martes, 4 de abril de 2017

Santoral Franciscano: Noviembre

Noviembre 1: Solemnidad de Todos los Santos
La fiesta de Todos los Santos es originaria de la Iglesia Oriental. San Juan Crisóstomo tiene una homilía en su honor en el siglo cuarto. San Gregorio Nisseno había celebrado solemnidades junto a las tumbas de los Santos. En el 411 el calendario siríaco nos habla de una conmemoración de los confesores. En 539 en Odesa, el 13 de mayo se habla de una memoria de mártires de toda la tierra. La fiesta fue acogida en Roma cuando el papa Bonifacio IV transformó el Panteón, dedicado a todos los Dioses del antiguo Olimpo, en una iglesia dedicada a la Virgen María y a “Todos los Santos”. Esto sucedió el 13 de mayo del 609. Alcuino, maestro de Carlomagno, fue uno de los propagadores de la fiesta. El era un inglés de York ; los celtas consideraban el primero de noviembre un día de solemnidad porque marcaba el comienzo de la estación invernal. Se piensa por esto que el traslado de la fiesta del 13 de mayo al primero de noviembre, fue determinado por influencias anglosajonas y francesas, en 1475, bajo el pontificado de Sixto IV.
Santos son aquellos que han alcanzado la recompensa del cielo: pobres en espíritu, mansos, atribulados, justos, misericordiosos, puros, pacíficos y perseguidos a causa de Jesús. Todos santos, innumerables santos, como dice claramente el libro del Apocalipsis.
Por lo tanto, la santidad no es rara, de santos está lleno el cielo. Los santos no son solamente los que recordamos en el calendario, que ciertamente ya son muchos, pero representan una pequeñísima cantidad frente al número de los que, como dice san Juan, “nadie puede contar” sino Dios. En el calendario, la Iglesia ha señalado los nombres de algunos de los que se han salvado por los méritos de Jesús. Hoy es, pues, la gran fiesta de la Iglesia triunfante, que se goza con la innumerable asamblea de los salvados alrededor del trono de Dios, mientras, como dice San Juan, “todos los ángeles gritan: ‘La bendición y la gloria, la sabiduría y la acción de gracias, el honor, el poder y la fuerza de nuestro Dios, por los siglos de los siglos”.
Alegrémonos pues en el Señor en esta solemnidad de todos los santos. Con nosotros se alegran los ángeles y alaban en coro al Hijo de Dios. Hoy el Señor nos da el gusto de contemplar la ciudad del cielo, la santa Jerusalén, que es nuestra madre, donde la asamblea festiva de los santos nuestros hermanos glorifica eternamente su nombre. Hacia la patria común, nosotros, peregrinos sobre la tierra, apuramos nuestro camino en la esperanza, gozosos por la suerte gloriosa de estos miembros elegidos de la Iglesia que nos ha dado como amigos y modelos de vida. Dios, única fuente de toda santidad, admirable en todos los santos, nos conceda llegar también nosotros a la plenitud de su amor y pasar de esta tierra de exilio y de este valle de lágrimas al triunfo festivo de la vida inmortal.
Hoy es una fiesta cara al corazón de todo creyente, porque recordamos las personas que han concluido santamente el curso de la vida terrena. Ellas nos aman más perfectamente que antes y ante el trono de Dios oran y siguen preocupándose por nosotros. Esperemos con ansia el momento feliz en que podremos volver a abrazarnos con ellos para compartir con ellos la alegría y la gloria de la visión de Dios en el Paraíso.
Noviembre 2: Conmemoración de todos los fieles difuntos
La conmemoración de los Fieles Difuntos el 2 de noviembre tuvo su origen en el monasterio benedictino de Cluny, en Francia. El Papa Benedicto XV en el tiempo de la primera guerra mundial concedió a cada sacerdote la facultad de celebrar tres misas y a los fieles el ganar la indulgencia plenaria para sufragio por los difuntos.
En los ritos fúnebres por sus hijos la Iglesia celebra con fe el misterio eucarístico, con la confiada esperanza de que los que por el bautismo han sido hechos miembros de Cristo muerto y resucitado, a través de la muerte pasen con él a la vida. Pero es necesario que su alma sea purificada antes de ser acogida en el cielo con los santos y elegidos, mientras el cuerpo espera la feliz esperanza de la venida de Cristo y la resurrección de los muertos.
La muerte sigue siendo para el hombre un misterio profundo. La muerte del cristiano se integra con la muerte de Cristo. El prefacio de la misa de los muertos tiene un acento de humana dulzura y de divina certeza: “En Cristo brilla para nosotros la esperanza de la resurrección, y si la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti creemos no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una morada eterna en el cielo”. La vida terrena es preparación para la celestial, es un período de formación, de luchas y de primeras opciones. En su muerte el hombre se encontrará frente a Cristo y será la opción definitiva. Cristo espera con los brazos eternamente abiertos al hombre que se decide por él, en su amor encontrará el gozo pleno e infinito.
Con San Francisco, la muerte se vuelve dulce hermana, que nos arranca de las luchas y preocupaciones de este mundo y nos introduce en una vida nueva. El 3 de octubre de 1226 en Santa María de los Angeles, tendido desnudo sobre la desnuda tierra, en espera de su encuentro con Cristo, con sus hermanos, juglares del buen Dios, tuvo la fortaleza de cantar: “Alabado seas mi Señor por nuestra hermana la muerte corporal!”.
Podemos hacer alguna cosa por nuestros muertos: no están lejos de nosotros. Los muertos en el abrazo de Dios pertenecen a la comunidad de los hombres de la Iglesia. La oración por los difuntos es una tradición en la Iglesia. La celebración de la Santa Misa, el lucrar las indulgencias, la recitación del rosario, la práctica del Via Crucis, la limosna, toda obra buena, son otros tantos sufragios eficaces por las almas que están todavía en el purgatorio Los muertos ya no pueden hacer nada para sí mismos, pero por nosotros pueden hacer mucho. Santa Teresa de Avila asegura que obtuvo muchas gracias por la intercesión de las almas del purgatorio. Más que monumentos en los cementerios, los muertos esperan de nosotros oraciones. Dales, Señor, el eterno descanso, y brille para ellos la luz eterna. Descansen en paz. Amén.
Noviembre 3: Beata Margarita de Lorena. Viuda, religiosa de la Segunda Orden (1463‑1521). Aprobó su culto Benedicto XV el 20 de marzo de 1921.
Margarita de Lorena, duquesa de Alençon, nació en 1463 en Vaudémont, Francia. Fue educada en la corte por el buen rey Renato de Avignon y su texto de estudio fue la “Leyenda Aurea” y las Vidas de los Santos, de lo cual sacó tal provecho espiritual, que a los 10 años de edad soñaba con ser ermitaña. En 1480 cuando regresó de Lorena, su cuñada asumió el encargo de continuar su educación en forma igualmente piadosa.
A los 10 años, durante un paseo en el bosque, Margarita se ocultó con algunas coetáneas, y despertó preocupación entre las personas del séquito. Cuando al anochecer la encontraron, confesó que había querido darse a la vida eremítica. Era todavía adolescente cuando murió el abuelo. Habiendo regresado a Lorena, un año después se casó con el duque de Alençon, que también se llamaba Renato. La vida de los dos esposos no fue fácil, porque los desastres de la guerra de los 100 años angustiaban al pequeño ducado. Peor fue cuando murió Renato de Alençon, dejando a Margarita viuda a los 32 años de edad, con tres hijos todavía de tierna edad.
Desde entonces como mujer fuerte se dedicó a la educación de los tres huérfanos, que sus parientes quisieron sustraer a su tutela. Pero ella supo hacerlos crecer entre los más prometedores y admirados jóvenes de sangre regia y finalmente óptimamente casados.
Una vez libre de la obligación para con sus hijos, Margarita de Lorena quiso también librarse del peso del ducado, llevado con escrupulosa abnegación durante los 22 años de viudez. De sus bienes personales hizo tres partes: una destinada a los pobres, otra para la Iglesia, y una tercera para su propio sustento. Luego se retiró al castillo de Essai, que se convirtió en un verdadero monasterio en estrecho contacto con las clarisas de Alençon. El obispo de la diócesis debió invitar a la duquesa a moderar su celo ascético, que la llevaba no sólo a pasar casi enteras las noches despierta en oración, llevando cilicios, ayunando largamente, sino también a disciplinarse con extremo rigor para probar algo de la Pasión de Jesús, como ella misma solía decir.
Cediendo a las exhortaciones del obispo, Margarita aceptó cambiar de método: se dedicó a curar las llagas de los enfermos en un dispensario abierto por ella en Mortagne. Finalmente ingresó entre las pobres clarisas de Argentan, deseosa de compartir la durísima vida de las hijas de Santa Clara. Después de dos años de ejemplar y austera vida franciscana, enfermó y se preparó para la muerte. Murió como una verdadera clarisa el 2 de noviembre de 1521 a la edad de 58 años. Sobre el pecho se le encontró una cruz de hierro con tres puntas que se clavaban en su carne.
Noviembre 4: San Carlos Borromeo. Obispo y cardenal, de la Tercera Orden (1538‑1584). Canonizado por Pablo V el 1 de noviembre de 1610.
Carlos Borromeo es uno de los más grandes obispos de la historia de la Iglesia, grande por su caridad, grande por su doctrina, grande por su apostolado, pero grande sobre todo por su piedad y devoción. “Las almas – solía decir – se conquistan con las rodillas”, es decir, con la oración y oración humilde. San Carlos Borromeo fue uno de los mayores conquistadores de almas de todos los tiempos.
Nació en Arona en 1538 en la roca de los Borromeo, señores del Lago Mayor y de las tierras rivereñas. Era el segundo hijo del conde Gilberto y por tanto, según el uso de las familias nobles, fue tonsurado a los doce años. El joven tomó la cosa en serio, estudiando en Pavía dio de inmediato muestras de sus dotes intelectuales. Llamado a Roma, fue hecho cardenal a los 22 años. Los honores y las prebendas llovieron abundantes sobre su capelo cardenalicio, pues el papa Pío IV era tío suyo. Amante del estudio, fundó en Roma una academia, según la costumbre de la época, llamada de las “Noches Vaticanas”. Enviado al concilio de Trento fue allí, según la relación de un embajador, “más ejecutor de órdenes que consejero”. Pero se mostró también como un formidable trabajador, un esforzado de la pluma y el papel.
En 1582, muerto su hermano mayor, habría podido pedir la secularización para ponerse a la cabeza de la familia. Pero permaneció en el estado eclesiástico y fue consagrado obispo en 1563, a los 25 años de edad. Entró triunfalmente en Milán, próximo campo de su actividad apostólica. Su arquidiócesis era extensa tanto como un reino, comprendía tierras lombardas, vénetas, genovesas y suizas. El joven obispo visitó todos los rincones, preocupado por la formación del clero y por las condiciones de los fieles. Fundó seminarios, edificó hospitales y hospicios. Gastó a manos llenas las riquezas familiares a favor de los pobres. Amante de la pobreza quiso seguir el ejemplo de San Francisco de Asís inscribiéndose en la Tercera Orden y viviendo según esta espiritualidad.
Defendió los derechos de la Iglesia contra los señores y los poderosos. Restableció el orden y la disciplina en los conventos con tal rigor que un fraile indigno llegó a dispararle un tiro de arcabuz mientras oraba en su capilla. Por fortuna la bala no lo hirió.
Durante la terrible peste de 1576 su actividad se desplegó prodigiosamente, como organizador de la asistencia a los enfermos, curados personalmente por él. El 3 de noviembre de 1584, el titánico obispo de Milán sucumbió bajo el peso de su insostenible trabajo. Tenía solamente 46 años y dejaba a los milaneses el recuerdo de su santidad heroica.
Noviembre 5: Beatos Miguel Kizaemon y Lucas Kiiemon. Mártires japoneses de la Tercera Orden († 1627). Beatificados por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Una de las características del apostolado de los misioneros en tierras del Japón era el rodearse de activos colaboradores para el apostolado y las diversas necesidades. Los japoneses, al poseer perfectamente la lengua, conociendo las instituciones y las costumbres de los diversos lugares, eran preciosa vanguardia de los misioneros. La catequesis de niños y de los adultos en el período de catecumenado como preparación para el bautismo generalmente era confiada a catequistas japoneses. La asistencia a los enfermos en los hospitales o en las casas privadas, la ayuda a los pobres, los orfanatos para acoger a los niños abandonados o sin padres eran encomendadas a estos maravillosos cristianos, que repetían en el Japón los prodigios de los cristianos de la primitiva Iglesia.
Los mejores catequistas, los más formados espiritualmente, los que mostraban indicios de vocación, eran admitidos a la Tercera Orden o inclusive, a la Primera Orden. Y así más ligados al apostolado misionero e imbuidos del espíritu franciscano trabajaban con mayor diligencia. Entre estos catequistas y terciarios franciscanos, hoy recordamos a  Miguel Kizaemon y Lucas Kiiemon.
Miguel Kizaemon nació en Conga, de padres japoneses, los cuales desde pequeño lo abandonaron. Fue acogido por los cristianos y confiado a la Santa Infancia, donde recibió el bautismo y una educación cristiana. De joven, fue entregado a un mercader español. Más tarde pasó a la misión y fue acogido por el franciscano Padre Rojas, quien lo inició en los estudios, lo hizo su catequista, y, a petición suya, lo inscribió en la Tercera Orden franciscana. De Boniba, a donde había ido por motivos catequísticos, regresó a Nagasaki junto con su queridísimo amigo, también él activo catequista, Lucas Kiiemon, con quien trabajó para la gloria de Dios y el bien de las almas de 1618 a 1627. En tiempos de furiosa persecución religiosa, dada la pericia que tenían como carpinteros, trabajaron en la construcción de refugios para esconder y salvar a los misioneros.
Por estas múltiples actividades suyas, fueron reconocidos como cristianos, arrestados y llevados a la cárcel, donde pasaron varios meses. El 16 de agosto de 1627 fueron sacados de la cárcel, llevados a Nagasaki y conducidos hasta la colina santa o monte de los mártires. Allí fueron decapitados y así, con la palma del martirio, alcanzaron la gloria del cielo.
Noviembre 6: Beato Pablo de Santa Clara. Religioso y mártir japonés, de la Primera Orden († 1622). Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Pablo de Santa Clara es un discípulo amado del Beato Apolinar Franco, jefe del grupo de los mártires japoneses de aquel año y Ministro provincial del Japón. Prestó servicio en calidad de catequista y llevó a cabo toda su diligente actividad bajo la dependencia de los franciscanos en la evangelización, la enseñanza del catecismo a niños y a adultos, en la asistencia y el cuidado de los enfermos en las casas privadas y en los hospitales. Estaba siempre a disposición del Padre Apolinar Franco para cuanto era necesario para el apostolado y para los trabajos internos de la casa religiosa, como servicios de cocina, sacristía en la iglesia, aseo de la casa.
Pablo tenía un gran deseo de hacerse religioso franciscano. Varias veces lo había expresado al Beato Apolinar, pero siempre se había aplazado la fecha de la vestición. Los caminos del Señor son maravillosos; también a Pablo le llegaría el día tan deseado. Se había desencadenado la persecución religiosa con gran furor, misioneros y cristianos eran apresados, metidos en la cárcel y condenados a muerte. Con el Beato Apolinar Franco fue arrestado también Pablo, y conducido junto con los otros misioneros y cristianos a la cárcel de Omura.
En la cárcel Pablo renovó a su superior la petición de ser admitido a la Orden de los Hermanos Menores. Entonces se llevó a cabo una conmovedora y sugestiva ceremonia que nunca se olvidará. Junto a nuestro Pablo estaban otros dos cohermanos suyos, que eran admitidos al año de noviciado. Fray Pablo de Santa Clara será su nuevo nombre, su estado, religioso laico. Fue un verdadero año de noviciado con programas bien definidos, como se desarrolla en una comunidad religiosa normal: oración en común, recitación del breviario y del rosario y mucha alegría en medio de los dolores de una cárcel. Una vida religiosa que tuvo como epílogo el martirio.
El 2 de septiembre de 1622 fue sellada la sentencia de condena a muerte. Fray Pablo de Santa Clara fue sacado de la cárcel y llevado junto con sus cohermanos a Omura, donde estaba listo el calvario para los confesores de la fe. Una turba de paganos y de cristianos hizo cortejo a los condenados a muerte, entre aplausos por parte de los cristianos e insultos por parte de los paganos. Fueron condenados a ser quemados vivos. Así alcanzaron la gloria del cielo con la palma del martirio.
Noviembre 7: Beata Elena Enselmini. Virgen y religiosa de la Segunda Orden (1208‑1242). Aprobó su culto Inocencio XII el 29 de octubre de 1695.
Elena Enselmini nació hacia 1208 de noble familia paduana. Cuando en 1220 San Francisco de Asís, al regresar del oriente, se detuvo en Padua y fundó el monasterio de las clarisas de Santa María de Arcella, una de las primeras en entrar fue Elena, de apenas 13 años. Fue el mismo Santo quien cortó las trenzas de la niña y recibió su profesión.
Llevaba diez años de vida en el claustro y de altísima perfección en la estricta observancia de la regla, era para sus cohermanas ejemplo de piedad, de penitencia y de laboriosidad, cuando en 1230 fue atacada por una gravísima enfermedad que la tuvo en cama durante 15 meses entre espasmos indecibles y fiebres altísimas. Cuando San Antonio llegó a Padua como ministro provincial, conoció a Elena, la cual, desde aquel momento gozó de la dirección y de los consuelos espirituales del ardiente predicador y superior. Entre las dos almas se formó de inmediato un nudo de santa amistad espiritual formada por intercambios y ayudas mutuas: Antonio daba a la heroica paciente la ayuda de su consejo; en cambio Elena en sus enfermedades corporales, el mérito de sus sufrimientos, haciéndose así ella misma misionera de deseo y de amor. En  aquella situación tuvo el consuelo y la guía de San Antonio, el cual estuvo en Padua en los años 1227, 1229, 1230 y 1231 y en Arcella murió el 13 de junio de 1231. Poco después de la muerte del Santo, la enfermedad quitó a Elena la palabra y la vista y le impidió recibir cualquier alimento, de modo que vivió los últimos tres meses sin alimento ni bebida. Conservó empero la conciencia. Podía por lo tanto seguir las lecturas de la Sagrada Escritura y de las vidas de los Santos y darse cuenta de las solemnidades de la liturgia. De esta manera la meditación de las cosas oídas, especialmente de la Pasión de Cristo, se transformaba en visión que la abadesa le ordenaba hacer conocer de alguna manera a las cohermanas.
Durante seis años la vida de la clarisa fue una experiencia luminosa y gozosa, a pesar de los rigores materiales, las privaciones y las durezas. Pero hacia los veinte años sobrevino el período de las tinieblas. Tinieblas aun en el sentido físico con malestares y enfermedades, pero sobre todo tinieblas del alma probada por la duda y la aridez espiritual. Era tentada a creer que todo era inútil, que la salvación eterna se le negaría para siempre. Pero aun en los momentos de mayor desorientación, Elena se aferró a las certezas, a la fe y a la obediencia. Con la tenacidad de una voluntad bien templada logró reconquistar la paz y la certeza de que la Providencia guiaba su destino hacia lo mejor. Murió en Padua el 4 de noviembre de 1242 a los 34 años de edad.
Noviembre 8: Beato Juan Duns Escoto. Sacerdote, doctor sutil y mariano (1265‑1308). Juan Pablo II aprobó su culto el 20 de marzo de 1993.
Juan Escoto nació en Duns, en Escocia, hacia 1265, entró en la Orden de los Hermanos Menores hacia 1280 y fue ordenado sacerdote el 17 de abril de 1291. Completó los estudios entre 1291 y 1296 en París. Luego enseñó en Cambridge, Oxford y París, como bachiller, comentaba las “Sentencias” de Pedro Lombardo. Tuvo que abandonar la universidad, por no haber querido firmar una apelación al Concilio contra Bonifacio VIII, promovida por Felipe el Hermoso, rey de Francia. Regresó allí el año siguiente para obtener el doctorado, con una carta de presentación del Ministro general de la Orden, Padre Gonzalo Hispánico, que había sido su maestro, en la cual lo recomendaba como plenamente docto “sea por la larga experiencia, sea por la fama que se había extendido por todas partes, de su vida laudable, de su ciencia excelente y del ingenio sutilísimo” del candidato.
A fines de 1307 Juan Duns Escoto estaba en Colonia, donde enseñó. Quizás no hay doctor medieval más sobresaliente que este franciscano escocés, que estudió en Oxford, enseñó en París, fue expulsado por Felipe el Hermoso porque no quiso firmar la apelación antipapal y murió en Colonia, a la edad en que los otros filósofos comienzan a producir, como si la llama del pensamiento le hubiese quemado la juventud. El título de “Doctor Sutil” que le dieron, dice toda su sublimidad. Sus teorías sobre la Virgen y sobre la encarnación obtienen después de siglos la confirmación en el dogma de la Inmaculada Concepción y en el culto a la realeza de Cristo. Elabora el misticismo pensante de San Buenaventura. Escoto es un metafísico y un teólogo.
Empleó su agudeza de ingenio en la sistematización de los grandes amores de San Francisco: Jesucristo y la Virgen Santísima. La posteridad también lo ha llamado “Doctor del Verbo Encarnado” y “Doctor Mariano”. Tuvo numerosos discípulos y muy pronto llegó a ser y siguió siendo el jefe de la escuela franciscana, que se inició con el Beato Alejandro de Hales, se desarrolló con San Buenaventura, doctor Seráfico de la Iglesia, y llegó a su culminación en el Beato Juan Duns Escoto. Su doctrina está en perfecta armonía con su espiritualidad.
Después de Jesús, la Virgen Santísima ocupó el primer puesto en su vida. Duns Escoto es el teólogo por excelencia de la Inmaculada Concepción. El estudio de los privilegios de María ocupó un puesto importantísimo en su vida. En una disputa pública, permaneció silencioso hasta que unos 200 teólogos expusieron y probaron sus sentencias de que Dios no había querido libre de pecado original a la Madre de su Hijo. Por último, después de todos, se levantó Juan Duns Escoto, tomó la palabra, y refutó uno por uno todos los argumentos aducidos contra el privilegio mariano; y demostró con la Sagrada Escritura, con los escritos de los Santos Padres y con agudísima dialéctica, que un tal privilegio era conforme con la fe y que por lo mismo se debía atribuir a la gran Madre de Dios. Fue el triunfo más clamoroso en la célebre Sorbona, sintetizado en el célebre axioma: “Potuit, decuit, ergo fecit (Podía, convenía, luego lo hizo)”. En Colonia, donde enseñaba, murió el 8 de noviembre de 1308.
Noviembre 9: Beata Juana de Signa. Virgen reclusa de la Tercera Orden (1244‑1307). Pío VI concedió en su honor oficio y misa el 17 de septiembre de 1798.
La parte más antigua de la ciudad de Signa, en lo alto del cerro, de aspecto medieval, se llama comúnmente “la Beata”. Recuerda y honra así a diario a la Beata de Signa por antonomasia, la Beata Juana. Nació en Signa en 1244, hija de padres humildes, y como Santa Juana de Arco y Santa Bernardita de Lourdes, en su juventud fue pastora sencillísima, de vida y alma sin mancha. A veces reunía junto a sí a otros pastores y les hablaba de las cosas del cielo y del amor a las virtudes.
Hacia los treinta años pudo realizar su ideal de vida religiosa haciéndose reclusa voluntaria a ejemplo de la Beata Veridiana, reclusa de Castel Fiorentino. Después de haber recibido de los Hermanos Menores en Carmignano el hábito de la Tercera Orden Franciscana, se hizo encerrar entre paredes en una celdita junto al río Arno. Allí permaneció en penitencia durante cuatro decenios. Desde aquel estrecho refugio derramó dones de misericordia sobre cuantos recurrían a ella: sanó enfermos, consoló afligidos, convirtió pecadores, iluminó a dudosos, ayudó a los necesitados. Su fama perdura hasta nuestros días debido también a los milagros póstumos y a las gracias recibidas.
Las leyendas pintorescas sobre Juana se refieren a su juventud como pastora. Una, por ejemplo, dice que durante las tempestades y los aguaceros, ella reunía su rebaño junto un gran árbol, que prodigiosamente era librado de la lluvia, del granizo y de los rayos. Por eso, cuando se acercaba la tempestad, los otros pastores corrían a donde ella con sus animales. Juana aprovechaba aquellas ocasiones para enseñar a sus compañeros con palabras sencillas y eficaces el modo de salvar su alma y de merecer el Paraíso.
Otras veces cuando el río Arno crecido impedía el paso de una a otra orilla, a Juana se le vio extender sobre las aguas amenazadoras su rojizo manto y sobre él atravesar el río, como si fuera una barca segura.
Juana vivió como reclusa una vida más angelical que humana. De la caridad de los fieles recibía lo necesario para la vida. Se ejercitó en la más rigurosa austeridad en la ferviente oración, en la asidua contemplación, en estáticos coloquios con su amado. El Señor glorificó la santidad de su sierva fiel con numerosos prodigios realizados especialmente en favor de enfermos, para los cuales obtenía de Dios la curación del cuerpo y del alma. Murió en su celda, a los 63 años, el 9 de noviembre de 1307. Se dice que en el momento de su muerte las campanas de las iglesias sonaron a fiesta para solemnizar el ingreso de Juana a la gloria del cielo.
Noviembre 10: Beata Angela Salawa (1881‑1922), Terciaria francisana. Doméstica. Beatificada el 13 de agosto de 1991 por Juan Pablo II, en Cracovia.
Hija de Bartolomé Salawa y Eva Bochenek, campesinos pobres pero religiosos, nació el 9 de septiembre de 1881 en Siepraw, región muy árida e improductiva, distante 18 kilómetros de Cracovia.
Angela era la menor de nueve hermanos, nació y creció desnutrida, débil y enfermiza, era un tanto desobediente y caprichosa. Hizo los dos años de escuela posibles en el lugar, y aprendió a leer, pero no mucha ortografía. Piadosa, aficionada a leer buenos libros. A los 12 años comenzó a trabajar al servicio de vecinos en oficios de hogar. A los 16 años, en busca de trabajo, se trasladó a Cracovia, donde ya residía su hermana Teresa. Esta le ayudó a conseguir su primer trabajo, pero los dos primeros años debió cambiar de empleo frecuentemente. Ingresó a la Asociación de Santa Zita, de las empleadas de hogar. En los primeros tiempos era vanidosa y frívola, y no muy piadosa, y mientras su hermana, según ella, iba de afán camino del cielo, ella también quería llegar, pero “despacito”. Sin embargo, siguió fiel a sus prácticas de piedad, y a sus deberes religiosos, quizás un tanto rutinariamente. Los consejos de su hermana y la prematura muerte de ésta, la movieron a cambiar de conducta y a tomar más en serio su vida. Bajo impulso sobrenatural abandonó la frivolidad en sus diversiones y en su presentación personal, de modo que, presentándose impecablemente, lo hacía solamente movida por su dignidad de hija de Dios. Comenzó a progresar en la piedad, poco a poco se fue corrigiendo hasta llegar a convertirse en consejera de sus compañeras. Con cierta frecuencia visitaba a su familia. Pensó algún tiempo en ingresar a un monasterio. Después de consultarlo con su confesor, hizo voto de castidad perpetua. Poco a poco comprendió que su vocación era sufrir con Cristo, y la aceptó resueltamente, pero consciente de su debilidad. Oraba largamente ante el Santísimo Sacramento y leía libros de alta mística tomando notas de los puntos prácticos que hallaba. Por orden del confesor comenzó a llevar un “diario”, para consignar sus vivencias místicas, facilitar las consultas y abreviar sus confesiones. Encontró al fin condiciones favorables de trabajo, llevaba ya cerca de ocho años trabajando con una pareja de esposos sin hijos. Su confesor estable, cansado de las intrigas de personas envidiosas, e inclusive de las calumnias movidas contra Angela, se negó bruscamente a atenderla en confesión, y públicamente la sacó de la fila del confesionario. Una mujer, en plena iglesia, le dio una bofetada; ella soportó pacientemente estas dolorosas humillaciones. La señora en cuya casa trabajaba, enfermó gravemente y murió, asistida por Angela. Después de esto, dos parientas del viudo pasaron a vivir con él, y comenzaron a hacerle difícil a Angela la vida y el trabajo. Al sentirse abandonada, de repente siente que Jesús le dice: “¿Hija, por qué te preocupas? Yo no te he abandonado”. Toma como director espiritual a un padre jesuita, el cual la acompaña en su proceso hasta el fin. Para seguir más de cerca de Cristo pobre y crucificado, se hace terciaria franciscana el 15 de marzo de 1912, y hace su profesión el 6 de agosto de 1913.
Mientras dispone de trabajo, ayuda a los enfermos en los hospitales, a los pobres y a sus compañeras necesitadas. En el otoño de 1916 es expulsada del trabajo, acusada de ladrona. Las enfermedades la agobian, la necesidad la acosa, y las envidiosas la persiguen, insultan y calumnian. Consigue algunos trabajos pasajeros, pero en mayo de 1917 ya no puede trabajar más. En un primer momento se acoge al hospital de Santa Zita, como cumplida socia que había sido. Pero también allí la calumnia y la envidia la persiguen, y decide irse a vivir sola, logra alquilar una pequeña pieza dónde vivir. Allí, en medio de los sufrimientos, tiene algunas visiones de Jesús que la conforta pero también la corrige. A veces puede con gran dificultad ir a la iglesia y comulgar; pues una envidiosa, acusándola de fingir la enfermedad, había logrado impedir que los franciscanos le llevaran la comunión a su vivienda. Ofrece sus sufrimientos por la libertad de Polonia, su patria ocupada. En octubre de 1920, participa con ayuda de sus compañeras en una peregrinación a Chestochowa, que ellas organizaron para orar a la Virgen de Jasna Gora. A finales de 1920 hasta casi mediados de 1921 sufre terribles dolores, con crueles tentaciones de desesperación, ella acepta todos sus “queridos tormentos”, para unirse a Cristo en su pasión. Cristo la conforta con algunas visiones, pero luego viene otro período de tentaciones diabólicas, sugestiones alternativas de desesperación y de orgullo y presunción. Por fin viene una última etapa de consolación, y finalmente muere con una envidiable paz del corazón el 12 de marzo de 1922.
Noviembre 11: Beato Gabriel Ferretti. Sacerdote de la Primera Orden (1385‑1456). Aprobó su culto Benedicto XIV el 19 de septiembre de 1753.
Gabriel Ferretti nació en Ancona hacia el año 1385, hijo de los condes Liberotto y Alvisa Sacchetti. A los 18 años contra la voluntad de sus padres tomó el hábito de los hermanos Menores en el convento anconitano de San Francisco ad Alto, donde se consagró totalmente a Dios emitiendo los votos de pobreza, castidad y obediencia.
En el silencio de su eremitorio, todo concentrado en Dios en el ejercicio de la vida religiosa profundizó en el estudio de las ciencias teológicas. Ordenado sacerdote se dedicó al apostolado entre pobres y enfermos y pronto fue considerado el Padre de Ancona.
Las virtudes y dotes de Gabriel llamaron la atención de los superiores, que en 1425 lo eligieron guardián del convento de San Francesco ad Alto. No sólo restauró y engrandeció el convento, sino que se distinguió en la heroica asistencia a los apestados en los años 1425 y 1427. Los Hermanos Menores de la Provincia Seráfica de las Marcas, reunidos en capítulo, en 1434 lo eligieron Ministro Provincial. Contribuyó eficazmente a propagar la fiel observancia de la regla franciscana en las Marcas. El Pontífice Eugenio IV le concedió amplias facultades para abrir nuevos conventos, como en Santa María de las Gracias en San Severino Marcas, San Nicolás en Ascoli Piceno y la Anunciación en Osimo. Además, a pesar de las múltiples y pesadas ocupaciones, continuó interesándose por el convento de San Francisco ad Alto y sus conciudadanos de Ancona.
En 1438, por sugerencia de su íntimo amigo San Jaime de la Marca, fue llamado por el Ministro general Padre Guillermo de Casale a predicar en Bosnia, donde ya anunciaban la divina palabra el mismo San Jaime de la Marca y otros religiosos. El consejo comunal de Ancona, temiendo verse privado de la amorosa asistencia de su santo fraile, suplicó que se le volviera a dejar en Ancona, petición que fue acogida. Así el Beato Gabriel permaneció en las Marcas continuando su asistencia a los pobres y enfermos de su ciudad.
Alma eminentemente mariana, tenía una tierna devoción a la Sma. Virgen y difundió ampliamente la corona franciscana de las siete alegrías de la Bienaventurada Virgen María. La Virgen recompensó el amor filial de su siervo con apariciones y dulces coloquios. También Dios mismo quiso premiar las virtudes de su siervo con el don de la profecía y de los prodigios. Una sobrina suya de nombre Casandra, imposibilitada para caminar, se dirigió a su santo tío. Este oró, luego trazó un signo de la cruz sobre la articulación afectada y la enferma quedó curada.
Gabriel terminó su virtuosa y laboriosa existencia a los 71 años en el convento de Ancona el 12 de noviembre de 1456, asistido por San Jaime de la Marca, quien en el funeral exaltó las virtudes del santo cohermano.
Noviembre 12: Beato Juan de la Paz. Ermitaño de la Tercera Orden (1270‑1340). Aprobó su culto Pío IX el 10 de septiembre de 1857.
De Juan de la Paz se tienen noticias biográficas en tres dísticos colocados sobre su tumba. En resumen se afirma que fue un retoño de noble estirpe, que vivió primero como ermitaño en una selva solitaria, que volvió luego por amor de Dios a su ciudad y que allí construyó una iglesia dedicada a la Sma. Trinidad y un oratorio a San Juan Evangelista.
Juan Cini nació en Pisa hacia 1270. Se le llamó “de la paz”, por haber vivido largamente en un eremitorio cerca de la “puerta de la paz”, de Pisa. En su juventud tuvo una educación y formación verdaderamente cristiana. En efecto encontramos su nombre entre los primeros pisanos que abrazaron la Tercera Orden de la penitencia, poco antes instituida por el Poverello de Asís para la santificación de los fieles. Fue también soldado de la república de Pisa. En 1305 pasó de la vida militar a la vida de la penitencia y caridad. Iluminado por la gracia de Dios, reflexionó en su vida pasada como soldado, sintió gran dolor por todo lo malo que había hecho y tomó la resolución de apartarse del mundo para llorar sus culpas y seguir a Jesús en la penitencia.
Se propso reactivar “La Pía casa de la misericordia” con el fin de aliviar los sufrimientos de los pobres, alojar a los peregrinos y dedicarse a todas las obras de caridad. Pero el ideal de Juan de la Paz no se limitó a la “Pia casa de la misericordia”, su aspiración era la vida eremítica. Por tanto, en una celda junto a la Puerta de la Paz se consagró a la penitencia y a la oración para obtener de Dios el perdón de sus culpas e implorar sobre sus conciudadanos, con mucha frecuencia agitados por sangrientas luchas, la tan anhelada paz. Por varios años Juan dio lustre a su ciudad con el esplendor de las virtudes; su nombre estaba ya en labios de todos. Siempre afable y caritativo, se prodigaba por el bien de todos.
Dios lo quiso padre espiritual de numerosos discípulos que siguieron su ejemplo, fueron llamados “Ermitaños Terciarios Franciscanos”. En 1330 el arzobispo de Pisa entregó a éstos el eremitorio de Santa María della Sambuca, que bajo su dirección floreció de nuevo en santidad. El Beato Juan dejó allí un grupo de sus ermitaños y regresó a su oratorio junto a la puerta de la Paz; se hizo construir una celdita, donde pasaría el resto de sus días llevando una vida más celestial que terrena. Al llegar a la edad de 70 años, consumido por las austeridades se preparó para la muerte, la cual esperó como dulce hermana. El 13 de noviembre de 1340 desde su celda de recluso voló al cielo.
Noviembre 13: San Diego de Alcalá. Religioso de la Primera Orden (1400‑1463). Canonizado por Sixto V el 2 de julio de 1588.
Diego de Alcalá nació hacia 1400 en San Nicolás de Puerto, Andalucía, España. Deseoso de soledad y de penitencia, siendo muy joven aún, llevó por varios años vida eremítica junto a la iglesia de San Nicolás de su pueblo natal. A la oración y a la contemplación unía el trabajo en el huerto y la confección de cestas de mimbre y pequeños utensilios de uso doméstico, cuyo pago le servía para ayudar a los pobres.
La fama de su santidad se había extendido por los pueblos vecinos y la gente lo veneraba. Maduró su propósito de entrar entre los Hermanos Menores. Fue al convento de Arizal poco lejos de Córdoba, y allí hizo el noviciado como religioso no clérigo. Vivió ocupado en oficios modestos en diversos conventos de la provincia religiosa, hasta que en 1441 fue enviado a las Canarias para evangelizar a los nativos, recaídos en supersticiones idolátricas. La obediencia lo hizo aceptar el guardianato del convento de Fuerteventura, para el que fue elegido en 1446. Trabajó con particular celo en la defensa de los indígenas de la rapacidad de los conquistadores, quienes le produjeron no pocas dificultades y contrariedades, tanto que en 1449 pidió regresar a España. De allí, en 1450, emprendió viaje a Roma en compañía de su cohermano Alfonso de Castro, para ganar el jubileo y asistir a la canonización de San Bernardino de Siena.
Al convento de Aracoeli donde se alojaban los dos religiosos, entró la epidemia que azotó a Roma aquel año. Los frailes, que eran muchos, cayeron casi todos enfermos. Diego se prodigó en cuidados, uniendo a los cuidados humanos carismas divinos, sea para curar, como para proveer el alimento necesario, que escaseaba, no obstante las provisiones de la autoridad pública. Fue heroico su apostolado caritativo en socorrer enfermos y oprimidos por la carestía que se unió a la peste, a muchos curó al contacto de sus manos mojadas en el aceite de la lámpara de la Virgen.
Al volver a su patria vivió en varios conventos antes que la muerte lo llevara a la eternidad en Alcalá de Henares, cerca de Madrid, el 12 de noviembre de 1463 a los 63 años de edad. La fama de la santidad de vida de este humilde fraile, unida a los numerosos milagros que Dios obraba por su intercesión, movió a Sixto V a inscribirlo en el catálogo de los santos hermanos franciscanos el 2 de julio de 1588.
Diego dio nuevo esplendor a la figura de los humildes y sencillos hermanos que en los primeros tiempos fueron el gozo y la gloria de San Francisco, aquellos que en el silencio y en la penitencia ganaban almas para Cristo. Es venerado por los religiosos no clérigos de la Orden Minorítica como su especial patrono.
Noviembre 14: Santos Nicolás Tavelic, Deodato de Rodez, Pedro de Narbona y Esteban de Cuneo, († 1391) sacerdotes y mártires de la Primera Orden. Canonizados por a Pablo VI el 21 de junio de 1970.
Nicolás Tavelic (1340-1391) es el primer croata canonizado. Su figura se destaca grandemente en el ambiente de su tiempo. Nació hacia 1340 en la ciudad dálmata de Sebenic. Siendo adolescente entró en la Orden de Hermanos Menores y ya sacerdote fue enviado como misionero a Bosnia, donde se prodigó por cerca de 12 años por la conversión de los Bogomiles, patarenos balcánicos, junto con Deodato de Rodez. Hacia 1384 ambos se dirigieron a Palestina, donde se juntaron con otros dos cohermanos, Pedro de Narbona y Esteban de Cuneo. Todos cuatro entregaron su vida como mártires de Cristo.
Nicolás y los tres cohermanos, permanecieron en Jerusalén en el convento de San Salvador, en estudio y oración. Después de larga meditación, Nicolás proyectó una empresa audaz. La empresa estaba en el espíritu de San Francisco, movido por el Espíritu Santo, por el celo de la fe y por el deseo del martirio. Se trataba de anunciar públicamente en Jerusalén ante los musulmanes principales la doctrina de Cristo.
Deodato († 1391) nació en una ciudad francesa que en los textos originales latinos de la mayor parte de los autores es llamada “Ruticinium”, identificada con la actual ciudad de Rodez, sede episcopal. Todavía joven se hizo hermano menor y fue ordenado sacerdote en la Provincia franciscana de Aquitania.
En los años 1372‑1373, el vicario general Padre Bartolomé de la Verna había hecho un llamamiento para conseguir religiosos para una particular expedición misionera a Bosnia. Una bula de Gregorio XI del 22 de junio presentaba en aquel momento buenas perspectivas para el progreso en la verdadera fe de aquellas zonas devastadas por la herejía de los Bogomiles, una secta hereje de fuerte tinte maniqueo, que a los errores dogmáticos unía en sus principales representantes una rígida austeridad de vida.
A Deodato de Rodez lo encontramos en este campo de actividad, en compañía de Nicolás Tavelic. Fue a Bosnia para responder al deseo del Vicario general y del Papa Gregorio XI, en las mismas circunstancias en que fue Nicolás de Tavelic. De este encuentro entre los dos santos nace una fraternal e íntima amistad, que los sostiene por doce largos años en medio de dificultades y fatigas comparables a las de los grandes misioneros de la Iglesia. Una relación pormenorizada, la “Sibenicensis” describe esta venturosa expedición apostólica de Bosnia junto con la relación de su martirio.
Hacia 1384 ambos se trasladaron a Palestina, donde encontraron otros dos cohermanos: Pedro de Narbona y Esteban de Cuneo, con quienes compartieron las actividades apostólicas y la palma del martirio.
Pedro de Narbona, de la provincia de los Hermanos Menores de Provenza, por varios años adhirió a la reforma surgida para una mejor observancia de la regla de San Francisco, reforma iniciada en 1368 en Umbría por el Beato Paoluccio Trinci. En poco tiempo se difundió en la Umbría, las Marcas, tanto que en 1373 contaba con una decena de eremitorios. Era un movimiento de fervor que tendía a renovar la forma primitiva de la vida franciscana, especialmente en el ideal de la pobreza y en el ejercicio de la piedad. Que Pedro de Narbona haya llegado de Francia meridional a los eremitorios umbros, es indicio del fervor religioso de su espíritu y esto proyecta una luz singular sobre toda su vida precedente a su permanencia en Jerusalén.
Esteban nació en Cuneo en el Piamonte y se hizo Hermano Menor en Génova, en la provincia religiosa de la Liguria. Durante ocho años trabajó activamente en Córcega, como miembro de la vicaría franciscana corsa. Podemos decir que de este modo hizo un buen noviciado apostólico. Pasó luego como misionero a Tierra Santa, donde el 14 de noviembre de 1391 selló con el martirio la predicación evangélica. Junto con los tres compañeros, quería demostrar que el islamismo no es la verdadera religión. Cristo Hombre‑Dios, no Mahoma, era el enviado de Dios para salvar a la humanidad.
El 11 de noviembre de 1391 después de intensa preparación los cuatro misioneros realizaron su proyecto. Salieron juntos del convento llevando cada uno un papel o pliego escrito en latín y en árabe. Se dirigieron a la mezquita, pero mientras querían entrar fueron impedidos. Interrogados por los musulmanes qué querían, respondieron: “Queremos hablar con el Cadi para decirle cosas muy útiles y saludables para sus almas”. Les respondieron: “La casa del cadi no es aquí, vengan con nosotros y se la mostraremos”.
Cuando llegaron a su presencia, abrieron los papeles y los leyeron, explicándoselos y presentando con firmeza sus propias razones. Dijeron: “Señor cadi y todos ustedes aquí presentes, les pedimos que escuchen nuestras palabras y pongan mucha atención a las mismas, porque todo lo que les vamos a decir es muy provechoso para ustedes, es verdadero, justo, libre de todo engaño y muy útil para el alma de todos aquellos que quieran ponerlo en práctica”. Luego hicieron una prolongada relación que ilustraba la verdad del mensaje evangélico de Cristo, el único en quien está la salvación y demostraron la falsedad de ley de Mahoma. Se reunió una enorme turba de mahometanos, primero asombrados, luego irritados, finalmente hostiles. Nunca se habían oído ante una turba de musulmanes semejantes afirmaciones contra el Corán y contra el islamismo. Al oír este discurso pronunciado con fervor de espíritu por los cuatro Hermanos, el Cadí y todos los presentes se airaron grandemente. Comenzaron a llegar innumerables musulmanes.
El Cadi entonces dirigió la palabra a los cuatro religiosos en estos términos: “¿Esto lo han dicho ustedes en pleno conocimiento y libertad, o en un momento de exaltación fanática, sin el control de la razón como tontos o locos? ¿Han sido enviados a hacer esto por el Papa de ustedes, o por algún rey cristiano?”. A tal pregunta los religiosos respondieron: “Nosotros hemos venido aquí enviados por Dios. Por tanto si ustedes no creen en Jesucristo y no se bautizan, no tendrán la vida eterna”. Fueron condenados a muerte y el 14 de noviembre de 1391 fueron asesinados, despedazados y quemados.

Noviembre 15: Sierva de Dios María de la Pasión. Religiosa de la Tercera Orden Regular (1839‑1904). Fundadora de las Franciscanas Misioneras de María. En proceso de beatificación.
Elena Chapotin, nació en Nancy, Francia, el 21 de mayo de 1839 y murió en San Remo (Imperia) el 15 de noviembre de 1904. Después de muchas pruebas ingresó entre las religiosas de María Reparadora, en Tolosa, en 1865; al año siguiente partió para la India, donde fue superiora y luego Provincial de la Misión de Medura, en donde hizo florecer de nuevo las obras y las multiplicó con incansable celo. Llamada a Roma en 1877, con la bendición de Pío IX fundó la nueva congregación de las Hermanas Franciscanas de María (víctimas, adoratrices y misioneras) que en 1885 fue agregada a la Orden Franciscana Regular bajo la obediencia de los Hermanos Menores. En 1896 León XIII aprobó sus constituciones, escritas por la fundadora. Gobernó su Instituto hasta su muerte, multiplicando las casas y las obras con una rapidez y firmeza que parecen milagrosas por toda Europa y sobre todo en las misiones.
La víspera de su muerte decía: «Si el Instituto fuera obra mía, moriría conmigo. Pero es obra de Dios!». Siguiendo sus huellas las Franciscanas Misioneras de María aceptan gozosas ofrecer su propia vida para completar lo que falta a la Pasión de Cristo. Repetía: «Nuestra patria es todo el género humano». Sus hijas están prontas a ir a todas partes para vivir y testimoniar el Evangelio, especialmente en los países y en los lugares donde la Iglesia está menos presente, en medio de los pobres y desheredados. De la sangre de las siete santas mártires de China en 1900 a los innumerables sacrificios oscuros, inclusive cruentos, de tantas otras misioneras, entre ellas la beata María Asunta Pallotta, a lo largo del tiempo ellas han pagado con su vida su consagración a los pueblos y a los países envueltos en sucesos dramáticos.
Para asegurar a este ideal un apoyo sólido y profundo, la Fundadora se vuelve hacia el santo cristocéntrico: Francisco de Asís. El Pobrecillo la había atraído en lo íntimo desde su juventud. Cuando ella pudo injertar en el antiguo tronco de la Familia Franciscana la nueva plantita que Dios había suscitado por su medio, para recibir de ella una participación mayor de espíritu evangélico, de pobreza, de simplicidad gozosa, sintió que por fin había realizado plenamente su propio carisma y la voluntad de Dios sobre ella y su obra.
De esta savia y este espíritu se nutren todavía hoy las 9.000 franciscanas misioneras de María, de 63 nacionalidades, que en más de 73 países de los cinco continentes prosiguen la obra de María de la Pasión. La extrema diversidad de sus orígenes, lenguas, mentalidades, actitudes, la vastísima gama de sus compromisos apostólicos, encuentran en torno a Cristo Palabra y Pan, una comunión en la diversidad que, a través del tiempo y del espacio, es una característica fundamental del Instituto de las Franciscanas Misioneras de María.
Noviembre 16: Beato Luis Guanella. Sacerdote de la Tercera Orden (1842‑1915). Fundador de los Siervos de la caridad y de las Hijas de Santa María de la Providencia. Beatificado por Pablo VI el 25 de octubre de 1964.
Luis Guanella nació en Fraciscio, Sondrio, el 19 de diciembre de 1842, el noveno de trece hijos. Desde niño aprendió una fe viva y operante, un constante amor al trabajo y una gran caridad para con los pobres.
Pasada su niñez entre sus montes siempre nostálgicamente amados, fue alumno del Colegio Gallio de Como, frecuentó después, para los estudios eclesiásticos, los seminarios diocesanos, distinguiéndose por la angélica piedad, amabilidad de carácter y aprovechamiento en las disciplinas escolares. Ordenado sacerdote el 26 de mayo de 1868, estuvo encargado de cura de almas en Prosto y en Savogno, en Val Chiavena, donde construyó una escuela elemental, y enseñó en las escuelas, por cuanto tenía un diploma de maestro. Multiplicó las iniciativas benéficas a favor de los pobres y con entusiasmo organizó la acción Católica juvenil, fundada en 1867 por Juan Acquaderni y Mario Fani. En 1875 fue a Turín, a donde  Juan Bosco, de quien aprendió el camino de la santidad y el método pedagógico. Se vinculó con los votos religiosos a la sociedad salesiana. Pero en 1878 fue llamado por su obispo a la diócesis, fue nuevamente párroco en Traona, Olmo y Pianello Lario, donde en 1885 sonó la hora de la misericordia con la primera fundación de las obras soñadas de tiempo atrás a favor de los pobres abandonados.
Este sacerdote valteliense, en la escuela de los santos de su tiempo: Juan Bosco, José Cafasso, José Benito Cottolengo, Leonardo Murialdo, Luis Orione, Madre Francisca Javier Cabrini, también él fue iniciador de numerosas obras de beneficencia, que florecerían rápidamente gracias a su espíritu de dedicación, y a su capacidad de comunicar entusiasmo y valor a sus colaboradores.
Devoto y admirador de San Francisco de Asís, ingresó en su Tercera Orden. De la vida del Pobrecillo asumió el espíritu de pobreza y de perfecta alegría, de gran confianza en Dios y de amor por los hermanos más pobres: los huérfanos, los deficientes, los ancianos y los enfermos. Para continuar la institución fundó dos congregaciones religiosas: los siervos de la Caridad (Guanelianos) y las Hijas de Santa María de la Providencia (Guanellianas). La obra se desarrolló admirablemente en Italia y en el exterior. La pía unión del tránsito de San José, iniciada por él en Roma, cuenta hoy con más de diez millones de miembros. En años de encendido anticlericalismo, fue mirado con sospecha por las autoridades laicas y fue blanco de injusticias y persecuciones, pero las superó con la fuerza de su fe y el fuego de la caridad. Fue a América siguiendo a los emigrantes, trabajó mucho por la asistencia religiosa a los mismos. Para instruir a la juventud abrió escuelas de iniciación, y oratorios. Para asistir a las víctimas del terremoto de Calabria, en Marsica y en Mesina, no economizó energías ni medios.
En Como el 24 de octubre de 1915, a los 73 años concluyó su activa jornada este héroe de la caridad. Su cuerpo se venera en el Santuario del Sagrado Corazón en Como.
Noviembre 17: Santa Isabel de Hungría, Viuda, de la Tercera Orden (1207‑1231). Canonizada por Gregorio IX el 27 de mayo de 1235.
Esta joven Santa del siglo XIII a quien los hermanos y hermanas de la penitencia veneran como Patrona, se consumió en el ardor de todo lo bueno y dejó una estela luminosa de amor, un ejemplo que la cristiandad nunca ha olvidado.
Isabel, Langravia de Turingia, nació en 1207 en Hungría, hija del rey Andrés II y de la reina Gertrudis de Merano. Siendo todavía niña fue dada por esposa a Luis, Langrave de Asia y Turingia y creció con él en el amor de Dios y del prójimo. Pasaba largas noches en oración y dedicaba sus días a visitar a los enfermos y a socorrer a los pobres. Pero su grandeza brilló sobre todo después de que murió su esposo, que se había hecho cruzado. Fue despojada de todos sus bienes, arrojada a la calle con sus hijitos y forzada a buscar refugio en un establo, ella, que había ayudado a tantos y construido hospitales para sus súbditos. No se quejó de ello, sino que entró a la iglesia de los Hermanos Menores y pidió que se cantara un “Te Deum” porque el Señor le había dado su pobreza. Vistió el hábito de la Tercera Orden y recibió de San Francisco el regalo de su manto.
Cuando más tarde le fueron reconocidos sus derechos, que tuvo que reivindicar para sus hijos, no cambió de vida, sino que continuó trabajando con sus manos para ayudar a los pobres. Las visitas del Señor en la oración eran frecuentes.
Santa Isabel en solos 24 años de vida conoció riqueza y miseria, honores y desprecio y santificó todas las condiciones de la vida de una mujer: religiosísima desde su juventud, amantísima esposa con un corazón maternal para con su pueblo, madre delicadísima de tres hijos, tempranamente viuda, arrojada, errante con sus hijitos hambrientos; siempre sobreabundante de gozo en la pobreza y en el dolor, porque abundaba totalmente en Dios, cuyo amor tierno y fuerte conocía. Dios la escuchó por sus hijos, cuyos derechos principescos fueron reconocidos; para sí conservó sólo el inestimable tesoro de la pobreza franciscana que le había revelado la dulzura de Dios.
Característica de su vida es la caridad hacia los pobres, a quienes asistía siempre con regia generosidad y visitaba en sus barracas. Es célebre la anécdota de su esposo Luis, quien se encontró con ella mientras bajaba del castillo de Marburgo con las provisiones para los pobres, ocultas bajo el manto. Cuando él le preguntó qué llevaba, corrió el manto y aparecieron fresquísimas rosas a pesar del crudo invierno. Otra vez un leproso a quien después de lavarle los pies y dado alimento, lo colocó a dormir en su lecho regio; al regresar el esposo, indignado quiso ver quién era ese leproso que dormía en su lecho, y con sorpresa vio a Cristo, que en un nimbo de luz desapareció dejando gran gozo en el corazón de ambos cónyuges. Murió de veinticuatro años el 17 de noviembre de 1231 y fue sepultada en Marburgo el 19 del mismo mes.
Noviembre 18: Beata Salomé de Cracovia, Virgen, religiosa de la Segunda Orden (1211‑1268). Aprobó su culto Clemente X el 17 de mayo de 1673.
Salomé, princesa de Polonia, hija de Leszek el Blondo, príncipe de Cracovia, nació en 1211. De sólo 3 años fue prometida como esposa, por Acuerdo con Andrés II rey de Hungría, al hijo de éste, Colomanno, de seis años; en el otoño de 1214 tuvo lugar la coronación, que con la autorización del Papa Inocencio III, fue celebrada por el obispo de Strigonia.
El reinado de los dos niños en Halicz duró menos de tres años, porque la ciudad fue ocupada por el príncipe Ruteno Mistislaw, que los hizo prisioneros. En aquellos tiempos (Salomé tenía sólo 9 años y Colomanno 12) ellos hicieron de común acuerdo voto de castidad. Cuando Andrés, hijo del rey de Hungría, vino a ser rey de Halicz, ellos retornaron a la corte húngara.
Salomé, en 1227, cumplidos los 16 años, llegó a la mayor edad, pero siempre se mantuvo ligada al voto de castidad y a pesar de su belleza, evitaba la compañía de hombres, vestía modestamente, no tomaba parte en las fiestas y diversiones de la corte, dedicaba el tiempo libre a la oración. Colomanno, mientras vivía todavía su padre, gobernó la Dalmacia y la Eslavonia hasta 1241, cuando murió en una batalla contra los Tártaros, Salomé en este período protegía los conventos de los franciscanos y de los dominicanos. Un año después de la muerte de su marido volvió a Polonia, donde en 1245 vistió en Sandomierz el hábito de las hermanas clarisas. Junto con su hermano Boleslao, en 1245 fundó la iglesia y el convento de los franciscanos en Zawichost, el hospital y el monasterio de las clarisas, donde entró ella misma.
Ante la amenaza de los Tártaros, en marzo de 1259 una parte de las clarisas se trasladó a Skala, donde Salomé fundó un nuevo monasterio y lo dotó con los utensilios y ornamentos litúrgicos. Vivió 28 años en el silencio del monasterio, y fue modelo de penitencia, de abnegación, de humildad, de inocencia y de caridad. Por largos años fue abadesa buena, afable, servicial, amante del ideal de la seráfica pobreza. El 17 de noviembre de 1268 fue regalada con una aparición de la Santísima Vrigen María y de su Hijo, reunió a sus cohermanas y las exhortó a la mutua caridad, a la paz, a la pureza del corazón, a la obediencia sin límites y al desprendimiento de las cosas del mundo. Poco después las cohermanas vieron una pequeña estrella que desde la bienaventurada madre se dirigía hacia el cielo. Salomé de Cracovia había entregado su bella alma a Dios a la edad de 57 años. Sus restos más tarde fueron trasladados a la iglesia de los Franciscanos de Cracovia, donde se encuentra hasta hoy.
Noviembre 19: Santa Inés de Asís. Virgen de la Segunda Orden (1198‑ 1253). Benedicto XIV el 15 de abril de 1762 concedió oficio y misa en su honor.
Inés, hermana menor de Santa Clara, nació en Asís en 1198, hija de Favarone Offreduccio y Hortolana di Fiumi. A principios de abril de 1212 Inés se fue a donde su hermana, que quince días antes había huido de casa para adherir a los ideales franciscanos en el monasterio de San Angel di Panso, en las faldas del Subasio, cercano a Asís. Los parientes, exasperados de aquel gesto, que juzgaban un segundo atentado contra el buen nombre de la familia, trataron por todos los medios de apartarla de su vocación, hasta el punto de que Inés fue golpeada brutalmente por su tío Monaldo, que se atrevió a violar la tranquilidad del monasterio. Sin embargo ni siquiera la violencia logró plegar a la joven y San Francisco le impuso el nombre de Inés, porque en la fortaleza demostrada, esta quinceañera hermana de Clara, recordaba la fortaleza de la mártir romana, Santa Inés.
En 1212 Francisco condujo a las dos hermanas a San Damián. En 1220 Inés fue enviada a Florencia como abadesa del monasteiro de Monticelli, fundado el año anterior. Otros monasterios de clarisas como los de Padua, Mantua, Venecia, Castel Fiorentino, Imola y Penne, se glorían de haber hospedado a la Santa. Habiendo regresado a San Damián, tuvo el don de una aparición del Niño Jesús; por eso se representa a Santa Inés con el Niño Dios en sus brazos. En Asís Inés asistió a la muerte de su hermana el 12 de agosto de 1253.
En el coro del pobrísimo conventito de San Damián se pueden leer todavía los nombres de las primeras compañeras que siguieron a Santa Clara y a San Francisco por el camino de la total renuncia y de la absoluta pobreza. Son nombres muy bellos de mujeres y muchachas de Asís que en San Damián tuvieron su primer nido: Hortolana, Inés, Beatriz, Pacífica, Bienvenida, Cristiana, Amada, Iluminada, Consolada,... los primeros tres nombres pertenecen a tres mujeres de la misma familia de Santa Clara: Hortulana, su madre, Inés y Beatriz, las dos hermanas.
Inés, hermana menor de Clara, llegó a San Damián quince días después de ella en 1212. Poco después llegó la otra hermana, Beatriz, y finalmente la madre, Hortolana. Inés fue la más fiel seguidora de su hermana Clara, vivió a su sombra luminosa, siempre obediente y afectuosa, de una firmeza de carácter excepcional y casi viril, especialmente en la observancia de la pobreza. Fue superiora caritativa, inflexible, tenaz. Habiendo regresado a San Damián, murió serenamente tres meses después de la muerte de Santa Clara, el 16 de noviembre de 1253. Tenía 55 años.
Noviembre 20: Beata Paula Montaldi. Virgen religiosa de la Segunda Orden (1443‑1514). Aprobó su culto Pío IX el 6 de septiembre de 1876.
Paula Montaldi nació en Volta Mantovana en 1443. De sólo quince años, en 1458, ingresó en el monasterio de las Hermanas Clarisas, de Santa Lucía en Mantua, donde por largos años fue abadesa. La Pasión de Jesús era el objeto más familiar de sus conversaciones, como también de sus meditaciones y contemplaciones. Fue devotísima de la Eucaristía. Llevó una vida muy austera, llevaba cilicio, se flagelaba y ayunaba, siempre feliz en las humillaciones, en el trabajo y en las fatigas.
Para con sus cohermanas se mostró llena de caridad y pronta a todas sus necesidades. Bajo su dirección el monasterio de Santa Lucía fue floreciente por las numerosas vocaciones y por la vida seráfica que allí se llevaba.
Agradecida al Señor por los favores que le había concedido, solía repetir esta oración: “Dios mío, te amo con todo mi corazón, con un amor sin medida y por toda mi vida no cesaré de cantar tus alabanzas!”. En 56 años de vida religiosa nunca dio un disgusto a sus cohermanas. Como superiora prudente, procuró también el bien material de su comunidad, convencida de que habrá perfecta observancia de la regla cuando no falte lo necesario para la vida. En el jardín hizo excavar un pozo, llamado “Pozo de la Beata Paula”, cuya agua abundante posee virtudes curativas.
Su confianza en Dios era grande. A menudo repetía la expresión de San Pablo: “Sé de quién me he fiado!”. Su alma a veces era arrebatada en dulces éxtasis, a veces se oyeron coros angélicos que cantaban junto al tabernáculo. Escribió varios opúsculos especialmente sobre el nombre de Jesús, que lamentablemente se han perdido.
Un día mientras oraba en éxtasis ante un crucifijo situado en lo alto de una escalera, el demonio la atacó y la arrojó por tierra pavorosamente. Fue recogida por las cohermanas y recostada sobre un jergón. Eran los últimos días y las últimas pruebas. Exhausta por las vigilias prolongadas, por el riguroso ayuno y otras ásperas penitencias, asistida por su confesor y sus cohermanas, apretando contra su corazón el crucifijo, repitió nuevamente su jaculatoria predilecta: “Pasión de Cristo, Sangre de Cristo, misericordia de mí”. Y serenamente expiró. Era el 18 de agosto de 1514. Tenía 71 años, de los cuales transcurrió en el monasterio 56.

Noviembre 21: Beata María Crucificada (Isabel María) Satellico (1706‑ 1745), Virgen de la Segunda Orden. Beatificada por Juan Pablo II el de 10 de octubre de 1993.
Isabel María nació en Venecia, hija de Pedro Satellico y Lucía Mander, el 31 de diciembre de 1706, se educó al lado de sus padres y un tío sacerdote. De salud débil pero especialmente dotada para la música y el canto, y gran disposición para la oración.
Recibida entre las Clarisas de Ostra Vetere como educanda prestó servicio como directora del canto y organista. A los 19 años de edad fue recibida al noviciado y tomó el nombre de María Crucificada, por su devoción a la Santísima Virgen y a la Pasión de Cristo. A la sublime contemplación unía gran austeridad y penitencia, con las cuales se hacía más plenamente partícipe de la Pasión del Señor. Su ideal fue la perfecta conformación a Cristo Crucificado, unida a la caridad para con el prójimo, y una filial devoción a la Santísima Virgen. Elegida abadesa, se distinguió por su solicitud para con las hermanas y con los pobres. Murió el 8 de noviembre de 1745. (Su fiesta se celebra el 8 de noviembre).
Noviembre 22: Beato Salvador Lilli, sacerdote y mártir de la Primera Orden (1853‑1895). Beatificado el 3 de octubre de 1982 por Juan Pablo II.
Salvador Lilli nació el 19 de junio de 1853 en Capadocia, entre los montes de la Marsica, provincia de Aquila. Por una providencial coincidencia su región tiene el mismo nombre de la región turca, cercana a Armenia Menor, donde trabajó como misionero durante quince años hasta el martirio.
Era el sexto y último hijo de los cónyuges Vicente y Anunciata Lilli, una familia religiosa y discretamente acomodada por el producido del comercio que el jefe del hogar ejercía en Nettuno, donde pasaba muchos meses del año. La atmósfera familiar, profundamente cristiana, favoreció en el niño Salvador el desarrollo de los sentimientos religiosos, y al mismo tiempo las discretas posibilidades económicas permitieron a sus padres proporcionarle una instrucción escolar muy amplia.
A los 18 años Salvador se presentó al superior de San Francisco a Ripa en Roma y pidió ser admitido a la Orden de los Hermanos Menores. En 1863 decidió ir como misionero a Tierra Santa, donde desde los tiempos de San Francisco los franciscanos custodian los santuarios y asisten a los peregrinos. En Palestina continuó sus estudios de filosofía y teología, primero en Belén, luego en Jerusalén, donde fue ordenado sacerdote el 6 de abril de 1879. Un año después se fue a Turquía; conocedor de las lenguas árabe, turca y armena, desarrolló un provechoso apostolado entre los cristianos de Marasc.
En 1885 volvió a Italia para visitar a su familia y a sus cohermanos. En 1886 regresó a Marasc, y, como superior de la misión, en el cuatrienio 1890‑1894 realizó importantes obras caritativas y sociales en favor de los fieles.
Junto con otros cohermanos, durante quince años no se limitó a la actividad religiosa, sino que procuró la instrucción y la promoción social de los pobres. Gracias a sus dotes intelectuales y de corazón, conocía muy bien el turco hablado y el literario, y se ganó bien pronto el afecto de los cristianos y la estimación y el respeto de los no católicos, y de los musulmanes, inclusive de las autoridades. Incrementó la prácticas espirituales adquirió una extensa propiedad, dotándola de implementos agrícolas y abrió un dispensario.
En 1885 los musulmanes desencadenaron una persecución armada, sistemática y feroz contra la minoría armenia de la región. Fray Salvador, quien desde hacía dieciséis meses era párroco y superior en Mu-juk‑Dresi, rehusó hacerse musulmán y fue herido en una pierna. Luego fue aprisionado junto con diez parroquianos y acosado por los musulmanes con halagos y amenazas para que apostatara. Pero se mantuvo inconmovible, y a pesar de la herida de la pierna, que le producía grandes pérdidas de sangre, confortaba y animaba a los demás: “Hijitos míos, sean fuertes en la fe, no se hagan musulmanes. El mundo es pasajero. En el cielo nos espera Jesús con todos sus santos. Valor!, después del sufrimiento nos espera la gloria del Paraíso!”. El 22 de noviembre de 1895, junto con siete cristianos armenos, parroquianos suyos, fue inmolado a golpes de bayoneta. El 3 de octubre de 1982, como conclusión del octavo centenario del nacimiento de San Francisco (1182‑1982) el papa Juan Pablo II proclamaba beatos a Salvador Lilli y sus siete cristianos compañeros mártires por la fe en Cristo.
=Noviembre 22: Beato Sixto Brioschi, sacerdote de la Primera Orden (1404--1486). Su culto fue aprobado por San Pío X el 9 de octubre de 1912.
Aunque no sabemos mucho de su vida, lo que se sabe es suficiente para destacar la figura de un gran santo y un gran fraile. Nacido en Milán hacia 1404. No se conoce el nombre de sus padres ni su procedencia social. Movido por la predicación de San Bernardino de Siena, se decidió a abrazar el ideal franciscano como lo vivía el gran Santo sienés,  entró en la Orden Franciscana a la edad de 16 años, en el convento del Santo Angel en Milán.
Vive fielmente sus compromisos religiosos, de modo que, ordenado sacerdote, es enviado a Mantua en 1436, al convento de San Francisco, con el encargo de incrementar la vida religiosa en la comunidad. Su larga permanencia en este convento está marcada por un continuo progreso en la virtud como religioso y sacerdote, buscado por fieles, cohermanos, sacerdotes y prelados como director espiritual. Entre sus dirigidos figura el Beato Bernardino de Feltre. En este convento vivió toda su vida, en pobreza extrema, obediencia sin reservas y pureza angélica.  Rico en carismas celestiales, fue agraciado también con apariciones celestiales. Murió con fama de santidad a la edad de 82 años. Su cuerpo reposa actualmente en la Basílica de San Antonio en Milán.
Noviembre 23: Beato Humilde de Bisigniano. Religioso de la Primera Orden (1582‑1637). Beatificado por León XIII el 29 de enero de 1882.
Humilde nació en Bisigniano en la provincia de Cosenza, hijo de Juan Pirozzo y Junípera Giardini el 26 de agosto de 1582. Desde niño fue admirable por su extraordinaria piedad, participaba en la misa todos los días, recibía la santa comunión en todas las fiestas y oraba y meditaba la pasión del Señor aun en los campos.
Se inscribió en la cofradía de la Inmaculada Concepción y todos los miembros lo señalaban como modelo de todas las virtudes. Una vez alguien le dio una solemne bofetada en público, y él por toda respuesta le presentó humildemente la otra mejilla. A los 18 años sintió el llamamiento de Dios a la vida religiosa, pero debió diferir por nueve años la realización de sus ideales; entre tanto llevó una vida austera y fervorosa. A los 27 años entró entre los Hermanos Menores en el noviciado de Mesurata (Catanzaro), donde estaban encargados de la formación de los jóvenes dos santos religiosos. Superadas por intercesión de la Virgen no pocas dificultades, emitió la profesión el 4 de septiembre de 1610.
Desde joven tuvo el don de continuos éxtasis, tanto que era llamado el “fraile estático”. Éstos desde 1613 comenzaron a producirse también en público, y fueron para él ocasión de una larga serie de pruebas y humillaciones, a las cuales lo sometieron los superiores a fin de asegurarse de que provenían realmente de Dios y que no había engaño diabólico. Soportadas felizmente estas pruebas, se acrecentó su fama de santidad entre los cohermanos lo mismo que entre el pueblo.
Fue enriquecido con otros dones singulares: escrutación de los corazones, profecía, milagros y ciencia infusa. A pesar de ser analfabeta y tardo de entendimiento, daba respuestas sobre la Sagrada Escritura y sobre la doctrina católica que causaban admiración a insignes teólogos. El arzobispo de Reggio Calabria, presidiendo una asamblea de teólogos y de sacerdotes, le presentó dudas y objeciones que él resolvió con gran facilidad. Fue llevado ante el inquisidor de Nápoles, Monseñor Campanile, pero Humilde respondió siempre con gran simplicidad.
El Ministro general de los Hermanos Menores, Padre Benigno de Génova lo llevó como compañero en la visita a varias Provincias de la Orden; gozó de la confianza de los Sumos Pontífices Gregorio XV y Urbano VIII, quienes repetidamente lo llamaron a Roma y lo hicieron examinar rigurosamente, pero también gozaron de sus oraciones y de sus consejos. Permaneció por años en Roma en el convento de San Francisco a Ripa.
Las virtudes en que se distinguió fueron la oración, la obediencia y la humildad. Murió en Bisigniano donde había vivido los últimos años, el 26 de noviembre de 1637 a la edad de 55 años.
Noviembre 24: Beato Mateo Alvarez. Mártir en el Japón, de la Tercera Orden († 1628). Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867
Mateo Alvarez, de padre portugués y madre japonesa, murió mártir por su fe. Es un cristiano ejemplar en su vida y ejemplar sobre todo en su muerte.
Su vida, por lo demás muy simple y lineal. Pertenece al número imponente de los convertidos japoneses después del más antiguo intento de evangelización de aquel lejano país, ligado como se sabe a la historia y a la gloria del gran San Francisco Javier.
San Francisco Javier había estado en el Japón hacia 1550, y había echado las primeras fértiles semillas del apostolado cristiano. Después de él, la obra fue proseguida por sus cohermanos de la compañía de Jesús, con éxito realmente sorprendente si se piensa en la dificultad de aquel ambiente y de aquella mentalidad tan diversa de la occidental y también en la complicadísima lengua japonesa.
Menos de treinta años después, en 1587, se contaban en el Japón más de doscientos mil cristianos. Uno de estos cristianos era el Beato Mateo Alvarez; bautizado por los franciscanos se había inscrito en la Tercera Orden de San Francisco y se había esforzado por adquirir su espíritu seráfico. Como buen japonés, era óptimo conocedor de las doctrinas y de los usos budistas, y esto le permitió sostener con provecho discusiones, obteniendo numerosas conversiones.
Por un cierto tiempo los misioneros vivieron en el Japón en un clima de tolerancia e inclusive de simpatía. Pero de repente, por diversos y complejos motivos, fue decretada la expulsión de los misioneros del Japón. Gran parte de los religiosos permaneció, ocultándose y prosiguiendo su trabajo de apostolado en forma semiclandestina, pero la llegada de nuevos misioneros y su proselitismo demasiado clamoroso inquietó a las autoridades, las cuales ordenaron el arresto de todos los misioneros y también de los cristianos.
Mateo fue detenido y trasladado a la cárcel, donde halló otros cristianos y misioneros. Todos sufrieron refinadas y humillantes torturas, entre las cuales la exposición al escarnio de la población, los perseguidores intentaron también hacerlos renegar de su fe, pero ni él ni sus compañeros desertaron. Finalmente el 8 de septiembre de 1628 fue ejecutado en una colina cerca de Nagasaki, llamada después la Santa Colina. Fue atravesado con lanzas cruzadas, que le traspasaron el corazón, luego fue decapitado. Antes de morir habló por última vez al pueblo perdonando a sus propios verdugos. Sobre la Santa Colina de Nagasaki parecía en verdad como un estandarte, no de fracaso, sino de perenne victoria.
Noviembre 25: Beata Isabel Bona, Virgen, religiosa de la Tercera Orden Regular (1386‑1420). Aprobó su culto Clemente XIII el 19 de julio de 1766.
Isabel Bona nació en Waldsee, Würtenberg el 25 de noviembre de 1386, hija de Juan Achler y Ana, humildes y virtuosos padres. Desde joven se distinguió por una rara piedad, inocencia virginal y un carácter tan dulce y amable, que todos la llamaban “la buena”, sobrenombre que le duró siempre.
El padre Conrado Kigelin, su confesor, le aconsejó dejar el mundo para tomar el hábito de San Francisco en la Tercera Orden. Isabel tenía entonces 14 años. Observó la regla franciscana primero en su casa, pero luego, considerando los peligros de la vida, que le obstaculizaban el camino de la perfección, abandonó a sus padres y se fue a vivir con una piadosa terciaria franciscana. El demonio, envidioso de los progresos de Isabel en el camino de la perfección, la atormentaba con frecuencia. Mientras aprendía el arte de tejedora, le enredaba el hilo, le dañaba su labor, la forzaba a perder la mitad del tiempo reparando los daños. Isabel luchó con paciencia y perseverancia.
A los 17 años el confesor, padre Conrado Kigelin, la guió hacia la comunidad religiosa de Reute, cerca de Waldsee, donde algunas religiosas seguían con fervor la regla franciscana de la Tercera Orden. Isabel, siempre dulce, obediente, asidua en la oración y en la penitencia, prefería los oficios más humildes de la comunidad, amante de la soledad, no salía del convento sino por graves motivos, tanto que la llamaron “la reclusa”.
El demonio siguió persiguiéndola en forma terrible, pero ella, fortalecida con la oración, logró vencer sus artes. Fue atacada por la lepra, junto con otros sufrimientos corporales. Estas nuevas pruebas sirvieron para hacer brillar más la paciencia heroica de Isabel, que, sin quejarse, bendecía a Dios por todo.
Dios se complació con las virtudes de su humilde sierva, y la favoreció con éxtasis y visiones maravillosas. Obtuvo que algunas almas del purgatorio se aparecieran a su confesor para solicitarle los sufragios y las aplicaciones de Santas Misas. Durante el concilio ecuménico de Costanza predijo el final del gran cisma de occidente y la elección del papa Martín V. Jesús le dio la gracia de sufrir en sí misma los dolores de la Pasión y recibir en su cuerpo la impresión de las sagradas Llagas. A veces su cabeza aparecía herida por las espinas. En medio del dolor exclamaba: “Gracias, Señor, porque me haces sentir los dolores de tu Pasión!”. Las llagas aparecían solamente a intervalos, pero los sufrimientos eran continuos. El padre Conrado Kigelin fue siempre su guía espiritual y nos dejó también una vida de la Beata que él mismo escribió. Isabel fue una mística rica en carismas excepcionales. Murió en Reute el 25 de noviembre de 1420, a los 34 años de edad.
Noviembre 26: San Leonardo de Puerto Mauricio. Sacerdote de la Primera Orden (1676‑1751) Canonizado por Pío IX el 29 de junio de 1867.
San Leonardo fue proclamado por la Iglesia como Patrono de los misioneros entre fieles, por la orientación particular que dio a su apostolado y por la amplitud de su obra misionera, que se extendió a todas las ciudades de la península italiana. Nació en Puerto Mauricio en Liguria en 1676 y fue bautizado con el nombre de Pablo Jerónimo;  frecuentó en Roma el colegio gregoriano. Entró joven aún en la Orden de los Hermanos Menores, proponiéndose desde el noviciado imitar lo más fielmente posible la vida del Seráfico Padre San Francisco. Y lo logró perfectamente, sobre todo en la penitencia que llegaba al heroísmo, en la altísima contemplación y en el celo apostólico.
Ordenado sacerdote el 23 de septiembre de 1702. Pasaba su vida en la oración y el estudio, pues fue nombrado profesor de filosofía de los clérigos de su convento-retiro de San Buenaventura al Palatino. Pero al enfermarse de tuberculosis debió abandonar este oficio y los médicos lo enviaron a respirar el aire de su tierra natal en las playas de la Liguria. Mientras la ciencia se mostraba inútil, él se dirigió a la Santísima Virgen y le prometió que si se curaba, dedicaría todas sus energías a  la predicación de misiones en su patria. Escuchada su oración, una vez curado cumplió su promesa y  por más de 40 años se dedicó a la predicación con grandísimo provecho para las almas, escogiendo como temas las grandes verdades cristianas, una vez más siguiendo la amonestación de Francisco. Ya desde su sola presentación, su figura era una predicación: austero, delgado y ardiente en fe y amor. La retórica de San Leonardo, muy acorde con la época, no rehuía los signos exteriores que golpearan y movieran a la contrición, a las lágrimas, a la abundancia de los afectos. En este clima se sitúa la gran devoción del Via Crucis, del cual fue el más eminente y convencido propagador y del cual difundió numerosos cuadros. Dejó algunas obras escritas, desde simples propósitos, hasta obras de ascética y de predicación.
La característica principal de San Leonardo fue su predicación que tenía algo de dramático y de trágico. Turbas inmensas acudían a escucharlo y quedaban impresionadas por su ardiente palabra, que llamaba a la penitencia y a la piedad cristiana. San Alfonso María de Ligorio decía: “Es el más grande misionero de nuestro siglo”. Con frecuencia el auditorio entero durante sus predicaciones prorrumpía en sollozos. Predicó en toda Italia, pero la región más frecuentada fue la Toscana, a causa del jansenismo, que él quería combatir ante todo con el ardor de su corazón, luego con sus temas más eficaces, a saber, el del nombre de Jesús, de la Virgen y el Via Crucis. En una misión suya en Córcega, los bandidos de esta isla atormentada hicieron descargas de sus arcabuces al aire, gritando: “Viva fray Leonardo, viva la paz!”.
Consumido por las fatigas misioneras, fue llamado finalmente a Roma, donde, con sus apasionadas predicaciones, a las cuales asistía hasta el Papa, preparó el clima espiritual para el jubileo de 1750. En aquella ocasión erigió el Via Crucis en el coliseo, declarando sagrado aquel lugar santificado por la sangre de los mártires. Luego se trasladó a predicar en la región de Bolonia; la misión de Monghidoro fue su último trabajo. Regresó a Roma, y el 26 de noviembre de 1751, a los 75 años de edad, concluyó su vida de auténtico misionero en San Buenaventura al Palatino. Para controlar a la multitud que quería ver al Santo y llevar reliquias suyas, fue necesario emplear soldados. “Perdimos un amigo en la tierra, dijo el papa Lambertini, pero ganamos un Santo en el cielo”.
Noviembre 27: San Francisco Antonio Fasani. Sacerdote de la Primera Orden (1681‑1742). Canonizado por Juan Pablo II el 13 de abril de 1986.
Francisco Antonio Fasani nació en Lucera, Apulia, el 6 de agosto de 1681 de humildes y modestos labradores, José e Isabel della Monaca y fue bautizado con los nombres de Donato Antonio Giovanni. Siendo jovencito entró en la Orden de San Francisco entre los Hermanos Menores Conventuales en el convento de Lucera y allí se distinguió por la inocencia de su vida, el espíritu de penitencia y de pobreza, el ardor seráfico y el celo apostólico, hasta el punto de parecer un San Francisco redivivo.
Terminado el noviciado en Monte Sant Angelo en el Gargano, allí emitió la profesión el 23 de agosto de 1699; fue enviado en 1703 a completar su formación en el sacro convento de Asís, donde tuvo como director espiritual al Siervo de Dios José Marcheselli, y fue ordenado sacerdote el 11 de septiembre de 1705.
Pasó luego a Roma al Colegio de San Buenaventura, donde fue nombrado maestro de teología, por lo cual en adelante en Lucera lo llamarán “Padre maestro”. Regresó a Asís, donde permaneció dedicado a la predicación en los campos hasta 1707, cuando volvió definitivamente a Lucera.
Desde la cátedra, el púlpito y el confesionario desarrolló un intenso y fecundo apostolado, recorriendo todos los lugares de Apulia y sus alrededores, se mereció el apelativo de “apóstol de su tierra”. Profundo en filosofía y docto en teología, fue primero lector y regente de estudios en el colegio filosófico de Lucera, luego guardián del convento y maestro de novicios, modelo de observancia regular para los cohermanos, por lo cual fue nombrado en 1721 por especial Breve de Clemente XI Ministro de la provincia religiosa de Sant’Angelo, que en aquel tiempo se extendía desde la Capitanata hasta Molise. Escribió algunas obras predicables, entre ellas un “Cuaresmal” y un “Marial”. Su principal preocupación en la predicación era hacerse entender de todos. Por esto su catequesis, típicamente franciscana, iba dirigida principalmente al pueblo sencillo, hacia el cual sentía una particular atracción.
Inagotable fue su caridad hacia los pobres y sufridos. Entre las diversas iniciativas promovió la simpática práctica de recoger y distribuir paquetes como regalos a los pobres con ocasión de la Navidad. Su celo y su caridad sacerdotal brillaron en forma singular en la asistencia a los encarcelados y a los condenados a muerte, a quienes acompañaba personalmente hasta el lugar del suplicio para consolarlos en los momentos finales; se anticipó en este admirable ministerio de caridad a San José Cafasso. Hizo restaurar el bello templo de San Francisco en Lucera, por 35 años centro de su incansable actividad sacerdotal. Fue devotísimo de la Inmaculada Concepción. A quienes dirigía espiritualmente les solía inculcar la devoción a la Santísima Virgen. Murió en Lucera a los 61 años de edad el 29 de noviembre de 1742, el primer día de la gran novena de la Inmaculada. Su cuerpo se venera en la iglesia de San Francisco en Lucera, la iglesia que él mismo había hecho restaurar.
Noviembre 28: San Jaime de la Marca. Sacerdote de la Primera Orden (1391‑1476) Canonizado por Benedicto XIII el 10 de diciembre de 1726.
Jaime de la Marca es con Juan de Capistrano, Bernardino de Siena y Alberto de Sarteano, una de las cuatro columnas de la Observancia Franciscana, la singular reforma del siglo XV, que propuso nuevamente, frente a un humanismo exagerado, el retorno a la vida pobre, simple y al celo apostólico de los primeros tiempos del franciscanismo.
Nacido en 1391 en Monteprandone, Piceno, bautizado con el nombre de Domingo, hijo de Antonio Gangalli y Antonia, vistió muy joven el hábito de los Hermanos Menores en el eremitorio franciscano de las Cárceles, cerca de Asís, y tan amante fue de la mortificación, que su mismo maestro de teología y de vida espiritual, San Bernardino de Siena, debió invitarlo a la moderación. Ordenado sacerdote en 1422 y de grandes dotes oratorias, recorrió a Italia y a toda Europa predicando a fieles, a infieles y a herejes, alcanzando abundantes frutos de conversiones y de reforma de costumbres.
Rechazó el ofrecimiento del arzobispado de Milán y fue consejero de papas y de emperadores. La Santa Sede se sirvió de él para numerosas misiones y sucedió a San Juan de Capistrano en la guía espiritual de la cruzada contra los turcos.
Fue maestro de predicación, la cual ejercitó con gran éxito no sólo en Italia, sino en Bosnia, en Bohemia y Polonia. Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III lo enviaron como misionero a Hungría, Polonia y países balcánicos. Estaba comiendo cuando le llegó la orden del Papa de partir para Hungría. Inmediatamente se levantó, sin siquiera terminar la bebida. Interpretaba la obediencia en la forma más absoluta e instantánea. A su regreso definitivo a Italia por orden de Pío II, prosiguió su itinerancia misionera por toda Italia.
Su vida era de extremada penitencia. Hacía siete cuaresmas durante el año y en los demás días su alimento era una escudilla de habas cocidas en agua. Castísimo, al ser atormentado por tentaciones se disciplinaba durante la noche. Enfermo, por seis veces recibió la unción de los enfermos. Sin embargo resistió hasta los 80 años en la fatigosa vida de predicador volante.
Los temas de su predicación eran los mismos de San Bernardino y en los temas morales Jaime de la Marca insistía en el de la avaricia y la usura. Para combatir la usura, ideó los Montes de piedad, donde los pobres podían empeñar sus cosas por un precio justo, no ya como con los usureros privados, sino a un interés mínimo. A los 85 años de edad murió en Nápoles el 28 de noviembre de 1476, donde se conservan sus restos en la iglesia de Santa María Nova. Apasionado estudioso, transcribió muchas obras, y compuso muchas otras de su propia mano, que nos permiten profundizar en el conocimiento de su vida, de su espiritualidad y de su acción apostólica.
Noviembre 29:
Todos los Santos de la Orden Franciscana.
Santos de la Primera Orden: 110; Santas de la Segunda Orden: 9; Santos y Santas de la Tercera Orden Regular y seglar: 53; Beatos de la Primera Orden: 164; Beatas de la Segunda Orden: 34; Beatos y Beatas de la Tercera Orden Regular y Seglar: 95.
Total de Santos y Beatos de toda la Orden Franciscana: 465. (Datos a octubre del año 2000).
En el aniversario de la aprobación de la regla franciscana por parte de Honorio III, el 29 de noviembre de 1223, la Orden Francisscana se recoge en oración y fiesta para contemplar el grandioso árbol de la santidad nacido de la fidelidad a aquel pequeño libro que Francisco decía haber recibido de Jesús mismo y que era la “Medula del Evangelio”.
Este era precisamente el proyecto de vida y el carisma de Francisco: hacer revivir en la Iglesia integralmente el evangelio, que es como decir, representar ante los hombres individual y comunitariamente la vida de Cristo en todas sus dimensiones: desde la pobreza al celo de las almas, del anuncio del evangelio al sacrificio en la cruz, para ser, según la invitación de Cristo, luz en el mundo y sal de la tierra, instrumento de salvación para todos los hombres.
¿Quién puede contar la inmensa turba de los Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios – si queremos servirnos de estos términos canónicos – o mejor aun, de todos aquellos hermanos, hermanas y laicos, sin nombre y sin rostro, que han vivido la santidad evangélica, que han hecho de la regla franciscana la pasión de toda su vida? Es un inmenso capital de santidad, de amor, muchas veces desconocido, más a menudo olvidado, a veces inclusive despreciado por el mundo. Al bien se le hace poco ruido, y sin embargo esta es la historia en apariencia anónima pero que en realidad lleva inscrito el nombre y el rostro de Cristo, que impide al mundo caer en la desesperación, y fecunda todas las actividades de la Iglesia.
San Francisco dijo un día a sus hermanos, lleno de gozo: “Carísimos, consuélense y alégrense en el Señor; no se dejen entristecer por el hecho de ser pocos; no se asusten de mi simplicidad y de la de ustedes, porque, como me ha revelado el Señor, él nos hará una innumerable multitud y nos propagará hasta los confines del mundo. Vi una gran multitud de hombres venir hacia nosotros, deseosos de vivir con el hábito de la santa religión y según la regla de nuestra bienaventurada Orden. Resuena todavía en mis oídos el ruido de sus pisadas y de su caminar conforme a la santa obediencia! Vi los caminos llenos de ellos, provenientes de todas las naciones; acuden franceses, españoles, alemanes, ingleses; viene la turba de otras viarias lenguas”.
Escuchando estas palabras una santa alegría se apoderó de los hermanos por la gracia que Dios concedía a su Santo.
El prodigioso árbol de la santidad franciscana demuestra una vez más la vitalidad y autenticidad evangélica del mensaje franciscano. Por eso esta fiesta es una invitación y un estímulo a devolver a Dios el Amor que nos ha dado en Cristo, viviendo en la pobreza y en la humildad una vida verdaderamente fraterna, para que el mundo crea, mediante este amor realizado, que el Padre ama y quiere a todos los hombres salvos en su casa.
Noviembre 30: Beato Bernardino Amici de Fossa. Sacerdote de la Primera Orden (1420‑1503). Aprobó su culto León XII el 26 de marzo de 1828.
Bernardino Amici, predicador y escritor franciscano, nació en 1420 en Fossa, cerca de Aquila. No se conocen sus padres ni su procedencia social. Se laureó en jurisprudencia en Perusa, allí ingresó entre los Hermanos Menores en 1445 en el convento de Monterípido, en Perusa. Vivió en Gubbio, en Stroncone y en otros conventos de la Umbría, luego pasó a los Abruzzos, y residió especialmente en Aquila. Fue Ministro provincial de su región en los años 1454‑1460 y 1472‑1475. Estuvo en Bohemia y en Dalmacia en los años 1464‑1467; luego fue Procurador general de la Orden en la curia romana de 1467 a 1469. Participó en el Capítulo general de la Orden en Aquila en 1452, en Asís en 1455, en Milán en 1457, en Roma en 1458 y en Mantua en 1467. Varias veces rechazó el Obispado de Aquila.
Fue célebre también como predicador, se recuerda su cuaresma en Sebenice en Dalmacia en 1465. En los últimos años de su vida se dedicó a difundir sus escritos de carácter teológico e histórico. La mayor parte de ellos sin embargo permaneció inédita.
Hijo auténtico del Seráfico Pobrecillo, ardiente ministro de Cristo, Fray Bernardino se propuso seguir las huellas del amable San Bernardino de Siena, a quien varias veces había oído predicar y por quien había quedado fascinado, especialmente cuando en 1438 en la plaza de Santa María de Collemaggio de Aquila predicó sobre la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo. La inmensa multitud, entre la cual se encontraba también el Beato Bernardino, admiró en el cielo una estrella luminosa, cuyo resplandor superaba al del sol. También tuvo la alegría de conocer a San Juan de Capistrano.
De San Bernardino el Beato logró copiar el espíritu de fe y de recogimiento, la prudencia, la humildad, la modestia, el celo ardiente por la gloria de Dios. Lo vemos recorrer ciudades y más ciudades para predicar la palabra de Dios, suscitando por todas partes el entusiasmo y obteniendo conversiones.
Durante ocho meses estuvo postrado en cama en medio de terribles sufrimientos que soportó con gran resignación. Un día se le apareció su patrono San Bernardino de Siena, quien le obtuvo del Señor la completa curación.

Libre de los compromisos que la Orden le había confiado, regresó a los Abruzzos y prosiguió sus andanzas apostólicas con renovado fervor. Su predicación era docta y popular al mismo tiempo y suscitaba gran entusiasmo y muchas conversiones. Fundó nuevos conventos, entre ellos el de San Angel d’Ocre en su región natal, donde él mismo habitó hasta avanzada edad. Dios selló su santidad con el don de los milagros. Cansado por las fatigas apostólicas y por las penitencias se retiró al convento de San Julián cerca de Aquila, y pasó los últimos años revisando sus escritos teológicos e históricos, que más tarde fueron publicados, como la Chronica Fratrum Minorum Observantiae (Roma 1902), Funerale (32 sermones, Venecia 1572), Sermón sobre la Virgen según las palabras de Dante (L’Aquila 1856), y se preparó para el encuentro con la hermana muerte, que le sobrevino el 27 de noviembre de 1503. Tenía 83 años. Fue un digno hijo de San Francisco y fiel imitador del Santo de Siena.

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