(Texto tomado del "Manual para la Asistencia Espiritual a la OFS)
IDENTIDAD DE LA OFS
1. PROYECTO DE VIDA
Es esencial comprender con claridad el carisma, la misión y rol profético de la OFS en la Iglesia y en la Sociedad de hoy, también para hacer crecer la recíproca comunión vital entre los Seglares y los Religiosos de las diferentes Ordenes Franciscanas y en la Familia franciscana.
1.1. Vocación de los franciscanos seglares
La vocación de los Franciscano seglares nace da la universal vocación a la santidad... Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica N. 941: “Los laicos participan del sacerdocio de Cristo: cada vez más unidos a El, despliegan la gracia del Bautismo y de la Confirmación en todas las dimensiones de la vida personal, familiar, social y eclesial y realizan así la llamada a la santidad de todos los bautizados.”
Los Franciscanos seglares como penitentes aspiran a la conversión del corazón sabiendo que, de tal forma, Dios los llenará de Sí mismo (Él es el Santo). San Francisco en su “Carta a los Fieles” o “Exhortación a los Hermanos y a las Hermanas de la Penitencia” presenta el “hacer penitencia” como camino de vida cristiana y hacer la voluntad y las obras del Padre. En su Testamento (1-3) describe claramente un proceso de conversión bien definido: “El Señor me dio de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia; en efecto, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y de cuerpo; y, después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo.”
Tal proceso de conversión, para actualizar día a día, es esencial para una vida de Penitencia:
- Dios empieza el proceso. “El Señor me dio de esta manera, a mí el hermano Franciscano, el comenzar a hacer penitencia”. Esta es la llamada, a la “vocación” del penitente.
- Dios conduce al penitente a lugares a donde él no quisiera ir; sin embargo, estos tiempos y lugares nos permiten acrecentar nuestra confianza en Dios.
- El penitente responde aceptándose y poniéndose al servicio de los otros y, en una última instancia, aceptando a sí mismo; “…y practiqué con ellos misericordia”.
- El resultado es lograr la felicidad: “…lo que me parecía amargo se retornó en dulzura de alma y de cuerpo”.
1.2. Penitencia, camino de santidad
Penitentes son todos los que quieren abrir su corazón a Dios viviendo entre la gente común que, muchas veces, aun no oyendo la exigencia de una conversión del corazón, anhela la felicidad. Todas las mujeres y los hombres franciscanos, tanto de las Órdenes Religiosas; como de las Seglares, tienen la responsabilidad de enseñar mediante las palabras y el ejemplo que la “penitencia” es un acto positivo de auto-realización: el cambio de su propio corazón que se abre a la acción de Dios en nosotros, en unión con Jesús, mediante la fuerza del Espíritu. Lamentablemente tenemos la tendencia de confundir “la penitencia” con “hacer penitencias”. Las dos cosas no coinciden.
Las obras tradicionales de penitencia a las que somos llamados: el ayuno, la limosna, son consecuencias de nuestra decisión de abrir el corazón a Dios. Las obras, de por si, no nos conducen a Dios o a la conversión, aunque nos sirven de ayuda para nuestra conversión. Por ejemplo, si el ayuno no se hace con la intención de abrirnos más a la acción de Dios, ¿Para qué sirve? Se trata solo de una dieta enmascarada detrás de una noble motivación. Si haciendo la limosna o ayudando a los pobres, como el Señor nos exhorta, lo hacemos selectivamente, damos sólo a los que según nosotros lo merecen. ¿Cómo puede esto abrir nuestros corazones a la confianza en la potencia de Dios?
1.3. Los Franciscanos seglares adoptan el carisma de Francisco de Asís
San Francisco de Asís – don de Dios a la Iglesia, a las mujeres y a los hombres de toda la Orden franciscana (Religiosos y Seculares), y al mundo – vivió el carisma evangélico que dejó a todos sus hijos, entre estos, dentro de la Familia franciscana, a los Seglares franciscanos. La Regla Franciscana Seglar, con gran simplicidad, dice que los componentes de la Familia franciscana “…se proponen hacer presente el carisma del común Seráfico Padre en la vida y en la misión de la Iglesia” . Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica: “En la comunión de los santos se desarrollaron, a lo largo de la historia de las Iglesias, diferentes espiritualidades. El carisma personal de un testigo del amor de Dios hacia los hombres se ha podido trasmitir, como “el espíritu” de Elías a Eliseo y a Juan Bautista, porque algunos discípulos participaron de este espíritu” .
Los Franciscanos seglares siguen el mismo camino de Francisco en el seguimiento de Jesús, que consiste en sintonizar todo nuestro ser con el Señor, verdadero Dios y verdadero Hombre, que mora en nosotros. La imitación no implica duplicación o clonación. San Francisco fue el “espejo de Cristo “y también nosotros tenemos que reflejar al Señor Jesús en nuestras vidas.
1.4. Los Franciscanos seglares en el seguimiento de Jesús
Los Franciscanos seglares siguen al Jesús de los Evangelios, que fue el centro de la vida de Francisco. En la medida en que sepamos compartir el primitivo carisma franciscano, podremos ponernos ante al mundo entero como ejemplos de verdadera alegría. Los Franciscanos seglares en cuanto bautizados, tienen que dar ejemplo de una vida Cristiana vivida con simplicidad, en el seno de la Iglesia.
Lo manifiestan viviendo sus valores de:
- obediencia al Espíritu Santo,
- confianza orante en la divina Providencia,
- uso reconocido y simple de los dones del universo,
- gozar de las obras de Dios que nos rodean,
- felicidad de ser cristianos en la Iglesia,
- gratitud por el trabajo entendido como don,
- solicitud en ayudar a los demás.
Los Franciscanos, como todos los cristianos, deben ser testimonio viviente de la Encarnación, promoviendo el Reino de Dios en la sociedad. Desde el momento que el bautizado está con Jesús, ¿qué puede hacernos daño? “¿Quien nos separará del amor de Cristo? Tal vez la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, el peligro, la espada? (Rom 8,35). San Francisco escribe: “Donde hay caridad y sabiduría, no hay temor ni ignorancia. Donde hay paciencia y humildad, no hay ni ira ni desasosiego. Donde hay pobreza con alegría, no hay codicia ni avaricia. Donde hay paz y meditación, no hay preocupación ni disipación. Donde hay temor del Señor que guarda la entrada, no hay enemigo que tenga modo de entrar en la casa. Donde hay misericordia y discreción no hay ni superficialidad ni endurecimiento” .
1.5. Ambiente seglar es lo que caracteriza la Secularidad
Los Franciscanos seglares viven la vida ordinaria de los cristianos laicos. Los Franciscanos seglares obispos, sacerdotes o diáconos, viven la vida ordinaria del clero diocesano.
El clero diocesano y el laicado buscan hacer presente el don de sí mismos al mundo, como seguidores de San Francisco y de su estilo de seguimiento de Jesús, donde se encuentran, tal como son, sin pretextos, con la esperanza y la felicidad que deben caracterizar a los seguidores del Señor Jesús. Esta “secularidad”, como aspecto esencial de la vida de la OFS, debe ser interpretada por los seglares de manera reconocible en su propia sociedad y culturas.
2. Espiritualidad Franciscana seglar
2.1. La espiritualidad y las espiritualidades
Según las Constituciones generales de la OFS “es tarea del asistente…cooperar a la formación inicial y permanente” de los miembros de la OFS . Eso significa ayudarlos para que sean conscientes de su especificad. Por eso los asistentes deberían conocer las líneas guía de la eclesiología del Vaticano II y de las indicaciones principales del documento Cristifideles laici (1988) sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. Además, es necesario conocer cómo están presentes las líneas guía de la espiritualidad laical en la Regla y en las Constituciones de la OFS.
La palabra espiritualidad, entre los diferentes significados, se usa para indicar ciertos estilos de vida cristiana que se conectan con las especificas condiciones existenciales (espiritualidad laical, sacerdotal, religiosa…) o con ciertas tradiciones espirituales (espiritualidad benedictina, franciscana…). Aquí se usa en ambos sentidos y por eso se habla de la espiritualidad seglar y franciscana.
La Regla OFS es verdaderamente un fruto maduro del Vaticano II y de la reflexión sucesiva, y al mismo tiempo es también una fiel expresión de la herencia espiritual franciscana.
Recordamos brevemente los puntos sobresalientes de los documentos conciliares. Los laicos: quiénes son, su índole peculiar, su dignidad como miembros del pueblo de Dios ; la universal vocación a la santidad de la Iglesia ; la íntima unión de la Iglesia con toda la familia cristiana humana ; la legítima autonomía de las realidades terrenas ; la ayuda que la Iglesia quiere dar a las actividades humanas por medio de los cristianos . El decreto Apostólicam actuositatem habla sobre la vocación y la formación de los laicos al apostolado y sobre sus fines, campos y modos de su apostolado.
La Regla confiere espíritu y rostro franciscano a las susodichas indicaciones . La síntesis entre espiritualidad laical y franciscana se vuelve luego más concreta en las Constituciones generales . En este contexto es necesario poner de manifiesto dos documentos de los Ministros de la Familia franciscana: “Yo hice mi parte”, en el octavo centenario del nacimiento de S. Francisco (1981), y “Vocación y misión de los fieles laicos franciscano en la Iglesia y en el mundo” (1989), los dos con indicaciones y propuestas practicas y vitales. En el primer documento, en el subtitulo “Cuidar los males de la humanidad con actuaciones concretas”, se describe también el rol peculiar de la OFS.
No es fácil hablar de la espiritualidad franciscana, de tal manera que logre manifestar toda la riqueza que encierra. Aquí se ponen de manifiesto los puntos fundamentales de esta espiritualidad.
2.2. ¿Qué es la espiritualidad franciscana?
La espiritualidad franciscana es una de las grandes espiritualidades que ha tenido la Iglesia en dos grandes campos; práctico y concreto, especulativo y doctrinal. Se trata de una espiritualidad caracterizada por una fuerte experiencia, que empieza en el siglo XIII con San Francisco de Asís, y luego sigue en la historia con sus seguidores hasta nuestros días. Por lo tanto, no es fácil explicarlas en pocas páginas.
En el libro Lineamenti di spiritualità francescana de M. Bortoli, se encuentra una definición simple que puede ayudar a la reflexión. El autor, hablando de la espiritualidad franciscana, escribe: “la espiritualidad franciscana es una forma de vida espiritual sustentada por el deseo de poseer siempre más intensamente la divina caridad, como respuesta de amor al Dios-Amor, por medio de Jesucristo, a El conformada mediante la observancia integral y amorosa del Evangelio” . Brevemente: observando el Santo Evangelio, se propone seguir a Jesús Cristo en el amor a Dios y al prójimo.
2.2.1 Vivir según la forma del santo Evangelio
Para san Francisco la forma vitae era más que un conjunto de varias citas evangélicas particularmente queridas por él. Queremos recordar aquí el 24 de febrero 1209, fiesta de san Matías. Francisco en la Porciúncula escucha el siguiente texto evangélico: “El reino de los cielos está cerca. Dad gratuitamente lo que gratuitamente habéis recibido. No tengáis oro, ni plata, ni dinero en vuestras bolsas, ni mochila de viaje, ni dos vestidos, ni zapatos, ni bastón, pues el obrero es digno de su sustento.” (Mt 10, 7-10). Los bibliógrafos nos narran que cuando él oyó aquellas palabras y el sacerdote se las explico dijo: “¡Esto es lo que quiero, esto es lo que pido, esto es lo en lo que quiero hacer con todo el corazón!” .
Hay muchos mas ejemplos en los que Francisco estimula también a sus hermanos a seguir fielmente el Evangelio de Jesucristo. La manera de vivir que propone el santo es una aplicación del Evangelio. Escribiendo el Testamento, en sus últimas semanas de vida, recuerda otra vez a los hermanos el compromiso fundamental de “vivir según la forma del santo Evangelio” .
Para Francisco el santo Evangelio contiene la misma persona de Jesucristo. Para él, amar el Evangelio significa amar a Jesús, escuchar el Evangelio, escuchar a Jesús, vivir la vida tal como la vivió Jesucristo.
Viviendo de tal forma el santo Evangelio, Francisco nos dejó un ejemplo bellísimo, donde podemos ver cómo el Evangelio mismo modelaba y plasmaba su vida, haciéndolo siempre más semejante a su Maestro. Nos ha dejado el ejemplo de una vida totalmente vivida según el Evangelio.
En el Evangelio Francisco descubrió el inmenso amor del Dios Altísimo, que se nos ha revelado mediante su único Hijo Jesucristo. Dios nos ha demostrado el amor más grande dándonos el más bello don que es su Hijo único, Jesucristo. Viendo el ejemplo de Jesús, que por nosotros hombres y por nuestra salvación, se ha hecho pobre y pequeño, Francisco se hace pobre y pequeño. Responder a este gran amor significa para Francisco volverse semejante a Jesús, ser siervo de todos; hacer como ha hecho el Señor, que a pesar de ser hijo de Dios, se hizo el más pequeño de todos y el servidor de todos.
Para la espiritualidad franciscana, amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma, y amar el prójimo como a si mismo, era siempre la tarea principal. Esto es la verdadera realidad de esta nueva forma de vida. Entregando la propia vida en manos de quien nos ama y viviendo su presencia, nos hacemos libres y sólo entonces se anuncia, con felicidad, la inmensa misericordia de Dios. Esta es la buena noticia que Francisco y todos sus seguidores han anunciado con la simplicidad y con la fuerza del Espíritu Santo.
2.2.2. Seguir las huellas de Jesucristo
La espiritualidad franciscana ve en Jesucristo al único mediador entre Dios y los hombres. Tal afirmación la encontramos también en otras espiritualidades de la Iglesia, pero en la espiritualidad franciscana estas palabras asumen un significado mucho más profundo. Cuando decimos “por medio de Jesucristo” queremos decir que, sin Jesucristo o fuera de Jesucristo, no seria concebible la relación de amor padre – hijo entre Dios y el hombre. La existencia de Jesús, Verbo encarnado, independientemente del pecado, es esencial a la espiritualidad franciscana.
Para Francisco, Jesucristo es sobre todo el Hijo del Padre por medio del cual todas las cosas han sido engendradas y renovadas. Dios lo ha mandado al mundo como salvador del hombre y de todo lo creado. Francisco se siente empujado a vivir plenamente esta realidad de fe y a proclamar la alegre noticia a todos los hombres. Reconociendo en Jesucristo el maestro, que es el camino, la verdad y la vida, a Francisco le resulta natural y espontáneo seguir sus huellas.
La idea de seguir a Jesús se le presenta como una sugerencia de gracia en su incansable búsqueda de los designios de Dios. Esta inspiración carismática lo conduce siempre más a Jesucristo. Francisco no está fascinado por el Señor grande y potente, sino por el Señor pobre, humilde y crucificado y quiere seguir siempre más sus huellas en libertad y alegría. El seguimiento de Cristo, tomado como respuesta a su amor, se convierte para Francisco en una realidad que indica el camino hacia la liberación integral, primero mediante la liberación del mal y luego mediante la orientación hacia el bien con adhesión plena a la voluntad de Dios.
2.3. La Eucaristía, centro de la espiritualidad franciscana
Otra opción muy fuerte en la espiritualidad franciscana es seguramente la vida sacramental, donde se contempla y se vive la presencia viva del Señor Jesús. El sacramento de la Eucaristía, como el don más grande del amor de Dios para nosotros, tiene un lugar prioritario en la espiritualidad franciscana. La Eucaristía nos ayuda a entender que nuestro Señor Jesucristo no nos ha dejado solos, al contrario, con su presencia viva, verdadera, real, sustancial y con su santa humanidad y su Divinidad, se quedo con nosotros hasta el fin del mundo. Esta es la razón del amor profundo y cordial de San Francisco.
En la contemplación de Jesús-eucaristía le llamaba la atención de manera particular dos cosas: la humildad de Jesús, que se digna estar con nosotros bajo el pan y el vino; y el mandato que El hace de comer de El. Tal humildad y tal invitación crean en el corazón de Francisco sentimientos de profunda humildad, junto al deseo más vivo de darse a Jesús para vivir solo con El y por El .
Escribiendo a sus frailes reunidos en Capitulo general, Francisco dice: “Así pues, besándoos los pies y con la caridad que puedo, os suplico a todos vosotros, hermanos, que tributéis toda reverencia y todo el honor, en fin, cuanto os sea posible, al santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, en quien todas las cosas que hay en cielos y tierra han sido pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente. ”
Celebrar la Eucaristía, según S. Francisco, significa: celebrar la vida, celebrar el amor que para nosotros se vuelve comida de nueva vida, vida que nos ha sido dada por Dios y renovada con el sacrificio de la muerte y resurrección de su amado Hijo Jesucristo. Por lo tanto la espiritualidad franciscana encuentra, en el sacramento de la Eucaristía, el punto central y fundamental de su vida con Dios y con los hermanos.
2.4. Vivir la Iglesia
Otro tema que justamente consideramos fundamental en la espiritualidad franciscana es el de la Eclesialidad. También esto tiene su fundamento histórico en la actitud personal de san Francisco. Cada paso dado en su vocación, inspirada por el Señor, es sellado por un amor grande hacia la Iglesia, empezando por el encuentro con el Crucifico en la Iglesia de San Damián, donde oyó las palabras del Señor: “Francisco vete, repara mi casa que, como ves, se viene al suelo” . Desde aquel momento Francisco se puso a realizar, con profundo amor, el deseo del Señor.
En muchas otras situaciones Francisco expresó sus sentimientos profundos de fe y de amor hacia la Iglesia. En la Leyenda de los Tres Compañeros, encontramos la bella expresión de Francisco cuando, buscando respuestas a preguntas y dudas, decía a sus hermanos: “Vayamos, pues, a nuestra madre la Iglesia de Roma” . Vemos que para Francisco la Iglesia es como la Madre.
El espíritu eclesial en la espiritualidad franciscana, basada en el ejemplo de Francisco, se caracteriza no tanto por un compromiso de estricta obediencia y dedicación a la autoridad de la Iglesia, cuanto por el amor, el cariño, el deseo de servir a la Iglesia, de acercarse a su obra pastoral para el bien de las almas; tiene fundamento en la visión de la fe que ve en la Iglesia la presencia de Dios, o sea, la realidad sobrenatural de la Iglesia.
La Iglesia es la comunidad de las personas que comparten la misma fe en Jesucristo y viven juntos la fe como hermanos, aun con todas sus diferencias. Entramos así en otro gran tema de la espiritualidad franciscana, la fraternidad.
2.5. Vivir la fraternidad
La novedad que trajo Jesucristo con su predicación a todos los pueblos, la buena nueva que Francisco descubrió en el Evangelio, era: nuestro Dios es un Dios-Padre, Padre de todos los hombres, y todos los hombres son sus hijos. Entonces, la conclusión de Francisco era: si Dios es nuestro Padre, entonces todos nosotros, creados a su imagen, somos sus hijos, por lo tanto, hermanos entre nosotros. Tenemos el mismo Padre y por medio de Jesús, nuestro hermano, somos miembros de la misma familia.
Se trata pues, de una relación muy familiar, que Dios nos ha revelado por medio de su único Hijo. La fraternidad es por lo tanto una familia que se basa en esta verdad de fe, esto es, que vive por y en la presencia del Señor. Esta familia la forman quienes se sienten hermanos en la fe.
Vivir en la Iglesia significa vivir en la fraternidad, porque todos somos hijos del mismo Padre, somos miembros de su familia, y si somos hijos, también somos hermanos. Las palabras de Jesús: “Todos vosotros sois hermanos” (Mt. 23, 8), encontró, en el corazón de Francisco un lugar especial. Viendo que muchos venían detrás de él, para seguir este nuevo camino, en su Testamento escribía: “Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me demostraba qué debía hacer; sino que el Altísimo mismo me revelo que tenia que vivir según la forma del Santo Evangelio” .
Este pensamiento de Francisco sobre la fraternidad, como lugar donde se manifiesta la presencia de Dios, es fundamental también en la espiritualidad franciscana. Cristo es el verdadero centro de la vida fraterna. Es el que nos habla mediante los hermanos. Es el que nos une en la potencia de su Espíritu. Es el que hace de todos nosotros una cosa sola.
3. VIDA FRATERNA
3.1. Vivir el Evangelio en comunión fraterna
La vocación franciscana seglar es una llamada a vivir el Evangelio en fraternidad y en el mundo. El objetivo de la estructura organizativa de la OFS, de comunión y de participación de los bienes, está destinado a alcanzar este ideal, que se refleja en su presencia y en su misión, en un lugar concreto.
La fraternidad evangélica encuentra su fundamento en Cristo, primogénito de muchos hermanos, que hace de todos los hombres una verdadera fraternidad. La vida fraterna se edifica acogiendo la opción de la Kénosis de la Encarnación y de la Pascua, siguiendo las huellas de Cristo Servidor. De hecho “el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate para muchos” (Mt 20, 28).
Desde que Cristo dio su vida por la de los otros, el servicio implica los aspectos de la renuncia, de la humillación, del sufrimiento. El servicio es naturalmente contextualizado desde la perspectiva de solidaridad en el dolor, y no de la recompensa y reconocimiento. El compromiso por la vida fraterna y el culto (doulía) de la misma, pasan necesariamente a través de el don de un servicio (doulía) sacrificado y gratuito.
Don, porque se trata de servir al hermano, y no de aprovecharse del hermano. Servicio sacrificado, porque hay servicio donde hay sacrificio; es servicio solo lo que cuesta. Servicio gratuito, porque no exige compensación (do ut des), porque no encuentra su motivación en la obligación del esclavo, sino en la libertad del amor, en la exigencia de una solícita caridad para los otros y para la Fraternidad.
3.2. La Fraternidad como servicio
¿Qué servicio?
3.2.1. Servicio de “ llevar las cargas los unos de los otros ”
Es la primera y fundamental forma de diakonia fraterna, porque el hermano no es un objeto para dominar, sino una “carga” para llevar; y es hermano precisamente porque carga sobre sus espaldas los pesos de los otros.
La comunión fraterna se realiza en el “soportar”, como en el soportar se realizó la comunión entre Dios y los hombres. De hecho, Dios ha soportado a los hombres en el Cuerpo de Cristo, porque “El cargó con nuestros sufrimientos, soportó nuestro dolores…; fue traspasado por nuestros delitos, aplastado por nuestros crímenes. El castigo que nos da la salvación cayo sobre Él” (Is. 53, 4-5)
La comunión fraterna es la comunión con la Cruz; se percibe cuando se siente el peso del otro. Al contrario, no existiría comunión cristiana y se negaría la ley de Cristo, si no se sintiera el peso del hermano.
3.2.2. Servicio del buen ejemplo
El buen ejemplo se pone siempre en conexión y dependencia de la metanoía, que impone la transformación de si mismos, haciendo violencia a las propias pasiones y malas inclinaciones. La vida fraterna no se construye con discursos, no es el fruto de la apología de la fraternidad. Se fundamenta en cambio, sobre el ejemplo de quien está dispuesto al sacrificio, de quien supera la negación de la propia naturaleza para cumplir las obras que conducen a una renuncia, fatiga y pena de quien no se deja abandonar de la oposición mediocre, por lo que el “buen ejemplo” significa una llamada de atención.
La vida fraterna es el resultado del testimonio humilde y simple; depende da la disponibilidad personal para morir como la semilla de trigo; es la meta, nunca lograda, de una constante heroicidad de cada día.
3.2.3. Servicio del diálogo
El diálogo nace de un amor que nos hace capaces de “acoger” y nos da el valor de “comunicarnos”. El diálogo no es superficial conversación, y menos exhibicionismo dialéctico; ni discusión o simple intercambio de opiniones.
Ante todo, el diálogo es una actitud interior, una manera de ponernos frente a los otros, como persona; caracterizado por el deseo honesto de comprender y de hacerse comprender, para llegar a una mutua aceptación en la caridad y, si fuera posible también, al encuentro en la verdad.
3.2.4. Servicio de la confianza y de la estima
Confianza y estima no se conceden a los otros ni se acuerdan por simple benevolencia sino que son exigencias de ese valor que es el hermano. La benevolencia debe ser superada por la honorabilidad. El hermano es apreciable, por su valor de hombre, de Christifidelis, de franciscano. Tener estima del hermano quiere decir venerar al hermano, reconociendo en él el sacramentum Christi
3.2.5. Servicio confianza
El servicio fraterno se fundamenta sobre la conciencia de una recíproca dependencia, de una mutua necesidad y de la superación de la autosuficiencia individualista. Por eso es necesario intercambiar con confianza las propias experiencias y necesidades.
3.2.6. Servicio en la sinceridad y en la lealtad
Sinceridad y lealtad son inseparables, porque la sinceridad no se justifica en si misma; no es virtud, si al mismo tiempo no es lealtad, o sea, si no se relaciona simplemente con la verdad abstracta, sino también y sobre todo con el amor. Es cuestión de autenticidad, o sea ser concientes no solamente del propio vivir profundo, sino del profundo vivir de los otros. No se es autentico y honesto, cuando a toda costa se dice lo que se piensa, sin tener en cuenta los sentimientos de los demás.
No se está en la verdad simplemente porque se dice la verdad. La verdad es realidad; se funda más sobre el plano de la acción que de la palabra. La verdad no se dice, pero se construye con el bonum. La sinceridad es posible cuando, como norma de conducta no existen solamente los pensamientos y los sentimientos de un individuo, sino también los de los demás.
La vida fraterna se realiza cuando dejamos de ser individuos y nos volvemos personas, o sea cuando se entra en relación, porque la persona nace y crece en la relación, en la conciencia de su propio valor y en el de los otros, del mutuo dar y recibir, del cuidar y entregarse, de la convivencia y de la gratitud. La identidad personal se vive y se adquiere en las relaciones fraternas.
A la luz de estas perspectivas fundamentales se comprende cómo, para quien entra a formar parte de la Orden Franciscana Seglar, la Fraternidad es un don que emana de la Profesión de vivir con particular empeño, para que las mutuas relaciones de comunión sean “lugar” de la propia santificación y de testimonio del amor de Dios, que en Cristo se nos ha revelado y entregado. De este modo la Fraternidad se convierte en una verdadera y propia misión. Por lo tanto, como “profesionales” de la Paz y del Bien, los hermanos y las hermanas de la Penitencia, vivan en el mundo como levadura evangélica , de tal forma que los hombres, viendo su vida fraterna vivida en el espíritu de las bienaventuranzas, se den cuenta de que ya empezó, entre ellos, el Reino de Dios.
4. SECULARIDAD
4.1. Dimensión seglar del carisma franciscano
La Christifideles laicis afirma que la “condición eclesial de los fieles laicos es definida por su novedad cristiana, y caracterizada por su índole seglar” .
Todos estamos convencidos del relevante lugar que Francisco, considerado hoy el hombre del segundo milenio, y su espiritualidad de comunión, de fraternidad, de respecto, tiene entre los ambientes eclesiales y laicos, si bien es verdad que no se conoce bastante la riqueza espiritual de la OFS, ni ha aparecido siempre evidente su presencia en la Iglesia y en la sociedad. La Regla y las Constituciones Generales quieren llegar a conseguir para la OFS una presencia más significativa en la Iglesia y en la sociedad.
De la secularidad de la OFS se tratará más adelante en el capítulo III, hablando de su misión. Sólo queremos decir que la vocación y la misión de la OFS representan algo importante por la especificidad de esta Orden y por ser llamada a vivir el Evangelio “en el siglo” según el carisma de Francisco de Asís. A diferencia de las conocidas órdenes “religiosas”, la OFS es una Orden seglar a la que la Iglesia, reconoce la connotación de la secularidad.
La connotación seglar de la OFS indica su pertenencia al mundo y su responsabilidad (con y en la Iglesia), hacia el mundo, con el anuncio del Evangelio para la salvación de todos. Esta vocación y este compromiso se condensan, en la Regla de la OFS, en algunas líneas programáticas y esenciales, inspiradas en la espiritualidad franciscana, que se revelan pronto en una perfecta armonía con las enseñanzas del Concilio, y responden a las expectativas de la Iglesia para la obra de restauración, que fue y sigue siendo la misión original de Francisco y de sus seguidores.
La Regla de la OFS se propone, en la línea de la experiencia de Francisco, guiar a los laicos franciscanos para asumir plenamente en sí mismos una relación positiva con Dios, a partir de su propia situación secular. Es viviendo, en la fidelidad, su propio estado, cómo ellos obran en sí mismos la conversión o vuelta hacia Dios, o sea la santidad. Por tal motivo, la Regla presenta una concepción positiva del mundo, entendido como el conjunto de los hombres, hijos de Dios para amar, y de las criaturas “que llevan de Dios significación” , como lugar en donde la redención de Cristo está presente y se actúa mediante la obra del Espíritu. De esta forma, la Regla se ofrece a los laicos franciscanos como proyecto o itinerario, preparándolos a vivir la justa relación con Dios, con los hombres y con las criaturas.
Mediante el camino de la penitencia evangélica, los laicos franciscanos son guiados a vencer en si mismos aquel “espíritu de la carne” o “sabiduría de este mundo”, que es la expresión negativa del mundo del hombre que se opone a Dios, y restaurar en si y en el mundo en el que vivimos, la nueva creación que ya esta presente desde ahora en el misterio del esconderse: tenemos todavía, de hecho, que completar en nosotros mismos aquella salvación que Cristo mereció para todos nosotros.
La Regla, de hecho, no olvida que los hombres, en su continua búsqueda de Dios, tienen que superar los obstáculos del mal que siempre está presente. Pero el mal no es y nunca será el “señor” absoluto de este mundo. Cristo lo ha vencido, aquel Cristo que, mediante su muerte en la cruz, ha reconciliado con Dios a los hombres pecadores, restableciendo la comunión de vida y de gracia, y poniendo las bases de la reconciliación universal entre los hombres mismos, entre los hombres y todas las criaturas.
Los franciscanos seglares encuentran en la Regla el proyecto evangélico y la ayuda necesaria para presentarse nuevamente como instrumentos de la reconciliación universal obrada por Cristo. Este proyecto franciscano considera la colaboración con la acción de Dios a partir del interior de las estructuras humanas. Este término “del interior” es extremamente importante, porque dice que la santidad, “la perfección de la caridad” que los laicos franciscanos son llamados a realizar, no pasa mas allá de su condición humana, sea individual o social; no se realiza “no obstante” vivan en familia, trabajen, estudien, luchen por una sociedad mas justa, por la justicia, por la paz etc., -es esta la gran verdad que San Francisco ha intuido- su santidad se consigue mediante su vivir fiel y evangélicamente todas las situaciones propias de la condición seglar.
4.2. Desde los orígenes
El acento de la secularidad, como compromiso con el mundo y por el mundo, se conecta a las más puras tradiciones del laicado franciscano. Basta pensar en la importancia que ha tenido la Orden de la Penitencia en sus primeros siglos, hasta el punto de impregnar de sí misma la entera realidad eclesial y la sociedad civil. El estilo de vida austero y el espíritu de pobreza que se había difundido en las Fraternidades, llevaban a los hermanos a distribuir anualmente lo que les sobraba de sus pertenencias. Así, las Fraternidades de los Penitentes fundaron hospitales, dispensarios, depósitos de comidas y vestuarios para los pobres y los peregrinos, etc. Este “ministerio de la caridad” es uno de los capítulos más reconocidos de la historia de los Penitentes franciscanos y todavía hoy, se puede encontrar huellas en las ciudades y en las lejanos origines de estructuras asistenciales existentes.
Los laicos franciscanos fueron conducidos también a ejercitar un fuerte influjo por el veto que tenían de llevar armas y de prestar juramento. Además, por su reputación de honestidad, por su espíritu de dedicación y desinterés, los llamaron a encargarse de delicadas funciones públicas. Existe todavía la documentación relativa a hermanos que fueron encargados de la administración de hospitales y de otras obras de asistencia; que revistieron cargos administrativos y fiscales, políticos y diplomáticos; que fueron propuestos para trabajos públicos y servicios honorables…
En tiempos más cercanos a nosotros, no tenemos que olvidar que el Papa León XIII, el Papa de la Rerum Novarum que dio inicio a la Doctrina social de la Iglesia, quiso encontrar en la Tercera Orden de San Francisco “un soporte que me ayude a defender los derechos de la Iglesia y a realizar la reforma social” .
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