecían a la corte de Francia. Para una mejor
formación franciscana de la nueva comunidad, hicieron venir cuatro religiosas
de otros monasterios.
Isabel vivió nueve años en el monasterio y lo honró con sus virtudes.
Murió el 23 de febrero de 1270, a los 45 años de edad. Algunas religiosas en el
mismo instante oyeron cantos angélicos que decían: «En la paz está su morada».
San Luis estuvo presente en los funerales de su querida hermana y tuvo
palabras de consuelo para la comunidad de las Clarisas.
Febrero 24: San Matías
de Meaco. Mártir japonés, de la Tercera Orden († 1597). Canonizado
por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Matías era un cristiano de Meaco. Al
desatarse la persecución y ver que eran detenidos los frailes y los
catequistas, también él se presentó espontáneamente para sustituir a un cristiano
ausente que llevaba su mismo nombre. Era el 30 de diciembre de 1596: mientras
los religiosos de Meaco cantaban vísperas en la iglesia, una turba irrumpió
salvajemente en el convento. Los franciscanos comprendieron que había llegado
la hora y dieron gracias a Dios. Terminado el oficio divino, entonaron con
indecible ardor un Te Deum. San Pedro Bautista con el crucifijo en la mano
dirigió a sus cohermanos una cálida exhortación para animarlos a la firmeza en
la fe; luego todos se entregaron en manos de los soldados, que los maniataron
para llevarlos a la prisión de Meaco.
El oficial, para asegurarse de que no
faltara ninguno de los condenados, llamó a lista, y todos respondieron
prontamente; sólo faltaba un tal Matías, que casualmente estaba fuera de casa.
Llamó el oficial repetidamente, pero en vano. Entonces un cristiano se abre
paso entre la multitud y se presenta al oficial valientemente, diciendo: «Yo
también me llamo Matías, soy cristiano también, tomo el puesto de un cohermano.
Aquí estoy, soy Matías, el que ustedes buscan».
Este Matías era un fervoroso terciario franciscano. Al no aparecer en la
lista de los mártires, deseando morir por Cristo, él mismo decidió presentarse
a los verdugos. El oficial le contestó: «Pero tú no eres el Matías que buscamos
y que ha sido condenado a muerte». El respondió: «Yo sí soy Matías y aunque no
soy el que ustedes buscan, sin embargo soy cristiano, terciario franciscano,
discípulo y amigo de los franciscanos; por eso quiero morir con ellos por
Cristo!». El oficial lo hizo encadenar y lo juntó al grupo de los mártires. De
esta manera logró recibir también la palma del martirio junto con los demás.
Febrero 25: Beato
Sebastián de Aparicio. Religioso de la Primera Orden (1502‑1600).
Beatificado por Pío VI el 17 de mayo de 1789.
Sebastián de Aparicio nació en 1502 en
Gudena, España, de padres pobres pero piadosos. Todos los días conducía el
rebaño a pastar y aprovechaba los ratos libres para dedicarlos a la oración o a
visitar iglesias o capillas. A los quince años de edad fue contratado por una
señora rica como sirviente en Salamanca. Pero no pudo soportar el ambiente
frívolo, y a pesar de la buena paga, prefirió renunciar al trabajo. Le agradaba
la vida del campo, el contacto con la naturaleza que lo conducía al Creador. Durante
ocho años trabajó al servicio de dos colonos y con el dinero ganado ayudó a sus
padres ancianos y proporcionó la dote a sus hermanas.
A los 31 años, tras la muerte de sus padres
y casadas sus hermanas, zarpó para América. Llegó a Puebla, en México y volvió
al trabajo del campo. Para el incremento del comercio emprendió viajes para
transportar mercaderías a Veracruz, Zacatecas y Ciudad de México. Abrió vías de
comunicación por entre bosques impenetrables, hizo construir una gran vía entre
Zacatecas y Ciudad de México. Las ganancias que obtenía de sus empresas eran
patrimonio para los pobres. Daba con generosidad a los necesitados,
transportaba gratis mercancías y personas, prestaba dinero sin exigir la
devolución, se interesaba por librar a los prisioneros, dar libertad a los
esclavos. Los indios lo respetaban y admiraban.
Absorto en esta vida dinámica, siempre
sabía encontrar tiempo para la oración, la penitencia y los sacramentos y para
la participación en la santa Misa. A menudo el demonio lo atacó con fuertes
tentaciones, pero nunca logró vencerlo. En 1552 cedió a otros su empresa, cerca
de la ciudad de México consiguió una granja y se dedicó a la agricultura y a la
ganadería. Se casó y de común acuerdo con la mujer, hizo voto de castidad.
Después de un año enviudó y decidió pasar a segundas nupcias con una virtuosa
mujer, con la cual vivió en perfecta continencia. Poco después murió también la
segunda mujer.
El 2 de junio de 1573, a los 71 años de edad, decidió realizar un viejo
sueño. Pidió y obtuvo vestir el hábito de hermano Menor en el convento de
ciudad de México. Vivió todavía 27 años dando ejemplo de religioso humilde,
obediente, consagrado a la oración y a la penitencia. Dios glorificó su vida
ejemplar. El 25 de febrero de 1600, a los 98 años de edad, descansó serenamente
en el Señor. El pueblo lo veneró como santo y su sepulcro ha sido glorioso.
Febrero 26: San Antonio
de Nagasaki. Mártir de la Tercera Orden (1584‑ 1597). Canonizado por
Pío IX el 8 de junio de 1862.
Antonio nació en Nagasaki, de padre chino y
madre japonesa, ambos cristianos. Todavía niño fue encomendado a los
franciscanos que lo educaron en una profunda piedad y al servicio asiduo del
altar en calidad de acólito, con diligencia ejecutaba todas las ceremonias con
gran admiración de los fieles, los cuales comenzaron desde entonces a llamarlo
«el santico». Por su celestial candor y su gran devoción fue aceptado como
miembro de la Tercera Orden.
Antonio se apegó tanto a los franciscanos,
que cuando su rector del Seminario, San Jerónimo de Jesús, fue trasladado
primero a Meaco y luego a Osaka, quiso seguirlo a toda costa. Cuando llegó la
orden de arresto para todos los religiosos, Antonio, de apenas 13 años, habría
podido huir, pero quiso quedarse con ellos decidido a sufrir el martirio.
Mientras iban en el recorrido hacia Nagasaki, se presentaron sus padres
adoloridos, no para hacerlo apostatar, sino para pedirle que regresara a casa.
Las autoridades se lo habrían permitido, pero él les respondió: «Papá y mamá:
no teman; el Señor me dará tanta fuerza y valor que no retrocederé ante la
muerte. El martirio para mí es el más grande regalo que el Señor puede hacerme.
Por eso, es inútil que ustedes me quieran convencer de lo contrario; no lo
lograrán».
Fazaburo, que presidía las ejecuciones, conmovido por este diálogo,
quiso persuadir a Antonio para que renegara de su fe, pero Antonio le
respondió: «Es un verdadero error querer comparar el paraíso con las riquezas
terrenas». Luego se dirigió a sus padres, les entregó el quimono azul y se
quedó con la túnica de terciario franciscano, les pidió que no se desalentaran,
sino que más bien se sintieran orgullosos de ser los padres de un mártir.
Alegre y sonriente se dejó atar a la cruz, desde la cual, con los otros
adolescentes, Luis y Tomás, entonó el salmo: «Alabad, niños al Señor!».
Mientras pronunciaban el Gloria al Padre, fue traspasado por la lanza de los
verdugos. Al pie de su cruz estaban su padre y su madre, rogando que la sangre
de su hijo fuera semilla de nuevas generaciones de cristianos.
Febrero 27: San Pablo
Suzuki. Mártir japonés, de la Tercera Orden († 1597). Canonizado
por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Nacido en el reino japonés de Ovari,
convertido al cristianismo por san León Karasuma. Ingresó a la Tercera Orden y
desarrolló gran parte de su actividad apostólica en la región de Meaco,
colaborando activamente con los hermanos Menores en la difusión del
cristianismo y en la asistencia a los enfermos en calidad de enfermero. Sometía
su cuerpo a severísimas penitencias.
El edicto de condena a la crucifixión de los religiosos y sus discípulos
fue conocido en todas partes. Las florecientes cristiandades japonesas dieron
ejemplos admirables de fortaleza dignos de los primeros tiempos de la Iglesia.
Los cristianos, felices pensando en dar la vida por Cristo, se preparaban
trajes de fiesta para el gran día del martirio, dispuestos todos a profesar su
propia fe y a sellarla con su sangre. Tanto en Meaco como en Osaka los
cristianos hacían fuerza para ser incorporados a la lista de los condenados
para confesar la fe. Pablo, como los demás, sufrió las vejaciones que les
infligieron por el largo camino de un mes, hasta Nagasaki. En los últimos
momentos de su vida demostró notable valor, invitando a los presentes a hacerse
cristianos, y dirigió palabras de perdón a sus verdugos, con lo cual produjo
una gran impresión. Luego se dirigió al lugar de la crucifixión rezando las
palabras del salmo: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu».
Febrero 28: Beata
Antonia de Florencia. Viuda, de la Segunda Orden (1401‑1472). Aprobó su
culto Pío IX el 17 de septiembre de 1847.
Antonia nació en Florencia en 1401. Poco se
sabe de su infancia. A los 15 años se casó, tuvo un hijo, y estando éste
todavía muy pequeño, ella enviudó. Para atender a las necesidades del hijo,
aceptó un nuevo matrimonio, con igual fortuna, pues el marido murió pronto.
Entonces ella decidió que ni el mundo era para ella, ni ella para el mundo. Y
una vez que el hijo pudo valerse por sí mismo, ella entró entre las Hermanas
Terciarias Regulares de San Francisco fundadas por la Beata Angelina de
Marsciano, que tenían entonces su convento en San Onofre, en Florencia.
Desde entonces el convento fue su pobre y durísima familia. Su única ambición
era santificarse. Con su forma de vida edificó a sus compañeras y también
mereció la estima de sus superiores. Fue enviada a Foligno, al convento de
Santa Ana, y luego a Aquila, al convento de Santa Isabel. Aquí tuvo como
director espiritual a san Juan de Capistrano, quien, junto con San Bernardino de
Siena, promovía la llamada “observancia”.
Antonia sentía la urgencia de una regla más
austera, de una pobreza más rígida, de una abnegación más perfecta. Con la
aprobación de Nicolás V, y la bendición de San Juan de Capistrano, Vicario
general, en 1447 se retiró con doce compañeras al monasterio del Corpus Domini
para observar en todo su rigor la primera regla de Santa Clara. San Juan
de Capistrano le encomendó la dirección del monasterio para que fuera modelo
del nuevo espíritu “observante” también en la Segunda Orden, rama femenina
franciscana.
Por muchos años fue superiora modelo,
reformadora de las costumbres, ejemplo de virtudes y de obediencia. Sufrió
desventuras y calumnias pero no la postraron. Venció sus propias tribulaciones
curando las ajenas. Al acercarse la muerte, llamó a sí a sus cohermanas para
recomendarles la exacta observancia de la regla y la caridad fraterna. Tenía 71
años cuando murió, el 28 de febrero de 1472. La ciudad de Aquila la veneró como
santa desde su muerte.
Febrero 28/29: Venerable
Caridad Brader (1866‑1943). Virgen, fundadora de las Hermanas
Franciscanas de María Inmaculada. Declarada venerable en 1999.
Nacida en Kalbrum, S.G., Suiza, el 15 de agosto de 1860, bautizada con
el nombre de María Josefa Carolina, hija de Sebastián Brader y Carlona Zahner.
Hija única. Ingresó al convento de Maria Hilf a la edad de 20 años, y tomó el
nombre de María Caridad del amor del Espíritu Santo. Profesó el 22 de agosto de
1892. Al sentir la llamada misionera formó parte del grupo liderado por Sor
Bernarda Bütler para viajar a Portoviejo, Ecuador, a pedido del obispo Mons.
Pedro Schumacher; salieron de Suiza el 19 de junio de 1888, y llegaron al
Ecuador el 3 de agosto, a la localidad de Chone. Trabajan en la catequesis, la
enseñanza, atención a los enfermos, en un proceso de inculturación progresiva
para mejor servir. Vicaria de la Madre Bernarda, fue luego designada por ella
como Superiora de dos hermanas y cuatro novicias para fundar en Túqueres,
Colombia, a donde llegan el 31 de marzo de 1893. La nueva fundación se
convierte en la nueva congregación de Hermanas Franciscanas de María
Inmaculada, con sede en Túquerres, sede que en 1927 se traslada a Pasto. En
1928 se establece la adoración perpetua del Santísimo Sacramento, día y noche,
en la casa madre de Pasto. Muere en Pasto el 27 de febrero de 1943. Declarada
Venerable por Juan Pablo II el 28 de junio de 1999. Beatificación en trámite.
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