martes, 4 de abril de 2017

Santoral Franciscano: Agosto

Agosto 1: Beato Francisco Pinazzo. Religioso y mártir de la Primera Orden (1812‑1860). Beatificado por Pío XI el 10 de octubre de 1926.
Francisco Pinazzo nació en Alpuente, provincia de Valencia, España, el 24 de agosto de 1812, de padres pobres pero ricos en fe. Pasó su juventud en los campos y bosques pastoreando rebaños. A ejemplo de San Pascual Bailón, de San Salvador de Horta, San Carlos de Sezze y muchos otros que aprendieron a elevarse a Dios desde el gran libro de la creación.
A los doce años murió su padre, y la madre por necesidad familiar debió pasar a segundas nupcias. Por fortuna Francisco tuvo en él un padre prudente, religioso y cordial. A los 20 años un desengaño amoroso le hizo tomar una gran decisión: renunciar al mundo y al amor terreno para consagrarse a Dios.
En el convento de Huelva tomó el hábito en la Orden de los Hermanos Menores como hermano no clérigo. Durante 13 años disfrutó de una gran paz, feliz por su gran realización. Un año fue sacristán en el monasterio de Gandía. En 1843 obtuvo permiso para partir como misionero al Oriente. En Palestina estuvo 17 años en los diversos santuarios de AinKarem, Jaifa, Nazaret, Nicosia de Chipre y finalmente en Damasco.
Los hermanos Francisco y Juan Santiago Fernández en el momento del peligro habían buscado refugio en el campanario de la iglesia, pero pronto fueron alcanzados por los musulmanes. Los dos mártires se arrodillaron en actitud de oración, con las manos elevadas al cielo, los musulmanes les destrozaron la columna vertebral, luego los arrojaron desde el campanario al patio. Sus cuerpos permanecieron en tierra, como objeto de desprecio por parte de la turba, llena de odio contra los cristianos, mientras su espíritu volaba al cielo entre los coros de los santos mártires.
Alrededor del convento franciscano de Damasco gracias al apostolado de los religiosos, y a su laboriosidad, se había creado cierta prosperidad. La masacre hubiera sido más terrible si a favor de los cristianos no hubiera intervenido el mismo Emir Abd‑el‑kader. Aunque musulmán, apreciaba la obra de los misioneros franciscanos y estuvo muy triste por no haber podido impedir la masacre del 10 de julio.
Reconociendo su buena fe, el francés Lavigerie, algunos meses después, fue a visitar al Emir y le dirigió estas palabras: “El Dios a quien sirvo indudablemente es el mismo Alá tuyo, que te ha inspirado tanta piedad y generosidad”. Palabras que hoy, después del Concilio Vaticano II han adquirido mayor claridad, pero que la Iglesia nunca ha dejado de proclamar, especialmente con la sangre de sus mártires. Tenía 48 años.
Agosto 2: Santa María de los Angeles de la Porciúncula. Dedicación de la Basílica patriarcal. Indulgencia plenaria del Perdón de Asís.
El Seráfico Padre San Francisco por su singular amor a la Bienaventurada Virgen María, tuvo siempre particular cuidado de esta capillita dedicada a Santa María de los Angeles, llamada también Porciúncula. Aquí fundó la Orden de los Hermanos Menores y fijó una morada estable para sus Hermanos; aquí dio comienzo con Santa Clara a la Segunda Orden de las Clarisas, aquí recibió a los hermanos y hermanas de la penitencia de la Tercera Orden que llegaban a él de todas partes. Aquí concluyó el curso de su vida admirable, que mejor se habría de cantar en la gloria del cielo.
Para esta capilla el Santo fundador obtuvo del papa Honorio III la célebre indulgencia llamada también del Perdón de Asís, que los Sumos Pontífices confirmaron sucesivamente y extendieron a numerosas otras iglesias. Por estos gloriosos recuerdos la Orden Seráfica celebra con gozo la fiesta de Santa María de los Angeles.
La narración del gran acontecimiento del Perdón de Asís nos afirma que una noche de julio de 1216 el Santo Pobrecillo estaba en la Porciúncula absorto en oración por los pobres pecadores. Cuando de repente una gran luz iluminó la pobre iglesita y sobre el altar aparecieron Jesús y María entre un coro de Angeles. Jesús le habló así: “Francisco, me has rogado tanto por los pobres pecadores y he venido a ti: ahora, por su salvación puedes pedirme la gracia que más desees”. Respondió San Francisco entre lágrimas: “Oh Señor, yo no soy más que un pobre pecador, pero de todos modos te pido, oh Jesús, que a todos los que, arrepentidos y confesados, vengan a visitar esta iglesita, les concedas un perdón general de sus culpas”. Sonrió dulcemente Jesús y sonrió María. Entonces Francisco se dirigió a María y le habló así: “Oh celestial abogada del género humano, yo te ruego obtener de tu divino Hijo esta grandísima gracia”. La Virgen habló a su Hijo y Jesús respondió así: “Hermano Francisco, realmente es grande la gracia que me pides, pero eres digno aun de mayores gracias y las tendrás; por tanto acojo tu oración, con la condición de que vayas a mi Vicario en la tierra a pedirle de mi parte esta indulgencia”. El Pontífice muy gustoso condescendió a los deseos de Jesús, y por tres veces le repitió la concesión. Francisco comunicó la gran Indulgencia del Perdón a la inmensa turba que el 2 de agosto de 1216 se reunió en Santa María de los Angeles, comenzando con aquellas memorables palabras: “Quiero enviaros a todos al Paraíso!”.
Con frecuencia decía San Francisco a sus Hermanos: “Guardaos, hermanos, de abandonar este lugar, si os arrojan por una parte, volved a entrar por otra. Este lugar es verdaderamente santo, habitado por Dios. Aquí el Señor multiplicó nuestro pequeño número y aquí iluminó los corazones de sus pobres con la luz de su divina sabiduría.
Agosto 3: Beato Juan Santiago Fernández. Religioso y mártir de la Primera Orden (1808‑1860). Beatificado por Pío XI el 10 de octubre de 1926.
Juan Santiago Fernández nació en Galicia (España) hijo de Benito y María Fernández el 25 de julio de 1808, día consagrado al apóstol Santiago, patrono de España. Transcurrió la infancia y la juventud en el santo temor de Dios, dedicado al estudio y luego al trabajo manual. Tenía 22 años cuando, habiendo conocido el mundo, tomó el hábito de los Hermanos Menores. Terminado el año de noviciado, emitió la profesión religiosa para tender a la perfección seráfica. Eran años difíciles para las Ordenes religiosas; vejaciones y supresiones habían cerrado conventos y devuelto al mundo a los religiosos. Juan Santiago conservó íntegra su vocación franciscana a pesar de todo, convencido de que no es el hábito el que hace al monje.
En 1859 pidió y obtuvo permiso para ir como misionero a Palestina. Después de sólo 16 meses inmolaba su vida por el Señor en el convento de Damasco. En 1860 hubo en Siria una terrible carnicería por obra de los drusos, que habitaban en el Líbano; ellos destruyeron poblados, campos y viñas y mataron a todos los cristianos que encontraron (cerca de seis mil), sin perdonar siquiera a los niños. En Damasco, junto con los Mahometanos, los drusos pasaron a sangre y fuego las iglesias y las casas de los católicos.
Entre los numerosos mártires, hubo siete franciscanos del convento de Damasco, que murieron heroicamente con su guardián el Beato Manuel Ruiz, después de haberse encomendado a María Santísima y alimentados con el Pan de los fuertes, la noche entre el 9 y el 10 de julio de 1860.
Juan Santiago junto con el cohermano Francisco Pinazzo, había buscado refugio en el campanario, pero fueron descubiertos por los drusos, quienes subieron a la torre de las campanas. A las órdenes de abandonar la fe y hacerse musulmanes, ellos respondieron: “Tenemos una sola alma y nunca la perderemos negando nuestra fe. Somos cristianos y religiosos franciscanos y como tales queremos vivir y morir!”. A tan heroica respuesta lo agredieron a golpes de maza hasta quebrarle la columna vertebral y luego lo arrojaron al patio. Sobrevivió hasta la mañana en medio de indecibles sufrimientos. Por la mañana pasó por allí un turco, se dio cuenta de que el religioso todavía estaba vivo, agonizante, con los miembros fracturados, bañado en su propia sangre, y lo remató con su cimitarra.
Así Juan Santiago Fernández, la última víctima, alcanzó en el cielo a sus hermanos que ya gozaban de la gloria de Dios. Toda la Fraternidad de Damasco había sido inmolada por la fe y había entrado al Paraíso. La Custodia franciscana de Tierra Santa escribía con caracteres de oro una nueva página de sangre y de triunfos.
Agosto 4: San Juan María Vianney. Sacerdote párroco de Ars, de la Tercera Orden (1786‑1859). Canonizado por Pío XI el 31 de mayo de 1925.
Juan María Vianney nació el 8 de mayo de 1786 en Dardilly, cerca de Lión, hijo de Mateo y María Béluze. Su infancia estuvo marcada por los acontecimientos trágicos de la revolución francesa. En 1799 recibió clandestinamente la Primera Comunión en una casa privada. Recibió de su propia madre la instrucción religiosa. Por su deseo ardiente de ser sacerdote, sostuvo una dura lucha para tener éxito en los estudios. El amor a veces puede más que el ingenio. Y era enorme su amor por las almas.
El 13 de agosto de 1815, después de enormes dificultades que parecían insuperables a causa de los obstáculos que había encontrado en los estudios, fue ordenado sacerdote. Al comenzar el 1800 inesperadamente brilló una nueva luz en toda Francia, apenas pasado el huracán napoleónico que había dejado por todas partes ruinas materiales y espirituales. En 1818 Juan María tenía 32 años y los superiores, por la escasez de sacerdotes, le confiaron la parroquia de Ars, un rincón donde ningún sacerdote había logrado hacerse querer. El llegó como buen hijo de San Francisco, humildemente, a pie como un pobre entre los pobres y pronto logró conquistar aquellas almas. El espíritu franciscano que había asimilado al entrar en la Tercera Orden de la penitencia lo sostuvo y lo guió en el ministerio pastoral.
Su confesionario, donde, sosteniendo a veces luchas cuerpo a cuerpo con Satanás, permanecía hasta 18 horas diarias, se convirtió en una especie de altar de misericordia, a donde comenzaron a acudir de todas partes de Francia y de Europa los pecadores para rehacer su vida.
El Santo Cura de Ars nunca salió al atrio para llamar a la gente, nunca corrió por las calles para sacudir la indiferencia de los parroquianos, nunca les hizo un reproche. De rodillas ante el tabernáculo y ante la imagen de la Virgen permanecía largo tiempo en oración, comiendo apenas lo necesario para vivir, durmiendo unas pocas horas en la noche. Aunque distraídos y despreocupados, los parroquianos comenzaron a acudir, y viendo al Párroco arrodillado, se arrodillaban también con él, y oraban con él. Antes de dos años Ars se convirtió en meta de peregrinaciones de todas partes de Francia y de Europa. El sacerdote tardo, que en un primer momento no había tenido facultades para confesar, se convirtió en el confesor de los más obstinados pecadores, que en Ars encontraron la luz de la fe.
Los peregrinos acudían antes del amanecer a aquella iglesia que treinta años antes se había encontrado vacía: “Dime dónde está Ars y yo te indicaré el camino del cielo”, le había dicho San Juan María a un pastorcito antes de llegar a su parroquia. El camino del cielo se lo había señalado él a millares de almas, y también se lo indicó a aquel pastorcito, que pocos días después de la muerte de su Párroco lo alcanzó en el cielo. El Santo murió el 4 de agosto de 1859 a los 73 años.
Agosto 5: Beato Federico Janssoone, sacerdote misionero de la Primera Orden (1838‑1916). Beatificado por Juan Pablo II el 25 de septiembre de 1988.
Federico Janssoone es una personalidad fuera de lo común. Se comprometió a fondo por el evangelio, en la fidelidad al carisma franciscano. Fue todo de Dios y todo del prójimo, desarrolló su apostolado en tres campos: en su patria, Francia, en la Custodia de Tierra Santa, donde en Belén sobre la cuna de Jesús construyó la Basílica de Santa Catalina, y en Canadá, su segunda patria, donde fue restaurador y difusor de la Orden Franciscana. Ha sido comparado con San Francisco por la austeridad de su vida, su extrema pobreza, su dinamismo apostólico, los prodigios de conversiones de personas a quienes él condujo definitivamente a Cristo, y su asiduidad en la oración, que lo mantenía unido al Señor.
Son numerosas sus realizaciones, proyección de su fe y de su carisma sacerdotal. Entre ellas se destacan el Santuario de la Virgen del Rosario de Cap La Madeleine, convertido en templo de la adoración perpetua de Quebec; los monumentales Via crucis erigidos por él en diversos lugares, la promoción de la Orden Franciscana seglar; la difusión y el incremento de la devoción al S. Corazón de Jesús, a María, a San José y especialmente a la Eucaristía con la Santa Misa y la adoración eucarística.
Federico Janssoone nació en Ghuvelde, diócesis de Lila, Francia, el 19 de octubre de 1838 hijo de Pedro y de María Isabel Bollenger, de buena situación económica y de sólida fe cristiana. A la edad de 14 años recibió la Primera Comunión, después de una larga preparación. Realizó brillantemente los estudios elementales, de gimnasio y liceo. Sintiéndose llamado al sacerdocio ingresó en el seminario. Después de la muerte de su padre, la familia lo llamó a casa a causa de las dificultades económicas. Por algún tiempo fue vendedor ambulante de telas, de pueblo en pueblo.
En 1861, al quedar también huérfano de madre, a la edad de 26 años, ingresó al noviciado de los Hermanos Menores en Amiencomprometiéndose a observar el evangelio y la regla franciscana. El 7 de agosto de 1870 fue ordenado sacerdote. Primero fue capellán militar durante la guerra entre Francia y Alemania. Luego fue enviado a Bordeaux a fundar y dirigir allí un nuevo convento. Después fue trasladado a París, para atender a la obra de Tierra Santa, cuyos santuarios están encomendados a los franciscanos. En 1876 fue a la Tierra de Jesús. En Palestina permaneció hasta 1881, con el cargo de Vicario de la Custodia Franciscana. Luego fue enviado al Canadá donde se estableció en Trois‑Rivières. El 4 de agosto de 1916 la hermana muerte vino a recoger su espíritu para llevarlo a la visión radiante de Dios. Tenía 78 años de edad.
Agosto 6: Beato Francisco de Pésaro. Ermitaño de la Tercera Orden (1270‑1350). Aprobó su culto Pío IX el 31 de marzo de 1859.
Francisco Zanferdini nació en Pésaro, hacia 1270 y fue bautizado con el nombre de Juan; al perder a sus padres siendo joven, después de distribuir a los pobres sus bienes, siguió la regla de la Tercera Orden franciscana. Primero vivió un tiempo en el eremitorio de Montegranaro, en oración y penitencia; luego, deseoso de difundir el culto a la Virgen, regresó a Pésaro y construyó una pequeña capilla en su honor y colocó allí una imagen de la Virgen muy venerada.
Construyó una segunda capilla en Montegranaro y luego fundó en el Monte Accio cerca de Pésaro, un convento, donde transcurrió gran parte de su vida y recibió otras persoans como él deseosas de perfección.
Como ardiente terciario franciscano, no sólo practicaba la penitencia, sino que se dedicaba a las obras de caridad, recogía limosnas para ayudar a los pobres, para restaurar iglesias y hospitales, para ayudar a sus cohermanos. Curado de una grave enfermedad, quiso mostrar a Dios su agradecimiento yendo en peregrinación a Asís para ganar la indulgencia de la Porciúncula. Al regresar a Pésaro, siempre más deseoso de prodigarse por el prójimo, con su conciudadana Miguelina de Pésaro, también ella terciaria franciscana, fundó en 1347 la cofradía de la Anunciación para la asistencia a los enfermos y la sepultura de los muertos. Aunque atraído por el apostolado de la caridad para con los que sufren y los humildes, de cuando en cuando iba a reponerse en el primitivo eremitorio de Montegranaro, donde el 5 de agosto de 1350 a los 80 años de edad, expiró serenamente, dejando a sus discípulos como testamento espiritual preciosas enseñanzas.
La noticia de su muerte se difundió rápidamente en la ciudad y en los campos, y se reunió alrededor de su cadáver una multitud de devotos en demostración del alto concepto que tenían de su santidad. Su tumba muy pronto se convirtió en meta de peregrinaciones de fieles que lo invocaban y obtenían favores. Después de no mucho tiempo, por voluntad de los mismos ciudadanos, su cuerpo fue trasladado solemnemente a la catedral de Pésaro y sepultado bajo el altar mayor.
En Pésaro el humilde Beato, el modesto terciario, el ingenuo taumaturgo fue honrado como un gran santo, un personaje popular, émulo del Santo de Asís, cuyas huellas siguió con la diferencia que hay entre el nombre noble y célebre de San Francisco de Asís y el nombrecillo casi burlesco de Cecco, con que los Pesarenses acostumbraban llamarlo.
Agosto 6: Beata María Francisca de Jesús (Ana María) Rubatto (1844‑ 1904) Fundadora de las Hermanas Capuchinas de la M. Rubatto. Beatificada el 10 de octubre de 1993, por Juan Pablo II.
Nació Ana María Rubatto en Carmagnola, hija de Juan Tomás y Catalina Pavesio, bautizada el 14 de febrero de 1844, séptima de ocho hijos. Crece en un ambiente de fe y caridad activa. Al quedar huérfana a los veinte años de edad, se traslada a Turín a vivir en casa de su hermana casada, y dedica el tiempo que le dejan los estudios, a la oración y a la caridad. Se entrega al servicio de los necesitados de toda clase, en los Oratorios de Don Bosco, la Piccola Casa della Providenza de don Cottolengo, el Hospital de San Juan, las Damas de San Vicente. Desde muy joven hizo voto de virginidad. Una mujer rica y piadosa, Mariana Scoffone, atraída por la bondad y el buen comportamiento de la muchacha, la tomó como hija adoptiva y la llevó a vivir consigo para compartir ratos de oración y buenas lecturas.
Al morir la señora Scoffone, regresó donde su hermana. En verano iba a Loano, donde se atrajo la estimación de todos por su servicialidad, ayudaba a los pescadores a remendar las redes, socorría a los enfermos y sacaba tiempo para atender a los niños de la calle para enseñarles los primeros elementos de la fe.   Estando ocasionalmente en Loano, una piedra caída de una construcción hirió a un joven trabajador, ella se consagró a curarlo. Providencialmente fue llamada a dirigir el hospital que se construía en el lugar donde la piedra hirió al joven trabajador. Fue la ocasión para fundar el nuevo Instituto religioso, las Hermanas Terciarias Capuchinas de Loano, con la finalidad de asistir a los enfermos en sus casas e impartir educación cristiana a la juventud. 
El 23 de enero de 1885 tomó el hábito con otras compañeras, y el 17 de septiembre de 1886 hizo los votos religiosos con el nombre de María Francisca de Jesús. Su caridad la lleva a buscar la forma de atender a las necesidades de todos: pescadores, jóvenes campesinas que buscan trabajo en la ciudad, le encanta buscar soluciones nuevas para los problemas que se van perfilando al final del siglo. Alentada por el P. Angélico de Sestri Ponente, capuchino, se embarca para América y en Uruguay y Argentina funda escuelas, hospitales, ayuda en las misiones y toda clase de servicios. Invitada por los capuchinos a fundar una misión en la selva brasileña, ella misma acompaña a las primeras hermanas, que más tarde, estando ella aún viva, caen como protomártires de la Congregación.
Muere en Montevideo a los 60 años de edad después de haber gastado su vida al servicio del prójimo. Su cuerpo reposa en Montevideo, Uruguay. (Su fiesta se celebra el 8 de agosto).


Agosto 7: Beatos Agatángel de Vendome y Casiano de Nantes. Sacerdotes y Mártires de la Primera Orden († 1638). Beatificados por San Pío X el 1 de enero de 1905.
Agatángel nació en Vendome, provincia de Tours, Francia, de familia distinguida, el 31 de julio de 1598. Conoció a los Hermanos Menores capuchinos que acababan de llegar a su región, donde su padre era presidente del tribunal y administrador del convento. Todavía joven manifestó su vocación religiosa y fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos donde profesó en 1620. Terminados los estudios fue ordenado sacerdote.
En sus primeros años de sacerdocio se encontró con el P. José Leclerc, famoso consejero del cardenal Richelieu, que había proyectado un vasto plan de evangelización. Agatángel fue escogido como candidato para la misión de Siria. Al llegar a Alepo en 1629, encontró allí musulmanes, greco‑ortodoxos, armenios y en número muy reducido, también católicos. Con obras de beneficencia, conversaciones familiares y catequesis elementales logró rápidamente buenos resultados en su apostolado, obstaculizado bien pronto por celos. Pasó luego a la misión del Cairo en calidad de superior, allí trabajó diligentemente por la unión de los Coptos con la Iglesia Católica.
Destinado por la providencia a abrir el campo misional a otros, el 27 de septiembre la Sagrada Congregación le encomendó la responsabilidad de la expedición misionera a Etiopía, compuesta por otros tres sacerdotes capuchinos: el Beato Casiano de Nantes, Benedicto y Agatángel de Moriaix.
Casiano nació en Nantes el 15 de enero de 1607, de la rica familia portuguesa Lopes‑Netto. Pronto mostró una índole dócil, inclinada a las prácticas de devoción y a un fervor religioso admirable en un niño. A los 17 años fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos en la Provincia de París y, emitidos los votos religiosos en 1624, concluyó los estudios eclesiásticos en Rennes, donde fue ordenado sacerdote y donde pasó los primeros años de ministerio, asistiendo a los enfermos de peste en 1631. Pidió ser destinado a las misiones y los superiores lo enviaron a Etiopía. En El Cairo se encontró con el Beato Agatángel de Vendôme y con él compartió las fatigas apostólicas.
Temperamento vivo, abierto y sensibilísimo a los sufrimientos ajenos, se dedicó con celo al apostolado, cultivando sobre todo una filial predilección por la Virgen, cuyo rosario y oficio rezaba todos los días.
Desde su encuentro con Fray Agatángel hasta su heroica muerte, los dos Capuchinos trabajaron y se sacrificaron siempre juntos con el ánimo unido en un mismo ideal de virtud y de apostolado. Los dos celosos misioneros trabajaron juntos tres años en El Cairo, la gran capital de Egipto, interesándose especialmente por la conversión de los Coptos. Extendieron su actividad hasta los lejanos monasterios de San Antonio Abad y de San Macario en Nitra.
En Etiopía la Iglesia católica había logrado un inesperado desarrollo que culminó en la conversión del mismo emperador, y esto especialmente por obra de los misioneros jesuitas. La fe de Roma se extendió también bajo el gobierno de Stefan Sagad I. Tanto florecimiento de conversiones fue frenado y destruido casi repentinamente por Atié Fassil, cuya consigna era: “Primero bajo la Meca de los musulmanes que bajo la Roma de los católicos”. Nuestros misioneros decidieron por esto llevar ayuda a tantos pobres hermanos de fe perseguidos por el impío emperador. Se proveyeron de documentos del Patriarca copto de Alejandría. La prudencia les sugirió a los cuatro misioneros dividirse de dos en dos. Agatángel y Casiano, el 23 de diciembre de 1637 partieron para Etiopía; el largo viaje duró tres meses. Al llegar a los límites de Etiopía, fueron descubiertos y encarcelados en Deboroa porque los creyeron espías y conspiradores contra el emperador y el obispo abisinio Malario.
El gobernador de Deboroa había recibido orden del emperador de Etiopía, instigado por súbditos herejes, de arrestar a los dos religiosos europeos que venían de Egipto. Llevados a su presencia y recibidos con insultos, los hizo encerrar en horrible prisión como transgresores de las órdenes imperiales, que prohibían a los católicos entrar en territorio abisinio. Los dos mansos hijos de San Francisco no se abatieron: mostraron los documentos del patriarca copto de Alejandría. Después de pocos días fueron conducidos a Gondar con los brazos encadenados y atados a la cola de un caballo. También en Gondar fue dura y penosa la prisión. El Abuna Macario, fingiéndose amigo del Beato Agatángel y el luterano Pier Leone, enemigo jurado de Agatángel, que hipócritamente se había hecho monje copto, tramaron en la corte imperial con acusaciones y calumnias para lograr la muerte de los indefensos misioneros. En el proceso, dominado por el sectarismo religioso y por la perfidia del falso Pier Leone, los dos misioneros católicos fueron condenados a muerte, como transgresores de las órdenes imperiales que prohibían a los católicos el ingreso a Etiopía. Conducidos ante el emperador fueron interrogados sobre su fe. Agatángel respondió: “Estoy listo para morir por la fe, no renegaré jamás de ella!”. El 7 de agosto de 1638 en Gondar, expuestos a las burlas de la turba, fueron suspendidos con lazos y lapidados bárbaramente por el furor popular. Agatángel tenía 40 años y Casiano 31.
Agosto 8: Santo Domingo de Guzmán. Sacerdote fundador de los Hermanos Predicadores (1170‑1221). Canonizado por Gregorio IX el 3 de julio de 1234.
Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de los Hermanos Predicadores, nació en Calaruega, diócesis de Osma, España y desde su juventud ejercitó virtudes no comunes. Estudió teología y fue elegido canónigo de la iglesia de Osma
Ordenado Sacerdote, promovió la defensa de la fe católica especialmente contra los herejes Albigenses, con la predicación y con el ejemplo de su vida. Este objetivo atrajo a su alrededor a otros predicadores a los cuales dio una regla y fueron el primer núcleo de la Orden Religiosa de los Dominicanos. Es memorable su encuentro con San Francisco. Mientras oraba en San Pedro en el Vaticano, en Roma, tuvo una visión: la Virgen Santísima se le apareció en el actitud de presentar ante su Hijo, disgustado por las culpas de los hombres, dos hombres que sostendrían la Iglesia de Dios. En uno se reconoció a sí mismo; pero deseaba mucho conocer al otro predestinado para tan gran tarea. A la mañana siguiente reconoció bajo los harapos de un pobre religioso al segundo hombre: era Francisco de Asís. Los dos Santos se abrazaron, y así echaron las bases para una amistad que se perpetuaría entre las dos Ordenes.
Domingo había pasado serena y santamente el primer período de su vida como canónigo, cuando, un viaje a través de Provenza le hizo conocer cuán difundidas estaban las herejías de los cátaros y de los albigenses. Los religiosos por él formados debían ser pobres para no despertar en los herejes sospecha de un interés material; y debían ser estudiosos para combatir el error y ser benévolos con los descarriados.
Fue un hombre de intensa oración, asiduo en el estudio, incansable en la predicación, paciente en las contrariedades, valiente en la búsqueda y en el llamamiento a los errantes, quienes inclusive intentaron asesinarlo. Caminaba a pie descalzo, dormía en tierra, ayunaba, se flagelaba, convencido de que sus sacrificios contribuían a la salvación de las almas que quería arrebatar al error.
Un discípulo, después de una admirable predicación suya, le preguntó qué libros había consultado para tener tanta sabiduría. Le respondió: “Hijo mío, he estudiado el libro de la caridad de Dios y este libro enseña todo”.
He aquí su retrato según nos ha sido transmitido por los biógrafos: estatura mediana, cuerpo delgado, hermoso rostro y ligeramente colorado, cabellos y barba ligeramente rojos, ojos limpios y brillantes. Su rostro irradiaba una luz que suscitaba en todos reverencia y afecto. Siempre estaba alegre y sonriente. Tenía voz fuerte, clara y sonora, que en la predicación asumía una tonalidad de gran orador. Llevaba continuamente consigo el Evangelio de Mateo y las cartas de San Pablo y meditaba tan largamente estas últimas, que llegó a saberlas casi de memoria. Dos o tres veces fue elegido Obispo, pero siempre lo rehusó, queriendo vivir con sus hermanos en pobreza. Conservó sin mancha hasta la muerte el esplendor de su virginidad. Murió en Bolonia el 6 de agosto de 1221 a los 61 años.
Agosto 9: Beato Vicente de L’Aquila. Religioso de la Primera Orden (1435‑1504). Aprobó su culto Pío VI el 19 de septiembre de 1787.
Vicente nació en Aquila, en los Abruzos, hacia 1435. A los 14 años ingresó en la Orden de los Hermanos Menores en el convento de San Julián, fundado por el Beato Antonio de Stroncone, cerca de las puertas de la ciudad. Admitido al noviciado y hecha la profesión de los votos perpetuos pasó los primeros años de su vida conventual retirado en una cabaña en el bosque del convento, que sólo abandonaba para cumplir los oficios que le asignaban, especialmente el de zapatero, quizás su profesión primera.
Era tanta su aplicación a la oración, que Fray Marcos de Lisboa dejó escrito acerca de él: “Vicente permanecía abstraído y elevado en el aire y su cuerpo quedaba tan privado de los sentidos como si estuviera muerto”. Los superiores al verlo tan ejemplar, para apartarlo de la excesiva mortificación, lo dedicaron a pedir limosna. Entre las personas que se inspiraron en su santidad debemos recordar a la jovencita Matía di Luculi, quien después fue religiosa agustiniana en Aquila, con el nombre de Sor Cristina, y hoy es venerada en los altares con el título de Beata.
Vicente fue enviado al convento de Penne, luego por 10 años al de Sulmona; de ahí regresó definitivamente a San Julián del Aquila. Se relacionaron con él en busca de consejos el príncipe de Capua, la reina Juana, segunda mujer de Fernando I y hermana de Fernando el Católico, rey de España. Predijo la corona real al duque de Calabria, primogénito de Fernando I de Aragón.
Un mal que de tiempo atrás afligía a Vicente se iba agravando cada vez más, hasta impedirle salir de su pobre celda. Él soportó todo con gran resignación y con la serenidad de los Santos. La tarde del 7 de agosto de 1504 expiró serenamente en el Señor, amorosamente asistido por sus cohermanos. La Beata Matía Ciccarelli, desde su ventana vio iluminarse el convento de San Julián con un gran esplendor y el alma de su director espiritual volar al cielo acompañada de una turba de ángeles. Tenía 69 años de edad. Fue sepultado en la iglesia de San Julián junto al Aquila. Su cuerpo incorrupto se conserva en una artística urna.
Agosto 10: Beato Juan de la Verna. Sacerdote de la Primera Orden (1259‑1322). León XIII el 24 de junio de 1880 aprobó su culto.
Juan de la Verna nació en Fermo, en las Marcas, en 1259 de familia acomodada. A la edad de 10 años fue encomendado a los canónigos regulares de San Agustín, pero después prefirió ingresar entre los Hermanos Menores para satisfacer su deseo de vida retirada y penitente. Su decisión coincidió con un período de inquietud en la Orden de los Hermanos Menores de las Marcas. En este ambiente fue escrito por un marquesano de la misma circunscripción de Fermo, el célebre libro de “Las Florecillas de San Francisco”. El autor de las “Florecillas” dedicó algunas narraciones al Beato Juan de la Verna, a quien en varios lugares declara haber conocido.
Aspirando a una mayor soledad Juan abandonó en 1292 a sus cohermanos de las Marcas para retirarse a la Verna, la montaña donde San Francisco buscó refugio y recibió los estigmas. Su larga permanencia en el santo monte hasta su muerte le dio el apelativo de “Juan de la Verna”.
Un día, estando en oración, se le apareció San Francisco y le dijo: “He aquí, hijo mío, los Estigmas que deseas ver!” y le mostró las manos, los pies y el costado dejándolo inundado de celestial consuelo. Por tres meses gozó de la presencia habitual de su Angel custodio que lo visitaba en su celda y hablaba con él de la Pasión del Salvador y de los gozos del cielo. En la Verna, entre las muchas capillas también está la del Beato Juan de la Verna antecedida de un murito que encierra un pequeño espacio rectangular. Varias veces fue visto en aquel lugar paseándose y hablando familiarmente con Jesús. Tenía gran devoción a las almas del Purgatorio, elevaba al Señor fervientes oraciones en sufragio de ellas; entre otras, celebrando la Misa el 2 de noviembre en la conmemoración de todos los difuntos, mientras elevaba la hostia suplicó a Dios, por los méritos de Jesús víctima, librar del Purgatorio a los difuntos, y vio una multitud de almas salir del lugar de expiación y subir al cielo. Era tanta la alegría que inundaba su corazón en la oración, que rogaba al Señor que le quitara tal dulzura.
 Los últimos años de su vida los dedicó al ministerio apostólico. Evangelizó ciudades y pueblos en la provincia de Arezzo, recorrió la mayor parte del norte y del centro de Italia: Florencia, Pisa, Siena, convirtiendo pecadores, reduciendo herejes al seno de la madre Iglesia. Hacía prodigios, tuvo el don de profecía y intuición de los corazones, leía en las mentes como en un libro abierto, recordaba a los penitentes las culpas que olvidaban al confesarse. Preparaba las predicaciones en el silencio de la oración. Decía: “Cuando predico, me persuado de que no soy yo quien habla y enseño las verdades divinas, sino Dios mismo quien habla por mí”. Fue amigo de Fray Jacopone de Todi y le administró los últimos sacramentos cuando estaba próximo a la muerte.
Juan previó la hora de su muerte, por lo cual se apresuró a regresar de Cortona a La Verna y el 9 de agosto de 1322 su bendita alma se fue a recibir en el cielo la recompensa de sus trabajos apostólicos y de sus méritos. Tenía 63 años.
Agosto 11: Santa Clara de Asís. Virgen, fundadora de la Segunda Orden (1194‑1253). Fue canonizada por Alejandro IV el 15 de agosto de 1265.
Clara Offreduccio nació en Asís el 16 de julio de 1194, del noble Favorone de Offreduccio y de Hortulana. Cuando Francisco supo del deseo de la joven Clara de conocer su vida para vivirla también ella, su corazón saltó de alegría en el Señor. Los coloquios muy pronto la llevaron a la fuga de la casa paterna y a la vestición en Santa María de los Angeles de Porciúncula. En aquella iglesita de San Damián que Francisco había restaurado con sus manos profetizando a quien le ayudaba, que allí vendrían “santas damas”, que llenarían la Iglesia con el aroma de sus virtudes, Clara bien pronto reunió en torno a sí un grupo de vírgenes entre ellas sus hermanas Santa Inés y Beatriz y su madre Hortulana, de quien fue madre, maestra y hermana. No les prometía sino la riqueza de la más austera pobreza y penitencia, y en cambio la alegría de los coloquios con Dios. La vida que llevaban en San Damián pronto fue para toda la Iglesia un ejemplo de luz y de fe, un signo espléndido de las realidades celestes que ya estaban viviendo.
Francisco amaba con predilección a Clara, como primogénita de su espíritu, plántula y alcázar de la pobreza; a ella recurrió cuando deseaba conocer la voluntad del Señor sobre la orientación que debería dar a su Orden. Le respondió: “El Señor quiere que los Hermanos no vivan sólo para sí, sino también para los demás: por tanto vida activa y vida contemplativa”.
El Seráfico Pobre dictó para las “pobres damas” de San Damián una regla basada en la más estricta pobreza. Clara, siguiendo el ejemplo de San Francisco, fue celosa guardiana de la pobreza, tanto que obtuvo del papa Gregorio IX el llamado “privilegio de la pobreza”. Clara, fue abadesa hasta su muerte, y gobernó con gran amabilidad y comprensión, pero cuidando celosamente la disciplina religiosa. Para sí usó severidad hasta el heroísmo: llevaba el cilicio, dormía en el duro suelo, hasta que el mismo San Francisco la obligó a  utilizar una estera.
Santa Clara se distinguió por el culto a la Eucaristía, al cual está ligado el episodio prodigioso de la fuga de los sarracenos, que guiados por Vital de Aversa, en 1242, asediaron a Asís y llegaron hasta el refugio de San Damián. Aunque enferma, se hizo transportar llevando en una caja de plata a Jesús Sacramentado hasta el punto más alto del monasterio frente a los sarracenos. Cuando hizo oración se oyó una voz del cielo: “Yo siempre os cuidaré y protegeré!”. Los asaltantes, fulminados por una fuerza misteriosa, abandonaron precipitadamente el sagrado recinto. Dos alegrías tuvo en su vida: besar el cuerpo estigmatizado del Pobrecillo y desde su lecho de enferma ver la celebración de la noche de Navidad, como si fuera televisión. El 11 de agosto de 1253 sonrió por última vez y murió dulcemente. Tenía 59 años. Pío XII la proclamó patrona de la televisión.
Agosto 12: Beato Luis Sotelo, de Sevilla, Obispo electo, mártir en el Japón, de la Primera Orden (1574‑1624). Fue beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Luis Sotelo, hijo de Diego y Catalina Niño, nació en Sevilla, España, el 6 de septiembre de 1574. Estaba terminando sus estudios en la universidad de Salamanca cuando fue aceptado al noviciado en el convento del Calvario de los Hermanos Menores. El 11 de mayo de 1594 hizo la profesión solemne. Al terminar los estudios de filosofía y teología fue ordenado sacerdote. En 1600, deseoso de dedicarse a la conversión de los infieles fue enviado a Filipinas, destinado al cuidado espiritual de los japoneses residentes en Dilao.
Cada mártir tiene su historia piadosa y heroica, pero la de Luis Sotelo interesa también a la historia política por la misión diplomática que él cumplió entre el Japón, España y la Santa Sede. En 1615 acompañó al embajador japonés Hasecura a España y obtuvo que se bautizara con el nombre de Felipe, en el monasterio de las clarisas de Madrid; el mismo embajador viajó a Roma, se hospedó en el convento de Aracoeli, y dos veces tuvo audiencia con Pablo V, y prometió por su rey Musamura protección a los misioneros y a los cristianos. ¿Quién iba a pensar que apenas un año después la persecución volvería a empezar y con mayor crudeza? Luis Sotelo, por contradicciones que tuvo en su patria, sólo pudo regresar al Japón en 1622, en un junco chino; ya no fue tratado como el diplomático, y en vez de ser llevado ante el emperador fue llevado prisionero a la cárcel.
El vio claramente que la persecución se hubiera podido evitar o detener si las misiones hubieran sido mejor organizadas. Desde su prisión, siete meses antes de morir, indicó en un memorial al Papa las determinaciones: 1) la formación de clero indígena, para alejar de los sacerdotes europeos la sospecha política y para que en los peligros estuvieran prestos a confortar a los fieles sin ser fácilmente reconocidos por la diferencia de raza; 2) una mejor organización jerárquica. En vez de un solo obispo, que no siempre vivía en el Japón, un obispo por cada Orden misionera, dependiente de un metropolitano. “Obispos y sacerdotes, decía él, son los huesos y los nervios del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia”. La propuesta del mártir franciscano llegó demasiado tarde, cuando la persecución estaba en su furor.
Entretanto el papa Pablo V había erigido en el Japón una nueva diócesis en la parte oriental ya evangelizada por los franciscanos. Para la nueva sede había nombrado obispo al Beato Luis Sotelo. El Nuncio apostólico de Madrid había sido encargado de consagrar al nuevo obispo. Esta consagración episcopal no pudo realizarse porque el Beato Luis ya estaba en la cárcel.
Después de dos años de prisión, transcurridos en rigurosa supervigilancia, fue condenado a muerte. El 25 de agosto de 1624 fue quemado vivo a fuego lento con otros compañeros: dos franciscanos, un jesuita y un dominicano. Tenía 50 años.
Agosto 13: Beato Santos de Montebarocchio. Religioso de la Primera Orden (1343‑1392). Aprobó su culto Clemente XIV el 18 de agosto de 1770.
Santos Brancorsini, hijo de Juan Domingo y Eleonora Ruggeri, nació en Montefabbri, cerca de Urbino, en 1343 y fue bautizado con el nombre de Juan Santos. Estudió gramática y derecho en la universidad de Urbino, pero no tomó la láurea de doctor porque se dedicó a la carrera militar.
A los 20 años asaltado por un pariente y forzado a defender su propia vida, blandió la espada y lo hirió mortalmente. Angustiado por esta involuntaria muerte, Santos renunció a la vida militar, y en 1362 entró en la Orden de los Hermanos Menores en el estado de religioso laico, en el convento de Scotaneto cerca de Montebarocchio. La penitencia y la humildad fueron sus virtudes particulares. Sus devociones, la Eucaristía, con la participación devota en la santa Misa, y la Bienaventurada Virgen María. Además de los oficios propios de su estado, por su cultura y sus virtudes que lo distinguían, tuvo el oficio de maestro de novicios hermanos laicos.
Movido por el espíritu de expiación pidió a Dios sufrir los dolores que había causado a su pariente en el mismo punto en que lo había herido. Fue escuchado. En una llaga ulcerosa que se le formó en la pierna derecha, de la cual nunca más se curó. Los biógrafos le atribuyen muchos dones extraordinarios y milagros.
Una vez, encargado de cortar leña en el bosque vecino, el asno quedó por la noche en campo abierto y fue víctima de un feroz lobo que lo destrozó. Por la mañana el Beato Santos, que se dio cuenta de lo sucedido en la noche, llamó a sí a la bestia feroz, le echó al cuello su cordón y le ordenó de parte de Dios, reparar el mal cometido sometiéndose a llevar la leña del bosque al convento. El lobo se hizo dócil y obediente, y por muchos años continuó prestando su servicio a los religiosos, que se declaraban felices y honrados por un tal servicio.
Aunque era consciente de que lo acaecido con su pariente no había sido voluntario, sin embargo, movido por el deseo de expiar el daño, pidió al señor poder sufrir lo que había sufrido su pariente en el mismo punto en que lo había herido. Fue escuchado, pues en la pierna derecha se le abrió una llaga que lo atormentó con fuertes dolores hasta su muerte.
Un día Francisco Malatesta, duque de Urbino se encontró con el Beato Santos y le pidió que obtuviera del Señor que sus tierras fueran libradas de una verdadera invasión de langostas, ratones y otros animales nocivos que devastaban los campos. El devoto hermano se arrodilló, levantó los brazos al cielo y oró. Y he aquí que estos insectos y animales nocivos en breve tiempo fueron a arrojarse en el mar vecino.
Además de los oficios ordinarios, debido a su cultura fue nombrado maestro de los novicios laicos. La santidad del Beato Santos atrajo al convento de Scotoneto verdaderas turbas de pueblo, ansioso de ver al hombre de Dios, de oír su inspirada palabra, para pedirle gracias y favores. Para todos tenía una palabra de aliento y de consuelo. Dios lo glorificó con éxtasis y arrobamientos espirituales. Fervoroso devoto de la Santísima Virgen, durante toda su vida difundió su culto. Pidió a la Virgen Santa que lo llamara a Dios el día de su gloriosa Asunción al cielo. De hecho la noche del 14 al 15 de agosto de 1392, después de haber recibido la última bendición de su superior, a los 49 años de edad su santa alma voló gozosa a la gloria del cielo.
= Agosto 13: Sierva de Dios Armida Barelli. Virgen de la Tercera Orden (1882‑1952). Cofundadora de la Universidad del Sagrado Corazón y de las misioneras de la Realeza. En proceso de beatificación.
Armida Barelli nació en una familia de la burguesía acaudalada de Milán. Hizo sus estudios en el Instituto de Santa Cruz de Menzingen (Suiza), lo cual le permitió hablar correctamente el francés y el alemán. En 1913, después de no pocas vacilaciones interiores, hace la ofrenda perpetua de sí misma a Dios para el apostolado en el mundo. Desde entonces marcha segura, bajo la guía del Padre Arcángel Mazzotti, más tarde arzobispo de Sassari y que será su director espiritual hasta su muerte. Entra a formar parte del grupo espiritual del Padre Agustín Gemelli, Mons. Francisco Olgiati y del venerable doctor Luis Necchi. El Padre Gemelli ve concretizarse en ella la idea de aquel nuevo tipo de consagración a Dios en el mundo, que luego realizará con la fundación de las Misioneras de la Realeza, agregadas a la Orden Franciscana seglar. Los años 1914‑1915 los pasó enferma en Pegli. Fue ella quien transmitió al padre Gemelli la idea de la consagración de los soldados al Sagrado Corazón y trabajó incansablemente en ello. La consagración realizada en 1917, después de largos decenios de anticlericalismo, marca en Italia el volver a acercarse de las masas católicas a la Iglesia.
Poco antes habían pasado los días de Caporetto, cuando el Cardenal Andrés Ferrari, arzobispo de Milán, le pidió organizar en la arquidiócesis el movimiento de la juventud femenina de la Acción Católica. Así se inaugura en febrero de 1918 la nueva asociación, que pronto y con grandes repercusiones espirituales se difundirá en toda Italia con el impulso de Benedicto XV, y después sobre todo de Pío XI y de Pío XII. Imposible seguir en todas sus fases el desarrollo de la juventud femenina de acción católica, que al comienzo de la segunda guerra mundial contaba con más de un millón de socias. Imposible enumerar todas las iniciativas sostenidas por Armida Barelli y valorar el peso que tuvieron los diarios por ella dirigidos para combatir el analfabetismo y dar a muchas jóvenes mujeres el valor, el sentido de dignidad y la firmeza de principios.
Junto con el Padre Gemelli es protagonista en la fundación de la universidad católica del Sagrado Corazón (1918‑1921) del Instituto de Misioneras y Misioneros de la realeza y, en 1929, de la fundación de la Obra de la Realeza de Cristo, que tiene como finalidad la difusión de la vida litúrgica. A través de vicisitudes diversas, incertidumbres, incomprensiones, hostilidades, Armida Barelli reunió a su alrededor desde 1919 una familia espiritual de laicas consagradas a Dios, las misioneras de la Realeza, que en 1948 logra el reconocimiento definitivo como instituto secular de inspiración franciscana unido a la Tercera Orden.
Después de la segunda guerra mundial Italia presenta problemas formidables y Armida al igual que en 1918, no se sustrae al compromiso de dar un sentido cristiano a la vida social, empleando toda su fuerza. Nunca como en ese período, mujeres de formación cristiana están presentes en tan alto porcentaje en el Parlamento, en los consejos comunales y provinciales y en otros organismos políticos.
Desde fines de 1947 a 1952 la vida de la Sierva de Dios Armida Barelli por parálisis bulbar progresiva, se convierte en holocausto, consumado en plena adhesión a la voluntad de Dios. Muere en Marzio (Varese) el 15 de agosto de 1952; el día de su Asunción al cielo, María Inmaculada había venido para entregar a Dios el alma de su devota hija.
Agosto 14: San Maximiliano María Kolbe. Sacerdote y mártir de la Primera Orden (1894‑1941). Canonizado por Juan Pablo II el 10 de octubre de 1982.
Maximiliano María Kolbe nació el 8 de enero de 1894 en Zdunskawola, cerca de Lodz, en Polonia central, segundo de cinco hijos. A los diez años le sucedió un hecho extraordinario. Se le apareció la Virgen mostrándole dos coronas: una blanca y la otra roja. Le preguntó cuál quería. El respondió que las quería ambas. A los 13 años entró en la Orden de los Hermanos Menores Conventuales en Leópolis. Después de los primeros estudios y el noviciado fue enviado a Roma para perfeccionarse en los estudios y obtuvo la láurea en filosofía en la Universidad Gregoriana, y de teología en la Pontificia Facultad teológica de San Buenaventura.
Inspirándose en los puros ideales marianos del franciscanismo, el 16 de octubre de 1917 con otros cohermanos, dos rumanos y cuatro italianos, fundó la “milicia de la Inmaculada”. Al año siguiente, el 28 de abril de 1918, fue ordenado sacerdote. En 1919 regresó a su patria y comenzó su apostolado mariano según el espíritu de la “Milicia de la Inmaculada’, dando vida a grupos marianos, actividades religiosas y culturales.
En 1927 fundó la “Ciudad de la Inmaculada” o “Niepokalanow”, donde se vive una intensa vida espiritual consagrada a María. Sus habitantes se dedican a toda clase de apostolados, especialmente al de la buena prensa, empleando los inventos más modernos de la técnica. Desarrolló una serie de construcciones a 40 kilómetros de Varsovia, organizando una empresa tipográfica que alcanzó un alto nivel de publicaciones: un diario con 250.000 ejemplares; 250.000 copias del boletín mensual para los jóvenes; un millón de copias del boletín “El Caballero de la Inmaculada”, y otras publicaciones y revistas, con un complejo de cerca de un millar de hermanos obreros, profesionales, técnicos, todos consagrados al trabajo de la Inmaculada y al bien del prójimo, utilizando los medios modernos: prensa, radio, cine, avión.
En 1930, ardiendo en celo por llevar a Dios a todos los hombres por medio de la Inmaculada, viajó a Oriente. Cerca de Nagasaki en el Japón fundó la segunda ciudad de la Inmaculada con los mismos objetivos de la primera, llamada Mugenzai‑No‑Sono, logrando también allí un notable desarrollo de obras en medio de poblaciones no cristianas. Del Japón pasó a la India para fundar allí un nuevo centro mariano, pero a causa de la mala salud debió renunciar. En 1936 regresó a Polonia, donde retomó la dirección de la ciudad de la Inmaculada llevándola en 1938 a su máximo desarrollo.
La segunda guerra mundial y la invasión de Polonia marcaron la destrucción de su obra. Su prisión marcó su “Via Crucis” primero en Amlitz, del 19 de septiembre al 8 de diciembre de 1939, y luego el 17 de febrero de 1941, cuando fue deportado al campo de exterminio de Auschwitz, donde ofreció su vida para salvar a un padre de familia condenado con otros nueve como represalia, en el “bunker” del hambre. Allí fue ultimado el 14 de agosto con una inyección de ácido fénico y el 15, fiesta de la Asunción, arrojado en el horno crematorio. Tenía 47 años.
Agosto 15: Asunción de la Santísima Virgen María.
Entre las fiestas de María, la de la Asunción es la principal: en ella la Iglesia festeja el cumplimiento en María del misterio pascual: María entre todas las criaturas es la primera participante de la resurrección de Cristo e introducida ya en la gloriosa felicidad de Dios, mientras la Iglesia se desarrolla en el tiempo. Signo del destino final de todos los creyentes, y por esto ya motivo de gozosa fiesta de todos nosotros, que todavía peregrinamos en la tierra, pero también signo de la marcha de los Bienaventurados, por medio de la Madre y con Ella hacia Cristo y de Cristo hacia el Padre, en quien está toda la felicidad eterna.
Fiesta de cada uno que se ve en María, pero particularmente de la Iglesia, que en su totalidad se contempla gloriosa y llevada al cielo por Jesús. También por lo tanto fiesta del cielo. Se necesita una gran fe para transportarnos hoy a aquella verdadera e inmortal fiesta en que María nos anticipa e invita al cielo, es decir, a Dios.
Cuando el primero de Noviembre de 1950 el papa Pío XII proclamó solemnemente dogma de fe la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma al cielo, puso el sello del Espíritu Santo sobre una verdad que desde los primeros siglos del cristianismo era creída por los fieles.
Los Franciscanos se distinguieron siempre en la devoción a la Virgen y en particular a María Asunta al cielo en cuerpo y alma. Entre todos recordamos a San Antonio, Doctor evangélico, quien es también recordado como Doctor del Dogma de la Asunción y después de él las grandes lumbreras de la Orden Seráfica: San Buenaventura, el Beato Juan Duns Escoto, San Bernardino de Siena, San Leonardo de Puerto Mauricio y muchos otros, fieles seguidores del Pobrecillo, que, como San Maximiliano María Kolbe hicieron de la devoción a María la guía e inspiración de su vida religiosa y de toda su actividad.
Nosotros celebramos hoy la entrada al cielo de María, en cuerpo y alma, aquel cuerpo que fue digno de llevar a Jesús, y que en sí no tuvo ninguna mancha, ni siquiera la original, y por eso gracias al privilegio de la concepción Inmaculada no podía conocer la corrupción del sepulcro. María goza pues ya y completamente, en cuerpo y alma, de la alegría de la visión celestial, la alegría de estar nuevamente con su Hijo en medio de los coros angélicos. Y esta es una puerta de esperanza para nosotros que, viviendo en el bien, podremos llegar al cielo. La liturgia la presenta exultante: “Un gran portento apareció en el cielo: una Mujer vestida del sol y la luna bajo sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”.
= Agosto 15: Beato Claudio Granzotto. Religioso de la Primera Orden (1900‑1947). Beatificado por Juan Pablo II el 18 de noviembre de 1994.
Claudio  Granzotto (Ricardo en el bautismo) nació en S. Lucia di Piave (Treviso) el 23 de agosto de 1900, hijo de Antonio Granzotto y Juana Scottà. Hasta los 17 años fue albañil, luego, durante tres años fue militar, después, por 7 años estudiante en la Academia de Bellas Artes de Venecia, donde se laureó en escultura. Desde 1939, al hacerse religioso franciscano vivió en los conventos del Véneto. Murió de un tumor cerebral la mañana de la Asunción de 1947, en el hospital de Padua. Su cuerpo reposa en Chiampo (Vicenza), junto a la Gruta de la Inmaculada por él construida. Toda su existencia se caracterizó por un grueso filón de valor, que fue el componente primario de su personalidad de artista y de fraile.
Cuando brillaba en su mente una idea elevada, no la abandonaba jamás; la aferraba y la encarnaba ya en el mármol o en el alma. A los veintidós años, llevado de un instinto profundo, tuvo el valor de ahondarse en el arte. Abandonó sus instrumentos de albañil, se inscribió en la academia de Bellas Artes de Venecia y, dejando de lado cualquier otra inclinación juvenil, durante siete años sufrió y no aflojó, hasta obtener en 1929 el diploma de escultor con la máxima calificación. Se destacó como escultor hasta ganar premios nacionales, y con sus ganancias ayuda a los necesitados de su región.
Igualmente comprometido fue en el campo de la fe. La Acción católica fue su primer terreno fértil: lo estimuló a varias iniciativas de relieve, como la comunión frecuente, la lectura de buena prensa, la adoración nocturna mensual por toda la noche, varias formas de penitencia como el uso del cilicio, el dormir en tierra y finalmente el voto privado de castidad.
Así arte y virtud, óptimas hermanas, emprendieron juntas el camino para realizar una obra maestra. A los 33 años, en pleno vigor, cuando bienestar, fama, fortuna dinero y amor terreno lo rodeaban, viene otro singular gesto de valor suyo. Ingresa en el convento en San Francisco del Desierto (Venecia). Y vino a ser un artista diáfano y un religioso entusiasta de su vocación.
Al elevarse en el amor también se elevó su estro artístico. Y el arte sacro se vuelve para él un medio de acción con todo el valor religioso de un apostolado espiritual. Construye cuatro Grutas de Lourdes, altares decorosos, ángeles en adoración, santos en éxtasis. Vírgenes inspiradas y majestades sugestivas de Cristo. Así él viene ahora como carismático del cincel, a ocupar un puesto destacado en el seno de la comunidad cristiana de nuestro siglo. Como fraile, en valiente coherencia con su espíritu de humildad, renunció a la propuesta de acceder al sacerdocio. Prefirió los oficios humildes y ocultos, se ejercitó en ardientes oraciones y en varias penitencias, tuvo como sus predilectos a los pobres y necesitados, especialmente durante la guerra. Además en 1944 su osadía llegó al zenit: subiendo en la espiral de las grandes experiencias espirituales, ofrendó a Dios su vida como víctima voluntaria por la conversión de los pecadores y por la paz en el mundo. Pasó a la eternidad el alba de la fiesta de la Asunción de 1947, como lo había predicho.
Agosto 16: San Roque de Montpellier. Peregrino de la Tercera Orden (1295‑1327). Concedió en su honor oficio y misa Urbano VIII el 4 de julio de 1629.
Roque, uno de los santos más venerados del mundo católico, nació hacia 1295 en Montpellier, Francia; su nacimiento se debió a un voto hecho por sus padres, desolados por carecer de hijos. Pronto quedó huérfano, vendió todos sus bienes a favor de los pobres y partió en peregrinación a Roma.
Se inscribió en la Tercera Orden Franciscana y fue peregrino por toda su vida. En su peregrinación romana se detuvo en Acquapendente y prestó asistencia a los enfermos de peste en un hospital y llevó a cabo curaciones milagrosas. Luego pasó a Cesena y después a Roma, donde curó a un cardenal que luego lo presentó al Papa. Después de unos tres años, tomó el camino de regreso por Rimini, Novara y Piacenza, donde a su turno fue atacado por la peste y debió retirarse al campo vecino. Entonces fue recogido y atendido hasta su curación por el patricio Gotardo Palastrelli, a quien convirtió con su ejemplo.
Cuando abandonó a Piacenza se dirigió hacia el norte, fue arrestado en Angera, cerca del Lago Mayor, por algunos soldados que sospecharon que era espía, y fue encerrado en una prisión donde sufrió penas indecibles.
Roque viajaba siempre a pie de ciudad en ciudad, solo y pobre, de un santuario a otro. Esto para él podía ser un óptimo ejercicio ascético, pero no era todavía santidad heroica. En aquellos años la peste devastaba a Europa y a Italia especialmente. En Acquapendente el peregrino se dedicó con fervor al cuidado de los apestados, sin temer el contagio de la terrible enfermedad. En adelante todas las ciudades donde San Roque se detenía: Roma, Novara, Cesena, Piacenza, fueron palestra de su inagotable caridad para con los apestados, caridad reforzada con el fermento sobrenatural de los milagros.
También él contrajo la enfermedad y con una pierna adolorida por un bubón, se detuvo en las orillas del río Po, cerca de Piacenza aislado de todos para no ser carga para nadie. Calmaba su sed con agua de un pozo, y el hambre con el alimento que todos los días le llevaba un perro callejero, el perro que aparece indefectiblemente en todas las imágenes del Santo peregrino. Ya su nombre corría en boca del pueblo como el del prodigioso auxiliador, cuando el Santo, curado, quiso reemprender el camino a casa para volver a Montpellier. Nadie lo reconoció, antes bien fue confundido con un espía y recluido en una cárcel. Durante cinco años se consumió en la cárcel, hasta que murió el día de la Asunción de 1327, de sólo 32 años, y sólo entonces fue reconocido por sus conciudadanos y parientes y venerado como Santo.
Agosto 17: Santa Beatriz de Silva. Virgen religiosa de la Segunda Orden (1424‑1490).Fundadora de las Monjas Concepcionistas Franciscanas. Canonizada por Pablo VI el 3 de octubre de 1976.
Santa Beatriz, fundadora de la Orden de las Concepcionistas, nació en Ceuta, en Marruecos, en 1424, hija de Ruy Gómez de Silva e Isabel Pérez de Meneses, de familia noble. Hermana del franciscano Beato Amadeo de Silva y emparentada con la familia real portuguesa, acompañó a la infanta Isabel de Portugal como dama de honor cuando ésta en 1447 se casó con Juan II de Castilla.
Su belleza y su virtud hicieron que su amor fuera deseado por los nobles de la corte castellana y esto provocó los celos de la reina, que la maltrató hasta el punto de recluirla por tres días en un calabozo, poniendo en peligro su vida. Liberada, hizo voto perpetuo de castidad y, partiendo secretamente a Tordesillas, se dirigió a Toledo, acompañada durante el viaje, según la tradición, por San Francisco de Asís y San Antonio de Padua.
Acogida en el monasterio cisterciense de Santo Domingo de Toledo vivió en él por unos treinta años. Durante este tiempo maduró su propósito de fundar una nueva Orden en honor de la Inmaculada concepción de María, obtuvo el apoyo de Isabel la Católica, que le dio su palacio de Galiana en la misma ciudad de Toledo, con la iglesia anexa de Santa Fe. Se trasladó a la nueva casa con 12 compañeras en 1484 y la nueva Congregación, con la regla escrita por la fundadora, fue aprobada por Inocencio VIII con la bula del 30 de abril de 1489.
Beatriz vivía en Dios y Dios vivía en ella. Se unía a Jesús por medio de María. Contemplaba la divina perfección y las maravillas de gracia operadas en María, criatura privilegiada, bendita entre todas las mujeres. En 1484, mientras estaba absorta en la oración, se le apareció María Inmaculada, Reina del cielo, vestida de blanco con un manto azul, le dijo: «Hija mía, es voluntad de mi Hijo Jesús que en la Iglesia se funde una Orden religiosa que llevará el nombre de mi Inmaculada Concepción. Dios se sirve de ti para echar los fundamentos de esta nueva institución. Ponte a la obra de inmediato y con valor: yo te ayudaré siempre». Se formó así el nuevo grupo de las Hermanas Concepcionistas, agregadas a la Segunda Orden Franciscana. Su divisa es la que había indicado nuestra Señora: Una túnica blanca con escapulario, y un manto azul. Se le añadió el blanco cordón franciscano en señal de perpetua unión con la familia del Seráfico Pobrecillo.
Santa Beatriz, atacada por fuertes fiebres esperaba en su lecho la hora suprema. La Virgen Inmaculada se le apareció por tercera vez y le anunció que pronto sería llamada al cielo. Gozosa con este anuncio se preparó para el día más bello de su vida. El 16 de agosto de 1490 a la edad de 66 años, expiró dulcemente mientras sobre su frente virginal brilló por algunos instantes una estrella de excepcional esplendor. Era el sello de su santidad.
Agosto 18: Beatos Protasio de Sées, Luis de Bezanzon y Sebastián de Nancy, Sacerdotes, de la I Orden (†  1794), Beatificados por Juan Pablo II el 1 de octubre de 1995.
 – Protasio de Sées (Juan Bourdon), nacido en San Pedro de Sées (Orne) el 3 de abril de 1747, hijo de Simón y María Luisa Le Fou. Ingresó en los Capuchinos el 26 de noviembre de 1767. Ordenado sacerdote fue secretario provincial, predicador, rector de santuario. Cuando vino la revolución francesa era guardián de Sotteville, cerca de Rouen. Interviene a favor de los hermanos laicos ante la Asamblea nacional en 1790. Se niega a firmar la constitución civil del clero. Condenado al destierro por haber celebrado la Misa sin permiso civil y tener en su poder textos no acordes con la revolución, es condenado a deportación a la Guayana, forzado a hacer un viaje de 34 días a pie, es embarcado en Rochefort en la nave negrera Deux Associés, donde sufre condiciones de vida atroces, y muere, probablemente de tifo, el 23 de agosto de 1794, a los 47 años de edad; fue sepultado en la isla Madame.
 – Sebastián de Nancy (Francisco François), nacido en San Nicolás de Nancy, el 17 de enero de 1749, hijo de Domingo François y Margarita Vernesson. Ingresó en los Capuchinos, provincia de Lorena, el 24 de enero de 1768, con el nombre de Sebastián. Durante la revolución, se presenta espontáneamente al Comité de Nancy, apresado el 9 de noviembre de 1793, en buena salud, por negarse a prestar el juramento de la Constitución civil del clero, condenado a la deportación, es embarcado en Rochefort en la nave Deux Associés, sometido a humillaciones y brutalidades como sus compañeros; al enfermarse, es trasladado a una goleta hospital, donde muere el 10 de agosto de 1794, a la edad de 45 años. Sepultado en la isla de Aix. Fue un religioso de profunda fe y oración.
 – Luis de Besanzon (Juan Bautista Jacobo Luis Javier Loir), nacido en San Pedro de Besançon, hijo de Juan Luis e Isabel Juliot. Entra al noviciado de los Capuchinos en mayo de 1740. Ordenado sacerdote se distingue en el ministerio de la confesión y la dirección espiritual. Guardián en varios conventos sucesivamente, al ser suprimidas las Ordenes religiosas pasa a vivir donde su hermana, en el castillo de Précord. Al negarse al juramento de la Constitución civil del clero, es obligado a ir a Moulins, y el 18 de junio de 1793 es recluido en el antiguo convento de Santa Clara de Moulins transformado en cárcel. El 31 de marzo de 1794, condenado a la deportación, parte a Rochefort con otros 26 deportados, todos los cuales son conducidos a la nave Bonhomme Richard, luego transferido a la nave Deux Associés, donde muere víctima de los malos tratos el 19 de mayo de 1794, a la edad de 74 años. Sepultado en la isla de Aix. Especialmente se distinguió por su humildad, afabilidad y paciencia.
En el barco fueron mantenidos 829 religiosos y sacerdotes que no quisieron someterse al juramento de la Constitución civil del clero, torturados de diversas maneras, asfixia colectiva, hambre, etc., a consecuencia de las condiciones de vida y de las torturas diversas, una gran parte de ellos murieron.
= Agosto 18: Beata Margarita María Caiani. Virgen de la Tercera Orden Regular (1863‑1921). Fundadora de las Hermanas Franciscanas Mínimas del Sagrado Corazón. Beatificada por Juan Pablo II el 23 de abril de 1989.
Margarita María Caiani (de Bautismo Marana), nació en Poggio Caiano, diócesis de Pistoya, el 2 de noviembre de 1863. Hija de Jacopo Caianii y Luisa Fontini, de humilde familia (su padre era herrero y fontanero de la Villa Medicea) ejerció durante años el oficio de vendedora de cigarros hasta que, a la muerte de sus padres, decidió con una amiga entrar en el Monasterio de las Benedictinas de Pistoya, pero allí no permaneció mucho, pues su verdadera vocación la movía a dar asistencia a los niños, a los jóvenes, ancianos y enfermos, a trabajar entre la gente con la cual siempre había vivido.
Por consejo de la Madre Teresa de la Cruz, volvió a su tierra; allí, con su amiga María Fiaschi abrió una escuela para enseñar a los niños, además de la doctrina cristiana, los primeros elementos del saber. La obra comenzó en forma más bien rudimentaria, pero bien pronto gracias a la ayuda de algunos sacerdotes, tomó dimensiones relevantes hasta convertirse en un punto de referencia, por cuanto en Poggio Caiani no existía una escuela pública. Al mismo tiempo, con verdadero espíritu franciscano, asistía a los enfermos y moribundos. Con el tiempo otras jóvenes fueron atraídas por aquel ideal de vida en comunidad y en 1901 Margarita escribía las primeras reglas y constituciones, que fueron aprobadas por el Obispo diocesano. El 15 de diciembre de 1902 las jóvenes vistieron el hábito franciscano y la fundadora tomó el nombre de Sor Margarita María del Sagrado Corazón.
El 2 de octubre de 1905 las primeras seis hermanas hicieron la profesión religiosa. Otras jóvenes poco a poco fueron uniéndose a la pequeña familia que Margarita llamó Hermanas Mínimas del Sagrado Corazón. La fundación, nacida del tronco parroquial, en los años siguientes se extendería a otras regiones, comenzando por la Lombardía. Cada uno de estos institutos tenía su carisma, su originalidad ofreciendo siempre a todos sus cuidados, a los “últimos”, a los huérfanos, a los que sufren. La Madre Caiani recomendaba a sus hermanas reservar mayor “compasión” para los niños, “porque son más abandonados que las niñas” y a menudo forzados a crecer “ignorando las cosas más importantes de nuestra religión”.
El franciscanismo de sor Margarita consistía precisamente en una particular adhesión a todo lo que hubiera de maternal en las actitudes de San Francisco. Ella representó el polo femenino de su regla y de su espíritu.
Sor Margarita fue elegida en 1915 madre general del nuevo instituto, cargo que le fue renovado durante toda su vida; así, a más de fundadora fue la animadora y la guía de la obra en sus primeros decenios de existencia, imponiéndole un sello de fuerte espiritualidad y de dinámico apostolado sin fronteras. Durante la gran guerra las Hermanas Mínimas del Sagrado Corazón se movilizaron todas para prestar servicio en los hospitales militares de Toscana y en otras partes. El 25 de abril de 1921 tuvo lugar la agregación perpetua de las Hermanas Mínimas del Sagrado Corazón a la Orden Franciscana. De allí a poco, el 18 de agosto de 1921, Sor Margarita María Caiani, enferma desde años atrás y agotada por el trabajo, moría en Montughi cerca de Florencia invocando al Corazón de Jesús, que había sido el ideal y la fuente luminosa de su vida. Tenía 58 años. La Congregación contaba con más de doscientas religiosas distribuidas en veintiuna casas. Juan Pablo II la proclamó Beata el 23 de abril de 1989.
Agosto 19: San Luis de Anjou, Obispo de Tolosa, de la Primera Orden (1274‑1297). Canonizado por Juan XXII el 7 de abril de 1317.
San Luis de Anjou, aunque de sangre francesa, nació en Italia, muy probablemente en Nocera inferior cerca de Salerno, en 1274, segundo de 14 hermanos y hermanas. Su padre, Luis, fue hecho prisionero de los aragoneses, y el abuelo murió un año después. Luis ofreció su propia vida por el rescate de su padre, liberado después de entregar como rehenes a sus tres hijos Luis, Roberto y Raimundo.
En España, donde fueron tratados con consideración, los tres príncipes llevaron una vida casi monástica, dirigidos por Luis, que era el mayor, ya fascinado por la espiritualidad franciscana, por lo cual, bajo los vestidos de raso, llevaba el cordón de la penitencia. Siete años después, un tratado entre los Anjou y Aragón, restituyó los hijos a su padre. Pero ya la vocación religiosa había madurado en el heredero al trono. Luis renunció a todos los derechos de sucesión a favor de su hermano Roberto y se retiró en meditación y penitencia en Nápoles en el Castel dell’Ovo.
En 1296 a los 22 años, fue ordenado sacerdote. Poco después el papa San Celestino V lo consagraba obispo y cuando la diócesis de Tolosa quedó vacante, Luis debió aceptarla por obediencia. Durante el viaje, siempre rehusó los honores que todas las ciudades creían deber tributar al sobrino e hijo de reyes, que había renunciado a la corona para vestir el sayal de la Orden de los Hermanos Menores. Nunca quiso habitar en palacios sino que fue siempre huésped en los conventos más pobres.
Grande fue la admiración de los tolosanos cuando vieron a aquel obispo de veintitrés años, de sangre real, llevar vida de fraile y rodearse de pobres. Visitaba a los enfermos, socorría a los prisioneros, se ocupaba de los hebreos. Pero la prisión y la vida de penitencia habían minado su salud. A pesar de esto quiso estar presente en Roma en la canonización del hermano de su abuelo, el gran San Luis IX rey de Francia. Fue un maltrato del cual el joven obispo tuberculoso, presa de continuas hemotisis, no se repuso más. En la noche entre el 19 y el 20 de agosto de 1297 murió dulce y piadosamente, en Brignoles, Provenza, a los veintitrés años, siguiendo pronto a su real antepasado en la gloria de los altares. En efecto fue proclamado Santo por Juan XXII el 7 de abril de 1317, presentes su madre y su hermano Roberto.
También por esto Luis de Anjou fue retratado por los mayores pintores de la época como Giotto y Simón Martini y finalmente Donatelli, quienes lo presentaron con el cordón franciscano, la mitra de obispo y a los pies la corona real.
Así el príncipe que renunció al trono para hacerse franciscano y quizás el más joven obispo que haya llegado a la santidad, es recordado no sólo en la historia de la piedad, sino también en la de la literatura y en el arte. Enterrado primero en la iglesia franciscana de Marsella, Alfonso V rey de Aragón transportó sus reliquias a la catedral de Valencia en 1423.
Agosto 20: Beato Francisco Gálvez, Sacerdote y mártir en el Japón, de la Primera Orden (1576‑1623). Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Francisco Gálvez, mártir en el Japón, nació en Utiel, no lejos de Valencia, España, hijo de Tomás y Mariana Pellicer, en 1576. Terminados los estudios filosóficos y teológicos y ordenado diácono, tomó el hábito franciscano en el convento de San Juan Bautista de Ribera.
En 1612 después de tres años de permanencia en Filipinas llegó como misionero al Japón, pero fue expulsado en 1614, al comienzo de la gran persecución. Se refugió entonces en Manila en Filipinas, donde compuso y publicó las obras “Flos Sanctorum” en tres volúmenes, que contienen las vidas de los Santos, traducidas al japonés. “La explicación de la doctrina cristiana” y otros opúsculos.
Dos años después, tiñéndose el cuerpo para parecer un marino negro, pudo nuevamente desembarcar en el Japón y retomar con celo la evangelización. Mientras, para huir a las pesquisas de los perseguidores, buscaba cambiar de residencia, fue traicionado por un cristiano renegado; retenido y encarcelado en la ciudad de Yedo.
Con él eran 50 los confesores de la fe, condenados a ser quemados vivos sobre una altura vecina a la ciudad. El 4 de diciembre los verdugos ataron a los condenados y después de haberlos llevado por las calles de la ciudad, los condujeron al lugar del suplicio. durante el trayecto el Beato Gálvez y el Beato Jerónimo de los Angeles predicaban la fe a los muchos cristianos y paganos que los rodeaban.
Un memorable incidente vino a aumentar la conmoción del excepcional espectáculo. En el momento de la ejecución, se presentó en la plaza un señor, seguido de numerosos siervos: los jueces creyéndolo portador de un mensaje imperial, hicieron abrir las filas. Entonces él bajó del caballo y, dirigiéndose al jefe de justicia, preguntó por qué estos hombres eran tan cruelmente ejecutados. Le respondieron que eran condenados por ser cristianos. El señor, dijo: “Yo también soy cristiano como ellos, y les pido que me asocien al grupo”. Los jueces enviaron a consultar al regente del Imperio, y el intrépido héroe de la fe fue asociado a los santos mártires. Trescientos cristianos conmovidos por aquel heroico ejemplo, corrieron a arrodillarse delante de los jueces proclamando su fe e implorando la gracia del martirio. Fueron alejados por la fuerza. Los santos mártires mostraron heroísmo en medio de las llamas, mientras con los ojos vueltos al cielo no cesaron de hablar a la turba y de glorificar a Dios. Los mismos paganos quedaron admirados de este espectáculo.
Agosto 21: San Pío X. Papa de la Tercera Orden (1835‑1914). Canonizado por Pío XII el 29 de mayo de 1954.
José Sarto (Pío X), nació el 2 de junio de 1835 en Riese, provincia de Treviso, hijo de Juan Bautista Sarto y Margarita Sanson, segundo de 10 hijos. José Sarto era su nombre. Por sus dotes pudo seguir los estudios en el colegio de Castelfranco, recorriendo a pie descalzo los 8 kilómetros de camino. Los sacrificios se redoblaron cuando, a los diecisiete años, murió su padre, dejando a la familia en la indigencia.
A los 23 años era sacerdote, por 9 años capellán en Tómbolo, 8 años párroco en Salzano. Vivió humildemente al lado de los humildes, pobremente en medio de los pobres. Se sintió confundido cuando el Obispo de Treviso lo nombró canciller de la diócesis, canónigo y director espiritual del seminario.
Nueve años más tarde era Obispo de Mantua, donde a pesar de las difíciles relaciones entre la Iglesia y el nuevo Estado Italiano, el frugal, activo y generosísimo Obispo se conquistó la estima y el afecto de todos comenzando por las autoridades civiles.
En el consistorio de 1893 fue creado cardenal patriarca de Venecia. Después de haber esperado por más de un año la aprobación regia para entrar en la ciudad, fue el personaje más popular, más benéfico y más escuchado por la Serenísima, amado sobre todo por los más humildes. Se inscribió en la Tercera Orden de San Francisco y del humilde y pobre Santo de Asís quiso aprender aun más profundamente las dos virtudes que siempre había querido en su corazón: la humildad y la pobreza.
Nueve años después, a la muerte de León XIII, debió ir a Roma para el conclave. Tomó en préstamo el dinero para el viaje y consiguió boleto de ida y regreso. A quien le hacía caer en cuenta de que podía ser elegido Papa, le respondió sacudiendo su gran cabeza de campesino: “No creo que el Espíritu Santo vaya a cometer semejante disparate: vivo o muerto regresaré”. Y sin embargo fue precisamente el cardenal Sarto, hasta entonces casi desconocido para muchos conclavistas, quien resultó electo en el séptimo escrutinio. Con las lágrimas en los ojos había conjurado a los eminentísimos colegas que dejaran de lado su candidatura. Finalmente se plegó a aceptar la tiara, diciendo: “La acepto como una cruz”.
El gobierno de este Papa dulce y manso, que sabía allanar personalmente toda situación difícil, estuvo tejido de gestos valerosos y decisivos en la salvaguarda de la autoridad y de la dignidad de la Iglesia: la primera comunión de los niños desde los siete años en adelante, la comunión frecuente, la renovación del catecismo, la reforma del calendario, del breviario y de la música sacra, la condenación del modernismo.
La primera guerra mundial estalló el 28 de julio de 1914. El dijo entonces: “Ofrezco mi vida para que haya paz!”. El 29 de agosto, a los 79 años, Pío X moría con el corazón herido, también él víctima de la guerra.
Agosto 22: Beato Timoteo de Monticchio. Sacerdote de la Primera Orden (1444‑1504). Aprobó su culto Pío IX el 10 de marzo de 1870.
Timoteo nació en Monticchio a pocos kilómetros del Aquila, precisamente el mismo año en que el amable San Bernardino de Siena voló al cielo en el Aquila. En el cielo de la santidad seráfica se extinguía un astro en torno al cual surgieron muchas estrellas, entre ellas también nuestro Beato.
De familia campesina, vivió totalmente entregado a la oración. Temiendo los peligros del mundo se propuso evitarlos y junto con un hermano suyo ingresó en la Orden de los Hermanos Menores, que en aquellos días había alcanzado el vértice de la celebridad por la santidad de numerosos de sus hijos. Ordenado sacerdote, fue enviado a Campli, provincia de Téramo, con el cargo de maestro de novicios. Su vida era más celestial que terrena, alegrada con frecuentes visiones de la Bienaventurada Virgen María y de San Francisco y favorecida con el don de milagros. Reflejó fielmente el espíritu de aquellos santos religiosos que renovaron la observancia de la regla en la Orden Seráfica, San Bernardino de Siena, San Jaime de la Marca, San Juan de Capistrano, Beato Bernardino de Fossa, Beato Marcos Fantuzzi de Bolonia y muchos otros.
De Campli pasó al conventico de San Angel de Ocre, en la comuna de Fossa, donde permaneció largos años, hasta su muerte. Toda su vida estuvo tejida de oración y contemplación, de ejemplo sacerdotal y de fidelidad heroica a la regla franciscana.
Las virtudes que brillaron en él fueron especialmente el desprendimiento del mundo, la exacta observancia de la regla profesada, el fervor en el servicio divino, la meditación de la pasión de Cristo y una filial devoción a la Virgen y al Seráfico Padre. Su amor a la soledad era tanto, que sus conversaciones siempre eran breves, pero siempre llenas de cordialidad y de bondad.
Tanta era su humildad, que se reputaba siempre el más pequeño de todos; su obediencia era tan perfecta, que obedecía inclusive al último de sus cohermanos; para conservar intacta su pureza, mortificaba su cuerpo con cilicios y otras austeridades. Tuvo caridad hacia todos; socorría de muchos modos; asistía pacientemente a los moribundos; era asiduo a las confesiones y a la dirección espiritual. Con la predicación anunció en las ciudades y en los poblados vecinos el mensaje evangélico.
El 22 de agosto de 1504 a la edad de 60 años, en el solitario conventico de Sant Angelo de Ocre se durmió serenamente en el Señor.
Agosto 23: Beato Bernardo de Ofida. Religioso de la Primera Orden (1604‑1694). Beatificado por Pío VI el 25 de mayo de 1795.
Bernardo nació el 7 de noviembre de 1604 cerca de Ofida en la diócesis de Ascoli Piceno, en las Marcas, de la humilde familia Perani. A los 22 años fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores Capuchionos en el convento de Corinaldo, donde en 1627 emitió la profesión religiosa. Enfermero en casa y limosnero fuera, se distinguió por la caridad alegre y generosa, que lo ayudó a transformar su trabajo en un apostolado eficaz. El Obispo de Ascoli Piceno al saber que los superiores pensaban trasladarlo a otro convento, les pidió que lo dejaran en Ofida, ya que el sencillo hermano con su vida evangélica y auténticamente franciscana hacía más que muchos misioneros.
Visitaba a los enfermos y para con ellos tenía palabras de consuelo. Cuando decía a un paciente que necesitaba estar dispuesto a hacer la voluntad de Dios, era segura su muerte. cuando en cambio decía que no tuvieran miedo porque no era nada, era signo de que el enfermo se curaría.
Se propuso como modelo a su cohermano San Félix de Cantalicio. El cargo de limosnero era para él el campo de apostolado, recorría los largos caminos de región en región con la alforja a las espaldas, lleno de polvo unas veces y bañado en sudor bajo el sol de verano, ya cubierto de nieve, con los pies helados y salpicados de sangre, pero siempre alegre y gracioso, proseguía su misión, dirigido por la obediencia, única y segura guía de toda su vida religiosa. Un día la limosna dio solamente una pequeña botella de vino y un pan, y en el convento no había más provisiones; sin embargo aquella botellita de vino y aquel pan fueron más que suficientes para toda la comunidad. Cuando a veces en cambio del pan y del vino encontraba insultos de la gente, él permanecía sereno y se decía a sí mismo: “Alégrate fray Bernardo, porque el pan y las ofrendas son para el convento, los insultos en cambio son para ti”. Cuando oía criticar a alguna persona, interrumpía de inmediato y decía: “La verdadera caridad tolera todas las faltas. No juzgues y no serás juzgado”.
A la edad de 84 años los superiores, viendo que el santo anciano se movía con dificultad, lo exoneraron de sus servicios; era edificante verlo postrado ante Jesús sacramentado, extasiado en actitud de adoración.
El 22 de agosto de 1694 recibió el viático y la unción de los enfermos, luego se dirigió a su superior y le dijo: “Padre Guardián, déme su bendición y mándeme ir al Paraíso”. Le respondió el superior: “Espera, fray Bernardo, deseo que primero me bendigas tú a mí y a tus cohermanos. Por obediencia el moribundo levantó la mano que apretaba el crucifijo y trazó sobre los presentes una amplia señal de la cruz, luego también él, recibida la bendición, y la obediencia de su superior, expiró plácidamente. Tenía 90 años.
Agosto 24: Beato Pedro de la Asunción. Sacerdote y mártir en el Japón, de la Primera Orden († 1617). Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Pedro de la Asunción, mártir en el Japón, nació en la pequeña ciudad de Cuerba, arquidiócesis de Toledo. Habiendo ingresado a la Orden de los Hermanos Menores, después de su ordenación desempeñó por algún tiempo el oficio de Maestro de Novicios. Animado por la propaganda misionera de Juan el Pobre, decidió partir para el Extremo Oriente en compañía de numerosos cohermanos. Después de una breve permanencia en las Filipinas, desembarcó en el Japón en 1601, desarrollando un intenso apostolado en la zona de Nagasaki, donde más tarde dirigió el convento franciscano.
Por su santidad de vida fue muy estimado y buscado. A su confesionario recurrían muchísimos fieles, deteniéndolo en este ministerio por horas y horas, cada día. En 1611 la situación religiosa del Japón se volvió crítica: por orden de las autoridades, los misioneros de origen extranjero debían abandonar el territorio japonés. Fray Pedro prefirió permanecer disfrazándose con vestidos seglares para asistir y alentar a los cristianos en un momento difícil. Pero por prudencia se trasladó a un lugar vecino de Nagasaki; pero Chichitzu, un apóstata, lo traicionó, por lo cual fue capturado y llevado a las prisiones de Omura y después a la de Cori.
Allí tuvo por compañero a Juan Bautista Machado; juntos estuvieron en la prisión por más de un mes, del 20 de abril al 22 de mayo, en penitencia, oración, y conversaciones espirituales. El anuncio de la condena a muerte fue recibido con alegría: “Esta es la gracia que he pedido a Dios en estos últimos nueve días, celebrando la santa Misa”.
El 21 de mayo, fiesta de la Santísima Trinidad, el Señor le reveló al Beato Pedro mientras celebraba la misa, que aquella sería la última misa que celebraría. Los dos mártires, los Beatos Pedro y Juan Bautista cantaron el “Te Deum” para agradecer al Señor una gracia tan grande, se confesaron uno a otro entre lágrimas, y pasaron la noche en oración. Hacia el atardecer se les ordenó que se pusieran en camino hacia el lugar del suplicio. El Padre Pedro tenía en la mano un crucifijo, a los pies del cual tenía puesta la regla de San Francisco. Durante el viaje cantaban las Letanías de la Virgen; luego, al encontrarse con los cristianos, los exhortaban a la perseverancia.
Al llegar al lugar del suplicio, el Beato Pedro pidió que se le permitiera hablar a la gente que asistía a su muerte. Luego los dos mártires se abrazaron y se arrodillaron, con las manos juntas y los ojos mirando al cielo esperaron el momento supremo cuando el verdugo les cortó la cabeza. Era el 22 de mayo de 1617.
Agosto 25: San Luis IX Rey de Francia. Protector de la Tercera Orden (1215‑1270). Canonizado por Bonifacio VIII el 11 de agosto de 1297.
Luis IX Rey de Francia nació en Poissy, cerca de París, el 25 de abril de 1215. Fue educado rígidamente por su madre Blanca de Castilla y por ella encaminado a la santidad. Comenzó a ser rey de Francia en 1226. Casado con Margarita de Provenza, con quien tuvo once hijos. El joven rey se impuso por toda la vida ejercicios diarios de piedad y penitencia en medio de una corte elegante y pomposa. Vivió en la corte como en el más rígido monasterio y tomó a todo el país como campo de su inagotable caridad. Cuando lo calificaban de demasiado liberal con los pobres, respondía: “Prefiero que mis gastos excesivos estén constituidos por limosnas por amor a Dios, y no por lujos para la vana gloria de este mundo”.
Sencillo y justo, concedía a todos audiencia bajo la célebre encina del bosque de Vincennes. Les administraba su serena justicia, objetivo supremo de su reinado. A su primogénito y heredero le dijo una vez: “Preferiría que un escocés viniera de Escocia y gobernara el reino bien y con lealtad, y no que tú, mi hijo, lo gobernases mal”. Toda su vida soñó con poder liberar la Tierra Santa de las manos de los turcos. Pero una primera cruzada promovida por él terminó en fracaso. El ejército cristiano fue derrotado y diezmado por la peste. El rey cayó prisionero, pero precisamente la prisión de Luis IX fue el único resultado de la expedición. Las virtudes del rey rehén impresionaron profundamente a los musulmanes, que lo apodaron “el sultán justo”. Liberado mediante el pago de una fuerte suma, permaneció en Tierra Santa cuatro años, estableciendo una pollítica de equilibrio entre los príncipes musulmanes y los mongoles, mientras fortificaba el reino de Acre. A su regreso llevó a Francia muchas reliquias de la Pasión de Cristo, en cuyo honor hizo construir la “Sainte Chapelle”, uno de los más bellos monumentos de París.
En una segunda infortunada expedición desembarcó en Túnez, en las costas de Cartago el 18 de julio de 1270, pero la peste hacía allí estragos, y él mismo murió de tifo el 25 de agosto de 1270. Antes de expirar mandó decir al Sultán de Túnez: “Estoy resuelto a pasar toda mi vida prisionero de los sarracenos sin volver a ver la luz, con tal que tú y tu pueblo puedan hacerse cristianos”.
Los Terciarios Franciscanos festejan hoy a su patrono, San Luis Rey de Francia, ilustre cohermano en la Tercera Orden de la penitencia. Fue su madre Blanca de Castilla quien lo encaminó a la santidad. Fue un terciario franciscano que tuvo de Dios el encargo de ejercitar la caridad en tierras de Francia. En la historia de Francia se le recuerda como un soberano sapientísimo y también enérgico. Lo vemos practicar todas las obras de misericordia convencionales, tradujo su fe en acción y buscó no sólo vivir, sino también gobernar según los preceptos de la religión. San Luis IX rey de Francia murió el 25 de agosto a la edad de 55 años. Su cuerpo fue llevado a Francia y reposa en San Dionisio (Saint Denis).
Agosto 26: Beato Juan de Santa Marta. Sacerdote y mártir en el Japón, de la Primera Orden (1578‑1618). Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Juan de Santa Marta nació cerca de Tarragona, España. A los 8 años era monaguillo cantor de la catedral de Zaragoza: se dedicó al estudio del latín y se destacó por su amor a la música. Después formó parte de la Schola Cantorum de la catedral de Zamora. Luego ingresó en la Orden Franciscana.
Se mostró fiel a la gracia de la vocación, tendió a la perfección y llegó a ser modelo de las virtudes religiosas. Ordenado sacerdote, Dios le inspiró consagrarse al apostolado entre los pueblos infieles. Partió para Filipinas con Fray Sebastián de San José y otros 30 misioneros Franciscanos, muchos de los cuales darían luego la vida por Cristo.
De las Filipinas Juan pasó al Japón, donde abrió una escuela de música que reunió más de 400 alumnos, a los cuales enseñaba canto, órgano y otros instrumentos. En el Japón ejerció durante 10 años un intenso apostolado, evangelizando varias provincias. Fue puesto a la cabeza de la misión de Fuscimi, en donde se mostró un auténtico apóstol de Cristo, infatigable en la obra evangelizadora. Amante de la seráfica pobreza, llevaba una túnica remendada, caminaba descalzo sin sandalias inclusive en la estación más cruda. Su virtud le mereció la veneración de los cristianos y de los mismos paganos.
Al tiempo de la promulgación del edicto de persecución, en 1614, Fray Juan de Santa Marta fue desterrado, pero poco después reingresó en el Japón y disfrazado de japonés recorrió las provincias de Arima y de Omura, donde la persecución era más violenta. El santo misionero visitaba a los cristianos en sus casas, fortalecía a los vacilantes, reconducía a los apóstatas a la iglesia, administraba los Sacramentos, cada día celebraba la Santa Misa, ya en un lugar, ya en otro. Por la noche se retiraba a algún monte, donde reposaba.
Fue arrestado y puesto en prisión, donde permaneció por tres años con indecibles sufrimientos. El confesor de Cristo vio llegar el día del último combate. Mientras lo conducían al suplicio todavía habló del Evangelio, luego entonó el “Te Deum”. Al llegar al lugar del martirio oró por sus perseguidores, elevó luego los ojos al cielo y ofreció la cabeza al hacha del verdugo. Era el 16 de agosto de 1618 y tenía 40 años. Algunas partes de su cuerpo fueron recogidas por cristianos y rodeadas de veneración, realizaron prodigios.
Agosto 27: Beato Ricardo de Santa Ana. Sacerdote y mártir en el Japón, de la Primera Orden (1585‑1622). Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Ricardo de Santa Ana nació en Ham‑sur‑Heure, Bélgica, en 1585. A su nombre de bautismo añadió el nombre de Santa Ana, pues, por intercesión de la Santa, muy venerada en los países del norte de Europa, había sido sanado de graves lesiones sufridas de niño al ser atacado por un lobo. Por varios años ejerció el oficio de sastre en Bruselas. En 1604, la muerte trágica de un joven coetáneo determinó la crisis religiosa que lo llevó a abandonar su profesión para ingresar en la Orden de los Hermanos Menores en el convento de Nivellesi, donde el 22 de abril de 1605 hizo la profesión solemne.
Fue enviado por los superiores a Roma para realizar algunas gestiones. Allí se encontró con Juan el Pobre, una de cuyas principales actividades era buscar hombres generosos para enviar como misioneros al Japón. Ricardo aceptó la propuesta y con el consentimiento de sus superiores pudo partir a las tierras de misión.
El viaje tuvo como primera etapa a México; de allí en 1611 desembarcó en Filipinas donde los superiores lo enviaron a estudiar filosofía y teología. En 1613 recibió la ordenación sacerdotal y el mismo año pudo partir para el Japón. Al año siguiente las autoridades japonesas iniciaron la persecución contra el cristianismo. Entre las medidas adoptadas una era la expulsión del territorio de los misioneros extranjeros. Ricardo pudo regresar al Japón disfrazado de comerciante. Desarrolló una actividad incansable en medio de los cristianos oprimidos por la violenta persecución y en medio de continuos peligros. En 1621 un dominicano lo informó de que las autoridades poseían pruebas de su actividad religiosa, prohibida severamente por las leyes y le aconsejó ponerse a salvo.
Como buen pastor no quiso huir frente al peligro y fue descubierto mientras confesaba en la casa de la viuda Lucía Freitas. Primero fue encerrado en la cárcel de Nagasaki bajo fuerte escolta y con una soga al cuello. Pasó la noche anterior al martirio encerrado en una jaula, bajo un violentísimo aguacero. La mañana del 22 de septiembre fue atado a un palo en la colina de Nagasaki y quemado vivo a fuego lento. Tenía 37 años. Con él perecieron otros 21, quemados vivos, y 30 decapitados.
Agosto 28: Beato Vicente Ramírez. Religioso y mártir en el Japón, de la Primera Orden (1597‑1622). Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Vicente de San José, mártir en el Japón, nació en Aiamonte, España, hacia 1597. Emigró a México y entró como hermano no clérigo en la Orden de los Hermanos Menores, distinguiéndose en la observancia de la regla y en el ejercicio fiel de los más humildes oficios. Bello de aspecto y noble en su porte, suscitó admiración entre las mujeres, pero siempre supo defender su castidad con la prudencia y la mortificación. En 1617 se unió a Fray Luis Sotelo y Fray Pedro de Avila en viaje hacia Filipinas. De allí, en 1619, pasó al Japón, a pesar de la prohibición severísima contra los misioneros extranjeros de desembarcar en las islas japonesas. Colaboró celosamente con los sacerdotes y misioneros y sirvió de varias maneras a la comunidad cristiana.
El 7 de septiembre de 1620 fue descubierto en casa de Domingo y Clara Yamada, junto con Fray Pedro de Avila. Fue trasladado a la cárcel de Suzuta, donde faltaba totalmente la higiene y la comida era escasa y mala; permaneció allí cerca de dos años. La presencia de los hermanos de fe y de los sacerdotes aliviaba en gran parte los sufrimientos. El gobernador Gonrocu ordenó su traslado a Nagasaki junto con otros 23 cristianos europeos y japoneses en septiembre de 1622.
Lo que más entristeció a Fray Vicente fue la traición de un apóstata, que conocía el refugio suyo y de Fray Pedro de Avila. El cristiano traidor fue un día donde el Fray Pedro a pedirle que lo escuchara en confesión. El le dijo que primero se preparase para la confesión y regresara. El traidor más bien se apresuró a correr donde el gobernador para advertirle de la presencia de los dos religiosos. Fueron enviados guardias para arrestarlos. Fueron atados estrechamente por los brazos y conducidos a las prisiones de Nagasaki y de Omura, donde ya se encontraba el P. Apolinar Franco y otros dos religiosos franciscanos. Antes de partir para Omura los dos confesores de la fe tuvieron el gusto de poder vestirse con el hábito franciscano y por todo el camino Fray Pedro de Avila predicó la fe en Jesucristo.
Fray Vicente Ramírez de San José fue quemado vivo el 10 de septiembre de 1622. El suplicio fue más duro y la agonía más larga porque la leña que debía arder fue colocada a cierta distancia del poste donde estaba colocado el mártir. Vicente tenía apenas 25 años.
Agosto 29: Beatos Juan de Perusa, Sacerdote, y Pedro de Sassoferrato, Religioso, mártires de la Primera Orden († 1231). Aprobó su culto Clemente XI el 31 de enero de 1705.
Juan de Perusa, sacerdote, y Pedro de Sassoferrato, en las Marcas, religioso no clérigo, entran en la historia de santidad de la Orden Franciscana entre los más ardientes discípulos del seráfico Pobrecillo. Recibidos en la Orden de los Hermanos Menores antes de 1221, no conocemos detalles sobre su vida antes de ser religiosos. Todo su heroísmo y la veneración de parte de los creyentes resplandecen a la luz vivísima de su martirio.
Hacia 1221 San Francisco de Asís envió un grupo de discípulos en calidad de misioneros a España, entonces invadida por los Moros. Entre estos ardientes pioneros del Evangelio San Francisco escogió también a los dos beatos Juan de Perusa y Pedro de Sassoferrato.
Al llegar a tierra de España, los dos santos cohermanos se separaron del grupo de los otros religiosos y se dirigieron hacia Aragón, fijando su morada en Teruel. El pueblo de esta ciudad se aficionó a estos virtuosos franciscanos que de Asís traían el auténtico espíritu evangélico del Seráfico Pobrecillo. Para ellos construyeron un minúsculo convento con dos celditas, al lado de la pequeña iglesia del Santo Sepulcro.
Su permanencia en Teruel se prolongó por 10 años, en los cuales edificaron a la población con el buen ejemplo, predicando el Evangelio con simplicidad de palabra, cualidad propia de los primeros seguidores de San Francisco. Esta predicación simple e incisiva produjo grandes frutos para la santificación de los fieles.
Movidos por el Espíritu Santo, un día decidieron abandonar a Teruel y trasladarse a Valencia para predicar la fe de Cristo a los seguidores de Mahoma. En su corazón llevaban la doble esperanza de convertir a los musulmanes y de alcanzar la palma del martirio.
San Antonino, arzobispo de Florencia, nos ha transmitido con áurea sencillez el recuento de esta última etapa de su misión y de su glorioso martirio.
En Valencia ejercieron su ministerio entre los esclavos cristianos. Un día, inflamados de santo celo, se pusieron a predicar la verdad del Evangelio y a rebatir los errores del islamismo en la plaza pública. Al llegar tal noticia a los oídos del rey Azoto, mandó que los dos franciscanos fueran arrestados y recluidos en prisión. Con mil promesas trató de hacerlos apostatar de su fe católica y abrazar la del profeta Mahoma. Pero ellos rehusaron absolutamente mancharse con semejante delito. Fueron decapitados en la plaza el 29 de agosto de 1231. Según la leyenda, el gobernador que los hizo ajusticiar se convirtió por intercesión de los mártires y luego cedió su propio palacio para que fuera transformado en convento de los Hermanos Menores. Sus reliquias fueron transportadas a la catedral de Teruel, donde se veneran como patronos de la ciudad.
Agosto 30: Beato Junípero Serra. Sacerdote de la Primera Orden, apóstol de California (1713‑1784). Beatificado por Juan Pablo II el 25 de septiembre de 1988.
Miguel José Serra nació el 24 de noviembre de 1713 en Petra de Mallorca, hijo de humildes agricultores pero ardientes en la fe cristiana. Después de frecuentar el convento local de San Bernardino se trasladó a Palma para completar los estudios y comenzar el noviciado en la Orden de los Hermanos Menores. Consagrado sacerdote en 1737, asumió el nombre de uno de los primeros compañeros de San Francisco, Junípero, para revivir en sí el primitivo espíritu franciscano.
Obtenido el doctorado, de 1744 a 1749 fue profesor de teología en la Universidad Luliana de Palma. Su ardor apostólico sin embargo lo empujaba a ir más allá de los confines no sólo de su isla sino del continente europeo; en efecto, su mente y su corazón estaban cada día más atraídos por el nuevo mundo. En 1749, a la edad de 36 años, se embarcó en Cádiz hacia Veracruz, de donde, al término de un extenuante viaje de 500 kilómetros a través de territorios infestados de malaria, llegó a ciudad de México.
Los principales sectores de su evangelización fueron la Sierra Gorda, México Central y California. La Sierra Gorda estaba habitada por indios a quienes Junípero amó de corazón, con sentimientos paternales, apreciando sus dotes y tratando de corregir sus defectos. Fue enorme el trabajo realizado por él en su formación cristiana y en su promoción humana y social. Misionero itinerante en México central, recorrió más de 10.000 kilómetros antes de ser nombrado responsable de la misión de California.
Desde este momento Junípero será el protagonista de la evangelización de California. Aun hoy este fraile, a quien los Norteamericanos colocaron entre los padres de la patria, asombra por su dinamismo, sus capacidades organizativas, la tenacidad en la ejecución de sus programas, sus dotes de gobierno, su habilidad como interlocutor aun en un clima de fuertes tensiones. En realidad no hizo otra cosa que seguir la más auténtica tradición franciscana de vida evangélica. Para él era espontáneo el practicar el misterio de la cruz sobre todo en los sufrimientos que debió soportar en los viajes incesantes por las tierras de California.
Entre 1769 y 1782 Junípero fundó nueve misiones explorando toda la región y fundando ciudades que hoy son grandes y famosas. Los Angeles, San Francisco, San Antonio, San Bernardino, San Diego, Santa Clara y muchas otras fueron fundadas por los franciscanos. Al término de una existencia toda ella gastada al servicio de los débiles y de los indefensos, el padre Junípero moría el 28 de agosto de 1784. Tenía 71 años. “Ahora, a descansar”, fueron sus últimas palabras. Se recostó en el pobre lecho sin quitarse el hábito franciscano y se durmió serenamente.
La ciudad de San Francisco lo declaró ciudadano honorario, California su fundador. La estatua del humilde fraile misionero figura en el Panteón de los Estados Unidos al lado de la de Jorge Washington, su primer presidente (Se celebra el 28 de agosto).
Agosto 31: Beato Pedro de Avila. Sacerdote y mártir en el Japón, de la Primera Orden (1592‑1622). Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Pedro de Avila nació en Palomero, cerca de Avila, España. En 1515 en Avila había nacido Santa Teresa de Jesús, Virgen y Doctora de la Iglesia, ilustre carmelitana, que hizo grandes progresos en el camino de la perfección. Tuvo revelaciones místicas. Sufrió muchas tribulaciones por la reforma de su Orden, pero salió victoriosa. Escribió libros de profunda doctrina, fruto de sus experiencias místicas. Murió el 4 de octubre de 1582. Diez años después, en 1592 cerca de Avila nace Pedro, quien siguió el ideal franciscano a ejemplo de San Pedro de Alcántara, consejero espiritual de Santa Teresa.
Eran evidentes en el niño y adolescente Pedro las especiales dotes de inteligencia y bondad de ánimo, el cual, siendo aún joven, decidió seguir el llamamiento del Señor que lo quería Hermano Menor en la Provincia de San José. En la oración y en la rígida vida ascética, según las directivas de San Pedro de Alcántara vivió su franciscanismo. Ordenado sacerdote, se dedicó al apostolado de la predicación, la dirección espiritual, las actividades caritativas y la formación espiritual de los fieles.
Muchas veces había meditado sobre el mandato del Señor a los apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. Quien crea y se bautice se salvará, pero el que no crea será condenado”. Y sobre las palabras de San Francisco a sus hermanos: “Ahora hermanos, id por todas partes y predicad el Evangelio, la paz y el bien”.
Fray Luis Sotelo, una de las figuras más eminentes entre los mártires del Japón, obispo electo, convenció a Fray Pedro a seguirlo en una grandiosa expedición misionera. En 1617 treinta religiosos franciscanos zarparon de España en dirección primero a las islas Filipinas. Se repetían a menudo estas expediciones de dichosos pioneros del evangelio, plenos de ardor seráfico y de valor apostólico.

Dos años duró la permanencia en Filipinas. Pedro se dedicó a toda clase de apostolados, en medio de los cristianos filipinos. En 1619, junto con otros cohermanos, zarpó para el Japón, decidido a consagrr toda su actividad a la evangelización, a pesar de las duras dificultades de la persecución religiosa. Su catequista y precioso colaborador fue Fray Vicente Ramírez de San José, religioso laico franciscano. Demostró gran celo en convertir y animar a los fieles vacialantes y temerosos. Con prudencia y astucia supo sustraerse a las pesquisas de los guardias. El 17 de septiembre de 1620, fue descubierto en la casa de los cónyuges Domingo y Clara Yamanda, que generosamente les habían dado hospitalidad. Pasó casi dos años en las cárceles de Suzuta, estrechas, antihigiénicas y expuestas a la inclemencia del frío. Su consuelo fue la presencia de otros hermanos, con quienes vivió en oración y en piadosas conversaciones. En espera del martirio, con otros 23 cohermanos, fue trasladado a las prisiones de Nagasaki. El 10 de septiembre de 1622 en la colina de los mártires el Beato Pedro, cantando el salmo “Alabad al Señor todas las naciones!” inmoló su vida en medio de una hoguera ardiente. Tenía 30 años. 

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